Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TRAVESÍA A CABO VERDE. Marina de La Gomera a Mindelo. Del 16 al 23 de noviembre de 2011.

 

810,70 millas, es decir, un poco más de 1.500 kilómetros y 7 días exactos. Son las cifras de nuestra travesía de Canarias a Cabo Verde. La travesía más larga que hemos realizado hasta la fecha pero que esperemos, se quede corta con las que vendrán, en especial, con la que haremos en un futuro muy próximo cruzando el Atlántico.

Esta ha sido una travesía tranquila en su mayor parte excepto en ocasiones que, por no llevar el trapo adecuado, se ha hecho un poco inquietante. Pero es lo que tocaba, probar cosas y ver que es lo mejor que funcionaba. Os explicamos a continuación como ha ido la travesía.

El día 16 de noviembre teníamos pensado salir de La Gomera por la mañana, pero sin prisa, y la falta de prisa hizo lo que era de suponer, que entre rellenar los bidones de gasoil y publicar en esta página la última entrada, cuando fuimos a la oficina a pagar nuestra estancia, ya estaba cerrada hasta las 16 horas. No nos quedó otra que quedarnos un par de horas más así que aprovechamos y comimos. Cuando ya hubieron abierto la oficina, pagamos nuestra estancia en la marina (76,19 euros por cinco días) y partimos sin ningún problema pese a que los pantalanes no tienen demasiado espacio entre ellos. La verdad es que no salimos demasiado tranquilos porque el día anterior habíamos visto como un barco, empujado por un ligerísimo viento de costado, no pudo girar a tiempo y se había ido contra la fila de barcos que tenía enfrente. Afortunadamente, sin ninguna consecuencia para nadie porque los propios tripulantes, unos cinco, pudieron evitar el golpe dada que la inercia era muy poca. Nosotros, en una situación parecida no lo hubiéramos tenido tan fácil porque somos sólo dos y uno tiene que estar a la caña. Así que, mejor era no estrellarse contra nada. Pero nada pasó y enseguida estuvimos saliendo por la estrecha boca de entrada de La Marina y tomando el camino rodeado de boyas que debes seguir después para atravesar y salir del puerto de La Gomera.

Ya en el exterior del puerto, izamos toda la mayor y la génova porque el viento era muy suave, aunque suficiente para que empujara al Piropo. Al poco, se hizo de noche y Dani se fue a dormir a las 20 horas mientras Sandra hacía la primera guardia. A las 23 horas se produjo el primer relevo. Sobre las 3 de la mañana, el viento, que había ido reduciéndose cada vez más, se paró casi del todo. Para entonces ya éramos un corcho en medio del mar. Entonces, decidimos poner un rato el motor a muy pocas revoluciones hasta el amanecer para al menos, tener la sensación que algo avanzábamos.

Con la luz del día, como el viento seguía bastante flojo aunque había aumentado algo respecto al que había cuando encendimos el motor, nos animamos a izar el spinnaker. Nos hizo gracia que en un libro que en este mismo viaje hemos leído tanto Dani como Sandra titulado “Los barcos se pierden en tierra”, el autor, Arturo Pérez-Reverte, dice que en su barco “la vela spinnaker está prohibida a bordo con pena de pasar por la quilla a quien la mencione, porque es presuntuosa, incómoda y asesina”. La verdad es que ya hemos visto algún video de cómo un mástil enterito se va al agua por tener el spinnaker subido cuando no tocaba, pero en un día tan tranquilo como era ese, era un verdadero placer llevarla izada porque pese a la suavísima brisa que hacía, íbamos a cuatro nudos y medio gracias a su empuje. Y además, es tan agradable verla ahí, enorme, colorida, y tan ligera, que ni siquiera hace ni un pequeño gualdrapeo.

Ya bien avanzada la tarde, divisamos distintos grupos de nubes grises bajo los cuales se veía claramente que estaba lloviendo. Aunque nosotros no sufrimos ningún cambio de viento decidimos, por cautela, arriar el spinnaker no fuera a aumentar el viento sorpresivamente como suele hacerlo cuando el cielo tiene esas pintas. Y si lo hacía, ya es bastante duro asumir lo que viene para que encima te pille con un spinnaker arriba. Bajamos la vela y menos mal, porque si bien el viento no aumento mucho, si hubiéramos tenido puesto el spinnaker hubiéramos estado bastante preocupados. Esta vez nos habíamos anticipado correctamente. A partir de entonces, probamos a ir con la génova muy abierta por un lado y la mayor también muy abierta pero por el lado contrario. Lo malo de ir de esta forma es que debes tener mucho cuidado con que el viento venga bien de popa porque si no, o te infla la génova por el lado contrario, con las molestias que eso supone, o peor, se te infla por el otro lado la mayor, que debe ir muy suelta si quieres que vaya tan abierta, y entonces el “botavaradazo” que te puedes llevar cuando la botavara pasa de lado a lado a toda velocidad puede ser definitivo si te alcanza la cabeza o cuanto menos, si no te toca, se puede romper la propia botavara. Para evitar este problema, probamos una solución que leyó Dani en uno de los libros de navegación que llevamos que es muy lógico pero que no haces porque crees que es una chapuza, pero al leerlo en un libro, cambias de opinión y ya piensas que es algo más técnico. La solución en cuestión es poner una retenida, es decir, un largo cabo que se sujeta por un lado al extremo de la botavara y el otro, a cualquier sitio de la proa. Nosotros “mejoramos” el sistema y el lado del cabo que va a la proa lo pasamos por una cornamusa y lo reenviamos a la bañera donde lo sujetamos. Así, teníamos retenida la botavara desde la misma bañera. Y si queríamos luego poner la mayor a la vía, soltábamos desde la bañera y recogíamos todo el cabo. Funcionó perfectamente el tiempo que lo pusimos.

Antes de la llegada de la noche, Dani retiró la línea de pesca pensando que con la perdida de la anterior línea en la travesía de Tenerife a La Gomera, le sería muy difícil pescar ya que en todo el día, no había conseguido pescar nada. Empezó a retirarla y mientras recogía, notó que todo pesaba un poco más lo que le dio una esperanza de que a lo mejor, al final de la línea había alguna sorpresa. Y efectivamente, cuando tenía casi todo recogido confirmó que había pescado algo. Esta vez no nos habíamos enterado de que habíamos pescado porque la nueva línea no tiene una tabla japonesa como la anterior que provoca que cuando pica un pez, emerja toda la línea a la superficie. Ahora, deberemos periódicamente tocar la línea y ver si su peso es el habitual. De todas formas, que efectividad para unos novatillos. Cada vez que hemos echado la línea hemos pescado algo. ¿Será suerte de principiantes o será siempre así? Ya veremos.

Respecto a lo que hemos pescado esta vez, creíamos que era un bonito porque era el mismo pez que pescamos en nuestra travesía de Tenerife a La Gomera y en su día, consultando el libro de peces de Igor, del que hemos hablado en nuestra anterior entrada, llegamos a esa conclusión. No obstante, hemos leído un comentario vuestro que dice que lo que hemos pescado es una melva. Cuando creíamos que empezábamos a discernir las primeras luces sobre las especies que habitan nuestros mares, nueva decepción, no nos enteramos de nada. De todas formas, si alguno que vea las fotos y los videos y puede dar más luz sobre el tema, pues se agradece. Por la noche, evidentemente, nos cenamos al pescado, que fuera lo que fuera, estaba buenísimo porque Sandra lo preparó con limoncito.

Esa noche, estando Sandra de guardia, el viento subió bastante y nos pilló con todo arriba y encima, con las velas abiertas por cada lado. Soltamos rápido la retenida de la mayor y la pusimos a la vía y enrollando un poco el génova. Con eso, pudimos ir aguantando la subida del viento sin necesidad de rizar la mayor, que siempre es molesto porque debes enchufar el motor y ponerte proa al viento. No obstante, debíamos estar atentos porque las olas, en alguna ocasión, te cruzaban demasiado el barco y el viento, entonces, entraba más perpendicular en la mayor con el consecuente fuerte incremento de la escora. Ahí entonces, había que soltar la retenida de la botavara.

Más avanzada la noche, el viento disminuyó pero se puso incómodo porque iba cambiando de aleta a aleta así que, en varias ocasiones, hubo de cambiar la génova de lado.

Al día siguiente, para evitar los gualdrapeos de la génova, decidimos probar a atangonarla. Ya lo habíamos probado en otras ocasiones, el problema es que los obenques impiden que el tangón se abra mucho y en consecuencia, la génova que puede desplegarse es bastante pequeña. Esta vez, a Dani se le ocurrió colocar el tangón entre los obenques. De esta forma, el tangón podía abrirse mucho más y así se podía desplegar más cantidad de génova. El único problema es que daba miedo que algún tirón de la vela llevara al tangón para adelante e hiciera daño a uno de los obenques pero nada de esto sucedió, porque una vez montado todo, parecía todo bastante fijo y seguro. La mayor por su parte la abrimos por la otra banda con la retenida probada el día anterior y con esa posición de velas, íbamos a muy buen ritmo. Las velas parecían dos tablas rígidas y no sufrían ningún gualdrapeo ni por una bajada de viento, ni por un movimiento de las olas. Y así, con esta posición de las velas tan cómodas, aguantamos todo el día.

Ese día comimos muy pronto, sobre las 12, para intentar luego poder cenar justo antes del anochecer, que se produce pasadas las 19 horas U.T.C., que en invierno, es la misma que la de Canarias. Entre otras cosas, comimos una ensalada de aguacate que estaba buenísima. Siempre que los comemos pensamos en la diferencia de sabor que tienen con los de Barcelona. Los plátanos de Canarias están buenos, pero los aguacates, ummmm.

Por la tarde estuvimos tranquilos, leímos mucho y vimos juntos y tranquilos el atardecer, y tras la cena, y ya en la guardia de Sandra, volvió el viento a hacer de las suyas aumentando en intensidad e incluso de dirección, haciendo que la mayor, aunque iba bastante abierta, se inflara en ocasiones por el otro lado. Así que, pusimos la mayor a la vía, y ya nos hubiera gustado quitar el tangón de la génova porque hacían 19 nudos de aparente, pero como la maniobra no la teníamos muy dominada al haber pasado el tangón entre los obenques, decidimos aguantar así hasta que amaneciera para hacerla con la luz del día, esperando que no aumentara más aún el viento.

Esa noche, tuvimos que enchufar el motor para cargar baterías por primera vez en lo que llevamos de travesía. Quizá hubiera aguantado toda la noche pero no quisimos ajustar. Es raro porque hasta la fecha no hemos tenido ni un problema para cargar la electrónica habitual (profundímetro, radio, anemómetro, controlador de baterías, navtex y detector radar), las luces de posición y las interiores, el piloto automático (siempre llevamos el electrónico por ahora, somos unos comodones), y el ordenador, permanentemente enchufado, indicándonos la posición y gravando nuestra derrota. Sin embargo ese día, seguramente porque la posición de las velas, con génova y mayor tan abiertas, había impedido que el sol diera directamente a la placa de 135 watios y que recargara el consumo que hacemos por la noche. El aerogenerador por su parte, navegando, no nos está dando muy buenos resultados pero era algo que ya contábamos. El problema fundamental navegando surge porque el meneo de las olas hace que el aerogenerador, en vez de orientarse al viento y girar con ganas, vaya dando tumbos evitando que las aspas giren regularmente. No obstante, el tener que encender el motor esa noche ha sido una excepción y por ahora, desde un punto de vista eléctrico, no nos arrepentimos de lo que llevamos y lo consideramos suficiente. La placa solar de 135 watios, el aerogenerador Rutland 914, y tres baterías de 95 amperios cada una.

El 19 de noviembre amanece con bastantes nubes negras en varios puntos del horizonte y llovía por debajo de ellas. Decidimos retirar el tangón de la génova por si más tarde aumenta el viento. Justo cuando estábamos preparando la maniobra el viento aumentó un poco y se puso a veintidós o veintitrés nudos de aparente, unos 27 o 28 de real al ritmo al que íbamos. El meneo era considerable por la altura de las olas pero aunque el momento no era el ideal, no quedaba otra que retirar el tangón de la génova. Dani se fue hacia la proa a deshacer la maniobra pero eso sí, con el arnés y atado bien cortito a la línea de vida, por si un golpe de mar le desequilibraba, que no lo le tirara fuera del barco. La escota de la génova no se soltaba de la braza del tangón y el tangón no podía amollarse enrollando la génova porque estaba colocado entre los obenques Así que estuvimos un momento con Dani bastante colgado por la borda con el meneo de las olas intentando soltar aquello sin conseguir nada. Aflojamos entonces el amantillo del tangón, vigilando eso sí que el tangón sólo bajara y no se fuera para adelante ni para atrás para que no se apoyara en los obenques y todo con el objetivo de acercar lo más posible la braza a la mano de Dani, pero aún así no pudimos soltar a la primera la escota de la braza del tangón. Pero entre los intentos, de golpe, se soltó. Ya sólo quedaba enrollar un poco la génova y recoger el tangón. Es curioso que aunque el meneo era considerable y aunque Sandra desde la bañera no pensaba lo mismo, Dani, se sentía seguro y relativamente estable haciendo la maniobra. Siempre desde la bañera parece que en proa todo se mueva más de lo que parece. Claro que el día que pillemos una tormenta y tengamos la necesidad de subir la trinqueta, seguro que no pensamos lo mismo cuando haya que ir a la proa a pasearse.

Ese mismo día, de repente, se nos acercaron unos delfines. Y casi inmediatamente, iban apareciendo más y más. Había muchísimos. En el Atlántico no los vemos con tanta asiduidad como en el Mediterráneo y cuando aparecen, juegan con el velero bastante menos tiempo, pero bueno, estos estuvieron saltando por todos lados un buen ratito. Era gracioso ver cuando se dedicaban a saltar desde lo alto de la ola a la parte más baja. Dani intentó enganchar la cámara sumergible a un palo e intentar así gravar un video de los delfines bajo el agua, pero cuando lo tuvimos preparada, ya se habían ido. Una pena, pero ahora ya lo tenemos preparado por si nos surge otra oportunidad. Aunque no creemos que el resultado de la posible grabación sea muy satisfactoria, pero por intentarlo que no quede.

Por la tarde el viento aflojó mucho y se estableció un aparente de unos diez nudos. La verdad es que creíamos a priori que los alisios serían más estables y aunque es verdad que su dirección no varía casi nada, la intensidad si que va subiendo y bajando, aunque eso sí, siempre con unos mínimos suficientes para navegar a vela cómodamente.

Por la noche volvimos a tener entretenimiento. La guardia de Sandra esta vez transcurrió tranquila pero en el turno de Dani, el viento subió en un par de ocasiones a 23 nudos de aparente y seguimos teniendo toda la mayor arriba. En esas ocasiones siempre pensamos en que deberíamos haber puesto un rizo antes de acostarnos. Tampoco poner un rizo cuesta tanto, pero claro, a mitad noche, enchufar el motor, cambiar rumbo, irte a la base del palo, etc, da un poco de pereza, por lo que optamos que la mayor se colocara lo más en línea posible al viento posible e ir tirando así. Y de esta forma, transcurrió la noche, con las consecuentes inquietudes cada vez que creíamos que el viento empezaba a subir demasiado y que nos obligaría a rizar en el peor momento posible. Además, esa noche llovió un poco aunque no demasiado.

La mañana del día 20 transcurrió muy agradablemente con un viento aparente muy suave y bastante sol. No obstante, a la hora de comer, el viento volvió a aumentar y el cielo se tapó e incluso comenzó a llover bastante. Poco a poco, el nubarrón negro nos adelantó y apreciamos como fue regando todo el mar que tenía debajo.

Esa noche, justo después de cenar, y antes de que Dani se fuera a dormir y Sandra comenzara su primera guardia, decidimos bajar la mayor y navegar sólo con la génova, lo que en España llamamos navegar a la francesa y los franceses dicen navegar a la inglesa. ¿Cómo le llamarán los ingleses? Enchufamos el motor, nos ponemos proa al viento y bajamos rápido la mayor recogiéndola con los lazy jaks que Dani instaló en su día. Era alucinante que hasta la fecha no los hubieran instalado con lo cómodos que son y además, si te los montas tú, que no es nada complicado, son baratísimos. Con la bajada de la mayor, el movimiento aumentó porque la mayor da mucha estabilidad al barco, pero que tranquilidad, se te olvidan las subidas y bajadas de viento porque si aumenta mucho el viento, rizar la génova es inmediato. Esa noche fue la más tranquila de la travesía hasta la fecha y a partir de ese momento, ya no tocaríamos las velas y navegaríamos de la misma forma hasta que llegáramos a Cabo Verde.

Los dos días siguientes fueron muy tranquilos navegando sólo con la génova. Hizo sol y calor a ratos, pero cuando una nubecita tapaba el sol, la temperatura refrescaba y había que abrigarse. Abrigarse le llamamos ponerse la camiseta y no estar sólo en bañador. En noviembre. Que barbaridad. No obstante, también el viento se reforzaba en ocasiones y se creaba un ambiente menos tropical.

La novedad de estos dos días es que decidimos dormir los dos en el camarote toda la noche y no hacer guardias. La decisión se debió en primer lugar a que navegando sólo con la génova no teníamos que estar tan pendientes de las velas y el barco parece que navegaba sólo. Y en segundo lugar y sobretodo, es que en lo que llevábamos de travesía no habíamos visto ni un solo barco mercante. Es sorprendente la diferencia de tráfico de barcos que van a Canarias con los que van a Cabo Verde. La diferencia de población debe afectar, pero también debe afectar y mucho, la diferencia de nivel de vida. Que curioso, porque al fin y al cabo son islas muy parecidas geográficamente.

Así que esas dos noches confiamos en el detector radar y en nuestro piloto automático, que no fallaba nunca, y pasamos unas plácidas noches calentitos en el camarote y por la mañana, nos despertábamos muy despejaditos. Aunque eso sí, el vaivén continuaba aunque estuviéramos dentro, y en alguna ocasión, la inclinación era tanta que literalmente patinábamos sobre el colchón y sin poder evitarlo, caíamos sobre el otro.

No obstante, no pasábamos toda la noche durmiendo del tirón. Como “fresita” tiene una autonomía limitada antes que la tengamos que conectar de nuevo a la corriente, a las cinco horas aprovechábamos para conectar el ordenador y de paso, echar un vistazo a todo, velas, rumbo, y por casualidad, por si había un velero por ahí que fuera sin radar. Para el resto de barcos, confiábamos que nos avisara nuestro detector radar.

La noche del 21 al 22 empezamos a concretar las cábalas que ya llevábamos haciendo desde hace unos días. Intentábamos pensar que ritmo debíamos mantener para llegar de día a nuestro destino. Al ritmo que íbamos, a una media de cinco nudos, podíamos llegar el día 23 justo antes del anochecer cumpliendo los 7 días justos de travesía. El problema es que si el viento caía un poco y no podíamos mantener el ritmo, llegaríamos de noche y eso era algo que no queríamos hacer porque por la noche, nada se ve claro. La alternativa sería reducir trapo, ir más lento, dejar pasar la noche y llegar tranquilamente a la mañana siguiente. Nos decidimos arriesgar e intentar llegar el 23 antes de que oscureciera. Lo malo es que si nos equivocábamos, nos tocaría pasar la noche enterita dando vueltas sin poder llegar la isla, una situación un poco frustrante. El 22 por la noche mantuvimos el ritmo pero no lo mejoramos, por lo que teníamos que seguir a cinco nudos si queríamos llegar a tiempo.

Por la noche, aparecieron nuevas roturas en el barco. La verdad es que cuando no es una cosa es otra. En primer lugar aparece un tornillo en la cubierta que no se sabe de dónde ha salido, pero con toda seguridad, ha salido de algún sitio porque no creemos que se le haya caído a un platillo volante. Habrá que indagar de dónde. Y en segundo lugar, la bomba del váter se ha bloqueado totalmente. Parece que se ha roto y si es así, ya le vale, porque es nuevecita y recién instalada. Esperaremos al día siguiente cuando estemos en tierra para averiguar que le ha pasado a todo.

Esa misma noche, cenando en la bañera, Dani notó que algo le había tocado los pies. Pensó que era la botella de agua que había rodado y cual fue su sorpresa cuando miró y vio allí un pez volador coleteando. Tenía unas aletas larguísimas que parecían pequeñas alas. Aunque dichos peces no vuelan, esas aletas le permiten salir del agua y planear muchísimo tiempo fuera del agua hasta que vuelven a caer, unos treinta o cuarenta metros. Y si en ese momento, sienten el peligro todavía, justo cuando tocan el agua cambian inmediatamente la dirección y vuelven a planear bastantes metros más allá. Son unos animales curiosísimos. Ya los habíamos visto en una ocasión en el Mediterráneo y ese día y el anterior, los habíamos visto a cientos por primera vez en el Atlántico. Pero verlo allí, en la bañera, tan cerca, y apreciar las alas, nos dio mucha ilusión, sobretodo a Dani, que desde pequeño, que ya lo había visto en un libro de Tintín, le había parecido un animal muy curioso y siempre había tenido deseo de poder verlos de cerca. Le hicimos unas fotos rápidamente y lo echamos por la borda para que siguiera viviendo. Si hubieran caído más, hubiéramos pensado en comerlos, pero sólo uno, no daba para un diente. No obstante, no hicimos bien en tirarlo porque a la mañana siguiente, al despertarnos, vimos que otro pez se había quedado enganchado en la bañera. Con ese y el que habíamos tirado, al menos para el aperitivo hubiéramos tenido. Esto de pescar sin hacer nada ya conocíamos que podía suceder por diversas lecturas, pero siempre nos parecía algo increíble porque por el día, aunque vimos muchos peces voladores, observamos que no se acercaban al barco y pensamos que para que cayeran en el barco debía ocurrir una gran casualidad. Pero por la noche, parece ser que la luz o el reflejo del mástil debió atraerlos. Y dicen además, que si el guardamencebos los cubres con una red, la pesca es mucho mayor. Ese día, yendo a la proa, Dani vio restos de unas escamas que indicaban que por ahí, otro pez volador había luchado por volver al agua.

Es gracioso lo de los peces voladores pero tiene una parte mala y es que dejan las fundas de los colchones de la bañera de olor a pescado inaguantable y lleno de escamas con lo que te toca cambiarlas. Pero bueno, la naturaleza es bonita de todas formas.

El 23 por la mañana amaneció con un viento demasiado débil para mantener el ritmo de cinco nudos y decidimos poner el motor para ayudar a las velas. Al rato, empezó a discernirse entre el horizonte y la bruma, el contorno de una isla. ¡Cabo Verde! La isla que veíamos era Sao Vicente, que era a la que nos dirigíamos y la única que visitaríamos del archipiélago, y casi al momento, también veíamos la más grande pero más deshabitada, Santo Antao, que estaba un poco más a nuestro estribor. Siempre íbamos mirando el reloj porque íbamos a llegar clavados a las 18:00 horas, cuando a las 19:00 se hacía de noche. Un buen margen para fondear pero si no había sitio o surgía algún inconveniente, entonces la liaríamos.

En cuanto enfilamos por el Canal de Sao Vicente, que separa la isla de Sao Vicente con la de Santo Antao, el viento arreció mucho como es natural por la canalización de los alisios entre las dos islas. Antes, ya habíamos recogido la génova y habíamos izado por primera vez nuestra bandera de cortesía y la bandera Q, que es totalmente amarilla y que debe izarse al entrar por primera vez en un puerto extranjero antes de cumplir con los papeleos de entrada y que literalmente significa: mi barco está bien y solicito libre práctica. Las izamos por el lado contrario del que se debe izar, pero es que a estribor del palo todavía no tenemos instalada la polea y el cabito. Es un momento el instalarlo todo aunque debe subirse uno a la primera cruceta, pero al no darle mucha importancia al tema pues pasa lo que pasa, que al final las izamos por babor.

La verdad es que la primera impresión de las islas fueron impresionantes. Las islas se veían difuminadas porque el sol lo teníamos casi enfrente y porque había una ligera bruma que las cubría. En ellas no se intuía ninguna casa y parecían absolutamente vírgenes. Ni siquiera en la isla de Santo Antao de la que ya veíamos su mayor parte. Eran totalmente volcánicas, abruptas, y sin árboles, pero esto debía suceder por una histórica acción del hombre que por ser una tierra estéril, ya que se veía que la vegetación baja, que sí era abundante, cubría todo de un manto verde. Las olas grandes generadas por el viento durante muchas millas, finalizaban su recorrido estrellándose contra las rocas negras creando unas enormes espumas blancas. Y el fuerte viento, incrementaba la sensación de que nos aproximábamos a una tierra inhóspita situada lejos de todo.

Nos fuimos acercando a Porto Grande, que viene a ser el enorme puerto natural en el que se encuentra la ciudad de Mindelo. La sorpresa, quizá un poco decepcionante, es que al introducirse en la bahía se notaba un total resguardo de las olas pero no del viento, que si bien, era evidentemente menos fuerte que en el canal que acabábamos de pasar, seguía siendo importante. Pasamos el muelle del puerto comercial y distinguimos ya la Marina de Mindelo. En la esquina que forma la Marina con el puerto comercial es donde teníamos señalado que era el fondeo, pero el espacio disponible era tan pequeño y la cantidad de barcos tan grande, que la zona de fondeo se había extendido mucho más allá.

Nos dirigimos a la popa de los barcos que estaban más alejados del puerto porque nos gusta fondear tranquilos, sin descubrir sitios imposibles pegados a otros barcos y allí tiramos el ancla, en 6 metros sobre arena. Pese a que tiramos bastante cadena, enseguida vimos que el ancla garreaba y que nos estábamos yendo. Los nervios y la tensión empezaron a aparecer porque el ritmo de abatimiento era fuerte debido al viento existente. Además, el abatimiento nos estaba dirigiendo hacia un enorme barco mercante oxidado que estaba fondeado, por lo que no teníamos demasiado margen de tiempo. Y de repente, nos percatamos de que teníamos un problema. El piropo se había colocado entre el ancla que estaba garreando y la boya del orinque por lo que todo el cabo que une el ancla con la boya, estaba por debajo nuestro. No podíamos por tanto encender el motor ya que si no, podíamos enrollar el cabo en la hélice. Cogimos con el bichero el cabo para intentar sacarlo de abajo pero justamente, se había colocado entre la orza y la quilla por lo que no podíamos sacarlo ni por proa ni por popa, sólo por abajo. Entonces cogimos un cuchillo, recogimos el máximo cabo posible, cortamos el cabo y enganchamos a su extremo un peso para que se hundiera con la intención de que una vez que recogiéramos el ancla, recogiéramos el sobrante cabo con el peso por el otro lado. Mientras, el barco iba derivando a buen ritmo y ya estábamos muy encima del enorme pesquero fondeado y sus amarras. Dani fue a proa y empezó a subir el ancla y entonces vimos que el follón ya estaba montado y que poco podíamos hacer. Por un lado, el ancla tenía un enorme lío de plásticos enganchados del fondo y por eso no habíamos conseguido fijarla al suelo a la primera. Pero eso no era lo importante para salir de allí. El problema es que el ancla no la podíamos subir del todo porque el cabo del orinque tiraba de ella para atrás. Así pues, el cabo debía estar ya enganchado con algo. Quizá Sandra dio un pequeño golpe de motor en algún momento del fondeo para colocar el barco más aproado al viento y no se percató dónde estaba el cabo del orinque. El abatimiento nos había colocado cerquísima de los cabos de fondeo del mercante. Quizá a un solo metro. Muy cerca. No daba a tiempo a nada y había que salir de ahí si no queríamos quedarnos más enganchados. Cortamos de nuevo el cabo que impedía subir el ancla del todo y Sandra dio al acelerador con la breve esperanza de que la hélice girara y nos sacara de allí. Giró un poco, lo suficiente para desviar la trayectoria de abatimiento del Piropo y que no nos engancháramos con las amarras del barco fondeado. No obstante, el motor se paró. Seguramente, el motor se había parado porque Sandra, como debía hacerse, le había dado poco gas al acelerador y el rozamiento del cabo enrollado en la hélice había ahogado al motor. Ahora no nos engancharíamos con las amarras pero chocaríamos con el barco. Quizá menos aparatoso pero era un problema igualmente. Encendimos el motor otra vez y le dimos gas. Sabíamos que podíamos romper algo pero en ese momento sólo pensábamos en salir de allí. Ahora le dimos un poco más de gas y no se paró, y avanzó un poco. El motor no se paraba y el barco avanzaba. Cuando estuvimos un poco separados del barco fondeado, tiramos el ancla y esta vez, afortunadamente, enganchamos perfectamente. El barco no se movía.

Ya era de noche. Quizá lo oportuno sería tirarse al agua para evaluar los daños del desaguisado e intentar arreglar lo máximo posible por si volvíamos a garrear. Pero de noche y cansados, no hubo que pensar mucho y descartamos rápidamente la idea deseando que el ancla estuviera bien firme y no tuviéramos que encender el motor hasta que lo revisáramos todo.

Estábamos agotados, pero como habían demasiadas preocupaciones pendientes intentamos quitarnos de encima las máximas que pudiéramos. Así, Dani se puso a arreglar los desperfectos que habían surgido la noche anterior. Descubrió que el tornillo que había aparecido en cubierta era del empalme de un sable de la vela con uno de los patines de la mayor. Afortunadamente, la otra pieza tampoco se había ido al agua y permanecía el pié del mástil. Menuda suerte. Estaba un poco doblada pero la enderezó y la pudo colocar de nuevo. De paso, apretó el resto de tornillos. Luego, se puso a intentar arreglar la bomba del váter. Desmontó las tuberías y descubrió que la bomba funcionaba correctamente. Simplemente, se había bloqueado un codo con papel higiénico que se había convertido en una bola tan dura que parecía piedra. Siempre habíamos escuchado que no debía tirarse papel higiénico al váter pero pensábamos que tirando poco, no pasaría nada. Pero no, a partir de ahora no tiraríamos nada de nada.

Y ya totalmente reventados, cenamos y tras charlar un rato contando todas las peripecias del día, nos fuimos a dormir agotados. Habíamos pasado la situación más comprometida en lo que llevábamos de viaje pero todo había acabado bien con un poco de suerte. Sólo esperábamos que el lío que debía haberse montado en le hélice no tuviera consecuencia negativas.

En la siguiente entrada os contaremos nuestra estancia en la isla de Sao Vicente.

Un abrazo.

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   

 

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