Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

SAN CRISTÓBAL. ISLAS GALÁPAGOS. Del 21 de abril al 6 de mayo de 2014.

Por fin, estábamos en Las Galápagos. Un lugar que desde que empezamos nuestro viaje, teníamos muchas ganas de conocer ya que, sin duda, era un sitio único en el mundo. Por su aislamiento y sus peculiares condiciones de viento y corriente, allí existían una gran cantidad de flora y fauna endémica.

Tan sólo echar el ancla sobre el fondo de arena de la bahía de Baquerizo Moreno, Dani llamó a la autoridad marítima por el canal 16 del VHF. Habíamos contratado un agente para los trámites de entrada -como era obligatorio- pero no sabíamos como contactar con él desde el barco. De esta misma forma se lo comentamos a la autoridad marítima por radio y ellos nos contestaron que permaneciéramos a la escucha. Al poco, llegó nuestro agente al Piropo en un taxi acuático.

La entrada oficial a Galápagos era algo difícil y ya lo sabíamos previamente. Las autoridades ecuatorianas, protegen cada vez con más celo este sitio único dado que el auge del turismo en las últimas décadas se ha disparado y también ha aumentado mucho la población de las islas. Las formalidades de entrada por tanto, son complicadas y engorrosas, pero también extraordinariamente caras, cambiantes y, en ocasiones, absurdas.

Para empezar y en lo que respecta a los veleros, en el tiempo que estuvimos nosotros -que podía ser diferente a lo que hubiera un mes antes o un mes después porque la normativa cambiaba constantemente- sólo había en la práctica, dos formas de entrar en Las Galápagos, con autógrafo y sin autógrafo. Ambas requerían la gestión de un agente local. La forma ordinaria de hacerla era con autógrafo que debía pedirse con dos meses de antelación a un agente vía correo electrónico aunque nosotros, dada la incertidumbre de nuestros planes, lo pedimos sólo con 20 días de antelación desde Panamá y nos lo hicieron igualmente. El agente, en ese contacto vía email, sólo nos pidió copia de los papeles del barco y de los pasaportes. Ya no había que entregarle nada más excepto el dinero cuando llegáramos a las islas. El agente, sería entonces el encargado de cualquier relación con las autoridades, así como de los pagos y cobros. El autógrafo, te permitía permanecer tres meses en las islas y sólo te autorizaba a transitar entre los puertos de Puerto Baquerizo Moreno (San Cristóbal), Puerto Ayora (Santa Cruz) y Puerto Villamil (Isabela).

La alternativa al autógrafo era partir de Panamá rumbo a otro destino distinto a Galápagos. Una vez en Galápagos, hacer la entrada motivando algo que pudiera excusar la parada a criterio de la autoridad marítima como por ejemplo una avería, falta de combustible, necesidad de descanso, etc. Normalmente, te autorizaban a permanecer 20 días en la isla en la que hubieras parado aunque en alguna ocasión, esta autorización se limitaba a muy pocos días. El permiso sin autógrafo, sólo te permitía la estancia en la isla en la que hubieses parado. Esta forma de entrar en Galápagos debía ser la más utilizada ya que todos los veleros a los que preguntábamos, iban a visitar Galápagos de esta manera.

La diferencia de precio entre las dos opciones era relativamente poca en nuestra opinión para lo que ofrecía cada una. La segunda opción costaba algo más de 800 dólares –en Ecuador la moneda oficial es el dólar estadounidense- mientras que nuestro trámite de entrada con autógrafo costó 1024 dólares. Cantidad a la que habría que sumar algún coste adicional en cada isla (15 dólares de zarpe en San Cristóbal y Santa Cruz, 15 dólares por el arribo a Santa Cruz, y en Isabela ,5 dólares de arribo, 5 dólares por persona por uso del muelle para toda la estancia y 30 dólares por el internacional).

El desglose de los 1024 dólares era el siguiente según el agente:

-140 $ por el servicio de recepción y arribo.

-100 $ por el servicio de inspección y cuarentena.

-31 $ por el servicio de migración.

-200 $ al Parque Nacional Galápagos (100 $ por persona).

-20 $ al Consejo de Gobierno de Galápagos.

-30 $ por copias y transporte de autoridades.

-30 $ por servicio de recolección y transporte de basura.

-25 $ por inspección del casco del velero.

-448 $ por los servicios de la agencia.

No vimos casi ningún recibo por lo que debimos fiarnos de que las cantidades que nos pasó el agente, fueran correctas.

Así pues, al poco de llamar por radio a la autoridad marítima, apareció en un taxi acuático nuestro agente, Bolívar Pesantes. Lo habíamos contratado a él porque habíamos leído referencias positivas. En un primer momento nos extrañó su acento pero enseguida descubriríamos que era el usado localmente. Era gordo en su constitución y nos pareció extremadamente serio. Pensamos incluso que estaba enfadado o le pasaba algo pero con el tiempo veríamos que no, que era así, un hombre serio.

Bolívar nos entregó el autógrafo firmado por la autoridad militar, nos instruyó de cómo iban a ser los trámites burocráticos y nos dio alguna información turística de la isla. Cuando se despidió, se llevó la basura que teníamos y es que al parecer, eran muy estrictos con la basura de los barcos. En una hora, nos dijo que volvería con los funcionarios para cumplimentar todos los trámites de entrada.

Llegó la hora acordada y en el barco no apareció nadie. Esperamos y esperamos, y como seguía sin aparecer nadie empezamos a hacer nuestras cosas. Dani arregló el profundímetro que nos había fallado a la entrada al fondeo, comimos y ya después de la comida, apareció un taxi acuático repleto de funcionarios. Subió Bolívar Pesantes, un militar, dos funcionarios de cuarentena -uno de ellos el buzo que debía revisar el casco- y dos funcionarios más del Parque Nacional. Entraron todos en la cabina y comenzó una situación un poco absurda. Por un lado, cada uno iba haciendo las preguntas que les correspondían para rellenar sus respectivos cuestionarios y a la vez, hacían bromas entre ellos y con nosotros y además, nos daban consejos sobre qué ver y qué hacer en la isla. La situación no parecía seria por el exceso de bromas pero en cambio, sí lo era ya que de las preguntas que te hacían, quizá podrían denegarte la entrada a Galápagos. Te preguntaban por ejemplo la capacidad del tanque de aguas negras, si teníamos filtro para expulsar el agua de la sentina –cosa que no teníamos-, si teníamos papel secante de combustibles –tampoco teníamos-, si los jabones que usábamos eran biodegradables –que sí que lo eran gracias a la conciencia ecológica de Sandra-, e incluso nos preguntaron si teníamos un letrero dentro del barco que pusiera “Prohibido botar basura al agua”. Cuando nos preguntaron eso sonreímos porque creíamos que era una de las bromas pero al instante vimos que la pregunta era en serio. Al parecer, era una obligación poner un letrero así. Por supuesto, no lo teníamos. Afortunadamente, nos dijeron que en cuanto se fueran, hiciéramos uno y lo colgáramos. No hicimos nada de nada. Por su parte, el militar, preguntaba sobre los elementos de seguridad del barco. Después, cada uno y por su parte, empezaron a inspeccionar el barco hecho que nos incomodó un poco. La revisión fue muy superficial pero cada uno fue por un lado sin que pudiéramos controlarlos a todos, abrían armarios, y sin tocar nada, miraban en el interior. Si bien ellos imaginarían que no pasaba nada, a nosotros nos incomodaba que miraran ciertos sitios y cosas. Por ejemplo, el armario de la ropa, el sitio donde guardábamos dinero, las fotos que Sandra tenía de su familia, etc. El barco era nuestra casa y cualquier inspección, por somera y rutinaria que fuera, era incómoda.

La buena fe de los funcionarios de todas formas, era patente. El de cuarentena encontró –porque estaban a la vista- lo poco que quedaba de nuestro cargamento de naranjas panameñas que era, al parecer, un producto prohibidísimo en Galápagos por un problema con la mosca. En vez de llevárselas y punto, nos dijo que hiciéramos zumo y que él se llevaría las pieles. Así que nos pusimos a exprimir mientras contestábamos a más preguntas. También encontraron una calabaza y nos dijeron que la escondiéramos y que tuviéramos mucho cuidado con las pepitas. El militar por su parte, nos pidió revisar las bengalas. Las mismas estaban caducadísimas aunque ya lo sabíamos y entonces él, muy didáctico, nos informó que así no servían para nada -cosa que también sabíamos- y dijo, con una sonrisa:

-Pero seguro que su agente les solucionará el problema inmediatamente ¿verdad?

Y tanto el agente como nosotros afirmamos rotundamente con la cabeza sabiendo todos, incluido el militar, que nadie iba a hacer nada de nada. El agente, por ejemplo, ni siquiera haría ninguna mención a ese comentario cuando nos quedamos solos.

Por último, el funcionario encargado de la revisión del casco se tiró al agua. Era obligatorio entrar a Galápagos con un casco más o menos limpio. De lo contrario, según decían, te obligaban a salir fuera de las 45 millas de las aguas protegidas y raspar el casco allí. El funcionario, al salir del agua, nos dijo:

-Lamentablemente…. Tengo que decirles… ¡que tienen el caso impecable!-

La bromita no nos afectó porque sabíamos que teníamos el casco limpio porque hacía aproximadamente un mes que habíamos hecho los bajos al barco, pero si hubiéramos tenido dudas, no sabemos si nos hubiera hecho gracia la simpática ocurrencia del funcionario.

Y así, cumplimos con todos los trámites y nos autorizaron formalmente a permanecer en Galápagos. Tras eso, todos muy sonrientes, se despidieron uno a uno y regresaron a tierra.

Se había hecho tarde y decidimos posponer el desembarco en la isla hasta el día siguiente. Aún así, nos entretuvimos viendo a la gran cantidad de lobos marinos que nadaban en la bahía. Los otros veleros y catamaranes que habían fondeados en el lugar y que tenían algún punto donde los lobos pudieran subirse, habían parapetado una barrera para impedirles el paso. Nosotros, nos limitamos a poner las sillas de plástico –unas con las patas cortadas que usamos para sentarnos en la bañera- para impedirles el paso a la bañera dejando el juppete a su disposición por si querían descansar allí. Nos hacía mucha gracia poder verlos de cerca y su olor, no era malo si estaban poco tiempo y sobretodo, si no hacían sus necesidades allí. No obstante, no tuvimos demasiados inquilinos porque nuestro jupette, con la escalerilla levantada y el piloto de viento, no era muy amplio para los lobos grandes y lo notamos porque varios lo intentaron pero al poco, se tiraban al agua y se iban. Sólo algunos de pequeño tamaño permaneció allí.

Al día siguiente, llamamos por primera vez a un taxi acuático (canal 14) para desembarcar a tierra. No era obligatorio utilizarlos pero vimos que todos los veleros lo usaban y no quisimos ser los ingeniosos. El uso de los taxis se debía a que no había un sitio claro en el muelle para dejar los auxiliares y sobretodo, porque los lobos marinos parecía ser que consideraban los auxiliares como confortables lugares de descanso. El taxi acuático costaba en San Cristóbal un dólar por persona y trayecto.

Paseamos entonces por el pueblo y vimos que había lobos marinos por todas partes. Dicen que en la isla y sobretodo en la bahía de Baquerizo Moreno había unos tres mil. La costa del pueblo era su zona y nadie los tocaba ni los importunaba. Ellos, por su parte, además de tener zonas reservadas para ellos en la propia costa del pueblo, ocupaban parte de los lugares comunes como bancos, aceras, playas, pantalanes de desembarco… Los habitantes los trataban con mucho cariño pero también con respeto ya que podían morder si te acercabas demasiado o si intentabas tocarlos. Los más agresivos sin duda eran los machos grandes, que además eran muy territoriales.

Tras el paseo, entramos en un local de internet para hablar por skype y comunicar a nuestras familias que ya habíamos llegado a Galápagos. El coste en la isla de internet variaba entre 1,50 y 1,80 dólares la hora y la conexión no era mala.

Ya era la hora de comer y le pedimos a la señora del internet que nos recomendara algún sitio. Dudó al principio pero nos indicó al final uno que cuando fuimos, no nos gustó demasiado. Era demasiado colocado y servían a la carta. No obstante, enfrente, vimos el Lucky’s, que parecía muy popular y comimos allí por 3,5 dólares por persona lo que llaman en Ecuador un almuerzo –una comida en España-, consistente en una sopa y un segundo con carne o pescado acompañado de arroz y alguna que otra guarnición. Era increíble lo que les gustaba el arroz. No había ningún sitio donde no te lo pusieran en el acompañamiento. Para beber, un zumo natural que llamaban jugo, como en el resto de países sudamericanos. Todos bebían con jugo y nadie probaba otra cosa, ni agua, ni vino, ni cerveza… sólo jugo. A nosotros nos venía perfecto.

A continuación del “almuerzo”, nos acercamos al centro de interpretación. En él, se explicaba la historia geológica de las islas, la evolución de su fauna, la historia de sus pobladores incluidos sus peculiares intentos de colonización, y las alteraciones que se han producido en la flora y fauna locales y como debería ser el futuro de Galápagos. Todos los locales nos lo recomendaban orgullosos y nos recordaban que había sido construido gracias al apoyo de España, en concreto, a través de la Agencia Española de Cooperación. El apoyo se hacía notar en el contenido cuando hablaba de la historia de las Galápagos. Primero, dejaba claro que las descubrió un español, segundo, que los españoles ya las cartografiaron y nombraron las islas por lo que sus nombres ingleses -todas las islas tienen nombre españoles e ingleses y éstos, son actualmente usados por los anglosajones- son posteriores, y por último, que el deterioro de las islas comenzó cuando los balleneros ingleses y estadounidenses empezaron a explotar las islas. Esto último nos chocó porque Sandra acababa de leer en el libro de Darwin que los balleneros que había en las Galápagos en la misma época que él visitó las islas, eran españoles. ¿Quién tendría razón? De todas formas, a nosotros el centro nos pareció interesante aunque quizá muy superficial. Nos hubiera gustado algo más formativo. También vimos que estaba bastante abandonado y los pocos sistemas de botones eléctricos que había, no funcionaban. Sin embargo, todos los locales nos comentaban maravillas del centro y nos preguntaban si habíamos ido a verlo.

Del centro regresamos al pueblo caminando y tras tomar un helado, fuimos al hospital público para informarnos de sí podíamos obtener un análisis de sangre para Sandra. Allí, nos explicaron el procedimiento que debíamos seguir que no era nada complicado y además, era gratuito incluso para los extranjeros. La necesidad del análisis derivaba que Sandra, tras su enfermedad, no se había recuperado en su sistema inmunológico. Es más, de su último análisis que hicimos en Panamá, habían salido resultados peores a los malos que ya obtuvo en España antes de partir. Así pues, teníamos que hacer un seguimiento y periódicamente, hacernos análisis. Y por supuesto, actuar rápido si Sandra enfermaba de algo ya que no tenía suficientes glóbulos blancos que la protegieran.

Al día siguiente, nos apuntamos a una excursión que nos había propuesto nuestro agente y que consistía en ir en un barco de un pescador de pesca vivencial para visitar, mientras se pescaba, el islote El cagado o “Five fingers”, para luego ir al Islote llamado León Dormido o “Kicker Rock” para bucear (aquí, de forma muy generaliza, le llaman snorkel al buceo superficial sin botellas) y finalmente, pasar por Isla Lobos y Playa Manglecito. Les quedaban unas plazas libres y nos cobraron sólo 25 dólares por persona lo que fue una cantidad muy económica porque luego comprobaríamos que la tarifa normal eran 80 dólares por persona. En principio, fuimos sin muchas expectativas porque imaginábamos una excursión de esas que te llevan, te dejan en una playa un rato y te llevan un poco más allá y buceas otro rato. Pero la verdad fue que nos entretuvimos mucho y el buceo en León Dormido fue toparse con lo que es en realidad las Galápagos. La excursión comenzó realizando lo que llaman aquí, pesca vivencial, que es una forma de convertir a los pescadores al sector turístico. Ahora, los pescadores, en vez de pescar, enseñaban a los turistas como lo hacen y de paso, los sacaban un rato a dar una vuelta en su barca. La realidad fue un poco distinta a lo que nos imaginábamos que sería una pesca artesanal, ya que realmente hacían pesca deportiva con currican. Pero qué pesca. No pararon. No dieron un respiro a los pobres peces… y nosotros que creíamos que en Galápagos no se podía pescar. Al parecer, la pesca de peces era libre para los locales. Sacaron 5 wahoos enormes de casi dos metros. En el lance con otro que no pescaron, el pez saltó el mismo por los aires, rozó el techo, y cayó al agua, tras arrastrarse por la proa del barco, llevándose toda la línea, con señuelo incluido. Según los comentarios del pescador y de Bolívar Pesantes que nos acompañaba, nunca habían visto algo parecido. Un wahoo volador de casi 2 metros.

De la pesca alrededor de la curiosa roca “El cagado”, fuimos al espectacular León Dormido. Un islote mucho más grande que tenía una considerable altura, con paredes verticales, y una brecha con un canal de unos 15 metros de profundidad. Sólo llegar, nos pusimos nuestra gafas, tubos y aletas, y nos tiramos por la borda sin saber que veríamos allí. La pared de la isla caía en picado a gran profundidad. Al poco, descubrimos las Galápagos. Una tortuga marina gigante pasó por nuestro lado como si tal cosa, confiada, tranquila, impasible. Nos adentramos en el canal y vimos varios tiburones no muy grandes, grises y con la cola blanca. Eran de la especie Galápagos, una especie endémica. Pero además, vimos un mero enorme, muchos cirujanos y loros, estrellas de mar de varios colores y formas, y todo, cerca de paredones submarinos de vistosos colores. Más adelante, vimos otra tortuga enorme, pero no sólo había una, había decenas. Llegamos a contar quince a la vista cuando ya nos habían pasado, segundos antes, un montón más. Y todas eran enormes. Era una maravilla. Estábamos emocionados.

Del León Dormido, fuimos a la Playa Manglecito donde sólo vimos una raya pastinaca en el agua aunque la zona era totalmente virgen. Esta virginidad no era rara en Galápagos ya que el 97% de su territorio era Parque Nacional y el resto, zonas pobladas o agrícolas. Luego, de regreso a Baquerizo Moreno, bordeamos Isla Lobos, y vimos allí muchos lobos marinos tumbados apunto de pasar la noche y también la sobrevolaban muchas fragatas y pelícanos. Estaba oscureciendo y ya sin luz, regresamos al Piropo.

El 24 de abril nos levantamos con un nuevo compañero en el fondeo. El Catalina, un mercante de considerables dimensiones, había llegado a la bahía. Por la noche ya le habíamos oído tirar el ancla y no lo debía haber tirado muy lejos porque hizo bastante ruido. Estaba bastante lejos de nosotros pero no lo suficiente para estar totalmente tranquilos y nos dio que pensar. El día estaba tranquilísimo y el sol brillaba. Nada podía pasar de todas formas. Uno de los problemas de viajar con barco era que con frecuencia, cuando estabas en tierra, pensabas en si el barco estaría bien cuando veías que cambiaba el tiempo y el viento aumentaba, o cuando alguien, como ahora, te había fondeado demasiado cerca para tu gusto o simplemente, cuando pensabas en el barco. Pero ese día al final, dijimos:

-Nos seamos esquizofrénicos. Si el mercante bornea totalmente tenemos un problema nosotros y toda la bahía. Aquí, el viento, jamás debe soplar de esa dirección. Y además, el día está tranquilísimo y así suele estar aquí. Vamos a relajarnos.

Bajando a tierra con el taxi acuático coincidimos precisamente con el capitán del mercante y le preguntamos:

-¿No estamos quizá demasiado cerca de ustedes?

-Nooo, que va. No se preocupen, no hay ningún problema.

Esta vehemencia de un, suponíamos, experimentado hombre de mar, que a su vez debía conocer la ultimísima previsión meteorológica, nos dejó muy tranquilos. Mal hicimos.

Habíamos desembarcado las bicicletas plegables que las pobres, estaban muy oxidadas del ambiente marino. Tras unos minutos de preparación, aceite por todos lados e inflado de ruedas un poquito más, nos fuimos de excursión a la Playa de la Lobería. No estaba lejos y encima en bici, sólo tardamos quince minutos. Por el camino la vegetación era baja, de arbustos y cactus. Al final de la carretera, comenzaba un sendero de arena que transitaba por una zona rocosa al lado del mar. Las olas, enormes en esa parte de la isla, parecía que explotaban cuando chocaban contras las rocas negras volcánicas. En esas rocas, vimos una gran cantidad de iguanas marinas. Eran unos animales curiosísimos ya que son las únicas iguanas marinas del mundo. Eran de color negro, portaban unas pronunciadas crestas que se extendían por todo el lomo hasta la cola, eran feas, prehistóricas, pero sin embargo, a nosotros, nos gustaron muchísimo. Todos los ejemplares estaban al sol, durmiendo, totalmente extendidas sobre las piedras volcánicas como intentando absorber el máximo calor posible. También vimos algún lobo marino en la misma posición. Eran muy graciosos. Vimos a varios rebozados de arena tumbados. Uno de ellos, una pequeña cría, se desperezó para irse a refrescar al agua muy cerca de nosotros. Al poco, el grande, hizo lo mismo y volvieron luego las dos a la arena. Entonces, la cría se le acurrucó cariñosa al lado del grande, como abrazándola y se puso a amamantar. Era como un documental de televisión pero ocurriendo a pocos metros. Sin duda, todos estos animales en las Galápagos, no vivían demasiado estresados, se levantaban, comían, tomaban el sol, y vuelta a dormir.

Llegamos por el sendero a la playa de La Lobería. Allí, había gente tomando el sol, buceando y surfeando unas buenas olas de 3 o 4 metros como mínimo. Al parecer, Galápagos era un muy buen sitio para surfear con algunas playas que se consideran de clase mundial. Compartiendo playa con los bañistas, habían varios lobos marinos.

De la Lobería, el sendero continuaba por las rocas y llevaba, tras una media hora, hasta el mirador donde podía verse un lugar de reposo de varias aves, y entre ellas, el endémico piquero patas azules, que aparecía en casi todos los souvenirs locales. En el mar, se veían muchas tortugas marinas nadando y que se mantenían, muy listas ellas, bien alejadas del lugar donde batían las olas. Casi todo el camino lo compartimos con un simpático ecuatoriano de Guayaquil que con tres hijos de corta edad, hacían el mismo recorrido. Charlamos y pudimos conocer un poco más cosas del país.

Del Mirador, regresamos a La Lobería y de allí, a las bicis con las que volvimos a Baquerizo Moreno a comer. Por la tarde, nos decidimos a preguntar precios por cursos de buceos de Padi. Sandra estaba muy ilusionada desde hacía tiempo y si encima, lo podíamos hacer en Galápagos, pues mejor. Al final, nos decidimos por el centro marino “Los Mantas”. Sandra, haría el curso inicial, el Open Water y Dani, el Advance ya que a él le convalidaban el curso de “buceador de una estrella” de la federación española que ya tenía de hacía tiempo. Y ya de paso, Sandra haría también el Advance. Si hacíamos los tres cursos nos salían por 350 dólares cada uno cuando en España eran más caros y encima, las Galápagos eran un lugar privilegiado para bucear. En total Sandra haría nueve buceos y Dani cinco.

Estuvimos bastante tiempo en el centro de buceo hablando con Daniel, el instructor y su mujer, Daniela. Cuando salimos de allí, se había hecho de noche y al llegar al muelle nos asustamos. Habían unas olas enormes. Muchísimo más grandes de lo normal. El pequeño pantalán flotante donde se cogía el taxi acuático, subía y bajaba empujado por las grandes masas de olas. Los taxis acuáticos habían desaparecido cuando en teoría, como ellos mismos nos comentaban, estaban obligados a dar servicio 24 horas. Afortunadamente, un gran bote inflable de uno de los pequeños cruceros que llevaban turistas por Galápagos, pasaba por allí y se ofreció a llevarnos. La noche era oscura y la bahía estaba llena de olas. El que llevaba la barca nos comentaba que, increíblemente, esa tarde había entrado lo que aquí llaman el aguaje. El aguaje, del que ya conocíamos algo antes de llegar a Galápagos, era un fenómeno que sólo ocurría una vez al año sobre la luna llena de Semana Santa y que consistía en que la marea subía tanto, que las olas superaban la barrera natural de arrecifes que protegían la bahía. Ese fenómeno, convertía la normalmente tranquila bahía en un pequeño infierno. Lo curioso era que el aguaje, como nosotros ya sabíamos, ya había pasado ese año hacía unos días pero justamente este año, de forma extraordinaria –que suerte la nuestra- parecía que había entrado un segundo aguaje y si todavía no era poca nuestra suerte, con una virulencia algo especial. Los barcos, fondeados en la bahía, subían y bajaban entre las grandes olas que, afortunadamente, no venían rotas. Durante el trayecto en la barca, no paramos de buscar con la mirada al Piropo pero no acabábamos de encontrarlo. Cuando lo dejamos por la mañana, era el último de la bahía junto a otro velero justo antes del mercante. Llegamos entonces al penúltimo velero de la bahía y ya sólo podía quedar el Piropo antes del Catalina pero seguíamos sin ver a nuestro barquito. El corazón se nos salía por la boca. Pese a la opacidad de la noche, veíamos como las olas, se estampaban contra la costa cercana y no queríamos ni imaginarnos que el barco se hubiera ido allí. Pero el barco no estaba. No lo veíamos. De repente… lo vimos. Sí, ahí estaba. No lo habíamos visto hasta el último momento porque el gran mercante, bastante iluminado,  nos dificultaba la visión. Uff, que alivio, pero… ¡el mercante estaba muy cerca del Piropo!¡Más bien estaba pegado! Agradecimos al señor de la lancha inflable el viaje, que estuvo bromeando durante el trayecto con nuestras caras de angustia. No podía imaginarse lo realmente mal que lo habíamos pasado pese a que intentábamos mantener la dignidad disimulando con una media sonrisa. Ya subidos al Piropo, Dani dio una vuelta a todo el barco revisándolo, mirándole el casco y comprobando que no se hubiera chocado con el mercante. Todo parecía correcto pero decidimos mover el barco a otro lado. Lejos de aquel mamotreto de acero amenazador que permanecía muy próximo. Estábamos subiendo la cadena con Sandra al timón y Dani en el molinete cuando vimos un bote auxiliar que navegaba cerca e incluso, parecía que venía hacia nosotros. Llevaban un foco de mano y apuntaban directamente a los ojos de Dani. Este no comprendía nada. A media maniobra de izado de ancla y con estas olas, no entendíamos por qué jugaban con la linternita. El motivo era que nos querían comentar algo. Al parecer, eran dos de los integrantes de un velero belga que había fondeado cerca de nosotros. Nos explicaron que llevaban toda la tarde pendientes de nuestro barco. Lo habían incluso empujado con su auxiliar para separarlo del mercante que, empujado por las grandes olas, se había echado encima de nuestro barco y nos aconsejaron que moviéramos el barco aunque nosotros ya estábamos en eso. Les preguntamos si creían que el Piropo había recibido algún golpe y nos comentaron que no pero nos asustamos realmente cuando les preguntamos a qué distancia había estado el mercante de nuestro barco y nos hicieron con sus manos un espacio de unos 30 centímetros. ¡Qué barbaridad! Les agradecimos muchísimo su ayuda y nos hubiera gustado darles al día siguiente algún detallito para demostrarles lo realmente agradecidos que estábamos pero a la mañana siguiente, ya no estarían. Habían partido del lugar.

Nosotros, esa noche, cambiamos el barco de sitio a un lugar donde no había nadie en mucho espacio y muy lejos del mercante. Las olas seguían igual de grandes. Mientras, apenas hablábamos y estábamos bastante disgustados. No parábamos de pensar en la situación precaria en la que hubiera quedado el Piropo con el más ligero roce con un mercante tan alto. En el mejor de los casos seguramente, la jarcia, con el vaivén de las olas, se hubiera roto al contacto con el duro metal del barco, y el casco quizás también hubiera cedido. Y entonces no sabemos que hubiéramos hecho, en Galápagos, un lugar tan lejano, teniendo que pedir recambios, sin travelift para levantar el barco… ¿Pero que podíamos haber hecho para evitar la situación? Era cierto que el mercante estaba muy cerca por la mañana pero también era verdad que era imprevisible que en un mismo año hubieran dos aguajes y que la bahía, que por la mañana se veía tan tranquila, se convirtiera por la tarde en una montaña rusa que pudiera empujar al mercante contra nosotros. No obstante, nos propusimos que la próxima vez que tuviéramos la más mínima sospecha de que el Piropo estuviera mal fondeado, lo cambiaríamos de sitio. Con esta firme propuesta, nos fuimos a dormir movidos por el vaivén de las enormes olas.

Al día siguiente amaneció más tranquilo. Las olas todavía seguían presentes pero habían reducido mucho su tamaño. La mala noticia era que había fondeado cerca un pequeño crucero. Estos cruceros, iban a ser nuestra pesadilla en los fondeos de San Cristobal y Santa Cruz sensibilizados como estábamos además, con la experiencia con el Catalina. Estos pequeños cruceros, del tamaño de un megayate aunque si ser tan lujosos, era la forma más corriente de que los turistas visitaran Las Galápagos. En cruceros de varios días, les llevaban por las islas visitables del archipiélago y les organizaban las excursiones por tierra a un precio que parecía ser bastante elevado. La verdad era que muchos sitios del archipiélago sólo podían ser visitados de esta forma. El resto de visitantes que no iban en crucero, incluidos los veleristas, sólo podían visitar las zonas próximas a los principales pueblos. Turismo había mucho en Galápagos y en consecuencia, de estos pequeños cruceros también había muchos. Y como las bahías son limitadas en espacio, los cruceros acababan agolpados muy cerca de los veleros. Mucho más de lo que a nosotros nos gustaba.

Esa mañana, Sandra iniciaba su curso de buceo. No habíamos tenido mucha suerte porque el aguaje habría removido las aguas pero, la ilusión permanecía intacta. Dani, mientras tanto, se quedó en el barco vigilándolo no fuera a ser que las olas volvieran a crecer en tamaño.

Sandra esa mañana, tras la clase teórica, hizo su primer buceo. En teoría debería hacerse en aguas confinadas pero en Galápagos, suelen hacerlo en La Predial, un muelle que tiene unos siete metros de profundidad. Vamos, de aguas confinadas nada. Suficiente para ahogarse. Sólo tirarse al agua, ella y el instructor se sumergieron hasta los siete metros. La transparencia del agua, con el aguaje, era casi nula y Sandra casi apenas veía al instructor. Y sólo tocar el fondo, el instructor, comenzó a piñón, sin dejarle adaptarse a la situación, a hacer los ejercicios habituales de aprendizaje como llenar las gafas de agua y aprender a vaciarlas debajo del agua. Sin duda, no fue una primera clase idílica, tranquila y relajada.

A la hora de comer, Dani vio que las olas se habían reducido mucho y que el crucero que había fondeado cerca no suponía ningún peligro por lo que decidió desembarcar para comer con Sandra con la que se comunicaba a través de la radio portátil. Tras la comida, Dani acompañó a Sandra a su segundo buceo también en La Predial. La visibilidad del agua seguía siendo mala. En este segundo buceo también se practicaban más ejercicios que ayudarían a solventar una situación embarazosa como por ejemplo, el quedarse sin aire. Para eso, se cortaba el aire del regulador –hecho que en España, en el curso de Fedas, está prohibido por peligroso- y se tenía que sentir la falta de aire y comunicar al compañero por señales, esa situación. También se practicaba a coger aire a través del mismo regulador del compañero.

Mientras Sandra permanecía haciendo el buceo con su instructor, Dani se entretuvo en el muelle viendo como familias locales se bañaban en el lugar tirándose desde el muelle compartiendo espacio con un pequeño lobo marino que no se asustaba e incluso jugaba en el agua con ellos.

Al día siguiente, seguimos con nuestro curso de buceo. Buceamos en primer lugar en Las Tijeretas donde llegamos en barca y descendimos a una profundidad de dieciocho metros. Pudimos compartir nuestra inmersión un rato con un lobito marino juguetón y además, vimos una tortuga marina grande, algún mero, un pulpo, peces mariposa, un pez roca, peces loro, y muchas estrellas. Tras este primer buceo del día, fuimos con la misma barca a nuestro segundo buceo, el Karawa. Este era un antiguo barco hundido que naufragó hace muchísimo tiempo. Del pecio queda muy poco entero pero era un lugar muy curioso para bucear. Este buceo era menos profundo, a catorce metros. La poca transparencia de las aguas de esos días y la fuerte corriente existente no nos impidió disfrutar del curioso buceo entre los hierros hundidos y viendo entre otras cosas, peces cirujano enormes de unos cincuenta centímetros, un pez erizo muy grande y otros más pequeños, una raya camuflada en la arena, varios loros grandes y uno con la cabeza gibosa, muchas estrellas grandes y una langosta enorme.

Tras regresar al pueblo y comer con Daniela, la mujer del instructor de buceo, nos acercamos al paseo marítimo y vimos que cerca del Piropo, había fondeado un pequeño crucero que estaba  realmente cerca. ¡Pero que les pasaba a los capitanes locales!¡En la bahía había espacio de sobra! Regresamos al Piropo y comprobamos que la mala sensación desde tierra era real, el crucero estaba muy cerca. No podíamos cambiar de fondeo porque nuestra ancla estaba debajo del Queen Beatriz, que así se llamaba el crucero, y como no era plan estar así porque no estábamos para nada relajados teniendo que vigilar los barcos todo el rato y porque era francamente desagradable tener que oler todo el humo que nos echaban los escapes de sus motores que tenían todo el tiempo encendidos, decidimos hablarles por radio para ver si por casualidad, se apartaban ellos un poco. Ellos nos contestaron, amables eso sí, que no nos preocupáramos, que estábamos a una distancia bastante cercana pero suficiente y que ellos de todas formas, tenían a una persona de guardia siempre que estaría pendiente. No demasiado tranquilos, nos quedamos así y nos fuimos a dormir aunque, lógicamente preocupados, nos tuvimos que ir levantando periódicamente. A las seis de la mañana nos levantamos y vimos que en el último período de tiempo desde que habíamos controlado la distancia, aún nos habíamos acercado más si cabe al Queen Beatriz porque la orientación del viento había cambiado algo y tan cerca estábamos, que las barcas auxiliares que el crucero llevaba arrastrando por popa, rozaban apenas nuestro barco. Un golpe con sus motores también nos hubiera hecho daño en la fibra ¡Ya estaba bien! Les llamamos de nuevo por radio y les dijimos que íbamos a cambiar el fondeo, que al final nos íbamos chocar y que echaran su barco para adelante porque teníamos nuestra ancla debajo de su barco. Nos contestaron que no nos preocupáramos y que empujarían lateralmente su barco para que pudiéramos hacer la maniobra fácilmente. Salieron entonces dos personas del Queen Beatriz que se subieron a las potentes barcas auxiliares y mientras una movía el crucero lateralmente, otra permanecía atenta por si tenía que poner su auxiliar en medio de los dos barcos si se acercaban peligrosamente. Fuimos levantando cadena poco a poco y a medida que izábamos, cada vez estaban más cerca los costados de los barcos. Al final, tuvimos incluso que echar marcha atrás para separar nuestra popa del crucero poniendo nuestro barco perpendicular al otro y seguir así recogiendo cadena. Finalmente, el ancla se despegó y nos pudimos alejar. Llegamos a estar verdaderamente cerca del crucero, apenas unos tres metros de su alto costado, pero afortunadamente, la presencia de las potentes auxiliares facilitaba bastante la maniobra. Estábamos ya un poco cansados de tener que cambiar el fondeo por culpa de los demás por lo que decidimos echar el ancla a un lugar que se veía tranquilo, en un rincón de la bahía, rodeados de varios veleros que se quedarían aún algunos días y arrecifes que afortunadamente, no se moverían de donde estaban. Allí, no nos podría molestar el continuo movimiento de los barcos más grandes.

A las ocho y media de la mañana, estábamos en el centro de buceo. Desde allí, con otros buceadores, fuimos en barca hasta donde haríamos nuestros dos siguientes buceos, ambos en el León Dormido. Uno de los buceadores que nos acompañaba era un chico israelí. Era impresionante la cantidad de israelís que viajan por Sudamérica y es que al parecer, era una tradición en ese país. Tras acabar su servicio militar de “sólo” tres años, se solían tomar varios meses a un año sabático para irse de viaje. El chico hablaba casi perfectamente español y según contaba, lo habría aprendido en el viaje. ¡Qué facilidad! Nos estuvo contando algunas cosas y entre ellas, cómo había sido su servicio militar. Como ya nos imaginábamos, no había sido muy tranquilo y al parecer, continuamente les lanzaban desde Gaza morteros que decía sólo mataban si te caían justo encima. Si en cambio estabas en un radio de varios metros, sólo te herían. Esas historias nos parecían historias de un mundo loco muy alejado, pero si algo estábamos aprendiendo en este viaje es que el orbe, era realmente pequeñito y lo malo que pasa en él, en realidad, está pasando ahí al lado y con gente muy parecida a nosotros.

En el primer buceo, bajamos a dieciocho metros y vimos por primera vez, buceando con botellas, a tiburones. Eran bastante pequeños y de la especie puntas negras. La verdad era que dentro del agua, no daba ninguna impresión verlos, al contrario de lo que nos habíamos imaginado inicialmente, y es que se les veía muy tranquilos y a su aire. Sin duda, los tiburones tenían una mala fama muy injusta. La película “Tiburón” había hecho mucho daño. La realidad es que la mayoría de los escualos no muerden a los humanos queriendo y sólo los tiburones blancos, los tigres, los toro y los oceánicos, son realmente peligrosos aunque tampoco están buscando a humanos para zampárselos. En esa inmersión, aparte de los tiburones, vimos a otros peces y entre ellos, vimos un atún.

En la segunda inmersión en León Dormido llegamos a bajar a veintiséis metros. En ese buceo vimos una gigantesca bola de pequeños peces que atravesamos y nos rodearon. Era tan espesa, que incluso tapaba la luz que había. Seguimos viendo tiburones, tortugas, lobos marinos y, justo al final de la inmersión, dos tiburones martillo preciosos. Qué maravilla.

El día 28 de abril nos quedamos por la mañana en el barco y sobre las tres, vinieron a recoger a Sandra en una barca para continuar con el curso de buceo. Repitió entonces buceo en Tijeretas y en el Karawa pero esa vez, la visibilidad fue mucho mejor y pudo observar los lugares y su fauna con mucha mayor nitidez. También pudo ver los restos del Karawa con más detalle como su cadena, las costillas, su hélice gigante e incluso lo atravesaron buceando por una cavidad bastante oscura. Lo más impresionante de las inmersiones fue sin duda una enorme raya águila moteada, pero también vio un curioso nudibranquio amarillo, muchos meros y una morena enorme de color pardo.

Al día siguiente, desembarcamos pronto porque teníamos que ir al hospital a pedir la analítica de Sandra. Íbamos con prisas para llegar puntuales al hospital pero en el muelle, los funcionarios de control de plagas nos hicieron una inspección de la basura que nos disponíamos a tirar. Habitualmente, estaban en el muelle controlando los equipajes de los turistas que llegaban a la isla pero nunca hasta entonces nos habían inspeccionado a nosotros. Uno de ellos, bastante mayor y que debía ser bastante experimentado, nos preguntó cuando vio que llevábamos una bolsa con desperdicios de comida que qué hacíamos, que los veleristas no podíamos tirar materia orgánica y la teníamos que guardar en el barco. Entonces Dani le contestó que si no podíamos tirar la basura habría un problema sanitario, quizá no en tierra pero sí en los barcos. ¿Cómo íbamos a estar tres meses que nos daban de permiso sin poder tirar basura orgánica? El hombre contestó que no podíamos estar tres meses. Que no estaba permitido. Vino pues una discusión, porque teníamos un papel de la capitanía que sí que nos lo permitía. Nos acabó diciendo que no lo entendía porque habían acordado con ellos que eso de los autógrafos de tres meses ya no se iban a dar más. De todas formas nos dijo, que en ese caso sí podríamos tirar basura orgánica pero que para tirarla tendríamos que entregársela a nuestro agente y él, llamarles a ellos y todos juntos, ir al centro de residuos para tirarla. Debía estar de broma -pensamos- pero le dijimos que muy bien, que así lo haríamos en adelante pero en realidad, lo que hicimos fue lo que nos dijeron los funcionarios de control de plagas que vinieron al barco el primer día. Es decir, separar los residuos para reciclar y tirarlos así en los contenedores correspondientes y respecto a la materia orgánica, optamos por tirarlo por la borda por la noche por miedo a toparnos otra vez con el funcionario del muelle. Dejaríamos que la naturaleza la hiciera desaparecer. Respecto a la basura orgánica que llevábamos ese día, pese a que al principio nos exigió que volviéramos al barco a dejarla, luego aceptó quedárselas directamente ellos por ser la primera vez. No habría una segunda.

Ya en el hospital, tras una corta espera, nos atendió un médico que autorizó el análisis de sangre de Sandra para el día siguiente. Qué bien. El trámite fue rápido y sin ningún inconveniente. De allí, salimos en bicicleta a hacer una excursión por los senderos que existían por detrás del centro de interpretación que, bien mantenidos como estaban, te permitían hacer un agradable paseo. Llegamos a la Playa Baquerizo que estaba como a una hora y media caminando y allí, en la playa desierta, pudimos nadar con tortugas, ver muchas iguanas y sorprender a una tortuga de mar que había salido demasiado a la tierra y que al vernos, se fue corriendo hacia el agua. También subimos al pequeño Cerro Tijeretas donde habían buenas vistas y de allí regresamos al pueblo. Poco antes de oscurecer, fuimos de nuevo al centro de buceo a hacer nuestra última inmersión de los cursos que estábamos haciendo. Esta vez, fue un buceo nocturno en La Predial. El lugar no era una maravilla pero al hacerlo de forma nocturna, hacía la inmersión muy especial. Pudimos ver cómo dormían los peces, quietos, apoyados e incluso alguno se había repantigado y todo. También vimos muchas langostas muy grandes que salían de sus escondites por la noche y también observamos muchos ejemplares de lo que aquí llaman langostinos que no se parecían en nada a los langostinos del Mediterráneo. Más bien, se parecían a los santiaguines de España. Algunos peces, de los que estaban despiertos, se sentían muy atraídos por las luces de las linternas y tras acercarse mucho a ellas, se quedaban embobados siguiéndolas a medida que las movías. Era muy gracioso. Y también fue muy curioso cuando todos apagamos nuestras linternas y pudimos ver como el plancton resplandecía con nuestros movimientos. Sin duda, fue una buena experiencia.

El 30 de abril, fuimos al hospital a que le hicieran la analítica a Sandra. De allí, tras pasar por una panadería y por el mercado local, regresamos al Piropo para pasar el día. No quedaba otra ya que Sandra tenía que estudiar para el examen de su curso de Open Water. La prueba que le iban a hacer, al parecer, era sencillísima, pero había un libro que leer por lo que había que dedicarle cierto tiempo.

El día 1 de mayo era festivo en Ecuador y aparte de una pequeña manifestación de unos quince trabajadores, Baquerizo Moreno estaba bastante desierto. Para ese día, nos preparamos una excursión en bicicleta para conocer la parte interior y alta de la isla. Empezamos a pedalear y enseguida comenzó a ascender la carretera. Nos imaginábamos que habría algunas cuestas al principio pero luego ya sería plano pero no, subía y subía. Y después, más subidas. La carretera no daba tregua. Menos una ligera bajadita, todo fue subida. Estábamos muertos. Además, la carretera la estaban arreglando – precisamente una empresa española- y no acompañaba a la excursión el trajín de camiones enormes a toda leche subiendo y bajando que por cierto, todos tenían matrícula española. Seguimos subiendo y subiendo y pasamos El Progreso, la pequeña zona agrícola de la isla y allí vimos el famosos ceibo centenario, un árbol muy conocido en la isla por sus considerables dimensiones. A medida que seguimos ascendiendo, las nubes estaban más presentes ya que la parte alta de la isla casi siempre estaba tapada. La vegetación, con la altura y la humedad, cambió rápidamente de cactus y matorral, a una vegetación típica de una zona muy húmeda. Y al final, como no con tanta nube, nos llovió con intensidad. Seguimos subiendo y llegamos por fin, a la parte más alta de la isla. Allí pudimos ver nuestro principal objetivo de la excursión, El Junco. Éste era un antiguo cráter que actualmente estaba cubierto de agua. Lo rodeamos por entero caminando y comimos allí, entre las nubes. Estábamos reventados pese a que sólo habíamos recorrido unos 13 kilómetros. No obstante, estábamos a casi 800 metros de altura.

El regreso a Baquerizo Moreno por el contrario fue una gozada. Parecía que más que en bicicletas, íbamos en moto. Muy pocas veces en todo el trayecto de 13 kilómetros, tuvimos que darle a los pedales. En bastante poco tiempo, estuvimos de regreso en el pueblo.

La mañana del día siguiente la pasamos en el barco. Sandra tenía que acabar de leer su libro para el examen. Por la tarde, fuimos de nuevo al hospital para recoger el análisis y malas noticias nos dieron: Sandra seguía muy baja de defensas y no llegaba al mínimo recomendable por mucho. El único punto positivo es que había habido una ligerísima mejoría en los niveles respecto al análisis que se hizo en Panamá por lo que quizá, la cosa empezaba a arreglarse. Ya veríamos en el siguiente análisis. Por ahora tendríamos que seguir teniendo paciencia.

Del hospital nos fuimos de nuevo al centro de buceo para que Sandra hiciera su examen. Lo pasó con un 90% de aciertos y muy alegres, ya nos pudimos calificar los dos con el pomposo calificativo de “Advance Open Water Divers”. Había sido pues un día de alegría por el examen y de tristeza por el resultado del análisis, pero afortunadamente, nuestro optimismo nos decía que el siguiente análisis sería mucho mejor.

Al día siguiente nos quedamos en el barco. Un virus había entrado en los ordenadores a través de un pen. Qué desastre. No parecía demasiado agresivo pero nos mantuvo muy preocupados mucho tiempo intentando arreglarlo. Finalmente, lo pudimos solucionar por la tarde cuando desembarcamos y nos hicimos con un antivirus actualizado. No entendíamos a la gente que en vez de crear se dedicaba a destruir. Sin duda eran inútiles con ganas de notoriedad que como eran incapaces de hacer lo primero porque es lo realmente difícil, hacían lo segundo.

Esa misma mañana, Dani estuvo haciendo unos arreglos en el barco. Se pasó un buen rato en la proa arreglando una cosa y cuando regresó a la bañera, se topó con un lobo marino descansando plácidamente al sol en el costado del barco. No lo habíamos oído subir ahí. El enorme animal había subido por el juppete, había pasado por la bañera que estaba totalmente llena de trastos porque Dani había vaciado por entero el cofre, había pasado por al lado de la boca del cofre que estaba abierta, y se había colocado tranquilamente en el costado del barco a dormitar al sol. No queríamos imaginarnos que hubiera pasado si se hubiera caído en el cofre. ¿Cómo lo hubiéramos podido sacar de allí? Afortunadamente, los lobos marinos parecían unos animales muy ágiles pese a su aparente torpeza fuera del agua. Tras mirarlo un buen rato, decidimos que no podía estar allí y lo despertamos de su siesta. Al animal no le gustó que le despertaran y enseñó un poco los dientes pero inmediatamente se dio cuenta que no era su sitio y se lanzó al agua por el lateral del barco sin mucho problema. Menos mal.

Esa noche, tras mucho pensar, decidimos cambiar nuestros próximos planes de navegación. Estábamos viendo que ya era mayo y que no nos podíamos engañar, que nos gustaba visitar con demasiado detalle los lugares en los que recalábamos por lo que nuestro plan inicial de visitar Isla de Pascua y las Gambier antes de las Marquesas era demasiado ambicioso si queríamos estar en diciembre en Tahití, por la temporada de ciclones. Así pues y sintiéndolo muchísimo, decidimos que haríamos la ruta típica y por lo tanto, de Galápagos navegaríamos directamente a Marquesas.

El 5 de mayo fue nuestro último día en San Cristobal. Desembarcamos y fuimos a internet a colgar una entrada para la página web. La verdad es que la paginita daba bastante trabajo. Después, fuimos al mercado a comprar fruta, verdura y carne y sobre las cuatro de la tarde, regresamos al Piropo ya que habíamos quedado a esa hora con el agente para que nos diera el zarpe de salida para la siguiente isla galapagueña que íbamos a visitar, Santa Cruz. Los trámites en Galápagos eran tan densos, que cada vez que te movías de isla tenías que hacer un zarpe y un arribo. Esperamos y esperamos y el agente no apareció. A las 18:30 hablamos por radio con un taxista acuático que lo conocía y que lo llamó por teléfono y nos trasladó, de parte del agente, que en media hora vendría. Pero no apareció ni justificó su ausencia. Era increíble. ¡Queríamos partir a las tres de la mañana y no teníamos zarpe! A las seis de la mañana apareció el agente como si tal cosa. Se disculpó levemente y le comentábamos que el retraso sin previo aviso no nos parecía serio porque teníamos pensado salir por la noche y no por la mañana. Nos despedimos un poco decepcionados con el señor que hasta entonces, nos había parecido serio y formal.

Y tras pensarlo un poco y viendo que teníamos tiempo suficiente para llegar con luz del día a Santa Cruz, izamos ancla y dejamos atrás San Cristóbal, una isla que nos había encantado, por sus lobos de mar, por sus iguanas y por sus buceos.

Un abrazo.

 

 

 

10 comentarios a “SAN CRISTÓBAL. ISLAS GALÁPAGOS. Del 21 de abril al 6 de mayo de 2014.”

  • Hola chicos,
    hoy os he visto vuestro blog! Me encanta!
    Y lo estoy leyendo paso a paso. Os felicito por dónde habeis llegado y me alegro un montón que Sandra esté bien.
    Marc, mi pareja, Trufa nuestra perrita y yo zarpamos de Barcelona hace 6 años… en San Blas me quedé embarazada de Aleix. Nos quedamos 3 años en san Blas. Ahora hace 2 años que estamos en Bocas del Toro. Total llevamos 5 años en Panamá. Tenemos muchas ganas de volver ha navegar y hacer ruta.
    Mi pregunta a ver si nos podéis ayudarnos. Se puede ir a Galapagos con perro? Sin que baje del barco? me podéis dar el contacto de la agencia para hacer el papeleo…
    Muchas gracias,
    buenos vientos,
    Judith

  • Como siempre me quedo con la boca abierta de las cosas tan increíbles que estáis haciendo , las fotos preciosas, increibles, deseando seguir leyendo cada detalle de vuestra aventura , muchos besos. Estais guapisimos se percibe la felicidad en vuestras caras.

  • En respuesta a Maria y pensando que sus palabras son con la mejor de las intenciones, e de decir que Sandra es super prudente y ante cualquier duda sobre su salud volvería , creo que retomar su aventura le da vida y ayuda a que su recuperación se total, en cuanto a que es la criada cada un tiene su tarea y me consta que Dani la cuida un montón y las tareas son repartidas al 50% aunque Sandra en la cocina es muy apañá .Un saludo y sintiendo lo que paso con su madre cada caso es un mundo , y para no saber navegar lo hacen muy bien porque ya llevan mas de medio mundo recorrido.

  • Por el amor de dios, independientemente de que no tenéis ni puta idea de navegar y una flor en el culo, Sandra joder vuelve y hazte tus revisiones y cuidate, por mucho que quieras a este vago, Perdi a mi madre de cancer, despues de su tratamiento se relajó y le bajaron las defensas, Y curraba para todos nosotros. Si tu churri quiere pescado embotado que lo haga él, si hay que limpiar que limpie el que por lo que contáis solo eres chacha cocinera y limpiadora y si te quisiera se hubiera esperado un tiempo a que estabilizaras…
    A mi me da igual todo lo que habéis navegado ya lo hice yo, que tengo 67 años. Solo te aconsejo, como experiencia, que vuelvas, te sanes del todo y si quieres navegar cuando estés recuperada hazlo. Pero navega, no solo friegues y cocines y sirvas

    • En relacion al comentario de Maria, yo un polizon  virtual que se cuela desde su casa en vuestro velero y disfruta leyendo vuestras cronicas no puedo entender ese post y os animo a disfrutar con el viaje a la vez que espero Sandra le mejoren sus analisis.No creo que los demas podamos entrar a considerar temas de salud personales. Esta claro que disfrutais haciendo ese viaje que los que os leemos, soñamos con emprender algun dia. Lo cierto es que mantener este blog da trabajo, ademas de compartir con los demas aspectos de vuestra vida privada, que Maria con su comentarios tan inapropiados descarna y saca de lugar, y no os mereceis en absoluto. Suerte y animo

    • Siento vergüenza ajena con el comentario de Maria, un comentario de lo más vulgar e insultante hacía la vida de otros.
      Seguid haciendo lo que os hace felices chicos, sea lo que sea! 
      Saludos,

  • Hola soy de Medellín, Colombia, he sido navegante de aguas interiores y costeras.  Al leer su bitácora me siento con ustedes allí en el Piropo, emocionado con cada situación impecablemente escrita por Sandra -que cronista-.  Hoy soy socio del SanchoPanza un clásico norteamericano de los 70, un Westsail 32 fondeado actualmente en Zapsurro, precioso fondeadero en la frontera colombopanameña.  Sueño con ir a Galapagos, tal como ustedes.  Sus apuntes son de valiosa ayuda, gracias por compartirlos.  Gracias y gracias.
    Mis mejores intenciones para que Sandra se mejore y estoy seguro que el mar la sanará en compañía de su bello espíritu integrador y ecológico.
    Buen viento, mar calmo y estrella clara en su singladura a las Marquesas.

  • Voy a tener que dejar de ver vuestras publicaciones…lo paso realmente mal cada vez que me meto entre pecho y espalda una.
    Y no digamos nada cuando vea las imágenes de Polinesia…lloraré. Seguir disfrutando de la vida, con vuestros relatos e imágenes seguro que estáis convenciendo a más de uno a seguir vuestros pasos.
    Que maravilla las Galápagos.
    Un saludo y un fuerte abrazo.

  • no tengo palabras , es todo tan bonito cariño, vaya historia os estais forjando , para no dejar de hablar de ello nunca, y lo mejor de todo es que se te ve tan feliz, disfruta mucho mi vida , te lo mereces , os mando un montoooon de besos y muy buena travesia hacia Polinesia , hasta pronto mi niña ¡¡¡¡¡¡¡

  • Que pasada de viaje!
     
    Disfruto leyendo cada una de vuestras entradas tan bien documemtadas y con tanto detalle. Por favor, continuar asi durante todo vuestro viaje.
     
    Espero poder realizar una travesia parecida a la vuestra dentro de 6~8 anyos cuando mis hijas tengan 8 y 10 anyos…
     
    Mucha suerte en vuestro viaje! continuaremos disfrutando con vosotros!
     
    P.D. Me hubiese gustado ver la foto del mercante y de los cruceros q casi os golpean… 

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