Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TRAVESÍA DE VANUATU A INDONESIA (2720 millas) Del 9 de septiembre al 6 de octubre de 2015.

   
    La travesía que teníamos por delante era larga, no tan larga como la del Pacífico pero si más que la del Atlántico que en su día nos pareció lo más largo que pudiera existir.  Las aguas en las que flotábamos ahora ya no eran las de nuestro querido océano Pacífico sino las del mar del Coral, un mar que se extiende al este de Australia. La larga travesía que íbamos a hacer entre Vanuatu e Indonesia podía dividirse en dos, o así al menos la teníamos planteada en nuestra mente, la parte que abarcaba todo el mar del Coral, desde Vanuatu hasta el estrecho de Torres, y la parte posterior entre el estrecho de Torres e Indonesia en el que navegaríamos por el mar de Arafura y el de Timor. Tres mares íbamos a cruzar en una sola travesía. Por el medio nos esperaba el estrecho de Torres, una zona de arrecifes e islas bastante dificultosa por los fuertes vientos.
 
    Contaremos a continuación, en primer lugar, nuestra travesía por el mar del Coral. Esta comenzó separándonos de Vanuatu, un país del que guardaremos un muy especial recuerdo por ser sin duda, el más primitivo que visitaríamos en nuestro viaje. Sus costumbres, tan poco alteradas por la vida moderna, se extendían hasta el último rincón del país exceptuando su capital, Port Vila, que ya tenía las características típicas de la modernidad que quitan tanto exotismo e igualan todos los lugares.
 
    Pese a que no era habitual en Vanuatu, partimos de Lunganville, en la isla de Santo, con bastante sol y así se mantuvo casi todo el día. El viento soplaba flojo pero suficiente para ir avanzando. En algún momento de nuestro transitar por el canal que separaba Santo y la pequeña isla de Latour, situada al sur, tuvimos que poner también el motor porque el resguardo de la tierra impedía que el viento hinchara las velas. La parte positiva fue que ese resguardo también impidió que se formara ola y por ello, pudimos comer, especialmente confortables, unos bocadillos de ternera con lechuga, cebolla y tomates. Nos despedíamos así de la vaca Vanuatesa que casi era un símbolo de ese país y que podía verse pastando en cualquier parte de su verde y frondosa vegetación. Verde y frondosa debido a las casi constantes lluvias.
 
    El mar del Coral nos recibió muy tranquilo, con suave viento de popa y casi sin ola. El viento era suficiente para mantener las velas infladas y lo único que tuvimos que hacer fue cambiar las velas de lado porque con el rumbo que llevábamos, nos íbamos demasiado al norte. También una corriente en esa dirección acentuaba la desviación.
 
    Las condiciones se mantuvieron toda la tarde y así llegó la noche. Esperábamos que todo siguiera igual el resto de días que teníamos de travesía aunque sospechábamos que, con casi un mes por delante de navegación, un poco de todo íbamos a tener. La previsión, además, señalaba vientos tranquilos los primeros días pero, al final de la semana, una bolsa de muy fuerte viento podría afectarnos. Confiábamos que como aún quedaban bastantes días para eso, no acertaran en ese punto. Nuestra experiencia hasta las fecha con los partes meteorológicos era que preveían con bastante precisión el viento en al menos tres o cuatro días. A partir de entonces, era algo menos fiable y a partir de una semana, nada confiable. La lluvia, en cambio, casi no la acertaban ni en cortos períodos de tiempo aunque si preveían con exactitud si el día iba a ser soleado, nuboso o con probabilidad de lluvia.
 
    El segundo y tercer día de navegación fueron algo intensos de viento pero nada especial. Era lo previsto. El único problema fue que el piloto automático empezó a fallar. Se desconectaba de repente y sin previo aviso, por lo que el timón se quedaba fijo y el barco se atravesaba a las olas. El display nos avisaba enseguida, pitando, pero por las noches, cuando estábamos en el interior, aunque nos levantáramos sobresaltados y corriéramos a la bañera, siempre tardábamos lo inevitable en llegar y entonces, alguna ola alcanzaba al barco y un buen roción mojaba la bañera. El problema fue un verdadero suplicio porque la desconexión del piloto se producía muy frecuentemente. Algunas noches incluso, llegaba a desconectarse unas diez veces. Así, era difícil descansar porque los sobresaltos que producía escuchar la alarma eran muy a menudo. Dani estuvo revisando todas las conexiones pero el problema parecía estar en el display. Intentamos reconfigurarlo y volverlo a los valores de fábrica pero no pudimos hacerlo del todo bien porque el manual de instrucciones estaba mal hecho y no coincidía con la realidad. Dabas tres pasos de las instrucciones y cuando tenías que dar el cuarto, no aparecía la opción que se decía que tenía que aparecer y las opciones que restaban eran malas. Raymarine, con lo carísimo que era, no se fijaba en detalles tan importantes como ese y el problema lo sufrimos hasta el estrecho de Torres. Era una suerte que el viento fuese flojo porque con unas condiciones que exigiesen más al piloto, éste no hubiese funcionado en absoluto y hubiéramos disfrutado de una travesía realmente desagradable.
 
    A partir del cuarto día, el viento se relajó y así se mantuvo toda la navegación por el mar del Coral. Tanto se apaciguó el viento que el problema fue mantener una velocidad razonable para que la travesía, que ya era larga de por sí, no se convirtiera en eterna. Así, probamos todo tipo de combinación de velas, sólo con génova, con génova atangonada, con génova y mayor, con orejas de burro y con espinaker. Esta vela la solíamos utilizar algunas mañanas y la bajábamos a última hora de la tarde cuando el viento subía un poquito. Por la noche no la usábamos porque sin luna, no veíamos el cielo y por tanto, tampoco podíamos ver la existencia o no de chubascos que pudieran traer vientos fuertes. La verdad es que tampoco teníamos ninguna prisa en llegar.
 
    Las condiciones en el mar del Coral con sol, tan poco viento y poca ola hicieron que la travesía fuera especialmente placentera. Habíamos leído que en este mar solía soplar un viento intenso pero como nosotros íbamos un poco retrasados en la temporada si lo comparábamos con los navegantes que hacían el recorrido más popular que paraba en Nueva Zelanda, las condiciones que disfrutamos fueron muy diferentes a las que preveíamos y muchísimo mejores.
 
    No estuvimos solos en nuestra travesía por este mar. Varias veces nos sobrevolaron los pequeños y graciosos petreles. Estos pajaritos, volaban desordenadamente y se dedicaban a rasgar la superficie del mar con sus patas tratando de encontrar alimento. Nunca descansaban y a nosotros nos divertían mucho. También nos visitaron separadamente dos piqueros que pretendían posarse en el barco. Después de la experiencia de la pulga que nos trajo hacía ya tiempo uno, no nos hacían mucha gracia, pero nos daba pena echarlos cuando parecían cansados y con ganas de estar un poco en seco. Así, les permitíamos quedarse pero los apartábamos de su lugar favorito de pose, las zonas de popa próximas a la bañera. También los apartábamos de las placas solares y en este caso el motivo era otro: en cuanto se posaban, cagaban. Era automático y además, no sólo un poco, sino una cantidad increíble. Sin duda, hambre no pasaban. Ante estos irrespetuosos invitados solo nos quedaba espantarlos e ir empujándolos poco a poco hacia la proa donde siempre era más fácil limpiar con un cubo el posible desaguisado que podían provocar. A ellos no les gustaba demasiado pero era o eso o nada. La operación de espantarlos y empujarlos no era fácil porque eran animales muy confiados y no bastaba con un gesto para que se movieran; debías empujarlos físicamente con el bichero una y otra vez.
 
    Como otras travesías, mantuvimos el contacto con la familia a través del teléfono satélite. Dado que las tarifas seguían siendo irrisoriamente altas, no hablábamos pero sí les hacíamos perdidas y esa era nuestra forma de decirles, al menos una vez a la semana, que estábamos bien y que seguíamos a flote. No era mucho pero al menos evitábamos alguna que otra inquietud.
 
    Tuvimos compañía animal pero muy poca humana. Hasta que no llegamos a la línea recta que va del este de la isla de Nueva Guinea a Australia, no vimos ni un solo mercante. Allí, en cambio, como si una carretera se tratase, vimos varios barcos yendo y viniendo.
 
    Desde Tahití estábamos usando un receptor AIS integrado en la radio. Bueno, la verdad es que lo usábamos cuando quería funcionar. Todo estaba aparentemente bien instalado, con aparato e incluso cableado nuevo y aunque la radio funcionaba bien, la posición GPS del AIS sólo funcionaba aproximadamente una hora y luego se desconectaba. Intentamos cambiar la antena GPS dedicada por otra pero el problema lo seguía manteniendo. Preguntamos en Tahití pero no dimos con nadie que pudiera solucionar el problema. Era un inconveniente porque la pérdida de posición del GPS de la radio afectaba no sólo al AIS, sino también al DSC, a la llamada selectiva digital, lo que impediría que en una llamada de socorro automática emitida por nosotros se enviara la posición correcta. El problema se solucionaba apagando la radio, esperando unos diez minutos y volviéndola a encender. Rarísimo o al menos, eso nos lo pareció a nosotros. Algún día tendríamos que solucionar el problema. Cuando el AIS funcionaba, la navegación era más cómoda incluso cuando te topabas con un mercante porque enseguida podías saber qué dirección llevaba y no tenías que estar un buen rato observando un puntito en el horizonte para intuir cuál era su rumbo y velocidad. Además, cotilleabas sobre sus características, dimensiones, velocidad, etc. Era impresionante ver la velocidad que alcanzaban. Uno de ellos por ejemplo, un mercante gigantesco, decía el AIS que iba a 23 nudos. Así, como si tal cosa.
 
    Aunque sin duda, la compañía que más nos gustó durante esta travesía por el Mar del Coral fue la presencia de dorados. Siempre fue habitual en el Pacífico pero aquí, por primera vez -no sabemos por qué ahora y no antes- pudimos verlos perfectamente al lado del barco. Tan cerca estaban que si hubiéramos querido pescarlos con un arpón, quizá pudiéramos haberlo hecho (subirlos a bordo sería otra cosa). Sin embargo, no hubiéramos sido capaces de hacerlo. Tirar la línea y que ellos piquen lo considerábamos diferente a dispararles directamente. Una mañana, con algún pez volador seco de los que se quedaban en cubierta por las noches, se lo lanzamos a un dorado medio metro delante suyo. El enorme pez, con una velocidad asombrosa, aceleró para cazarlo pero con la misma rapidez lo tocó con la boca y lo desechó. No le gustó  que su comida no fuera fresca del todo y que no se moviera.
 
    Los dos primeros días de navegación los pasamos muy ligeramente mareados. Dani se recuperó enseguida pero Sandra, aunque las molestias eran ligeras, continuó con los malestares algo más de tiempo de lo que era habitual en ella. Incluso en dos ocasiones vomitó y todo. Era extraño. También sentía ligerísimas nauseas en alguna ocasión. Lo achacamos al principio a los dos primeros días en lo que hubo algo más de mar, pero luego, el mar se tranquilizó muchísimo y nuestra justificación se desvaneció. ¿Sería el agua de Vanuatu que habíamos cargado el último día? Decían que era potable pero nunca se sabía. De todas formas el problema no era grave y no nos preocupamos demasiado. Con el paso de los días Sandra, junto con otros síntomas nuevos, ya se fue imaginando qué podía ser. Precisamente, en nuestros últimos días en Vanuatu, habíamos tomado una importante decisión, dejar que la naturaleza siguiera su curso y si quería, que Sandra pudiera quedarse embarazada. Después del cáncer que sufrió en 2013, le habían advertido que podía ser difícil quedarse en estado. Por ello, ante esa perspectiva, pensamos que no podíamos demorarlo mucho tiempo más. Pues fue visto y no visto. Los síntomas ahora parecían no dejar lugar a dudas. ¡Sandra estaba embarazada! Lo malo era que no podíamos asegurarnos y decidimos no darnos falsas ilusiones e intentar no pensar en ello hasta que llegáramos a Indonesia y pudiéramos confirmar la buena noticia. La verdad es que el intento de olvidarnos del tema fue un fracaso total, con el paso de los días la conversación sobre nuestra futura paternidad eran más reiterativos. Estábamos muy ilusionados.
 
    A la semana de navegar, la bolsa de vientos muy fuertes no hizo acto de presencia y continuamos con un viento flojo que, en ocasiones, casi era insuficiente. El espinaker fue la vela más querida esos días.
 
    A los dieciséis días de travesía llegamos al comienzo del estrecho de Torres. Recomendaban llegar con las primeras luces del día a la entrada de Blight pero, lógicamente, después de dieciséis días, no pudimos acertar en la hora y llegamos exactamente doce horas más tarde, con las últimas luces del día.
 
    El estrecho de Torres separa Australia de Papúa Nueva Guinea y une el mar del Coral, por el que habíamos navegado esos días, con el mar de Arafura, nuevo mar en el que nos adentrábamos por primera vez. El estrecho de Torres se caracteriza por ser una zona de muchísimas islas y arrecifes y con muy poca profundidad. Esto último lo comprobamos enseguida cuando observamos que el color del mar pasó de un azul oscuro a un azul turquesa. Durante toda la travesía por esas aguas, el profundímetro no marcó más de 15 metros y eso que íbamos por la zona balizada donde existían las zonas más profundas.
 
    Entre la multitud de arrecifes, ignorábamos si había un camino más corto para atravesar el estrecho ya que las cartas que teníamos, las típicas Garmin y CMAP, no eran muy precisas. Sí sabíamos que había un paso cerca de Papua Nueva Guinea y canales alternativos al del Príncipe de Gales que era el que íbamos a tomar nosotros, pero nada más. De todas formas, tampoco nos preocupó mucho ni indagamos más y tomamos el rodeo habitual que toman todos los barcos que cruzan la zona y el que recomiendan algunos derroteros para veleros. Nos desviamos bastante hacia el norte, hacia la entrada de Blight, cerca de los cayos Barmbe, y ya desde allí, tomamos rumbo sur-sureste por el Great North East Chanel. Como podréis ver en la derrota colgada en la sección “dónde estamos” de esta página web, el desvió era considerable. Al final de ese canal, cogías el canal Príncipe de Gales (Prince of Wales Channel) que con dirección este-oeste y bordeando la isla de Friday, te llevaba directo al mar de Arafura.
 
    La navegación por el estrecho de Torres duró la primera noche entera, una mañana, una tarde y media noche del siguiente día. Durante la primera noche, las muy buenas condiciones meteorológicas, con suave viento, las bien señalizadas islas con sus luces correspondientes y la facilidad que produce navegar con GPS, hizo que no tuviéramos ningún problema en esta zona históricamente difícil para la navegación. Únicamente tuvimos cierta sensación de intranquilidad cuando pasaban en plena noche y relativamente cerca, grandísimos portacontenedores.
 
    Por la mañana pudimos observar algunas de las islas que siembran la zona. Era una pena no poder parar en ellas pero estaba absolutamente prohibido por la normativa australiana que era el país a quien pertenecían. Si querías hacerlo, debías llegar primero a un puerto de entrada -el más cercano era la isla de Friday- completar la farragosísimos trámites burocráticos entre los que estaban deshacerse de toda la comida, fumigar o deshacerse de todos los objetos de madera y de origen animal, realizar un tratamiento de desinfección del barco y de la madera incluido en él, pagar altísimas tasas, etc. etc., y posteriormente, desandar el camino para poder fondear en ellas. Lógicamente, no lo hicimos. Por el contrario, no cumplir con las formalidades y fondear directamente hubiera tenido graves consecuencias y la posibilidad de pasar inadvertido era algo ingenuo como comprobamos al poco. Un helicóptero de la Guardia Costera Australiana nos sobrevoló y se situó, volando, encima de nuestra popa. Se puso en contacto con nosotros por radio y por fin, Dani después de todos estos años, aplicó sus estudios de PER, Patrón de Yate y Capitán de Yate usando algo de ello, en concreto el alfabeto interco pudiendo deletrear Piropo: Papa, India, Romeo, Oscar, Papa, Oscar. La conversación fue sin embargo bastante patética porque en cuanto empezó, un mercante enorme pasó muy cerca del Piropo y la alarma del AIS comenzó a sonar fortísimamente. Era la primera vez que nos sonaba pese a que a lo largo de la mañana habíamos pasado junto con otros cinco barcos aunque quizá algo más alejados. No sabíamos como quitarla. La alarma solapaba la voz de la radio y no era fácil desconectarla con las prisas y de forma definitiva para que no volviera a sonar a los segundos. Cuando conseguimos hacerlo, los guardacostas se habían cansado de nosotros y se habían ido. Nos sentimos un poco ridículos.
 
    La noche apareció justo cuando nos adentramos en el Canal Príncipe de Gales. Entonces empezamos a correr y correr. El motivo no era el viento que había soplado a lo largo del día a más de 25 nudos, ni un mar plano que facilitaba el avance debido al resguardo de los arrecifes e islas, sino una poderosísima corriente que se canalizaba justo en aquel canal en la misma dirección que nuestro avance. Íbamos a más de ocho nudos mantenidos. Lo más curioso es que en cuanto cayó la noche el viento se paró y aunque la sensación era de ir muy despacio, nuestra velocidad era alucinante. Pasamos entonces cerca de la isla de Friday. Podían verse las casitas, las luces y nos dio muchísima pena pasar tan cerca de un país tan conocido como Australia y no poder echarle un pequeño vistazo a algo. Tendríamos que esperar para otra ocasión.
 
    Mientras pasaba la noche por el Canal Príncipe de Gales, Dani fue apretando botones del display del piloto y, por casualidad, encontró la forma de configurar totalmente la calibración. Ahora el piloto iba perfecto, llevaba el barco como si fuera por un raíl y lo mejor, sin desconexiones de ningún tipo.
 
    Y llegamos al mar de Arafura. El cielo en este mar, al igual que lo habíamos tenido en el mar del Coral en cuanto nos acercamos al estrecho de Torres, fue de un sol ininterrumpido. Apenas había pequeños cúmulos dispersos y nunca apareció un chubasco ni una acumulación exagerada de nubes. Lo agradecimos mucho después de los meses nubosos y lluviosos que habíamos tenido en Samoa, Wallis, Fiyi y Vanuatu.
 
    El viento en el mar de Arafura fue más intenso que en el mar del Coral. Variaba en su dirección de sureste a noreste y nos hizo trabajar un poco teniendo que cambiar de vez en cuando las velas de lado. A medida que avanzamos, el viento fue disminuyendo y en el mar de Timor, aún fue más flojo.
 
    El día 18 de travesía, sólo nos quedaban 1000 millas para llegar a Indonesia y atrasamos entonces dos horas el reloj para ajustarlo un poco al horario solar. Con el avance hacia el oeste cada día el sol salía y se ponía más tarde y el cambio, aunque en un velero no se fuese muy rápido, era evidente al cabo de los días. Así pues, atrasamos el reloj dos horas.
 
    Un día, vimos no lejos del barco una enorme serpiente de color amarillo. A la vez que nadaba, asomaba la cabeza lo más alto que podía intentando orientarse. La verdad fue que nos dio la sensación que se había separado de la costa y andaba perdida. Esta impresión la desechamos al cabo de los días porque aún vimos dos serpientes más, de la misma forma y característica y a ambas las vimos nadando del mismo modo que la primera. La verdad era que no nos gustaban mucho las serpientes y menos, una de ese tamaño. Esperábamos que no se pudieran subir al barco con lo lentos que íbamos.
 
    También vimos un día una totuguita muy pequeña. La pobre parecía muy desvalida estando tan sola y siendo de tan pequeño tamaño pero supusimos que debía estar bien aunque estuviera tan lejos de la costa.
 
    El día 21 de travesía atravesamos largas extensiones de mar cuyas aguas eran de un color marrón. Era rarísimo. Echamos un cubo al agua atado a un cabo y vimos que en un poco cantidad de agua, habían miles y miles de pequeñas partículas en forma de pelillos. ¿Serían algas? Las grandes extensiones de mar marrón se repitieron a lo largo de ese día y el siguiente y así como aparecieron, desaparecieron.
 
    Aunque sin duda, lo que nos quedará para siempre en el recuerdo de esta travesía ocurrió en el mar del Timor. Estando los dos en la bañera, oímos de golpe un tremendo ruido, como un golpeteo fuerte en el agua continuo. Inmediatamente levantamos la vista y vimos una línea perfecta de colas de delfines dando golpes en el agua. Había más de 50 delfines haciendo lo mismo en una línea recta perfecta. De repente y al unísono, el chapoteo paró y todos a la vez, se pusieron a nadar hacía delante justo al mismo rumbo que llevaba el Piropo. Avanzaban a gran velocidad saltando una y otra vez por encima de las olas. Al poco se separaron en dos grupos y uno nos bordeo a gran distancia por estribor y otro, también a distancia, por babor. De allí, ya los perdimos de vista aunque todavía seguían saltando. Nos quedamos maravillados. Las evoluciones de estos animales nos hicieron reflexionar sobre la increíble inteligencia de estos animales, ya que una coordinación semejante, para lo que suponemos debía ser una cacería en grupo, no podía ser solo intuitiva. Que impresionante espectáculo natural habíamos presenciado.
 
    En el último tramo de travesía nos dio por probar la pesca y echamos por la borda el señuelo que tan buenos resultados nos dio en la travesía del Pacífico. Al poco, sacamos un hermoso atún. Sin duda la bailarina, que era como llamábamos a nuestro señuelo pulpito porque sus patas coloridas parecían un tutú, seguía siendo irresistible para los peces.
 
    Los guardacostas australianos estuvieron muy presentes. En el mar de Arafura y en el de Timor nos visitaron una y otra vez sobrevolándonos con avionetas y siempre nos preguntaban lo mismo: nombre, nacionalidad, de dónde veníamos y a dónde íbamos. La verdad fue que resultaron bastante pesados. Podían habérselo apuntado y en cuanto dijéramos el nombre del barco ya saberse la contestación de las otras preguntas pero bueno, supusimos que sería para intentar pillarnos en un renuncio si éramos de los “malos”. Nunca preguntaron si estábamos bien, ni nunca se ofrecieron a ayudar si teníamos algún problema. Meses más tarde, nos sobrevolaría aviones de la armada japonesa y el trato fue totalmente diferente, de una amabilidad y cortesía alucinantes.
 
    Dos días antes de llegar a Timor, nos pasó cerca un pequeño pesquero indonesio o de timor. Era de madera, con colores extraños y una popa elevada sobre el mar como si fuese un galeón antiguo. Sus ocupantes nos saludaron con efusividad y con una gran sonrisa en la boca. Nos dimos cuenta entonces, aún más si cabe, que íbamos a llegar a un país realmente exótico y nos entraron aún más ganas de conocer Indonesia.
 
    Por la noche dejamos el espinaker puesto. La luna llena acompañaba y el viento era muy suave. Esa misma noche unas potentísimas luces aparecieron en el horizonte. A medida que nos acercamos vimos qué eran torres de petróleo. Estábamos en aguas de la zona económica exclusiva de Timor Oriental aunque las torres eran de una compañía australiana.
 
    La mañana del 6 de octubre estábamos a unas pocas horas de llegar a la isla de Timor, isla que pertenece a dos países, Indonesia y Timor oriental. Nos bañamos a cubazos en la bañera y Dani se afeitó para estar algo presentable. Bordeamos la punta sur de la isla y nos acercamos a la ciudad de Kupang, ciudad situada en la parte indonesia de la isla y donde teníamos previsto fondear. La sorpresa vino cuando vimos que toda la costa estaba barrida por las olas. No eran olas grandes pero con ellas sí sería muy difícil desembarcar con el auxiliar. También sería realmente incómodo permanecer en el barco fondeado.  El viento venía de mar y no había lugar tranquilo en el que echar el ancla. Teníamos hasta tres posibles anclajes estudiados con sus correspondientes waypoints pero ninguno era bueno. Decidimos entonces fondear cerca de otros dos veleros australianos que estaban fondeados entre barcos pesqueros indonesios (waypoint aproximado 10 09.47 S 123 34.50 E en unos 9 metros sobre arena). Afortunadamente, el viento era térmico y al poco, el sol se puso. Con la noche, la tierra se enfrió con más rapidez que el mar y el viento cambió de sentido parando con ello las olas. Pudimos dormir tranquilos.
 
    Habíamos estado 28 días en el mar. Nuestro record absoluto de días navegando. En el Pacífico habían sido sólo 23 días para hacer unas 200 millas más pero es que en esta travesía, el viento había sido más suave. Al día siguiente, habría que localizar a nuestro agente y hacer los papeleos de entrada al país cuanto antes. Teníamos muchas ganas de empezar a conocer el país y también, de buscar a un médico que nos confirmara lo que ya suponíamos…  que en unos meses… ¡el Piropo tendría a un nuevo tripulante!
 
    ¡Hasta la próxima!
 
   

Un comentario a “TRAVESÍA DE VANUATU A INDONESIA (2720 millas) Del 9 de septiembre al 6 de octubre de 2015.”

  • Que lindos leerlos de nuevo. 
    Saludos  y espero mas publicaciones?.

Publicar comentario