Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

COLOMBIA: 1ª Parte. Travesía de Aruba a Cabo de la Vela y estancia en este cabo y en Santa Marta. Del 11 al 19 de diciembre de 2012.

 

Atrás dejábamos la turística isla de Aruba para dirigirnos a la famosa travesía del Cabo de la Vela. Decimos famosa porque sobre la misma habíamos leído y oído muchas cosas. Por ejemplo, que era uno de los cuatro cabos más difíciles del mundo para navegar o también, que era la zona más complicada de navegar de toda la circunnavegación por los trópicos. Seguramente fuera todo bastante exagerado porque la épica nos gusta mucho a la gente pero lo que estaba claro era que íbamos a navegar por una zona bastante peculiar. La peculiaridad venía producida porque al doblar el Cabo de la Vela, una corriente en contra se encontraba con las olas que los alisios habían generado durante muchas millas y eso producía al parecer, unas olas grandes, cortas y muy picudas. El famoso libro de Jimmy Cornell “Rutas de navegación por el mundo”, recomendaba encarecidamente que no se partiera de Aruba si había un pronóstico de más de treinta nudos. Nosotros teníamos un parte de unos veinte nudos y en los próximos días tendía a remitir por lo que en ese sentido, partíamos tranquilos esperando no encontrarnos nada fuera de lo normal.

 

Antes de partir y enfrentarnos al mar, en Aruba habíamos tenido que enfrentarnos a otros problemas más terrícolas. Como ya comentamos en la anterior entrada, en Aruba, muy quisquillosos ellos, obligaban que lo primero y lo último que tenías que hacer al entrar y al salir del país respectivamente era ir con el barco a un puerto concreto para formalizar todos los trámites de entrada o salida. En nuestra entrada, la falta de espacio en el pequeño puerto burocrático nos creo ciertos problemas pero afortunadamente en nuestra partida, el enorme mercante que el primer día ocupaba gran parte del puerto ya no estaba y en el lugar había mucho espacio aunque seguían habiendo bastante pequeños barcos venezolanos de los que traían frutas y verduras a la isla. Pese al espacio existente, el amarre al muelle no fue cómodo ya que justo al acercarnos al mismo nos percatamos del lamentable estado de éste. Había huecos por todos lados y temimos que pese a que llevábamos las defensas puestas, el barco se golpeara igualmente. Así pues, decidimos amarrar en una zona donde había unos grandes neumáticos colocados que junto a las defensas, amortiguaron perfectamente el apoyo del barco contra el muelle. Allí, un viejo marino venezolano que paseaba por el lugar a la espera de su turno en los trámites, nos ayudó a amarrar sin que se lo pidiéramos, sin decir ni mú y en cuanto ató los cabos, que hizo con mucha maestría en los raros soportes del muelle, sin esperar siquiera a que le diéramos las gracias, continuó su paseo por el muelle. Los trámites en las oficinas de inmigración y aduanas fueron rápidos y sin que hiciera falta revisión en el barco de ningún tipo, en unos minutos estábamos de regreso en el Piropo con ánimo de partir cuanto antes. Por delante teníamos una travesía de 140 millas hasta el fondeo que había justo después de doblar el Cabo de la Vela, en la Península de la Guajira, ya en Colombia. Allí teníamos previsto encontrarnos con Julio y Jorge del velero Úrsula y Leo, Damián y Juan del catamarán Atlantide. A todos los habíamos conocido en Aruba y tenían previsto partir hacia el mismo destino unas horas más tarde que nosotros.

 

Al principio de la travesía el viento aparente que nos venía de aleta era de unos 15 a 17 nudos por lo que el real debía soplar sobre los 20 nudos. Las olas eran bastante grandes y picudas haciendo la travesía algo incómoda y eso que ni siquiera nos habíamos acercado a la zona de corrientes contrarias que comenzaba en el Cabo de la Vela. El Piropo, entre esas olas, llegó a medio surfear alguna llegando a alcanzar los 9 nudos. Así fuimos avanzando sin inconveniente alguno. Por la tarde pasamos por el norte de las Islas Monjes, pertenecientes a Venezuela y donde, aunque no era nuestra intención, era posible recalar amarrándose a un cable que los militares habían instalado allí entre dos de las islas y un muelle artificial.

 

Con la llegada de la noche, el viento se fortaleció a unos 22-24 nudos de aparente que sumados a los 6-7 nudos que de media llevábamos de velocidad, daban un viento real que debía acercarse a los 30 nudos. En alguna ocasión la racha de viento alcanzó los 27 nudos de aparente. La noche no sólo nos trajo más viento sino que además, con la ausencia de luz, el piloto automático dejó de funcionar. Se desconectaba él sólo sin motivo aparente. Decidimos esperar a la mañana para indagar por el cableado qué era lo que le podía pasar al piloto y en consecuencia, nos tocó esa noche pasarla a la caña. Sobre las cuatro de la mañana, doblamos Punta Gallinas que era el punto más al norte de la Península de la Guajira. A esas horas el viento se había suavizado mucho y las olas, al pasar dicha punta, también. La travesía se hizo entonces muy lenta y avanzamos muy poco a poco pero finalmente, vimos el Cabo de la Vela poco después de que amaneciera. Con el sol, Dani se puso a indagar sin mucho criterio en el piloto automático y éste volvió a funcionar. No sabíamos que le había sucedido aunque días más tarde lo averiguaríamos. Justo antes de doblar el cabo, vimos por nuestra popa las velas del Atlantide y del Úrsula. Nos habían alcanzado pese a que nosotros habíamos salido unas cinco horas antes. Nos convencimos para ser felices, que sus barcos tenían mucho que ver en la diferencia de velocidad pero en nuestro fuero interno sabíamos que la experiencia de la tripulación debía tener bastante que ver.

 

Tras doblar Cabo la Vela el viento se nos puso de cara y a motor, recorrimos el otro lado del cabo acercándonos a la playa y al pequeño pueblo que había justo en la bahía. No había en el lugar ningún velero fondeado. El lugar tenía una belleza especial. Un paisaje lunar, árido, rocoso y su geología tenía colores ocres y verdosos. El agua del mar por estaba traslúcida de la gran cantidad de arena en suspensión. Además, estaba muy fría como comprobaríamos más tarde. Lo más especial del lugar era sin duda la sensación de sentirte un poco alejado de todo ya que incluso los colombianos consideran la Guajira como una zona muy remota.

 

Al poco de fondear vimos que el Atlantide y el Úrsula doblaban el cabo y buscaban fondeo cerca de la punta del propio cabo. Escuchamos sus conversaciones por la radio y entonces contactamos con ellos y les informamos que nosotros estábamos muy bien donde habíamos fondeado, relativamente cerca de la playa y del pueblo. Curiosamente, no nos habían visto hasta que les dijimos donde estábamos. El Piropo se debía mimetizar muy bien con el paisaje. Rápidamente se dirigieron a donde estábamos fondeados y echaron el ancla justo a nuestro lado. Al parecer, tampoco nos habían visto antes navegando. Si llegamos a saberlo antes, les hubiéramos dicho que habíamos llegado diez horas antes que ellos y que cómo podía ser que fueran tan lentos.

 

Nuestra primera intención cuando estábamos en Aruba era navegar directamente a Cartagena de Indias pero nuestros planes cambiaron cuando allí hablamos con Julio y Leo, capitanes respectivos del Úrsula y del Atlantide que nos explicaron las bondades de navegar cerca y a refugio de la costa colombiana en vez de soportar los fuertes mares de las aguas profundas. El consejo por ahora parecía ser muy bueno porque aparte de las condiciones del mar, teníamos la oportunidad de conocer el Cabo de la Vela y sus habitantes, los indómitos guajiros, también llamados wuyuus, muy conocidos por su histórica belicosidad. Por ejemplo, en la guerra de la independencia de Colombia dieron muchos problemas a los españoles tras ser fuertemente armados por los ingleses y es que en la época, eran el único pueblo indígena que sabían montar a caballo.

 

El día fue tranquilo y apenas salimos de los barcos ya que el cansancio por la noche de navegación nos había mermado las fuerzas a todos los tripulantes de todos los barcos. Fuimos a comer eso sí al Atlantide invitados por Leo. Sería la primera de las múltiples invitaciones que recibiríamos en el precioso catamarán Catana. La comida la cocinó estupendamente Leo y la proporcionó Julio, un enorme peto que había pescado el Úrsula por el camino. La comida no se quedó sólo en el peto a la plancha con ajo y acompañado de verduras, sino que también hubieron unos entrantes de embutidos españoles buenísimos y del que hacía mucho que no comíamos.

 

Por la tarde Dani hizo su segunda salida del día. Esta vez para hacer de “Los vigilantes de la playa”. La Guajira estaba relativamente apartado de todo pero hasta allí también llegaba turismo, aunque fuera en pequeñas cantidades. Un kitesurfer, tras ser incapaz de levantar la cometa dado el fuerte viento que se había puesto a soplar por la tarde, estaba volviendo a nado hasta la playa y Dani, pese a que había muchísima distancia, intuyó las dificultades de la persona que estaba en el agua porque veía una cabecita nadando contra la corriente. Así pues, se subió al auxiliar y se acercó a aquella cabecita para ofrecerle su ayuda que fue aceptada. La nadadora, una suiza, hubiera llegado por sus propios medios a la playa pero al menos Dani, le ahorró un esfuerzo.

 

El día 13 de diciembre desembarcamos en tierra todos los integrantes de los tres barcos que habían fondeados en la bahía. Enseguida, un grupo de mujeres con rasgos indígenas nos vinieron a vender pulseritas. Iban vestidas con vestidos largos hasta los tobillos, colgantes vistosos y tenían una piel oscura, pelo muy liso de color negro azabache y las más mayores, los dientes muy estropeados. Una de ellas, de las más jóvenes, llevaba toda la cara negra y según nos contaron, era para protegerse del sol y utilizaban para ello un mejunje hecho a base de caca de cabra. Continuamos el paseo observando las casas que en su mayoría, estaban hechas de caña y adobe. Los niños corrían y jugaban en la única calle que tenía el pueblo y que estaba sin asfaltar y se acercaban a preguntarnos cosas. A lo largo de esa calle, habían desperdigados pequeños comercios, algún colmado, una ferretería, un puesto de frutas, pero lo que más había eran sitios para comer y posadas. El pueblo, antiguamente dedicado a la pesca, se estaba convirtiendo poquito a poco para poder atender a los turistas que al parecer, cada vez frecuentaban más el lugar. La mayoría eran turistas colombianos pero también se veía algún mochilero o kitesurfer extranjero. No obstante, el pueblo seguía viéndose muy exótico y anclado en el tiempo. En todo el pueblo nos costó mucho encontrar un sitio donde aceptaran dólares norteamericanos –el euro estaba totalmente descartado- para poder tomar una bebida. Para el futuro dejamos el probar la especialidad local: chivo cocinado con sus propias entrañas. La señora del local nos explicó alguna receta de cocina como el arroz negro, que en nada se parecía al que se hace en España con tinta de calamar. En Colombia se cuece la leche de coco hasta que se quema y después, le añaden el agua, el azúcar y el arroz.

 

Antes de subirnos a los dinguis de regreso a los barcos nos despedimos de los integrantes del Úrsula y del Atlantide. Ellos partían esa misma tarde hacia Santa Marta. Nosotros en cambio, aún nos quedaríamos en el lugar un día más.

 

Al día siguiente, ya solos en la bahía, desembarcamos de nuevo en el pueblo con la intención de visitar de nuevo a la señora que el día anterior nos había dado la receta del arroz negro colombiano. La pobre le había dicho a Sandra que allí tenían muchas dificultades en conseguir cocos y como nosotros teníamos todavía muchos de nuestra estancia en los Roques y Aves, decidimos regalarle algunos. Lamentablemente, cuando llegamos a su establecimiento la señora no estaba y el marido, que no nos conocía de nada, puso una cara bastante sorprendida al ver que unos “gringos” le llevaban cocos a su mujer. Cuando tras la sorpresa ya se situó un poco, fue muy amable y nos explicó todo lo que podíamos ver por la zona.

 

Paseamos entonces en dirección a un extremo del pueblo y nos volvimos a encontrar con unos niños con los que habíamos hablado el día anterior. Esta vez, estaban jugando a cargar cubos de agua de mar hasta su casa que estaba cerca, al otro lado de la calle. Cuando le dijimos que nos íbamos al día siguiente se pusieron tristes y nos dijeron que nos quedáramos. Los pobres niños siempre cogen cariño a la gente muy rápidamente. Tras despedirnos de los niños nos engancharon otros lugareños que estaban tumbados en unas hamacas y que al parecer, tenían muchas ganas de hablar. Estuvimos charlando más de una hora y la conversación fue muy interesante ya que nos explicaron cómo ellos veían su país. Seguimos después paseando y llegamos hasta el extremo del pueblo donde dejaban de haber casas y sólo había la pista de arena y tierra que comunicaba la población. De regreso, decidimos continuar hasta el otro extremo del pueblo y seguir luego hacia el Pilón de Azúcar, una pequeña montaña muy peculiar que se veía a lo lejos y que sabíamos tenía una playa a sus pies llamada Playa del Pilón. El camino era de lo más interesante porque no estaba asfaltado y podía verse el paisaje desértico del lugar. En la zona había unas grandes lagunas de color rosado con muchas garzas. Al parecer, esas lagunas tenían arenas movedizas. Las bordeamos por caminos embarrados y rodeados de cactus y bajos arbustos. En una hora llegamos a la playa que tenía dos autobuses de turistas colombianos que habían llegado por la incómoda pista de arena. La playa tenía una arena de un peculiar color rojizo y estaba bordeada de acantilados de baja altura de piedras de color verde intenso. En el extremo de la misma, se erigía el Pilón de Azúcar, una montañita de piedra verde de forma cónica. El agua en el lugar estaba tan traslucida como el agua donde habíamos fondeado el barco pese a que estábamos en el otro lado del cabo y al igual que allí, estaba muy fría. Nos dimos un chapuzón para refrescarnos y descansamos en el lugar un rato antes de regresar de nuevo a pie hacia el pueblo por el largo camino de arena. Llegamos a la población cuando ya era bastante tarde, muy cansados por el calor y el apetito por lo que sin mucha demora, nos subimos al auxiliar rumbo al barco para hacer una comida-merienda tras el preceptivo baño en las poco trasparentes aguas del fondeo.

 

El día 15 amaneció calmado. Los vientos térmicos que soplaban siempre fuerte en el lugar en las última horas de la tarde se apaciguaban al amanecer y ese día no había sido una excepción. Sin viento apenas y el poco que venía soplándonos de proa, levantamos ancla y nos dirigimos hacia la ciudad de Santa Marta. Preferíamos iniciar la travesía en estas condiciones ya que pensábamos que era mejor sufrir la falta de viento que el exceso. Sobretodo si la corriente en contra creaba esas olas tan picudas y cortas. No obstante, si navegábamos tan cerca de la costa, no tendríamos que tener problema alguno mientras el Cabo de la Vela siguiera ofreciendo refugio.

 

A lo largo de la mañana el viento fue creciendo y a la hora de comer ya navegábamos exclusivamente a vela con 15 nudos de viento a favor. Pasamos el tiempo leyendo y también arreglamos el protector solar de la génova que estaba ligeramente descosido aprovechando que casi no había ola y que la génova estaba totalmente desplegada y accesible.

 

Con la llegada de la noche, el piloto automático volvió a fallar. Los toqueteos de Dani no habían servido de nada y si por la mañana el aparato volvía a funcionar era sólo porque la tensión del sistema eléctrico volvía a subir debido a que las placas solares estaban cargando. Días más tarde, en Cartagena descubrimos el motivo del fallo. Aunque la tensión de las baterías era siempre muy buena ya fuese de día y de noche, la verdadera tensión que llegaba hasta el extremo del cable donde se conectaba el piloto era bastante poca cuando éste estaba en funcionamiento. Así pues, había que conseguir que la tensión que había en las baterías llegase con casi igual intensidad al extremo del cable y para ello, nos tocó cambiar cables eléctricos por unos nuevos, aumentamos el grosor de otros, limpiamos llaves y sobretodo, cambiamos la instalación eléctrica de la nueva nevera de forma que fuera más eficiente, quitándole resistencias y restándole longitud. Pero todo eso no lo solucionaríamos hasta que llegamos a Cartagena por lo que esa noche, nos tocó de nuevo pasarla al timón.

 

Por la noche el viento arreció bastante y aún lo hizo más cuando amaneció. Soplaban entonces poco más de treinta nudos de viento real. Estábamos muy cerca de Santa Marta, enfrente de las cinco bahías del Parque Nacional Tayrona. La visión de la costa era impresionante. Difuminada se veía la Sierra Nevada de Santa Marta con montañas de más de cinco mil metros que lógicamente, con esa altura, tenían sus picos nevados. Las bahías estaban abiertas al mar y las grandes olas que había en ese momento, reventaban contra los acantilados. En las cinco bahías había unos fondeaderos y nos acercamos para tantear el lugar aunque rápidamente lo descartamos viendo las grandes y altas espumas blancas de la costa. A la decisión ayudó el conocer que en la zona existía un violento y súbito viento terrestre que podía alcanzar los 40 e incluso los 50 nudos. Así pues, teniendo cerca la cómoda y resguardada Marina de Santa Marta no dudamos y como teníamos originalmente previsto, nos dirigimos hacia allí.

 

Pasados la Isla de la Aguja y el cabo del mismo nombre, el viento y la ola desaparecieron y casi encalmados, llegamos a la ciudad de Santa Marta y a su marina. Amarramos sin ningún problema ayudados por los simpáticos marineros y como la oficinas de la marina estaban cerrada por ser domingo, tuvimos que hacer la entrada al día siguiente y en consecuencia, ese día, no nos lo cobraron. Quince euros que nos ahorramos.

 

Debido al cansancio de la travesía y aunque teníamos mucha curiosidad, decidimos posponer la visita de la ciudad para el día siguiente y nos quedamos esa tarde en el barco todo el tiempo excepto para tomar una larga ducha disfrutando del agua dulce y caliente en las limpias y modernas instalaciones de la marina.

 

Al final de la tarde y por la noche, el viento sopló relativamente fuerte, hasta unos 27 nudos y pensamos lo bien que estábamos allí amarrados en vez de estar fondeados en las Cinco Bahías como se nos había pasado por la cabeza por la mañana.

 

Al día siguiente hicimos la entrada oficial en la marina. También teníamos que hacer los papeleos de entrada en el país y en Colombia, bastante atrasados en este aspecto, era obligatorio que te los tramitara un agente. Muy amables, en la oficina de la marina llamaron a un agente del que habíamos oído cosas positivas y como había tiempo hasta que viniera, decidimos salir a dar una vuelta por el centro de la ciudad que estaba muy próximo para intentar de paso cambiar algo de dinero. Fuimos a un Banco Bilbao Vizcaya que no cambiaba moneda y nos remitieron a Bancolombia, que únicamente cambiaban dólares americanos. Menos mal que llevábamos con nosotros unos pocos. Si queríamos cambiar euros, tendríamos que cambiarlos en una casa de cambio a un tipo horrible para nosotros. Sobre este tema hemos de decir que en Colombia cambiamos nuestra premisa de nunca sacar dinero de los cajeros. Era cierto que te cobraban altísimas y misteriosas comisiones que nunca podían conocerse a priori, pero en las casa de cambio te hacían un cambio tan y tan malo, que era mejor pagar la comisión del cajero que comprarles moneda a esas casas de cambio al tipo que ofrecían.

 

Paseamos luego por la ciudad. Santa Marta era en general una ciudad moderna pero aún conservaba alguna zona colonial. Estas zonas coloniales daban especial belleza a la ciudad con sus calles estrechas muy llenas de vida. Vimos el Convento de San Francisco y la Catedral. La ciudad era muy alegre, animada y limpia. La seguridad era exageradísima ya que había una pareja de policías en cada calle, sin excepción, y en ocasiones incluso habían más. La inseguridad en Colombia se había reducido en los últimos años pero aunque los sanguinarios grupos paramilitares habían entregado sus armas, las FARC, la guerrilla colombiana, aunque muy debilitada, seguían amenazando el ambiente y aún controlaba pequeñas partes selváticas de Colombia. Si había poco que temer al respecto, en nuestra estancia aún lo había menos porque se estaban manteniendo conversaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla por lo que temporalmente, las hostilidades habían cesado. El ejército no obstante seguía muy presente, habían controles en las carreteras, tenían muchos cuarteles e incluso tenían una radio y televisión propias e informaban por ellas de sus actividades.

 

Regresamos a la marina y nos encontramos con nuestro agente, Dino, que resultó ser un pesado que no recomendamos a nadie ya que en vez de intentar ayudar, sólo pensaba en cómo podía cobrar algo. Nosotros teníamos varias dudas y todas sus soluciones eran las que a él más le convenían. Incluso nos propuso al principio que dejáramos el barco en Santa Marta durante toda nuestra estancia en Colombia para organizarnos los viajes de autobús y tramitarnos él todos los papeles. Nosotros ya teníamos claro que queríamos ir con el barco a Cartagena de Indias y en consecuencia, sólo nos interesaba pagar lo mínimo posible y veíamos absurdo que nos hicieran pagar 100 dólares americanos en trámites burocráticos por estar sólo tres días en Santa Marta. En Colombia, un poco anticuados en cuanto a turismo de navegación de recreo se refiere, te obligaban a contratar a un agente para hacer los trámites de entrada, y cada vez que recalabas en un puerto, tenías que hacer una entrada y una salida y contratar a un agente nuevo. Además, si te quedabas más de quince días tenías que hacer un permiso de navegación que costaba también lo suyo.

 

Nosotros, decidimos que si no nos quedábamos en Santa Marta mucho tiempo, nos arriesgaríamos un poco y no haríamos papeleos de entrada en esa ciudad y así, nos ahorraríamos 100 dólares. No creíamos que por la información de la marina, la Capitanía de Santa Marta se pusiera a buscarnos. Después en Cartagena, retrasaríamos un poco la entrada para así, quedándonos oficialmente sólo quince días en Colombia, nos ahorraríamos el hacer el permiso de navegación. Igualmente, regatearíamos un poco el precio a nuestra agente de Cartagena y así, todos los trámites en Colombia “sólo” nos saldrían finalmente por 75 dólares.

 

Dino, el agente, fue tan rastrero, que cuando empezó a intuir que no queríamos hacer papeles, nos empezó a amenazar de los horribles “tormentos” que nos sucederían si nos pillaban. Se le notaba molesto porque pasáramos por allí sin desembolsarle a él ningún dólar. Como última intentona nos ofreció la posibilidad de que si le pagábamos 20 dólares, sacaría a comer al funcionario de la capitanía para que no nos pasara nada. Por supuesto, tampoco le pagamos esa cantidad.

 

Tras nuestra interesante charla con Dino, con el que quedamos que ya le diríamos algo cuando decidiéramos los días que nos quedaríamos en Santa Marta, nos fuimos a comer por ahí. La comida en Colombia era muy barata y decidimos aprovecharlo. Encontramos un lugar que por unos dos euros y poco, te daban una especie de Sancocho de entrante (sopa de carne con verduras) y de segundo, un bistec de vaca acompañado de arroz, ensalada, pasta y patacón (plátano frito). Para beber podías elegir entre zumo de piña natural y agua de panela (caña de azúcar) con limón. Si repetías de bebida te cobraban 300 pesos más (0,13 euros). Así daba gusto salir a comer.

 

Tras la comida seguimos conociendo la coqueta ciudad de Santa Marta. La verdad era que nos estaba gustando mucho sobre todo, los simpatiquísimos colombianos. En esa ciudad y en lo que después conocimos de Colombia, siempre fueron muy alegres y siempre tenían una sonrisa en la boca. Esa sonrisa no la perdían ni los vendedores ambulantes cuando rechazabas una oferta. En ese sentido, veíamos una diferencia brutal con Venezuela en la que cierta gente en ocasiones, era mucho más arisca. No obstante, Venezuela fue también un país que nos encantó.

 

Por la tarde, pudimos entrar en la catedral ya que las iglesias sólo las abrían a partir de las cinco de la tarde. Era de estilo colonial, blanca y su interior estaba decorada por las fechas en las que estábamos con guirnaldas de árboles de navidad que creíamos no pegaban mucho en una iglesia católica. También vimos un belén cuya cunita central estaba vacía. O habían robado al Niño Jesús o se había roto.

 

Regresamos a la marina bordeando el paseo marítimo que estaba también animadísimo con gente en la playa bañándose o haciendo cosas raras como uno que practicaba malabares con botellas para seguramente servir cócteles, o un grupo de unos ocho porteros de fútbol de todas las edades que hacían ejercicios frente a un tipo que les iba haciendo fotos. En el espigón mientras, muchas parejitas acarameladas miraban la bahía.

 

Llegamos a la marina cuando acababa de oscurecer y antes de cenar, estuvimos un rato en unas mesas de madera que habían instaladas en la marina donde corría el fresco y allí estuvimos con nuestros ordenadores mirando internet un rato.

 

Al día siguiente, antes de coger un autobús que nos llevara al cercano y turístico pueblo de Taganga, conocimos a un joven navegante neozelandés que acababa de llegar a la marina junto con su novia francesa. Dani le comentó que seguramente nos iríamos al día siguiente para Cartagena de Indias y él comenzó a asustarle sobre la navegación que teníamos por delante. Nosotros creíamos que la parte más difícil de la navegación de Aruba a Cartagena ya la habíamos hecho pero el neozelandés insistía que ni mucho menos, que la zona enfrente del río Magdalena era la peor ya que las olas eran grandes y cortas por la corriente en contra existente y que siempre te pillaban por el través por el rumbo que se llevaba. Comparaba a las olas que te podías encontrar como grandes máquinas lavadoras. A partir del Río Magdalena en cambio, como el rumbo que cogías permitía que las olas te vinieran más de popa, la situación se volvía menos peligrosa. Insistió mucho que miráramos bien el parte puesto que ahora no debía estar muy bien porque él, que acababa de llegar la noche anterior, lo había pasado muy mal en su travesía desde Aruba. Con ese panorama, decidimos que a la vuelta de Taganga estudiaríamos bien el parte y decidiríamos que hacer. Por lo que habíamos visto el día anterior, teníamos al día siguiente unas horas de viento calmado antes de que viniera un frente fuerte que duraría más de una semana.

 

Caminando hacia la calle donde podríamos coger un autobús para Taganga, nos interceptó un tipo en motocicleta. Era el pesado del agente. Nos preguntó que qué íbamos a hacer y le contestamos que dependía de la meteorología. Si hacía bueno, nos íbamos al día siguiente sin hacer papeles, si hacía malo, nos quedaríamos. Él no pudo contenerse y nos recordó nuestra situación irregular y también nos dijo que eso podía también acarrearle una responsabilidad a él por ser nuestro agente. ¡Qué tormento de hombre!

 

Tras nuestro “alegre” encuentro matutino, continuamos caminando por las calles hasta que llegamos al lugar donde podíamos coger el autobús hacia el pueblo de Taganga. Este pueblo era un antiguo pueblo de pescadores próximo a Santa Marta que había perdido todo su encanto. Ahora allí quedaban muy pocos pescadores y estaba abarrotado de turistas tanto colombianos como extranjeros que iban a pasear para intentar descubrir lo que es su momento fue el pequeño pueblo. La playa de Taganga estaba bastante abarrotada pero sus aguas eran frescas y limpias. No podías dar dos pasos sin que un comercial no te ofreciera hacer el típico paseo en barca a una próxima playa llamada Playa Grande. Las barcas iban y venían creando un continuo tráfico que llevaba y traía turistas. Nosotros decidimos ir a Playa Grande a pie ya que sabíamos que se podía hacer y que sólo eran 20 minutos. Uno de los comerciales, cuando le dijimos nuestras intenciones nos dijo que el paseo era largo y muy peligroso ya que solían haber atracos. Menos mal que no le hicimos caso porque el camino fue corto y estaba bastante transitado de gente local que iba hacia allí. Había incluso un policía en el punto más alto de la colina que había que subir para descender luego a la playa. Playa Grande no tenía nada de especial, estaba abarrotadísima y tras una pequeña franja de arena se agolpaban los restaurantes de madera y paja ofreciendo pescados para comer. Sin duda, el antiguo pueblo de pescadores se había convertido en lo de siempre.

 

Regresamos de Playa Grande a Taganga y comimos allí en un restaurante de los de 6000 pesos colombianos el menú (2,60 €) que servían lo acostumbrado, sancocho de primero, carne o pescado con guarnición de segundo y agua de panela para beber. Con el estómago lleno, cogimos el autobús para Santa Marta y una vez allí, fuimos a un supermercado para comprar algunas provisiones. Luego, cargaditos como animales, llegamos al barco y justo cuando estábamos cargando las cosas al Piropo, volvió a aparecer el pesado de Dino. Era incansable. Ni siquiera nos había dejado mirar la meteo y así se lo dijimos para que nos dejara un poco tranquilos. Más tarde, nos fuimos con los ordenadores a la terraza para mirar la meteo con mucho detalle ya que nos acabábamos de encontrar de nuevo al neozelandés de la mañana, esta vez con su novia, y nos advirtió otra vez del peligro de la travesía. En principio, consultando la meteo, vimos que al día siguiente teníamos unas 15 horas de buen viento. Después el viento subiría progresivamente hasta volverse tormentoso alcanzando los 30 nudos e incluso 35. Visto lo visto y como no queríamos pasarnos las navidades en Santa Marta, decidimos que saldríamos al día siguiente. Con esas 15 horas ya habríamos avanzado mucho y las últimas horas, cuando ya fuera subiendo el viento, estaríamos cerca de Cartagena.

 

En nuestra próxima entrada os contaremos nuestra travesía a Cartagena y nuestra estancia en la que dicen es, arquitectónicamente hablando, la ciudad más bonita de Sudamérica.

 

Un saludo.

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

7 comentarios a “COLOMBIA: 1ª Parte. Travesía de Aruba a Cabo de la Vela y estancia en este cabo y en Santa Marta. Del 11 al 19 de diciembre de 2012.”

  • Dino también nos trato muy mal, es el peor de todos. Conocí uno de nombre Rafa que tambien nos intento timar en varias ocasiones. El claramente el tema de la agencias marítimas en Colombia la Dimar no las tiene bien controladas, esos agentes hacen lo que quieren con los visitantes. 

  • Me encanta tu travesia nosotros tenemos planeado hacer una ruta de navegacion entre Venezuela y Aruba pero andamos en busqueda de informacion ya que nuestra embarcacion es mucho mas pequeña que las de ustedes nos encanta navegar y esta travesia es nuestro reto saludos

  • e enanta tu traesia nosotros teneos planeado haerle una ruta de naegaion entre eneuela y aruba pero andaos en busq

  • Hola, quiza ya no leas mi comentario. Son casi dos años depsues de que escribiste este blog pero me ha encantado ! De hecho yo estaba por las mismas fechas haciendo la misma travesia que tu pero en moto. Como es que no nos encontramos ni en el Cabo, ni en Santa Marta, ni Cartagena ? es muy curioso ! 
    Yo nunca he navegado y aunque solo he leido esta entrada, seguramente me las voy a leer todas, me ha entrado las ganas de navegar ! Esto es inspirador de verdad. Soy colombiana y que bueno que les haya gustado el Cabo de la Vela, para mi es hermoso, es tranquilo, se esta convirtiendo de a poco en un lugar muy turistico pero conserva su tradicion, Santa Marta es bella y que mala onda que no seguiste el caminito de Taganga mas alla de playa Grande, la caminata dura cerca de hora y media pero puedes ver otras playas pequeñas menos concurridas porque casi nadie se le mide a caminar y donde puedes ver a los pescadores de taganga! 
     
    Un abrazo y me ha encantado tu blog ! 

  • Fuerza Sandra ERES UNA BERRACA, acabo de leer todo el relato desde el "bulto raro" hasta el "volveremos a panama el ¿19? de febrero de 2014" tengo q decirles q quede anonadado e impactado, mientas iba leyendo. solo tengo para decirles fuerza, afortunadamente todo quedo en un trago amargo, SANDRA, MIS RESPETOS PARA TI, tienes una grandeza extraordinaria.
    att:Shudowamz

  • Hola, excelente relato, me encontré con su travesia por mera casualidad, y vaya, muy interesante, no pude parar hasta llegar al final, maravilloso todo, q bien q conoscan mi hermoso pais y mi bellisima Guajira, un autentico diamante en bruto. Hubiesen pasado unos dias en la ciudad costera de Riohacha, es la capital de La Guajira, excelente muchachos, los colombianos somo unos "bacanos" y "berracos" me encanta q lo hayan notado, TIENEN LAS PUERTAS ABIERTAS EN ESTE BELLO PAIS, q poco a poco se va mostrando como realmente es, y no como muchos estereotipos q aun permanece en las mentes de algunos desactualizados, q si bien no son del todo falsos, hoy en dia ya hacen parte del pasado. Vamos a leer ahora la segunda parte, exitos amigos, y vuelvo y se los digo, a personas como ustedes COLOMBIA SIEMPRE LES TENDRÁ LOS BRAZOS ABIERTOS. Saludos.
    att:Shudowamz.

  • ¡¡ Por fiiinn !! ya tenía ganas de leeros ja ja ja .
    Veo que seguís vivitos y coleando. Nosotros por aquí contando los sobres del Bárcena y vosotros al sol caribeño… aiinnnnssss que suerteee.
    Saludos

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