Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

VANUATU I (isla de Efate e isla de Epi). Del 31 de julio al 24 de agosto de 2015.

 

    Llegábamos a Vanuatu después de una travesía de aproximadamente 500 millas desde Fidji. Debido a las malas condiciones que tuvimos en el transcurso de la misma, se nos había roto el pistón del piloto automático y casi se había volatilizado el bimini, aunque en este caso es verdad que estaba ya muy tocado desde hacía mucho tiempo.

    En el inicio de la travesía no se manifestaron las malas condiciones que íbamos a tener. La enorme isla de Viti Levu nos ofreció tanto resguardo que nos obligó a navegar a motor más de 12 horas sin absolutamente nada de viento y en un mar totalmente plano. La protección de la isla era sin duda la causa de esa excesiva tranquilidad porque la previsión meteorológica señalaba que las condiciones que habían esos días no iban a ser muy cómodas, con alisios que soplarían toda la semana con no menos de 25 nudos de intensidad y unas olas que rondarían los 4,5 metros. Esos vientos los encontramos efectivamente transcurridas esas doce horas de navegación a motor y a partir de entonces el viento ya no paró, teniendo muchas veces más de 30 nudos de aparente de popa. Más que el viento lo realmente incómodo de la travesía fue que, independiente del tamaño de la olas, que no nos solía importar mucho sin venían ordenadas y espaciadas, esta vez, además de grandes venían muy picudas y en ocasiones rotas. Pero lo peor sin duda eran unas olas que, de igual tamaño y condiciones que el resto, aparecían de repente totalmente laterales al barco y lo golpeaban como si lo abofetearan. Una de ellas, especialmente grande, picuda y lateral, tumbó al Piropo más de lo que nunca lo había estado sumergiendo bastante la regala bajo el agua y provocando a su vez que dos de los bidones de gasoil que llevamos colgados en la cubierta no aguantaran la presión de ir sumergidos y se perdieran. En estas condiciones, la mayor parte de la travesía la tuvimos que pasar dentro de la cabina ya que los rociones atravesaban la cubierta muy a menudo.

    El piloto automático se estuvo portando bien al principio pero después, la parte del pistón que sale y entra, acabó por soltarse cada dos por tres lo que nos obligó a tener que salir apresuradamente al exterior para poner a rumbo el barco y colocar de nuevo el piloto antes de que una ola especialmente grande, de las que continuamente venían por la aleta, nos diera algún susto cogiéndonos lateralmente. En definitiva una muy mala travesía, siendo un poco por todo -condiciones y averías-, quizá la peor que habíamos tenido hasta la fecha con el Piropo.

    Finalmente, llegamos a la Bahía de Port Vila, la capital de Vanuatu, situada en la isla de Efate. Era totalmente de noche cuando llegamos pero la entrada era muy fácil, bien señalizada, y cansados como estábamos y teniendo un waypoint fiable de fondeo, no dudamos en hacerla en la oscuridad. Fondeamos entonces en la zona habilitada de cuarentena para los barcos que llegaban al país y allí, con el barco descansando por fin, descansamos nosotros también el resto de la noche (waypoint aproximado 17 44.23 S 168 18.58 E).

    Al día siguiente, llamamos por VHF a las autoridades para hacer los papeleos de entrada y ante su silencio contactamos con Yatching World para que fuesen ellos los que les avisaran. Esta empresa da servicios a los yates y, en especial, proporcionan boyas para amarrarte frente a Port Vila. Fondear en la Bahía de Port Vila no era fácil porque los fondos eran muy profundos y donde no había profundidad los arrecifes estaban demasiado cerca. Los funcionarios de aduanas, inmigración y bioseguridad vinieron al barco en una lancha y con simpatía, sin poner problemas a nada y con bastante celeridad, los trámites se cumplimentaron sin problemas. Se agradecía un trato así aunque el precio no fue barato ya que nos costó la entrada en el país aproximadamente 100 euros -la salida, en su día, nos costaría otro tanto-. Tras la marcha de los funcionarios, levantamos el ancla y nos fuimos a amarrar al Piropo a las boyas de Yatching World, que por cierto tampoco eran baratas ya que costaban unos 1200 vatus por día, unos diez euros, sin aparentemente precios especiales por quedarte algo más de tiempo. Eso sí, podías disponer de todo el agua potable que quisieras y también podías disfrutar de unas pequeñas duchas con agua caliente cuando el día había sido suficientemente soleado, lo que no iba a ser habitual en Port Vila.

    Enseguida desembarcamos y nos dimos una vuelta por la ciudad. Ésta era muy pequeña para ser la capital de un estado, aunque sí estaba muy animada y nos sorprendió que hubiera bastante turista y cierta infraestructura preparada para ellos, y es que al parecer, muy frecuentemente, se presentaban allí los grandes cruceros que venían de Australia y Nueva Caledonia.

    Vanuatu había sido descolonizado en 1980 y ha sido el único país del mundo que se repartieron en condominio dos potencias, Gran Bretaña y Francia. Durante la colonización de estos dos países, la falta de entendimiento entre ambos fue patente y cada uno montó sus propios servicios; había la cárcel francesa y la cárcel británica, los policías franceses y los policías británicos, las escuelas francesas y británicas, los vehículos y la manera de conducir cada uno por su lado, etc.

    Actualmente en el país, que está formado por más de 80 islas e islotes, se hablaban más de 110 lenguas vernáculas y dialectos. En cada isla se podían hablar varios idiomas diferentes, pero bastante población, si habían ido al colegio, chapurreaba inglés o francés que eran también lenguas cooficiales. El saber uno u otro idioma dependía del tipo de misionero que llegó primero a la población de donde era originario el hablante. Si por ejemplo, llegaron misioneros franceses católicos al pueblo del hablante, el pueblo era católico y en la escuela, también católica, se enseñaba ahora el francés. Si el misionero que llegó era protestante o anglicano, el pueblo era protestante o anglicano y en la escuela, de esa religión, se enseñaba el inglés. Además de los cientos de idiomas, el inglés y el francés, estaba también el bislama, que era la lengua propia común en todo el estado y que no dejaba de ser una mezcla de idiomas y en especial, de un inglés mal hablado y escrito. Literalmente, buenos días era “gudmoning” –escrito así-, por favor “plis”, gracias “Tanngkyu tumas” aunque la mayoría del idioma era imposible de entender para nosotros. La frase que más gracia nos hacía era decir, no comprendo, ya que se decía, “mi no save”.

    Cambiamos nuestros dólares por vatus en un banco, aunque para ello, como lamentablemente es habitual en todos los bancos del mundo, tuvimos que esperar de pie una larguísima cola y tener que firmar luego muchas hojas de contratos ininteligibles y sin que te dieran copia de ello. Eso sí, tras el farragoso trámite, ya teníamos moneda local en el bolsillo y nos fuimos a comer por menos de tres euros cada uno en un restaurantito local. En Vanuatu íbamos a comprobar que la comida era muy barata, tanto en los restaurantes que no eran para turistas, como la que se vendía en los mercados. La carne de vaca era baratísima también y es que, como veríamos más adelante, por todo el país abundaba el ganado de este animal. Era peculiar observar, muy repetidamente, a vacas pastando tranquilamente bajo los cocoteros. El pollo en cambio, incomprensiblemente, porque se veían gallinas salvajes y libres por todos lados, era caro y menos disponible. Además, este animal siempre se servía en trozos pequeños y muy huesudos, por lo que siendo tan poco apetecible, no lo probamos demasiado. De todas formas, el mejor lugar para comer en Port Vila era el mercado. Al lado de donde se vendía la fruta y la verdura  había muchos puestos donde podías comer unos abundantes platos por 300 a 400 vatus (2,5-3 euros) sobre mesas largas compartidas con gente local. Era, sin duda, el lugar donde los “portvilenses” que tenían que comer fuera, iban a comer cada día.

    La calle principal de Port Vila estaba rodeada de edificios insulsos, algunos edificios oficiales, tienditas de souvenirs, restaurantitos, cafés para turistas, bancos, oficinas… Lo más interesante era el mercado, con mucha variedad de todo y precios baratísimos. Por ejemplo, una ristra con ocho lechugas valía poco más de un euro -a 20 céntimos de euro la lechuga-. Las vendedoras, con un pelo tan rizado que parecían tener una bola en la cabeza, eran muy graciosas y se notaba que estábamos en plena melanesia. La gente, por toda la ciudad, era muy simpática y con mucha asiduidad, pese a estar en una ciudad, nos saludaban con un local “Hallo”. La ciudad tenía, además de tiendas pequeñas de comestibles, un supermercado bastante grande y otro realmente grande aunque los precios de estos dos últimos no eran muy baratos ya que eran de una cadena francesa -“Au Bon Marché”-, y casi todos los productos eran importados de la próxima y francesa Nueva Caledonia.

    Sólo llegar a Port Vila decidimos pedir un nuevo pistón del piloto automático -que se nos había roto en la travesía- a nuestra náutica habitual de España. Podíamos haberla pedido a Australia o Nueva Zelanda que estaban más cerca y el porte hubiera salido más barato, pero decidimos hacerlo así para asegurarnos recibir la pieza correcta y acelerar el pedido porque como con la náutica había confianza, nos enviaba inmediatamente el paquete antes incluso de haberlo pagado. La compañía de transporte DHL nos dijo que un paquete desde España llegaría en una semana y algo incrédulos aunque necesitados, quisimos confiar en ellos. A la semana exacta estábamos recogiendo el paquete. Sin duda, el mundo se estaba convirtiendo en algo muy pequeño si un paquete tardaba apenas cinco días, más el fin de semana, en atravesar medio planeta y llegar a unas pequeñas islas del Pacífico.

    Ya con el nuevo pistón en la mano, nos atrevimos a desmontar el viejo que estaba parcialmente roto y descubrimos que el funcionamiento de la mayoría del aparato era bastante sencillo por lo que sin ningún problema conseguimos repararlo. De esta forma podríamos seguir utilizándolo y encima tendríamos ahora un recambio totalmente nuevo por si volvíamos a tener problemas.

    También los primeros días en Port Vila encargamos a un profesional local la confección de un bimini que se nos había destrozado en la travesía. El hombre nos hizo un presupuesto bastante barato y aunque luego hubo que pelear bastante -siempre llegaba tarde, había que llamarle para saber de él, tuvo que venir cuatro veces al barco él o sus operarios- finalmente, la faena fue completada bastante satisfactoriamente. Ahora el Piropo luciría un bimini de color blanco que iría más “conjuntado” con los colores también blancos del protector solar de la génova, la funda de la mayor, los cabos, etc.

    También intentamos esos días localizar a un mecánico porque el motor volvía a dar problemas tanto de encendido después de navegar un poco, como de exceso de salida de humos por el escape. El mecánico tardó muchos días en aparecer y cuando apareció no supo dar con la solución –al menos fue honesto- y dijo que debía consultarlo con su jefe. El jefe estaba en otra isla por lo que al final Dani trasteó el mismo y detectó que aunque los filtros los había cambiado recientemente, el combustible comprado últimamente debía estar en fatal estado y las algas campaban a sus anchas tanto por el depósito como en los filtros primario y secundario. Así pues, se dedicó a limpiarlo todo lo mejor que pudo y cambió de nuevo los filtros. También compramos un nuevo embudo con filtro decantador para cuando metiéramos combustible al depósito, ya que el antiguo ya no parecía que filtrara bien las impurezas, y también nos dedicamos a tratar de nuevo y a conciencia con algicida tanto el depósito como los bidones. Esperábamos de esta forma no tener más problemas de motor a partir de entonces. Al final, antes nos fuimos nosotros de Port Vila que los mecánicos nos solucionaran el problema.

    Mientras esperábamos que nos llegara la pieza del piloto automático, hicimos algo de turismo por la isla de Efate y por la propia Port Vila. Port Vila no tenía mucho que ver aunque dimos un largo paseo y vimos lo que recomendaba la guía: Parque de la Independencia, Casa Presidencial, la vieja Casa de la Corte, la moderna y pequeña Catedral Católica, la Iglesia Católica vietnamita llamada Porte du Ciel que se encontraba en bastante mal estado, el memorial de la I Guerra Mundial –guerra que tuvo fallecidos vanuatenses-, y un mirador desde el que no se podía admirar mucho la bahía porque los edificios y las antenas lo tapaban todo bastante. La vieja Casa de la Corte, la Pink Old House Court, estaba totalmente desaparecida y de ella sólo se veían los cimientos. Quizá el último ciclón, el Pam, que había arrasado el país hacía unos pocos meses, había tenido algo que ver. No estábamos seguros. Lo que estaba claro era que el ciclón había hecho mucho daño y aunque en Port Vila todo estaba más o menos arreglado, aún se veían árboles caídos y en la bahía, justo a sotavento de donde teníamos el barco, podían verse naufragados contra la costa casi diez barcos uno al lado del otro.

    Respecto al Ciclón Pam, un día comiendo en el mercado coincidimos con dos israelís que trabajaban para la agencia de cooperación oficial de ese país. Nos contaron que aún había mucho trabajo de reconstrucción por hacer aunque Israel era el único país que quedaba sobre el terreno. El resto de países que ofrecieron su ayuda en su día, que fueron varios, todos se habían ido y lo máximo que se quedaron fueron unas pocas semanas, se hicieron la foto y desaparecieron. Les preguntamos si alguien de España había estado allí y nos comentaron que no le sonaba. Al parecer, no fueron ni a por la foto.

    También visitamos en Port Vila el Museo Nacional, que resultó ser un museo bastante prescindible y demasiado ambicioso para lo pequeño y desorganizado que era. Contaba cosas de historia, en especial del proceso de independencia y de los conflictos independentistas posteriores de la isla de Santo en las que hubieron incluso muertos. También hablaba de la fauna, de las costumbres locales (nos impresionó la costumbre recientemente desparecida de deformarse la cabeza por cuestiones estéticas), de arqueología, y de muchas cosas más. Una pincelada de cada cosa. Lo que más nos gustó fue una pequeña demostración del tradicional dibujo en la arena, que al parecer, era muy típico en Vanuatu. Antes esta técnica servía para narrar historias, y a medida que se hablaba, se hacían dibujos en la arena muy complicados pero absolutamente geométricos. En el museo nos hicieron una demostración y vimos los complicadísimos y exactos dibujos que podían llegar a hacerse.

    Un día paseando por Port Vila, nos encontramos con un desfile de estudiantes de la Universidad del Pacífico con motivo de la apertura del curso escolar. Al parecer, todas las islas del Pacífico compartían una universidad común y en cada estado, había una facultad. En Vanuatu, estaba asentada la facultad de Derecho por lo que supusimos que los estados debían compartir buena parte de su legislación. En el desfile, los estudiantes desfilaban según su país de procedencia, Vanuatu, Fidji, Samoa, Islas Cook… etc, Llevaban sus banderas, sus pancartas, sus pitos, algunos sus ropas tradicionales, sus colores, pero todos compartían sus ganas de fiesta y de pasarlo bien. Eso parecía ser algo universal en los chicos de esa edad.

    El resto de la isla de Efate la visitamos con un tour local. Subidos en una pequeña furgoneta con otros cinco turistas, hicimos la vuelta completa a la isla. Sin duda, lo más llamativo fue comprobar que fuera de Port Vila (y en el resto de islas del país, fuera de las pequeñas ciudades de Lakatoro y Luganville), todo el resto de personas vivía en chozas hechas de materiales vegetales. Era increíble que en pleno siglo XXI la gente todavía viviera de esa forma. Sin embargo, comprobamos que la gente ya vestía ropas de tela. Las vestimentas hechas de materiales vegetales se estaban perdiendo a pasos agigantados por la facilidad a acceder a ropas de tela de forma muy económica, restando su utilización sólo para las celebraciones tradicionales y en algunos pequeños poblados muy remotos y sin acceso por vía rodada.

    Pese a que casi todo el país vivía aún en chozas, la cobertura de teléfono móvil era general y casi todo el mundo contaba con uno que cargaban con pequeñas placas solares en sus humildes casas. Se decía que gracias a ello, durante el último ciclón, apenas había habido muertos ya que toda la población estaba informada de la llegada del fenómeno meteorológico y se habían preparado a su manera.

    Subidos a la furgoneta vimos las grandes extensiones de prados verdísimos por donde pastaban las abundantes vacas. Sin duda, y nosotros lo pudimos comprobar un poco, en Vanuatu llovía muchísimo siendo el mes de agosto el que algo más de tregua dejaba. Vimos también muchos destrozos por el último ciclón, sobretodo de árboles caídos y rotos. También habían piedras grandes por la carretera, socavones, puentecillos caídos y casas destruidas o abandonadas. Aún se respiraba un ambiente de caos con todo más o menos destartalado. Especialmente, en una zona más al norte de la isla, vimos que estaban caídos, sin excepción, todos los árboles en una zona de varios kilómetros de costa. El ciclón Pam, había sido de categoría máxima y sus efectos eran evidentes.

    La primera parada del tour fue para hacer unas fotos en el Río Rentapao. Allí, unas señoras locales lavaban sus ropas en un agua cristalina y rodeadas de un entorno verdísimo. La segunda parada fue en una plantación de cocos sólo para enseñarnos unas enormes arañas que vivían por allí. Eran muy feas, con un cuerpo que parecía un huevo y unas largas patas. Sandra se animó a coger una y aunque al principio le dio un poco de asco, luego se acostumbró a ellas. Después de las arañas nos fuimos al Eton Blue Lagoon que una especie de lago al lado del mar donde el agua era salobre. El color del mismo era de un azul turquesa muy bonito y el lugar estaba rodeado de árboles. En uno de ellos, había una cuerda por donde podía tirarse uno al agua. La cuarta parada fue muy breve en las cascadas del Río Naimu. Estaban a pie de carretera y a pesar de ser sólo unos pequeños saltos de agua, eran muy bonitas. De camino íbamos viendo a la gente local, sus vidas humildes con sólo lo justo. Las chozas no tenían agua potable y la mayoría tampoco luz, ya que la electricidad sólo podía obtenerse con placas solares. Más adelante, hicimos una parada para que un grupo de hombres locales nos hicieran una demostración de bailes locales. Lo que más nos sorprendió era el enorme árbol banian frente al que hicieron la demostración. Según ellos, tenía más de 500 años y era realmente enorme. Entre sus intricadas y elevadas raíces conseguimos llegar hasta el centro del mismo y vimos con sorpresa que en el centro del árbol las raíces habían dejado como un tubo perfecto que ibas desde el suelo hasta la copa. Era como una chimenea. Por lo que nos comentaron, durante el ciclón Pam, una familia asustada de cinco miembros se refugió allí sin ninguna consecuencia negativa ya que el árbol aguanto la embestida del viento perfectamente.

    Paramos, después de los bailes, a comer platos tradicionales en un lugar muy bonito en la playa de Onesua. Además del lugar, disfrutamos con la calabaza con patatas, los cuadritos de yuca, las patatitas de calabaza, la ensalada de col y lechuga, y el pollo y ternera en salsa. Después de comer, nos hicieron una demostración de las distintas formas de preparar el coco. Ya conocíamos casi todas excepto comerlo con el coco ya germinado. Sí que lo habíamos probado pero no sabíamos exactamente de dónde salía. Habíamos aprendido una cosa más de este fruto tan utilizado en estas islas.

    Más tarde, llegamos a una playa donde habían restos de tanques americanos de la Segunda Guerra Mundial. Eran unos tanques muy extraños, pequeños, como motos pero con ruedas de oruga, como los propios tanques. Nunca los habíamos visto en una película. Vanuatu estaba repleto de restos de la Segunda Guerra Mundial: tanques, aviones, naufragios, etc, pero también de mucha infraestructura, la cual toda era aún utilizada aún, como los muelles, las carreteras y algún aeropuerto. Eso sí, a la mayoría de estas construcciones no se les había hecho ningún trabajo de mantenimiento y por tanto su estado actual era pésimo. Las carreteras, por ejemplo, se intuían que en su día eran amplísimas pero actualmente apenas les quedaban restos de asfalto. Los muelles se aguantaban casi de milagro. Desde la playa donde se veían los tanques pudimos ver las pequeñas islas de Nguna, Pele y Nakula. A lo largo de la costa aún vimos dos veleros naufragados más, aparte de los de la Bahía de Port Vila, a consecuencia del ciclón Pam. Uno de estos, que se había refugiado en un río, estaba varios metros subido a tierra firme bastante destrozado. Lamentablemente, el intento de salvar el barco fue totalmente inútil.

    La siguiente parada fue en una playa que no estaba mal. Después, paramos en un mirador desde que se veía toda la Bahía de Port Vila y luego pasamos por delante de las cascadas de Mele Maat, muy típicas pero ninguna maravilla. De esta forma, finalizamos el tour por la isla. No había sido apasionante pero al menos nos habíamos llevado una idea general de Efate.

    Precisamente ese día conversamos bastante con una señora mayor que viajaba sola y que era muy simpática. Había nacido en Zimbawe, aunque era blanca y ahora vivía en Australia. Había vivido varios años en Vanuatu y nos recomendó encarecidamente que fuéramos al día siguiente a ver las carreras de caballos porque según ella eran muy populares y muy divertidas de ver. Nos pareció extraño pero le hicimos caso. La experiencia nos encantó. La entrada era gratuita y, por tanto, muchísimas familias vanuatesas iban a pasar el día allí. Se tumbaban en esteras de materiales vegetales, se sacaban su comida preparada o se la compraban en los muchos puestitos de comida que allí se instalaron desde primera hora de la mañana. Los caballos que participaban en las carreras eran todos del país y sus jinetes casi todos melanesios. Pero no sólo nos distrajimos con las carreras sino también observando toda la parafernalia que rodeaba el recinto, como el pequeño concierto que montaron, ver al Presidente de Vanuatu que por allí paseaba con sus dos escoltas, un concurso de sombreros extraños que llevaban algunas de las señoras al estilo de las carreras de Ascot del Reino Unido -aunque este concurso no fue realmente popular porque sólo participaban señoras blancas mientras que todo el público que las observaba eran melanesios- aunque sin duda, lo que más nos entretuvo fue ver como la gente disfrutaba de lo que no dejaba de ser una gran fiesta local.

    Una de las últimas noches en Port Vila fue bastante más ajetreada de lo normal. Sandra se levantó por la noche al servicio y tras tumbarse de nuevo, se percató de que se escuchaban unos ruiditos extraños por algún lado del barco. Se levantó de nuevo, miró al exterior y casi le da un síncope. ¡Estábamos en la playa! Despertó a Dani y salimos los dos a cubierta a toda velocidad. La luna llena daba tanta luz que con el agua clara, parecía que sólo había un palmo de agua bajo el casco. No era así porque el barco mantenía su verticalidad, pero seguro que 1,80 metros sí que había, los que cala el Piropo. Dani fue a proa y vio que el cabo que sujetaba a la boya se había roto por completo casi por el fondo. Lo curioso es que se había roto como si lo hubieran cortado con un hacha, lo que nos hizo presuponer que estaba totalmente podrido allá en las profundidades. Subimos a bordo el enorme bidón que hacía de boya y la gran cantidad de cabo que tenía debajo y después encendimos el motor con bastante nerviosismo. Afortunadamente, sin ningún problema, sin ni siquiera revolucionar el motor, sacamos al Piropo de allí. El velero simplemente se había apoyado levemente en el fondo de arena coralina. Habíamos tenido mucha suerte porque esa noche no sopló nada de viento, con lo que la inercia del barco debió ser muy poca. Además, el barco en su trayectoria, esquivó a otros barcos amarrados cada uno en sus boyas sin ni siquiera rozarse con ellos. Pero lo mejor de todo fue sin duda que tras su viajecito, el barco acabara en la pequeña playa de arena blanca en vez de en las abundantes zonas de rocas y arrecifes. También fue suerte que en ese momento la marea estuviera subiendo, por lo que encima, el barco nunca llego a engancharse en el fondo. Siempre habíamos oído que las boyas eran muy peligrosas y un motivo de hundimiento de bastantes veleros. Por ello, siempre que nos cogíamos a una les echábamos un vistazo, aunque lógicamente, siempre era difícil hacerlo en toda su extensión. La de Port Vila, por ejemplo, se había roto justo por el fondo. El fallo fue no poner la alarma antigarreo pero no esperábamos que unas boyas de una empresa tan conocida entre los navegantes estuvieran en tan mal estado que se rompiera con un barco tan pequeño como el Piropo en un día sin absolutamente nada de viento. En fin, que habíamos tenido mucha suerte y en adelante, o no nos engancharíamos a más boyas, o dejaríamos siempre puesta la alarma antigarreo.

    Al día siguiente, advertimos en la oficina del problemilla que habíamos tenido y para compensarnos, nos llevaron a la única boya para megayates que tenían. Era ridículo ver al Piropo, tan pequeño, enganchado en esa boya sobredimensionada, pero al menos el par de noches que nos quedaban dormiríamos tranquilos. Y además, nos regalaron cinco noches de estancia. No era mucho para lo que podíamos haber sufrido pero no estaba mal como gesto.

    El 21 de agosto partimos de Port Vila rumbo a la isla de Epi. La travesía comenzó con chubascos aislados pero fue mejorando y predominó después el sol. Sólo salir de la Bahía de Port Vila pudimos abrir las velas y toda la travesía las hicimos con ellas. A la mañana del día siguiente, estábamos ya frente a la isla de Epi y durante las primeras horas de la mañana navegamos la isla de sur a norte por su costa oeste hasta llegar al fondeadero situado en la amplia y cómoda Bahía de Lamen. Fondeamos sobre 8 metros en un buen tenedero de arena, aunque había alguna cabeza de coral aislada (waypoint Lamen Bay: 016 35.69 S 168 09.79 E). Enseguida pudimos observar que en la bahía habían muchísimas tortugas de gran tamaño.

    Tras descansar un rato en la bañera, desembarcamos en la playa. Por ser una hora un poco extraña del mediodía, todo estaba bastante desierto de gente, ya que debían estar reposando en sus casas después de la comida. Vimos algún chico joven algo tímido que nos saludó en la distancia y a algunos niños pequeños jugando. El pueblo tenía unos colegios grandes pero medio abandonado uno y en construcción el otro, pero sobretodo tenía chozas construidas de materiales vegetales. Las paredes eran de bambú y los techos de hojas de palmera. Eran muy bonitas y no había ni una casa hecha de materiales más sólidos. Había en el pueblo un par de minitiendas de comestibles y, aunque estaban cerradas, nos pudimos asomar y ver que sólo tenían cuatro latas. Era increíble que vivieran con tan poco. Llegamos paseando al aeropuerto de avionetas que era simplemente una pista con césped algo más cortadito. La verdad era que nada allí era como lo esperábamos. Como habíamos leído que el lugar tenía aeropuerto, tiendas de comestibles, etc, imaginábamos un gran asentamiento humano pero para nada; todo lo contrario. Era todo mucho más original. Los caminos, por ejemplo, estaban sin asfaltar. Eso sería a partir de ahora Vanuatu. Poblados muy tradicionales, que pese a parecer una reminiscencia del pasado, eran una realidad en pleno siglo XXI.

    Al día siguiente, más descansados, volvimos a desembarcar en la playa. El pueblo estaba mucho más animado y la gente o nos saludaba efusivamente con una sonrisa en la cara o incluso se paraba a charlar con nosotros. Quisimos pasear hasta la Bahía de Mapuna, en el lado este de la isla y que estaba sólo a unos 5 kilómetros, aunque con algo de desnivel tanto de subida como de bajada. El camino, sin asfaltar en su mayor parte, no tenía pérdida si ibas preguntando y el paseo fue muy agradable, viendo la vegetación local con sus grandes árboles banianos y sus característicos cocoteros de tronco anaranjado, y viendo también los pequeños asentamientos con los que nos cruzamos con sus chozas de bambú entrelazados. No había coches excepto unas tres pick up que se utilizaban precisamente como transporte local, tanto de personas como de mercancías. Llegamos a la costa este y pudimos observar entonces la isla volcán de Ulreah, que era un cono perfecto en medio del mar. También se podía observar las próximas islas de Paama y Ambryn. Llegamos entonces a la zona de Mapuna Bay y transitamos por dos diminutos pueblos más, compuestos, por supuesto, de chozas. Cada uno de ellos tenía su nakamal, la casa común de la población donde se reunían los hombres por las tardes tras trabajar en los huertos para charlar y beber kava. Estos lugares son tradicionalmente excluidos para las mujeres. En los pueblos que pasamos, nos sorprendió ver a poca gente y pronto descubrimos el porqué. Vimos salir a una señora de un edificio algo más grande de lo normal, nos asomamos a él y comprobamos que era la iglesia. Estaba abarrotada ya que estaban en plena misa dominical. En cuanto nos vieron asomados, todos los fieles se giraron para observarnos y, tras saludar un poquito, nos retiramos para no interrumpir más la ceremonia. Ya de regreso, nos quedamos charlando con unos chicos un buen rato. Ellos no habían ido a misa. En realidad, sólo charlamos con uno porque los otros no hablaban inglés. Por supuesto conocían España por el fútbol ya que en Vanuatu el fútbol es su gran pasión. No tenían televisor en sus casas ni tampoco, en su mayoría, electricidad, pero sí que tenían algunos un pequeño reproductor de DVD y con ellos podían ver partidos en diferido. Eso sí que era ser un aficionado. Nosotros, en Port Vila, ya habíamos visto como se vendían DVD de partidos llamativos de la Copa de Europa que se habían celebrado hacia ya muchos meses. Nos despedimos de ellos pero aún nos siguieron un buen rato unos niños de 7 u 8 años que jugaban con un palo a que cabalgaban sobre caballos. Qué felices se les veía. Les dimos a todos, en plan despedida, unas galletitas que llevábamos con nosotros y se las comieron encantados.

    Lamen Bay es conocida especialmente por ser un buen lugar para poder ver dugongs. Este animal marino, también conocido como vaca marina, suele ser un animal solitario y es muy típico en Vanuatu, aunque es muy difícil de ver porque normalmente le gustan las aguas turbias. Sin embargo, en Lamen Bay, se decía que era uno de los mejores sitios para poder observarlo ya que allí había uno, aunque las aguas fuesen trasparentes. Nosotros, desde que llegamos a la bahía habíamos estado oteando las aguas a ver si veíamos algo aunque sin resultado positivo. Esa tarde, última de nuestra estancia en Epi, sobre las cuatro de la tarde, decidimos dar una vuelta con el auxiliar por la bahía para ver si teníamos suerte de encontrarnos con el dugong. Dimos un par de vueltas y sólo pudimos ver grandes tortugas marinas, pero de dugones nada de nada. Íbamos a dejar estar la búsqueda cuando de repente Dani vio a lo lejos sumergirse algo raro. No tenía muy claro lo que había visto pero hacia allí nos encaminamos. No vimos nada aunque sí pudimos ver una gran tortuga marina nadando, lo que tampoco estaba mal. Pero de repente, vimos una extraña aleta gris sumergiéndose un poco más allá. No había duda, era un dugong. Nos acercamos y esta vez sí lo vimos. En el fondo, enterrando su hocico en la arena, estaba el extraño animal buscando su alimento diario. Era un animal fuera de lo común, de color gris, tenía la forma y tamaño parecidos al de una morsa pero con una cabeza algo parecida a la de un perro y una cola de delfín. Nos tiramos al agua y nadamos al lado de él. Él nos miró sin inmutarse mientras seguía a lo suyo, ir comiendo, salir a respirar o trasladarse tranquilamente a otra zona para arar el fondo con su hocico y seguir comiendo. Nosotros, mientras tanto, estábamos a su lado observándolo emocionados. Finalmente, después de un buen rato, el animal aceleró un poco el paso y lo perdimos de vista. Fue una bonita experiencia. Estábamos muy emocionados porque habíamos nadado al lado de un animal extrañísimo que hasta hacía bien poco ni siquiera sabíamos que existía.

    Y con esta experiencia especial nos despedimos de la isla de Epi. Al día siguiente navegaríamos a la sorprendente isla de Malekula, y tras varios días allí en diversos fondeaderos, navegaríamos a la isla de Santo, nuestra última isla de Vanuatu. En nuestra próxima entrada os contaremos nuestra experiencia en esas islas.

¡Hasta la próxima!

 

7 comentarios a “VANUATU I (isla de Efate e isla de Epi). Del 31 de julio al 24 de agosto de 2015.”

  • Se les saluda, con nuestros mejores deseos para el 2016, a la vez que les recordamos que los extrañamos mucho, que escriban por favor. G. Rodriguez

  • Felices Navidades y buenos vientos para el próximo año!!
    No dejéis de escribir!
    Un abrazo desde les Fonts de Terrassa.

  • Sólo desearos que, allá donde estéis, tengáis una Feliz Navidad. Sentid muy cerca a todos los que os seguimos y disfrutamos a través de vuestros relatos y fotos. Un abrazo.
    PD ¡Nos tenéis abandonados!

  • Enamorado de vuestra historia! gracias por estos relatos magnificos! Un abrazo

  • [...] a partir de entonces el viento ya no paró, teniendo muchas veces más de 30 nudos de…….LEER MAS Me gusta:Me gusta [...]

  • Gracias chicos, un relato interesantísimo y muy bien escrito. Enhorabuena y suerte en las próximas escalas.

  • Al otro lado del mundo, casi ná…
    Alucinado me habéis dejado con lo de DHL. He colocado las coordenadas de vuestro fondeo en Port Vila en el Google Earth y junto al waypoint aparece esta foto. http://static.panoramio.com/photos/original/17288365.jpg
    Os sigo de cerca, bueno, de lejos. Un saludo pareja.

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