Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

FIDJI II (Isla de Viti Levu, Isla de Yanuca e Islas Mamanucas). Del 12 al 31 de julio de 2015.

 

    Salimos de Savusavu, en Vanua Levu, Fidji, sin saber exactamente si la dirección del viento nos daría para ir rumbo directo hacia nuestro siguiente destino. Ya en mar abierto, confirmamos con cierto alivio que aunque tuviéramos que ir totalmente de ceñida, no necesitaríamos hacer bordadas. El viento no era demasiado fuerte aunque soplaban más de veinte nudos, pero lo peor era el cielo, que continuaba muy gris sin apariencia de que fuera a aparecer el sol. La travesía iba a transcurrir por el Mar de Koro, rodeados por distintas islas y arrecifes de Fidji y por eso las olas, pese al viento que había hecho, no eran de gran tamaño. Teníamos pensado hacer una escala en alguna isla de camino a Suva, la capital de Fidji, pero la decisión cambió cuando al poco de salir y a punto de apagar el motor, del tubo de escape del barco comenzó a salir una gran humareda de color levemente azul. El problema de inyectores del motor comentado en la anterior entrada, pese al diagnóstico del mecánico, se había agravado de golpe. Apagamos enseguida el motor y decidimos continuar directamente hacia Suva para solucionar cuanto antes el problema. Bordeamos la Isla de Koro y por la noche pasamos entre dos islas que estaban relativamente cerca entre ellas. A partir de allí, el rumbo fue más cómodo aunque el viento se fortaleció llegando a ratos a los 28 y 30 nudos. Durante las últimas millas, bordeando el sur de Viti Levu, el viento nos vino totalmente de aleta por lo que en ese sentido estuvo bien, pero las olas, en cambio, se volvieron de gran tamaño.

    Con las primeras luces del día estábamos encaminándonos para la entrada de Suva. El motor había costado bastante de encender. Hasta tres intentos de arranque frustrados hicieron falta para hacerlo lo que nos creó algo de nerviosismo. Finalmente encendió, aunque la humareda azul seguía saliendo por el escape.

    Durante la noche previa nos habíamos cruzado con dos barcos, pero en la entrada de la bahía de Suva hasta seis enormes y destartalados pesqueros chinos estaban, en fila india, casi parados esperando. Como casi no avanzaban, los adelantamos a todos y nos encaminamos para el canal de acceso a la bahía. Entonces, vimos un gran mercante haciendo maniobras en el interior de la bahía de Suva con apariencia de salir. Ante la indeterminación de la situación con tanto tráfico de buques, llamamos por radio a capitanía del Puerto para informarnos y ellos nos dieron permiso para entrar. El mercante no iba a salir y los pesqueros estaban allí esperando no sabíamos qué. Ya en el interior de la bahía, se puso a llover torrencialmente. Agradable recibimiento nos estaba haciendo Viti Levu. Había muchísimos más pesqueros chinos allí fondeados de las mismas características de los ya vistos. Unos estaban al ancla y otros, en grupos de seis o más barcos, amarrados a una única boya de enormes proporciones. Nosotros, bajo la lluvia, decidimos no alargar la travesía demasiado buscando un buen sitio y en cuanto estuvimos frente al Club Náutico y encontramos 10 metros de profundidad, echamos el ancla. Era la posición 018 07.39 S 178 25.36 E aproximadamente. Nos habíamos quedado bastante alejados del club y algo cerca de un barco de grandes dimensiones que estaba totalmente volcado y apoyado en el fondo pero allí estábamos bien. El tenedero era muy bueno, como de fango. Por lo demás, el lugar a simple vista parecía horrible: el frente portuario de Suva, con contenedores, barcos viejos, industrias, aguas sucias… y a todo eso lo acompañaba el cielo gris oscuro del horrible día. La primera impresión de Suva no fue agradable la verdad. Algo helados por haber estado bajo la lluvia cuando casi ya estábamos llegando y cansados por la larga noche pasada casi en vela, nos fuimos a coger fuerzas a la cama durmiendo un par de horas. Por la tarde no haríamos mucho más y descansamos en el barco.

    Al día siguiente desembarcamos bien pronto. Lo primero que hicimos fue registrarnos como socios en el Club Náutico. Era obligatorio si querías desembarcar allí, pero afortunadamente sólo costaba unos 7 euros por persona y mes. A cambio de eso, tenías derecho a usar las instalaciones del club entre las que estaban dejar el dingui en lugar vigilado, coger agua potable ilimitadamente, ducharte con agua caliente, etc. A continuación, fuimos a preguntar en un centro de buceo que había en el club sobre un buceo en el que estábamos interesados. Era uno de los mejores del mundo para ver tiburones, ya que los instructores los atraen alimentándolos con la mano mientras que el resto de buceadores permanecen un poco apartados mirando los fabulosos animales. Lo peculiar de aquí era que la actividad no se hacía con tiburones grises, puntas negras o puntas blancas, que pueden ser algo peligrosos, sino con tiburones toro que son bastante más peligrosos o incluso, en ocasiones, con tiburones tigre, que son enormes y mucho más peligrosos, sólo superados en accidentes por tiburones blancos y oceánicos. Las fotos y videos que habíamos visto en internet eran impresionantes con un buceador dándole de comer de la manita a un gigantesco tiburón tigre salvaje. No obstante, finalmente descartamos el buceo porque en primer lugar la presencia de tiburones tigre, que era lo que más nos apetecía ver, era muy rara de ver, segundo porque el buceo era muy caro (144 euros por persona) ya que se había hecho muy popular porque la BBC había hecho un documental sobre el mismo, y tercero, había que trasladarse hasta bastante lejos por nuestra cuenta y volver de la misma forma, al atardecer, después de haber buceado

    En el propio club nos recomendaron a un mecánico para solucionar nuestro problema del motor. Éste era un alemán manitas que llevaba muchísimos años viviendo en Fidji. La presunta fama de serios de los alemanes no se cumplía en él para nada. Este señor, siempre se retrasaba, cambiaba la cita en el último momento, y en dos ocasiones incluso, nos dio plantón. Uno de los días, cansados, le dijimos que por favor acudiera puntual a las citas porque nosotros sí lo hacíamos. El se disculpó y nos dijo que él, como alemán, nos entendía perfectamente ya que los alemanes eran siempre gente muy puntual. ¡Tendría cara! No sería por él –pensamos-. En fin, que tras muchas quedadas, e idas y venidas absurdas, conseguimos que nos sustituyeran los inyectores y que el motor funcionase como el primer día, sin humos y encendiendo perfectamente.

    Suva era una ciudad bastante grande. A ella llegábamos desde el Club Náutico en autobús, que además de ser muy frecuentes, sólo valían 0,70 dólares fidjianos el trayecto (unos 0,30 euros). La ciudad tenía tres cuartas partes de toda la población del país y sus calles se veían abarrotadas de gente y coches. El centro era muy comercial, con grandes bancos, centros comerciales, restaurantes, etc. Lo malo era que como en la mayoría de las grandes urbes, se veían también algún mendigo y profesiones poco remuneradas como limpiabotas. Una de las partes más peculiares de la ciudad era el enorme mercado de fruta y verdura. Allí, cientos de vendedores vendían a precios baratísimos sus enormes montones de mercancías. También el resto de la ciudad tenía interés ya que había muchísimos negocios de todo tipo regentados en su mayoría por indofidjianos. Llamaban la atención como muchos negocios vendían películas y música pirata sin ningún tipo de restricción haciendo grandes ofertas en el exterior. Los lugares de comida eran abundantísimos y sus precios muy económicos. Las opciones se limitaban en general a la comida china e india, mientras que la comida melanesia estaba aparentemente desaparecida. En la ciudad, además de pasearla casi por entero, visitamos un templo hindú local. La ciudad, al ser la capital del estado, tenía muchos edificios administrativos, los distintos ministerios, su parlamento y la casa presidencial. Frente a ella, vimos un cambio de guardia que era muy típico de ver. El uniforme de los guardias era muy peculiar ya que llevaban sandalias y un lava-lava con la parte de abajo finalizando en picos. Los pasitos que daban y las maniobras con sus rifles también eran muy peculiares. Suva también contaba con varias embajadas, y entre ellas, la de Indonesia. Por ello, nos decidimos a hacer cuanto antes (para quitárnoslo de encima) la visa de entrada en ese país. No era imperativo hacerlo porque se podía obtener en el primer puerto de entrada de Indonesia, pero preferimos hacerlo ya porque nos permitiría después estar más tiempo en el país sin necesidad de estar pendiente de renovaciones. Caminando, no nos costó dar con la embajada y una gran bandera enfrente del edificio nos confirmó que habíamos dado con el lugar que buscábamos. Entregamos los papeles preceptivos a la funcionaria así como la alta tasa y quedamos con ella para la siguiente jornada para recoger nuestros pasaportes con su visa estampada. Al día siguiente, sólo entrar en la oficina, la misma mujer nos preguntó si queríamos esperar o volver por la tarde. Al parecer poco se había avanzado. Preferimos esperar para meter un poco de prisa, ya que si no nos daban el pasaporte ese día, tendríamos que esperar mucho tiempo porque al fin de semana fidjiano (sábado y domingo), los funcionarios indonesios de la embajada añadían el fin de semana musulmán de su país (jueves y viernes). Esperamos y esperamos y al cabo de mucho tiempo la señora nos preguntó: ¿Ustedes eran italianos no? Preocupados por si habían hecho mal la visa le dijimos que no, que éramos españoles, entonces la mujer nos miró extrañada y nos preguntó: ¿Pero es lo mismo, no? Sin duda, estábamos muy lejos de Europa.

    Un domingo, día de la semana en los que normalmente hay poco que hacer fuera del barco porque todo está cerrado, hicimos algo que hacía mucho tiempo que no hacíamos: ir al cine. En un cine muy grande, además de poner las típicas pelis norteamericanas vimos que ponían también pelis de Bolliwood (cine indio) debido a la numerosísima población indofidjiana que había en el país. Estas películas son larguísimas, de varias horas, y tienen un descanso a mitad. Su idioma es el indi pero están subtituladas al inglés y como son muy simples en su argumento, eran muy fáciles de entender. El cine, pese ser domingo muy temprano por la mañana, estaba totalmente abarrotado de indofidjianos. La película nos encantó, y por si a alguien le interesa verla se llamaba “Bajrangi Bhaijaan”. Era la típica película de Bolliwood con un poco de todo, comedia, tragedia, musical, los típicos bailes, un bonito mensaje, etc. Entusiasmados, quisimos repetir viendo otra película de Bolliwood en nuestro último día en Suva, pero esta vez la película fue un desastre, un culebrón muy malo que nos quitaron las ganas de repetir en una buena temporada si hubiéramos tenido oportunidad.

    Durante nuestra estancia en Suva alquilamos un coche tres días para visitar el resto de la Isla de Viti Levu, que era bastante grande. El primer día, partimos de Suva por la parte sur de la isla en dirección a Sigatoka viendo por el camino la conocida “Coral Coast” que, a pesar de ser conocida como la costa más bonita de Fidji, a nosotros no nos gustó especialmente. Sigatoka era una ciudad a la orilla de un río; tenía algo de turismo, sobretodo australiano y neozelandés, y tenía dos lugares de cierto interés. El primero lo vimos esa misma tarde: las “Sand Dunes” que situadas muy cerca de la propia ciudad de Sigatoka, consistían en unas altas dunas cubiertas en su mayoría por vegetación. A la entrada te facilitaban un mapa con los senderos que se podían hacer y nosotros optamos por el más largo para ver mejor el lugar. Este sendero, de unas dos horas, llegaba a las dunas más altas las cuales tenían alrededor de 60 metros de alto. Al principio podía verse un bosque más seco, dunas con un poco de vegetación, pero más adelante, se alcanzaban las grandes dunas blancas. El lugar estaba bonito porque el paisaje era muy peculiar, mezclando dunas, el intenso azul del mar y, hacia el interior, largas extensiones de cocoteros con algunas viviendas. El regreso se hacía por la larguísima playa de arena rodeada de enormes dunas, y más tarde, por un bosque bastante tupido. Fue una ruta circular muy entretenida y bastante fresca a pesar del sol porque hacía muchísimo viento. Precisamente por esa costa, deberíamos pasar en unos días, cosa que no nos animaba mucho al ver el mar totalmente cubierto de borreguillos por el fuerte viento que existía ese día. 

    Ya en Sigatoka, al atardecer y antes de que oscureciera y todo el mundo desapareciera en sus casas, paseamos por la ciudad y vimos una antigua vía férrea estrecha que atravesaba la ciudad, que ahora estaba inutilizada pero que antiguamente se usaba para transportar las cosechas de caña de azúcar. En muchas partes de Fidji, esta vía férrea aún estaba operativa como veríamos justo al día siguiente. Los lugares de comida en la ciudad los cerraban también al oscurecer, por lo que la gente local cogía la comida para llevar y comérsela en casa. Nosotros hicimos lo mismo para comerla en el hostal donde pasamos la noche. Los precios de ese hostal no eran baratos pero pudimos regatear un poco pidiendo el “Fidji price” y conseguimos rebajar de los 80 dólares fidjianos originales a los 60 dólares por noche que finalmente nos pidieron. Este regateo nos lo recomendó que lo hiciéramos un señor de la propia ciudad, y es que al parecer allí tenían la mala costumbre de pedir precios diferentes a los clientes según fueses local o extranjero. La habitación no era ninguna maravilla, vimos alguna cucaracha y se podía ver a través de las toallas, pero pese a estos inconvenientes, estuvimos bien allí y pudimos entretenernos con la apasionante programación de la única cadena de televisión que se veía. Era de un simplismo sorprendente pero nos hacía gracia las cosas fidjianas que salían, los anuncios, un programa de moda, series cutres que anunciaban, etc. Aún así, no era peor programación que lo que se veía en España cuando estábamos allí. Muy del estilo.

    Al día siguiente, nos levantamos pronto. Hacía un frío horrible en la calle. Había mucha niebla alrededor del río y la gente iba de camino al trabajo mientras que los niños lo hacían al colegio todos uniformados. Encontramos en el mercado unos puestitos de pasteles locales y una especie de crêpes rellenas de patatas y las compramos para desayunar. Cogimos entonces el coche y nos fuimos para el “Tavuni Hill Fort”, el segundo punto de interés de la ciudad y que consistía en un yacimiento arqueológico con buenas vistas sobre el río. Abrían a las ocho y a esa hora estuvimos allí. A las ocho y media no había aparecido nadie, así que desandamos el camino con el coche hasta un pueblo cercano para preguntar. Allí, un señor anciano con su nieta pequeñita se nos subió al coche y nos guió hasta donde vivía la encargada de abrir el recinto. La señora, que era bastante gorda, estaba colgando la ropa tranquilamente, y al vernos se apresuró en acabar y se subió al coche disculpándose a la vez. Juntos regresamos al yacimiento arqueológico. El lugar no estaba mal, especialmente por la peculiaridad de su historia, ya que fue construido por una tribu que provenía de Tonga expulsados por las luchas inter-tribales de aquellas islas. En la nueva isla, se les permitió asentarse y estuvieron algo más tranquilos, pero aún así, se ubicaron encima de una montaña y fortificaron todo su alrededor. Por supuesto y como todas las islas del Pacífico, también esta tribu era caníbal y tenían sus zonas donde hacían los rituales de despedazamiento de sus prisioneros. Las vistas desde el yacimiento arqueológico sobre las curvas del río Sigatoka y los campos cultivados en los valles eran increíbles, y sólo por ellas ya valía la pena la visita al lugar.

    Continuamos con el coche hacia el oeste de la isla. A medida que avanzamos en esa dirección el cielo estaba más claro y el paisaje más seco porque las montañas paraban todas las nubes. Las plantaciones de azúcar se hicieron mucho más abundantes hasta cubrirlo casi todo. Al lado de la carretera había una estrecha vía del tren que sí estaba en uso; pequeños vagones cargados de cañas de azúcar esperaban a que la máquina los viniera a recoger. Pudimos ver en alguna ocasión alguna de las locomotoras que eran a diesel y también eran de pequeño tamaño como los vagones y las propias vías. Habíamos tenido suerte porque ese mes era el primero de la temporada de recogida del azúcar y, por un lado, se podían ver los campos llenos de cañas de azúcar, y por el otro, podían observarse a su vez a los trabajadores recolectando, y a los camiones o trenes yendo y viniendo con las mercancías de los campos a las fábricas.

    Nuestra siguiente parada fue Natadola Beach, presuntamente la playa más bonita de Fidji. Nos costó dar con ella porque no estaba nada indicada mientras que el enorme campo de golf y resort de al lado sí que lo estaban perfectamente. No obstante, la encontramos insistiendo mucho y comprobamos que, efectivamente, sí que era bonita. No había en ella gente local excepto para dar masajes bajo toldos blancos o para guiar los paseos a caballo por la orilla. Sí que había en cambio algunos turistas, no muchos, que debían alojarse en los resorts cercanos y que viajaban en su mayoría con niños pequeños.

    De la playa de Natadola fuimos a la ciudad de Nadi, que estaba abarrotada de coches y comercios. Era ampliamente poblada por indofidjianos y se veían a muchas indias arregladísimas con sus mejores galas de colores, sus joyas y muy maquilladas. Al parecer, estaban de celebración por el “Ramadan Mubarak”. En esa ciudad comimos muy bien y barato en uno de los abundantísimos restaurantes de comida india (5,40 euros los dos). Sandra tomó un thali vegetariano que llevaba muchas cosas: sopa de legumbres, yogurt de verduras, calabaza confitada, verduras picantes en tomate, unas bolitas de carne vegetal en salsa, arroz y 2 rotis (panes indios redondos y planos); todo ello en platillos pequeños puestos en una badeja. Dani se pidió por su parte un pollo en curry que llevaba además una sopita de legumbres y unos rotis.

    Después de la comida fuimos a visitar el templo hindú “Sri Siva Subrahmaniya Swami Temple”. Este era un templo no muy grande pero muy colorido y llamativo. Costaba cinco dólares fidjianos para entrar y te obligaban a poner una falda larga, tanto a hombres como a mujeres, e ir descalzo. Era conocido como el templo más grande y bonito de este estilo en el Pacífico. Paseamos viendo sus dioses en una especie de pequeñas capillitas, sus pinturas en el techo, y de qué manera la gente hacía ofrendas de incienso y fruta (plátanos, cocos, dulces, etc.).

    Más tarde, pasado Nadi en camino hacia el norte, paramos en el “Garden of Sleeping Giant”, un jardín del que hablaban todas las guías. Había sido creado por el actor Raymond Burr (Perry Mason en la pantalla), y costaba un ojo de la cara (15 euros los dos), pero fue bonito de ver porque tenía una de las mayores colecciones de orquídeas del mundo. No éramos para nada especialistas en esa planta y nos sorprendió ver la gran cantidad de variedades que existían y las formidables formas y colores que podían tener. Aparte de eso, el lugar tenía un gran jardín con otras plantas donde pasear y relajarse con bancos o hamacas.

    De allí partimos hacia Lautoka, la ciudad azucarera más grande de Fidji. A la entrada, nos desviamos sin querer y pasamos por una fábrica enorme de azúcar que tenía esperando para el pesaje y posterior compra de su mercancía, a más de un centenar de pequeños camiones cargados hasta los topes de caña de azúcar. Era sombroso el grandísimo número de camiones que allí había esperando, y por supuesto, las toneladas y toneladas de caña de azúcar que se acumulaban.

    Encontramos un hostalito decentillo por el mismo precio de la noche anterior aunque mucho mejor, y tras instalarnos y ya oscureciendo, salimos a pasear por la ciudad. Ésta estaba animadísima con la gente saliendo del trabajo y haciendo las últimas compras antes de regresar a sus casas. Cerca del mercado había unos puestos al aire libre con muchísimos hombres bebiendo kava, la bebida típica del Pacífico extraída de la raíz de la planta del kava. Como el día anterior, compramos comida local para llevar y nos la llevamos al hostal ya que todos los lugares de comida también estaban cerrando.

    Al día siguiente volvimos a levantarnos muy pronto aunque los comercios ya estaban abriendo a esas horas, con las primeras luces del día. Desayunamos cosas locales y compramos también comida para comer por el camino. Dejamos atrás Lautoka y nos dirigimos a Ba. Allí, nos desviamos de la carretera principal y cogimos una carreterita sin asfaltar que se adentraba en el interior de la isla. Queríamos llegar al que decían era el más tradicional y pintoresco pueblo de Viti Levu: Navala. Fuimos avanzando lentamente porque la carretera no daba para más, y finalmente, dimos con él antes de que renunciáramos a llegar, ya que alguien por el camino nos dijo que estaba a 50 kilómetros, demasiada distancia para hacer en un día a la poca velocidad a la que íbamos (unos 10 km por hora). El paisaje hasta allí era seco pero muy bonito y nos recordó a Marruecos. Navala era un poblado muy auténtico que le gustaba mantener sus costumbres y tradiciones. Las casas eran en su integridad chozas y la mayoría del pueblo vivía de lo que cultivaban en sus campos. No obstante, los turistas que por allí aparecíamos, también éramos una fuente de dinero ya que cobraban unos 12 euros por persona para entrar en el pueblo, más 4,5 euros para una persona que te hiciera de guía. Una señora enseguida se ofreció para guiarnos y nos dirigió al bure (casa tradicional) del jefe del poblado. En el pueblo aún tenían la costumbre de hacer presentar los visitantes al jefe para que éste les diera la bienvenida y les autorizara su presencia en el lugar después de que los visitantes le hicieran un sevu-sevu, un regalo consistente en aproximadamente medio kilo de raíz de kava. Nosotros, afortunadamente, teníamos un sevu-sevu para dar aunque nos habían dicho que en toda Viti Lev, la costumbre se había perdido, pero no así en los poblados de algunas pequeñas islas de Fidji. El jefe recibió nuestro sevu-sevu y sentados en el suelo del bure, comenzó una especie de ritual. El hombre murmuraba cosas en voz baja muy serio y con los ojos cerrados. Al cabo de unos minutos finalizó, sonrió y nos dio la bienvenida al pueblo. Entonces, la señora que nos hacía de guía, nos fue enseñando su pequeño colegio, la iglesia que era católica y no tenía bancos, sólo esterillas en el suelo, y el resto de casas de la aldea, que estaban construidas, todas sin excepción, con materiales vegetales: paredes hechas de bambú entrelazado, vigas y estructura hechas con grandes troncos, y el techo de fibras vegetales de un tono grisáceo. Visitamos una bure normal por dentro y vimos que no tenían paredes que separaran las estancias, y que toda el suelo estaba cubierto de esterillas. La cocina y el lavabo estaban separados de la bure principal en otras dos pequeñas bures cercanas. Todo el pueblo era muy bonito, con los niños corriendo, los hombres viniendo del trabajo con machetes o con algún caballo y todo rodeado de montañas. Había muchos niños y, por ser nosotros extraños, se interesaron mucho por nosotros. La señora nos comentó que los matrimonios solían tener entre 4 y 8 hijos y que las señoras en el pueblo se encargaban de cocinar -lo que era muy trabajoso ya que lo hacían con hogueras- y de la vigilancia y educación de la prole, mientras que los hombres se iban al campo a cultivar. No vivían del turismo aunque sí que les suponía una ayuda. Por supuesto, el pueblo también tenía su campo de rugby, y es que en Fidji este era el deporte nacional y nadie jugaba al fútbol. Era sin duda un pueblo muy especial. En él parecía que hubiésemos retrocedido en el tiempo.

    Después de visitar Navala, desandamos el camino y de paso, llevamos durante un pequeño tramo al hermano del jefe, ya que tenía que ir a su campo a trabajar. Continuamos entonces desde la ciudad de Ba por la carretera principal que rodeaba la isla por el norte. Por allí, seguía habiendo plantaciones de azúcar, pero más al norte, éstas desaparecieron y dieron lugar a grandes ranchos donde se criaban vacas. Paramos en la ciudad de Rakiraki a comer y para verla un poco aunque no tenía un especial interés aparte de ver otra ciudad fidjiana, y de allí, continuamos camino. La vegetación, a medida que nos íbamos para el este, se fue enverdeciendo y se torno más salvaje. Habíamos cruzado esos días grandes ríos que nos impresionaron por su tamaño, y pese a que Viti Levu no era tan grande, alguno de los cauces repletos de agua eran más anchos que ninguno que hubiera en España, incluido el Ebro. Los pueblos eran muy sencillos, de casas de madera de colores y bonitos jardines. De vez en cuando, se nos cruzaba alguna mangosta por el camino, que parecía ser una plaga. También nos paramos un rato para ver un partido de rugby local. Era un partido serio, con sus árbitros uniformados y su público. Pudimos contemplar como lo que se decía del rugby era cierto, al menos allí. Los jugadores no paraban de darse golpes pero nunca protestaban, ni entre ellos ni al árbitro. Siempre solía ser el rival el que ayudaba a alguien caído a levantarse y si alguien se quedaba en el suelo quejándose algo más de lo normal, nadie le hacía ni caso. En definitiva, todo lo contrario al fútbol en el que casi se pasan más tiempo protestando que jugando. Continuamos ruta y, finalmente, ya anocheciendo, nos fuimos acercando a Suva. De esta forma, habíamos dado la vuelta completamente a la Isla de Viti Levu, y por lo menos, nos habíamos podido hacer una ligera idea de cómo era.

    El 25 de julio partimos de Suva rumbo a Yanuca, una pequeña isla al sur de Viti Levu y justo pegada al oeste de la Isla de Beqa. Durante la travesía hizo bastante frío para nosotros, unos 20 grados, incrementado por el intenso viento que aún daba más sensación de frío. Todo fue bien excepto por un pequeño percance que tuvimos llegando a nuestro destino. Con Yanuca muy próxima a nuestro sotavento y rodeados por arrecifes también bastante próximos, intentamos encender el motor y éste se negó a hacerlo. Nos dimos la vuelta y comenzamos a salir de allí a vela. Mientras nos dirigíamos a mar abierto, Dani abrió el motor para intentar ver qué pasaba. El problema era evidente, el tubo del gasoil se había soltado porque no lo habíamos dejado bien la vez que hicimos la reparación in extremis frente a Savusavu, y por tanto, el gasoil se estaba derramando. Afortunadamente, no debía llevar mucho tiempo así y el gasoil que se había perdido era muy poco. Tras conectar el tubo y purgar el motor, este encendió perfectamente y nos dirigimos de nuevo al fondeo. Sobre este lugar no teníamos ninguna referencia escrita y sólo lo conocíamos porque nos lo había recomendado un navegante. Según él, era mucho mejor que el de la cercana Beqa y mucho más bonito. Al llegar allí nos sorprendimos; evidentemente era un lugar muy especial, salvaje y solitario, pero todo el fondo era de coral y con el cielo algo tapado de nubes, sólo vimos en el fondo una pequeña zona de arena para poder echar el ancla. Así pues, tiramos el ancla en ese espacio de unos 10 metros de arena y colgamos el resto de la cadena en defensas para que no arrastraran por el suelo y no dañaran el coral (waypoint aproximado 018 22,72 S 177 59,23 E). De esta forma, pasamos la tarde y la noche algo intranquilos por si garreábamos porque el viento que soplaba era bastante fuerte. Sabíamos que los planes los cambiábamos casi cada día y que todo podía suceder, pero si todo seguía como planeábamos en ese momento, este sería el punto más al sur que alcanzaríamos en todo nuestro viaje. A partir de allí, iríamos ganando norte muy poco a poco.

    La mañana del día siguiente aún la pasamos frente a la pequeña Isla de Yanuca, disfrutando del lugar, pero poco antes de oscurecer, partimos de nuevo y esta vez hacia las Islas Mamanucas, situadas al oeste de Fidji, en una travesía nocturna con viento de popa muy cómoda excepto por una cosa: la constante lluvia que cayó. Al principio de la noche, entre las estrellas, vimos un nubarrón lluvioso que nos pasó por al lado rozándonos pero sin que ni una gota nos mojara. Nos congratulamos de nuestra suerte pero enseguida tuvimos que arrepentirnos de nuestros pensamientos porque al poco apareció otro nubarrón que esta vez sí nos empapó. A partir de entonces, ya no paró; llovió y llovió durante toda la noche y sólo paró al amanecer, cuando ya estábamos al oeste de Viti Levu y la protección que hacía esa isla hizo su efecto. Entonces, el sol apareció y las nubes desaparecieron definitivamente durante todos los días que permanecimos en las Islas Mamanucas. Era increíble la diferencia de meteorología que podía haber de la zona de barlovento al sotavento de las islas. En una, las nubes se acumulaban, estaba casi siempre nublado, solía llover y la vegetación era muy verde. En Savusavu y en Suva por ejemplo, llovía con bastante frecuencia y algunos de los días en los que estuvimos, fueron realmente malos. En cambio, en la parte oeste de Viti Levu, el sol brillaba siempre que estuvimos y la vegetación era muy seca.

    Llegamos pues a las Mamanucas, un pequeño archipiélago al oeste de Fidji que posee muy bonitas islas, pero con un pequeño inconveniente: el lugar no era desconocido y en él, desde hacía muchísimos años, habían proliferado decenas de resorts donde turistas de todo el mundo pasaban sus días de descanso. Era aquí donde se acumulaba la mayor parte del turismo que recibía Fidji. Nuestro destino era la Isla de Malololailai. En ella, casi no hacía viento por el resguardo que hace la gran isla de Viti Levu, y menos mal porque el fondeo era en 18 metros de profundidad (waypoint aproximado 017 46,35 S 177 11,13 E). No vimos un lugar mejor ya que había muchos barcos, tanto en boya como al ancla. Era sin duda, un lugar muy popular para los veleros. Malololailai, aunque muy urbanizada –había en la pequeña isla hasta 4 resorts- se veía bonita con aguas claras, playas y, sobre todo, un cielo limpio de nubes y un sol resplandeciente, algo que echábamos mucho de menos. Nos bañamos enseguida y comprobamos que el agua seguía estando muy fresca. Al día siguiente, desembarcamos en tierra, en concreto en una pequeña marina que tenía uno de los resorts, y desde allí, hicimos un largo paseo caminando al principio por el camino costero rodeado de bungalows del primer resort, y luego, por la playa. El lugar se veía muy concurrido de turistas, y en especial de familias, que viajaban en su mayoría con niños pequeños. En la playa vimos una especie de barca-canoa abandonada y en mal estado, y al lado un cartel que decía que era la que se había utilizado en la película “Náufrago”, protagonizada por Tom Hanks y rodada en una isla del propio archipiélago de las Mamanucas muy próxima a la que estábamos. Nos acercamos a la barca con cierto escepticismo, pero en cuanto pudimos contemplar los detalles vimos que, efectivamente, no era una canoa normal. Aunque aparentemente era de madera, su estructura era metálica y todo lo que parecía madera era en realidad cartón-piedra. Nos hizo gracia verlo porque teníamos muy presentes las escenas de la película en la que esa barca salía y, realmente, en la película parecía una barca de madera. Seguimos el paseo por la playa y llegamos un tercer resort donde un cartel plantado en medio de la playa dejaba claro que allí no se permitía la entrada de menores de 16 años. Al parecer, querían un lugar relajado y exento de niños molestos. A nosotros el cartel nos escandalizó, por el hecho de que haya gente que pueda considerar como una virtud un sitio donde no se permitan la presencia de niños. Lo curioso era que nada decían de los animales, por lo que a lo mejor los clientes aceptaban de buena gana que otro paseara por su lado con un perro pero en cambio no que lo hiciera con un niño. Realmente este tercer resort se veía pacífico, y es que en comparación con los otros, con mucha clientela, este se veía casi vacío. Más allá, la playa se vació de gente ya que rodeaba un campo de golf y seguimos paseando por allí por un buen rato hasta que nos dimos la vuelta y desandamos el camino. Malololailai, no tenía mucho más que ver si no te apuntabas a las actividades típicas que se hacen en este tipo de lugares turísticos.

    Al día siguiente, partimos rumbo norte para ver alguna isla más de las Mamanucas. La travesía la haríamos exclusivamente a motor porque no soplaba absolutamente nada y el mar estaba como un plato. Tras salir de Malololailai, bordeamos la próxima y más grande Isla de Malolo, también muy urbanizada con distintos resorts. Después, alcanzamos la Isla de Mana, que pensamos a priori podría haber sido un buen lugar para hacer una recalada pero lo vimos tan urbanizado que no nos apeteció y continuamos. Tras bordear otras islas, finalmente llegamos a Navadra, la última isla de las Mamanucas (waypoint aproximado 017 27,56 S 177 02.74 E). Era una isla muy fotogénica. Quizá, desde ese punto de vista, una de las mejores en las que habíamos estado hasta la fecha. La isla, totalmente deshabitada, en realidad eran dos islas e incluso tres, porque con la marea alta, el agua las separaba. Eran unas islas de muy pequeño tamaño, pero en ellas había suficiente espacio para unas pequeñas montañas rocosas de una llamativa piedra verde, un bosque de variado arbolado, incluyendo cocoteros, y unas largas playa de arena blanca. Quizá lo peor del lugar era el fondeo profundo, de 16 metros, y que no había agua en ellas y por eso estaban deshabitadas. El fondo donde echamos la cadena era de arena, pero más allá, cerca sobretodo de la orilla, todo era de coral. Al día siguiente, desembarcamos en la isla y dimos un largo paseo por la playa, mirando las conchas, lo corales próximos, y Dani se animó a subir una de las montañas del extremo que era redondeada y rocosa. Parecía inaccesible a primera vista pero, finalmente, podía subirse muy fácil y desde allí las vistas de la propia Navadra y de las islas próximas eran espectaculares.

    Navadra fue nuestra última isla en las Fidji, un enorme archipiélago de 333 islas que requerirían meses y años para conocerse mejor. Al día siguiente, muy a nuestro pesar, partiríamos para otro país-archipiélago, el de Vanuatu.

   En la siguiente entrada os contaremos nuestra travesía de 500 millas hasta allí y la estancia en ese sorprendente país.

    ¡Hasta pronto!

 

 

5 comentarios a “FIDJI II (Isla de Viti Levu, Isla de Yanuca e Islas Mamanucas). Del 12 al 31 de julio de 2015.”

  • Muchísimas gracias pareja,  por compartir vuestra fantástica aventura con todos nosotros. 
    Nos estáis acercando a lugares soñados,  que figuran en los libros de navegación asociados a grandes navegantes y caramba, !!  ya estáis en las antípodas!!. 
    Es admirable vuestro tesón y vuestro coraje para superar las dificultades. 
    Sabed que no estáis solos.  En vuestro querido Piropo,  tenéis enrrolada una enorme tripulación que requeriría de unos cuantos "Queen Mary". 
    Seguid disfrutando y por favor,  no dejeis de compartirlo con el resto de la tripu. 
    ¡¡ Felices singladuras y buena vela ¡¡
    Un fuerte abrazo desde Euskadi. 

  • Buscando por la net informacion sobre navegacion a vela me he encontrado con vosotros, la verdad q es increible lo q os estais atreviendo a hacer. Quizas seamos muchos los q nos gustaria hacer una travesia asi, pero muy pocos con el valor suficiente para hacerlo.
    Mucho animo y habeis ganado otro seguidor de vuestra aventura.
    Saludos desde Barcelona

  • Sandri, no sabes lo orgullosa que estoy de tenerte como prima! 
    Y sobre todo disfrutar muchisimo!
    Un besazo!
    Anna

  • Que lejos estais!!! Oh my dog!!!

    Un abrazo enorme pareja!

  • Acabo de descubrir vuestra aventura, y no he podido parar de leer todo vuestro bloc desde vuestro inicio…un chute de energia para aquellos que no sabemos abrirnos al mundo. Una pareja luchadora y que me hace sentir con nueva energia. ya teneis a otro seguidor, gracias por todo y disfrutar. Espero vuestro proximo post con mucha ilusion!  un abrazo desde Barcelona

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