Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TAHITÍ (III). Del 7 de diciembre de 2014 al 27 de marzo de 2015.

   Durante la semana que medió desde la partida de los padres de Dani a la llegada de la madre de Sandra, poca cosa hicimos excepto lo típico que debe hacerse después o antes de una visita: lavar ropa, sábanas, limpiar el barco o comprar comida. El motivo de la poca actividad fue que durante dos días, casi nada pudimos hacer en el barco por unas olas de tres metros de noroeste que superaron los arrecifes y expusieron a todo lo que flotara en el fondeo a un fuerte movimiento.

 

   Con la llegada de la madre de Sandra al aeropuerto, donde observamos de nuevo la típica recepción que hacía la gente local a sus amigos y familiares que les visitaban y que consistía en entregar un collar de flores por cada persona que recibía, pasamos unos días muy agradables –incluidas las navidades- en su compañía.

 

   Durante esos días, aprovechamos la experiencia obtenida de la visita con los padres de Dani y volvimos visitar lo mejor que habíamos visto pero también alguna cosa nueva. Así pues, visitamos el Marae Arahurahu y también estuvimos en las playas públicas de Manaha Park y de Vaiava que tenía enlace con la de Toaroto. Otro día subimos en coche hasta el final de la carretera que subía por el Monte Aorai y desde donde pudimos contemplar espléndidas vistas. Más tarde, entramos por el Valle de Papenoo y aunque no pudimos llegar muy lejos porque el pase por encima de la pequeña presa estaba intransitable por la abundancia de agua, nos entretuvimos mucho porque paramos a comer unos bocadillos al lado del río Papenoo y observamos como una anguila enorme se zampó un trocito de embutido que sin querer se nos cayó al agua. El animal estuvo buscando y buscando porque sabía que algo interesante estaba en el agua y al final, lo encontró. En ese río también vimos muchas gambitas de esas tan ricas que pescamos y ya probamos en Las Marquesas. Visitamos también las tres cascadas de Faarumai con su entorno de helechos, bambús, árboles enormes, musgo, caracoles grandes y flores por todos lados. Volvimos a pasar por el Trou du Souffleur y observamos a los gobios, unos peces que viven en las rocas, fuera del agua y que parece ser que son los únicos animales que respiran por la piel. Fuimos también a las Grottes Mara’a y de allí a los Jardines de agua de Vaipahi donde, al poco de ponernos a caminar por el sendero, nos cayó una tromba de agua que duró muchísimo tiempo. Era como si hubiéramos salido de una piscina tras caernos vestidos. Durante la caminata, un perro vagabundo que andaba por allí se nos pegó. No fue por un cariño especial hacia nosotros sino que lo hacía por supervivencia, en busca de un trozo de pan, y lo mismo que hacía con nosotros lo hacía con otros excursionistas.

 

   Una de las noches, fuimos al espectáculo de baile del Hotel Intercontinental. Los hoteles lujosos eran la única forma de ver algo de baile polinesio si se visitaba Tahití durante el tiempo en que no se celebraba ningún evento de ese tipo. El espectáculo no estaba mal y quizás nos decepcionó un poco a nosotros que hacía pocos días habíamos visto el Hura Tapairu y pudimos apreciar la diferencia entre ambos espectáculos. En el Hura Tapairu participaban grupos de gente corriente mezclados con profesionales que bailaban por gusto y por competir, sonriendo, en uno de los dos eventos más importantes del año. El espectáculo del Intercontinental en cambio eran bailarines que se les notaba que estaban trabajando y simplemente estaban haciendo un espectáculo que repetían asiduamente. Las mujeres eran mayores, parecían cansadas y sonreían poco. Los hombres, más vigorosos, parecían aficionados al culturismo. Pero lo peor, en nuestra opinión, fue la parte final porque evidenciaba aún más que no era un baile popular sino dedicado para nosotros, los turistas. Durante un buen rato sacaron a mucha gente del público a bailar y otro buen rato se dedicaron a hacerse fotos con los que quisieran. El lugar que nos tocó tampoco favoreció nada a apreciar el espectáculo. Se podía ver bien si cenabas el caro buffet del restaurante que quedaba justo frontalmente, pero nosotros optamos por el bar, que estaba en una esquina, y encima la mesa donde nos tocó sentarnos era la más lejana al escenario. Eso sí, la entrada era libre y sólo debía pagarse las consumiciones (10 euros el cóctel sin alcohol que fue lo que nos pedimos). Para nosotros no era la forma más recomendable de ver un baile local pero eso sí, a falta de otra cosa, no estaba mal verlo y lo pasamos muy bien.

 

   Yendo otro día de visita a Tahití Iti, justo antes de llegar a Taravao, vimos una gran concentración de gente local que celebraba algo. Paramos y vimos que era una competición de canoas típicas polinesias. Los participantes ibas todos vestidos para la ocasión con colores vivos y coronas de flores ellas y de hojas ellos. Al lado había una feria con casetas de comida. Con el resto del abundante público nos pasamos un buen rato observando las varias carreras que se hicieron y cómo los espectadores gritaban y animaban con verdadera pasión. Una experiencia.

 

   De allí fuimos a ver Tehaupoo donde vimos muy en la distancia, a varios surfistas que surfeaban las grandes olas que se formaban en el arrecife. Los surfistas se veían pequeños en comparación con aquellas olas. Era sin duda una actividad peligrosa porque la ola al final chocaba contra el arrecife y ellos escapaban surfeando transversalmente la ola para acabar en el pase donde no había arrecife. ¿Pero qué pasaba si se caían antes? Habíamos leído que en ocasiones la ola podía arrastrarlos contra las piedras y podían hacerse mucho daño.

 

   De Teahupoo subimos al Plateau de Taravao viendo de nuevo la imagen bucólica que ya conocíamos de los prados llenos de vacas.

 

   Otro día visitamos el muy recomendable Museo de Tahití y sus islas y de allí nos fuimos a comer a un chino de los tantos que hay. Es casi comida típica local porque hay más oferta de ese tipo de comida que de otra. La comunidad china de Tahití es muy amplia y muy antigua y como en casi en todas las partes del mundo, se dedicaban al comercio o a montar restaurantes. Más tarde fuimos al Punto Venus, paseamos por la playa de arena negra con el faro de 1867 y las verdes montañas al fondo, y entramos por último en el centro de artesanías que había allí y que tenía precios más interesantes que los que vimos en Papette. Charlamos con las simpáticas vendedoras polinesias, que venían de las Marquesas durante una temporada a vender sus trabajos, casi todos tallados en madera.

 

   En otra jornada visitamos la capital y vimos las pocas cosas que hay para ver: la Catedral, el mercado, el Parque Bounganville, el Museo de la Perla, etc.

 

   El día 21, cumpleaños de Sandra, empezó “bien” cuando a primera hora de la mañana le explotó la cafetera italiana casi en la cara. La explosión desperdigó el café molido por casi toda la cabina pero, afortunadamente, el agua hirviendo no tocó a Sandra. Era raro porque siempre se lavaba con cuidado, con agua dulce y en teoría no estaba atascada por ningún lado pero… El resto de cumpleaños fue más tranquilo y agradable. Lo pasamos en “casa” he hicimos un arroz que estuvo muy rico, con frutos del mar y ternera. La madre de Sandra le dio varios regalitos y comimos un bizcocho con chocolate muy bueno preparado por Sandra, que sus 26 años bien lo merecían.

 

   Esos días sufrimos los efectos de dos depresiones tropicales que pasaron muy lejanas, entre Tonga y Fidji, pero que pese a su lejanía, sus efectos se hicieron notar en Tahití porque eran dos depresiones muy fuertes. En el centro de la primera depresión observamos que se alcanzaban los ochenta nudos. En teoría, la primera depresión tropical era más potente que la segunda y sus anunciados efectos creó en el fondeo algún momento de tensión. En todos los barcos se observó actividad. Unos revisaban amarras y boyas. Otros movían sus barcos desde el fondeo a las boyas donde se suponía que estarían más seguros. Nosotros claro, hicimos lo mismo y revisamos el estado de boya y amarras. El nerviosismo se creó porque la NOAA, la agencia meteorológica norteamericana, anunció vientos fortísimos mientras que el servicio meteorológico de Polinesia, basado al parecer en otro modelo de predicción, dio unos vientos mucho más tolerables -30 nudos-que fueron los que finalmente soplaron en la primera depresión. Aún así, esos días estuvieron lluviosos y con el mar algo agitado. Inmediatamente después de que pasara la primera depresión hizo acto de presencia la segunda que, aunque se suponía algo menos fuerte, afectó mucho más y los vientos alcanzaron en las rachas los 50 nudos pero  tan fuerte sólo duró unos quince minutos. La pobre madre de Sandra, en quince días de visita, disfrutó de los peores momentos de esa temporada de ciclones en Tahití. Afortunadamente, no tenemos queja alguna porque las grandes tormentas que han asolado el Pacífico Sur esta temporada –entre ellos el ciclón Pam que arrasó Vanuatu- pasaron muy lejos de Tahití.

 

   La Nochebuena y la Navidad la pasamos muy agradablemente en el Piropo aunque también desembarcamos para hablar por Skype con la familia –desde el barco no solía funcionar- y también para ir a comprar al supermercado. Allí la gente, como en España, estaba como loca comprando y llenando los carros hasta los topes. Observamos que era lo que compraban por si había algo típico pero había tanta variedad que no nos lo pareció. Lo que si observamos que se debían montar verdaderos festines donde la carne estaba muy presente. La gente compraba unos enormes corderos congelados enteros importados de Nueva Zelanda que ni siquiera cabían en el carro y que, aunque habitualmente los veíamos en el supermercado, esos días tenían más éxito. También vimos que se ofrecían muchas comidas navideñas que serían más típicas de la metrópoli y que se habían adoptado allí, como por ejemplo unos caracoles rellenos de una salsa verde. Veíamos aquí, como en España, que se estaba instaurando la costumbre de celebrarlo todo. No sólo se celebraba la Navidad, sino que poco antes ya se había celebrado Halloween. Y justo después de las Navidades, se celebraba aquí con mucha intensidad el año nuevo chino. Así pues, las tiendas pasaban de unos decorados a otros ininterrumpidamente, de las cosas de miedo, a las decoraciones de papás noeles, renos y nieve, para acabar en faroles chinos y dragones. Y todo eso en la Polinesia, en pleno Pacífico Sur. Un ejemplo de la globalización festiva.

 

   Nuestro menú de Nochebuena fue: aperitivos franceses de hojaldre en surtido y atún blanco crudo macerado con leche de coco y limón (preparado como en las Marquesas, que en Tahití lleva mucho pepino y no nos gusta) con arroz blanco de acompañamiento. Después unos turroncitos y polvorones de España que trajo la madre de Sandra. El menú de Navidad fue de pollo a la cerveza con manzana.

 

   El día de Navidad también lo aprovechamos para bucear en el arrecife cercano al que se podía ir desde el propio barco nadando. Era un arrecife próximo pero nos sorprendió por su variedad de fauna: una morena gigante, un pez león, tridacnas, muchos pólipos de varios colores, peces mariposa, peces picasso, un tiburón puntas negras y muchas otros peces tropicales habituales. Lo más bonito y que hasta ahora no habíamos visto fue un pez payaso. Era ese pez naranja con rayas blancas o azuladas, igual al que sale en la famosa película Buscando a Nemo. Vivía en una espectacular anémona, rosada, con muchos tubitos en movimiento y de una textura muy peculiar. Los peces payasos viven en anémonas para protegerse, ya que son urticantes para el resto de peces. Nos distrajimos mucho viendo los curiosos movimientos del pez payaso en su anémona, asomando la cabeza para mirarnos, retirándose, dando una vuelta en torno a ella y volviendo a sacar la cabeza para volver a mirarnos. Una risa. También vimos una enorme tortuga marina que aunque a nosotros no nos sorprendió mucho porque estábamos más o menos acostumbrados, a la madre de Sandra le encantó. La simpática tortuga era habitual en el fondeo y a veces venía a comer las algas que crecían en el cabo de la boya. Deseábamos entonces que su apetito no le cegara y se comiera también el cabo. La parte mala del buceo fue que vimos en el lugar un tipo de alga muy abundantes y peculiar sobre las que leímos días más tarde en un periódico local gratuito que no eran autóctonas y que estaban invadiendo todo el litoral. Un verdadera pena.

 

   Al buceo volvimos otro día y también vimos, además de un montón de peces tropicales diversos, una raya enorme y una raya águila. La madre de Sandra había visto casi de todo. Estábamos muy contentos.

 

   El último día de visita y ya con el coche, el día 27 de diciembre, el plan fue subir por la carretera más alta de la isla, la que llegaba al Monte Marau, y sobre la que habíamos leído se podía transitar con un turismo. No era cierto como más tarde comprobamos. Avanzamos un rato pero enseguida la pista de tierra empezó a estropearse con baches y charcos. Uno de los charcos estuvo especialmente fangoso y aunque el coche patinó lateralmente varias veces conseguimos pasar. Al siguiente charco ya no nos atrevimos a repetir la maniobra y decidimos darnos la vuelta. Lo malo es que allí no había sitio para dar la vuelta y el charco que acabábamos de pasar con tanto fango no era para pasarlo marcha atrás. Así que intentamos dar la vuelta en la estrecha carretera. Para adelante, para atrás, para adelante… hasta que las ruedas delanteras se quedaron enganchadas en el fango. Patinaban sin remedio y si seguíamos, corríamos el riesgo que se hundieran del todo. Pusimos ramas debajo de ellas para asentarlas y en esas estábamos cuando apareció un chico local que venía de la finca de al lado. Nos ayudó a empujar y enseguida sacamos el coche. Había que pasar entonces el otro charco fangoso conflictivo que se pasó fácilmente –versión Dani- o con peligro de aplastamiento para Sandra y su madre –versión Sandra- porque ellas, al pasar caminando, no se alejaron demasiado y Dani, con el coche lanzado para no quedarse enganchado, empezó a patinar levemente de lado y casi las arrolla a las dos. Ya en el camino seco, el chico nos dijo que esperáramos y se fue para buscar y regalarnos siete piñas. No sólo nos ayudó a sacar el coche del atascamiento, sino que nos regaló las piñas e incluso nos dijo los días que trabajaba allí por si queríamos pasar a por más piñas. Insistimos en pagarle las piñas pero se negó en rotundo y no teníamos nada que ofrecerle a cambio. Otra muestra más de la simpatía polinesia.

 

   El día 28 de diciembre nos despedimos con mucha pena de la madre de Sandra y nos volvimos a quedar solitos. Habían sido unos felices días y esperábamos reencontrarnos pronto.

 

   La Nochevieja fue tranquilita. En Tahití se celebraba en las casas y nosotros hicimos lo mismo. Preparamos algo especial, bailamos un poco y a las doce de la noche, observamos los pocos fuegos artificiales que desde las casas tiraban. Después nos fuimos a dormir esperando que el nuevo año fuera tan bueno como el que se iba.

 

   El resto de días hasta hoy han sido una prolongada y tranquila estancia en Tahití mirando de vez en cuando la meteorología para observar que no viniese ningún ciclón. Durante este tiempo nos hemos dedicado a arreglar muchas cosas del barco y entre ellas las siguientes:

 

-Cambiamos los cables eléctricos de las placas solares que iban por dentro del arco porque con el roce se habían pelado y pasaban la electricidad al propio arco. Lo notamos fácilmente. Nos fuimos a bañar y al subir por la escalerilla, zaaas, calambrazo. Hubo que cambiarlos sin falta. Ya de paso, colocamos en el arco la antena del navtex y la antena del detector radar para que el balcón de popa quedara más despejado y arreglado.

 

-Instalamos un nuevo cuadro eléctrico porque el antiguo ya estaba demasiado cargado de cables y también de paso, empotramos el display del Navtex para ahorrar espacio en la mesa de cartas.

 

-Instalamos una nueva toma eléctrica.

 

-Pusimos apunto al motor y le cambiamos lo ánodos, el aceite, los filtros de aceite, los filtros de gasoil, la bomba de agua y las correas.

 

-Cambiamos el filtro primario de combustible.

 

-Compramos una nueva cadena para el ancla porque la antigua estaba un poco deteriorada, aunque la guardamos para utilizarla de segunda ancla.

 

-Desde Panamá la radio no funcionaba bien y alguien nos comentó que sería el cable que efectivamente era muy antiguo y en algunos sitios se veía picado y estropeado por la humedad. Cambiamos el cable y de paso la antena pero no era ese el problema por lo que compramos una nueva radio con AIS incorporado. Funcionaba perfectamente la voz pero entonces el problema lo dio la recepción de GPS ya que la posición no se recibía. A día de hoy estamos en ello porque aunque la cosa parece sencilla, la posición sigue sin aparecer.

 

- Arreglamos la luz de tope que no funcionaba y para ello, tuvimos que cambiar el antiguo cableado que estaba defectuoso.

 

- Arreglamos la luz de todo horizonte, la de arriba del mástil, porque aunque siempre nos funcionó, en ocasiones lo hacía sólo si tras darle al interruptor, golpeabas el mástil lo que no era plan ni muy fiable.

 

-Cambiamos el panel de plástico que protegía los controles del motor por uno nuevo que nosotros le hicimos.

 

- Encargamos la revisión de la balsa salvavidas que nos costó al cambio la barbaridad de 850 euros, pese a que no había que cambiar el dispositivo de inflado. Un timo.

 

-Reparamos de nuevo un pinchazo del auxiliar porque el pegamento que utilizamos la anterior vez, aunque era para PVC, no era específico de barcas y no aguantó.

 

-Instalamos en el arco una lamparita que se enciende y apaga sola y que van con energía solar para cuando regresábamos al barco por la noche pudiéramos localizarlo.

 

   Además de estas tareas y otras varias, hemos dedicado todo este tiempo a leer mucho y también a estudiar un poco de idiomas. Sandra ha progresado mucho con el francés y aunque no está para hacer una carrera universitaria en la Sorbona, ya puede mantener conversaciones simples e incluso hablar por teléfono que siempre es algo más difícil.

 

   También hemos hecho algún que otro paseo con las bicis plegables y alguna otra excursión a pie que, para no aburrir más, contaremos en nuestra siguiente entrada que titularemos con el “irresistible” título de: Tahiti IV. Excursiones.

 

   ¡Hasta la próxima!

 

Un comentario a “TAHITÍ (III). Del 7 de diciembre de 2014 al 27 de marzo de 2015.”

  • Ohhhhh fue tan increíble que recordarlo me trae mucha nostalgia, pasé unos días que nunca olvidaré con tantas experiencias nuevas, los paisajes tan bonitos, el trato hacía mi que me hicisteis sentir como en casa y sobre todo el buceo que fue genial, el poder compartir dos semanas con vosotros y ver como lo tenéis todo muy bien organizado, volver a ver a Sandra después de casi un año y ver que esta tan bien que mas se puede pedir, desearos que sigáis disfrutando de cada sitio nuevo y que nos lo expliquéis, muchisimos besos para los dos.

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