Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TAHITÍ (II) y MOOREA. Del 14 de noviembre al 7 de diciembre de 2014.

   Salimos de la Bahía Phaeton, enfrente de Taravao, por el pase Teputa. El día estaba soleado y el viento casi no soplaba por el resguardo que producía la propia isla. En estas condiciones, el tránsito por el pase Teputa fue especialmente sencillo, aunque de normal ya era suficientemente fácil. Esta iba a ser la tónica general en los pases de acceso en las Islas del archipiélago de Las Sociedad si los comparamos, por ejemplo, con los pases de las Tuamotú en los que la intensidad de las corrientes era mucho más fuerte.

 

   Nos dirigíamos ese día al fondeo situado enfrente de Marina Taina que a su vez estaba en el disperso pueblo de Punaauia, contiguo a Papeete, la capital de la isla. Sólo treinta millas separaban nuestro punto de partida del de destino y lamentablemente tuvimos que hacerlas, excepto un corto período de tiempo al principio, exclusivamente a motor por la ausencia de viento. Aún así, disfrutamos mucho viendo la costa sur de Tahití Nui –la parte grande de Tahití- que días antes habíamos visto por tierra subidos en un autobús.

 

   Tres anécdotas alteraron un poco el tranquilo transcurrir de la travesía. Por un lado, nos vino a visitar un delfín, que desapareció al poco tiempo después de verlo jugar un rato dando saltos y tirabuzones. En el Pacífico, o los delfines eran menos aficionados a acompañar a los barcos o eran menos abundantes, pero lo que sí estaba claro es que eran más difíciles de ver. La segunda anécdota fue ver varios pájaros tropicales, esos que tanto nos gustaban de un color totalmente blanco y una larga cola. Lo que nos sorprendió esta vez fue verlos posados en el mar. No sabíamos que hacían eso y era muy gracioso ver su larga y afilada cola apuntando hacia arriba. La última anécdota fue bastante distinta. Un avión a reacción privado de pasajeros, pequeño y blanco, nos sobrevoló a toda velocidad y a muy baja altura a medida que bordeaba, al igual que nosotros, la costa de Tahití Nui. Era impresionante verlo así, a tan poca distancia del mar ya que podía apreciarse la asombrosa velocidad que podían alcanzar esos aparatos.

 

   Nosotros, en unas seis horas, algo más lentos que ese avión, bordeamos la costa sur de Tahití Nui y entramos dentro de la barrera de arrecifes a través del fácil y muy bien señalizado pase Taapuna. Allí, en el entorno de Marina Taina, ya se veían la gran cantidad de veleros existentes en el lugar. En esa zona tres eran las posibilidades de dejar reposar a los barcos en la zona, o amarrados en el interior de la marina a un coste de 57 francos polinesios por pié por día en temporada baja, o fondeados sin pagar nada, o amarrados a las múltiples boyas que existían enfrente de la marina y que gestionaba la propia Marina Taina. Esta última fue nuestra opción ya que la zona de fondeo no era muy amplia. El coste de las boyas era mucho menos elevado que los amarres en el interior de la Marina y, en temporada baja, costaba 371 francos polinesios por pie por mes. De esta forma, en una boya, estaríamos algo más seguros, teniendo en cuenta que en diciembre comenzaba la temporada de ciclones en el Pacífico y que no era extraña la presencia de estos en el archipiélago de las Sociedad.

 

   Sobre la temporada de ciclones en el Pacífico -que abarcaba hasta abril-, habíamos visto que este año había más posibilidades de que hubiese uno. Previamente habíamos leído que solía haber uno cada cinco años pero según un estudio que se publicaba en el servicio meteorológico de la Polinesia, este año, teniendo en cuenta las temperaturas registradas en todo el Pacífico, con muchas zonas más calientes de lo normal pero alguna zona más fría, las posibilidades de un ciclón se elevaban a un 54%. No eran buenas noticias. Por lo que nos comentó la gente, el último ciclón en Tahití pasó en 2010 y en la Bahía Phaeton, enfrente de Taravao, conocido como un refugio de ciclones y un lugar que al parecer queda muy bien resguardado por las montañas que lo cubren, se alcanzaron vientos de 60 nudos. Un navegante local que tenía su barco en las boyas de Marina Taina nos comentó que quedarse en el barco ante un fenómeno meteorológico como ese era absurdo porque las fuerzas eran tan grandes que nada podía hacerse. Además, si se salía a cubierta debías avanzar totalmente tumbado si no querías ser lanzado al agua y por si todo eso no fuera poco, la lluvia que caía casi horizontalmente por el fuerte viento iba a tal velocidad que te cegaba totalmente si no llevabas gafas. Oyendo todo eso –y antes de oírlo también- esperábamos con muchas ganas que no viniera ninguno ciclón ni de vivir una experiencia “emocionante” como esa. De todas formas, había que reconocer que esos fenómenos meteorológicos conocidos como ciclones en el Pacífico, huracanes en el atlántico, tifones en Asia y wili-wilis en Australia, eran impresionantes. En un prospecto de información que cogimos sobre lo que debía y no debía hacer la población en caso de un ciclón se comentaba, a modo de curiosidad, que la energía que generaba un ciclón en un segundo era igual a la energía que se gastaba en toda la isla de Tahití durante cuarenta días.

 

   Bien amarraditos a una boya, nos percatamos que el lugar era quizá más confortable que la Bahía Phaeton donde habíamos estado previamente. El agua, totalmente trasparente, era muy agradable y permitía bañarte en el mar siempre que quisieras. También podías coger agua potable de los grifos de la marina y ducharte allí, aunque sólo tenían agua fría. La cercanía a Papeete era una ventaja también y la frecuencia de autobuses era mucho mejor allí que en Taravao, al menos, los días de entresemana. El clima era mucho menos nuboso y lluvioso y además había unas vistas muy hermosas de la próxima isla de Moorea. Por último y no menos importante, al estar un poco más separados de la costa y la brisa ser más fuerte, tampoco había moscas ni mosquitos. Así pues, cambiamos los planes y decidimos que pasaríamos toda la temporada de ciclones en ese lugar en vez de en la bahía Phaeton de dónde veníamos. Si se presentaba un ciclón, ya decidiríamos si quedarnos donde estábamos o irnos rápidamente a bahía Phaeton. Así pues, a partir de ese día, mirábamos muy frecuentemente si había o no aviso de ciclón en la página www.meteo.pf del servicio meteorológico de Polinesia.

 

   En esa boya estuvimos unos días que hasta que trasladamos el barco al interior de la Marina. Los padres de Dani iban a venir de visita 15 días y pensamos que al menos, durante los primeros días, estarían más cómodos amarrados en tierra. Marina Taina era realmente un puerto peculiar, con aguas tan trasparentes que se veía el fondo e incluso los muertos que servían para amarrar los barcos.

 

   Esos días conocimos por un periódico local que en la Polinesia había una epidemia de chikungunya. Al parecer es una enfermedad que se contagiaba por las picaduras de los mosquitos y cuyos síntomas eran parecidos a una fuerte gripe. Existía una verdadera psicosis general porque había bastantes fallecidos pero para nuestra tranquilidad, estos eran de edad avanzada. La gente local estaba muy preocupada. Afortunadamente, en el barco, debido a la brisa marina, la presencia de mosquitos era casi nula y en tierra, si notábamos que había mosquitos, nos echábamos anti-mosquitos.

 

   Para los primeros días de visita familiar alquilamos un coche. Tahití Auto Center fue la primera empresa que utilizamos pero después descubrimos Ecocar, que era algo más barata y te traían el coche a Marina Taina aunque sólo lo alquilases un día. Esta última empresa no era muy honesta con su publicidad porque decían que tenían coches muy baratos pero casualmente casi nunca los tenían disponibles. Debían de tener sólo un vehículo de la categoría económica y así llamaban la atención. Esa táctica comercial era bastante miserable pero de todas formas, aún alquilando los vehículos de la categoría superior, también salía a cuenta alquilar con ellos si los comparabas con el resto.

 

   Los padres de Dani llegaron el 21 de noviembre. Ese primer día descansamos porque llevaban 24 horas de viaje incluyendo escalas en los aeropuertos, y entre ellas las muy desagradables de Estados Unidos. Aunque simplemente estuvieras en tránsito y no fueras a salir del aeropuerto, los americanos te controlan y tratan como si fueras a entrar en el país, y en consecuencia, debes hacer colas inhumanas incluso con el riesgo de que pierdas el avión que habías de tomar a continuación. En fin, que el descanso era bien merecido.

 

   El día 22 comenzamos nuestra visita por Tahití visitando el Marae Arahurahu, un sitio arqueológico bastante restaurado. Los tikis que allí había no tenían mucho interés porque eran simples reproducciones de otros que había en las islas Australes. El lugar estaba rodeados de vegetación y sobretodo de grandes ficus y bambús. De ese marae fuimos al Museo Gauguin pero estaba cerrado por varios meses sin fecha aproximada de apertura. Visitamos después el Jardín Botánico Harrison Smith que era enorme pero que lamentablemente estaba algo mal mantenido. De todas formas, fue interesante y paseamos por él viendo muchísimas especies vegetales como ficus, lotos, nenúfares, hibiscos, heliconias, gardenias, cocoteros y palmeras de muchos tipos como la real o la madagascarensis. En ese jardín botánico había también dos tortugas gigantes de las Galápagos. Las pobres daban bastante pena ya que estaban en una jaula bastante pequeña y además, no se les veía con muy buena salud, ya que una de ellas tenía grapas en el caparazón y una pata vendada.

 

   Tras comer de picnic en el propio jardín botánico, fuimos a visitar las Grottes Mara’a, varias cuevas en la roca de enorme tamaño cuyo suelo estaba lleno de agua por la filtración del agua dulce de la montaña. La frondosa vegetación cubría todas las paredes alrededor de las entradas de las cuevas. La primera de las cuevas era muy amplia y tan profunda y oscura, que casi no se veía el fondo de la misma. En ella unos niños se estaban bañando. La segunda cueva era más pequeña, menos profunda y no podía uno bañarse porque estaba totalmente lleno de fango. Dani intentó hacerlo y se hundió en el fango hasta las rodillas y casi pierde uno de los zapatos dentro del barrizal.

 

   De regreso hacia el barco visitamos una playa de las pocas que hay en Tahití. Era estrecha, de arena marrón, y en ella estuvimos un rato agradablemente charlando y observando cómo se entretenía la gente local durante las últimas horas de la tarde. La costa en las Islas de la Sociedad es privada y el acceso al mar para el público en general es complicado. Afortunadamente, al menos algunas playas son públicas y sirven como lugar de desahogo de la gente local que increíblemente, pese a vivir en una isla, pocos lugares tienen en nuestra opinión para acceder al mar.

 

   Al día siguiente, también con el coche de alquiler, fuimos en dirección contraria al día anterior. Cruzamos Papeete y fuimos a ver el mirador Belvedere du Tahara’a. Desde allí se veía la Bahía de Matavai, lugar muy conocido históricamente porque era el lugar donde fondeaban los primeros veleros de los descubridores de las islas. Por ejemplo, aquí llegó James Cook y fondeó también la Bounty. Fue aquí en el caso de la Bounty donde los marineros comenzaron a indisciplinarse al pasar varios meses en el paraíso mientras se recolectaba árboles del pan que se querían trasplantar en las pequeñas Antillas, con el fin de cambiar el menú de los esclavos negros a los que sólo les daban plátanos para comer. Era en esa bahía donde los tahitianos de la época recibían a los barcos visitantes en piraguas y con collares de flores en la cabeza o en el cuello tal y como lo hemos visto en las películas. Desde el mirador en el que nos encontrábamos se veía la isla de Moorea por un lado y por el otro, el Monte Aorai, en la propia Tahití. El día estaba soleado y despejado por lo que las vistas eran bastante buenas. Tras estar un rato allí observando, pasamos por Mahina y paramos un momento en su iglesia protestante ya que la vimos muy animada con mucha gente saliendo de misa. Era curioso que en la carretera, al acercarse a una iglesia, siempre habían letreros que pedían silencio para el culto “Silence culte” y este letrero se repetía una y otra vez porque las iglesias en Tahití eran abundantísimas por la variedad de religiones en los pueblos: protestante, católica, mormona, Testigos de Jehová…

 

   Llegamos al conocido como Punto Venus, un cabo donde hay un faro de 1867 y una larga playa de arena negra que ese día estaba abarrotadísima por ser domingo. El lugar era conocido porque James Cook hizo aquí sus cálculos de la distancia de la Tierra al sol observando el tránsito de Venus. Este viaje de Cook, según se comenta, fue el primer viaje por motivos exclusivamente científicos de la historia. En un tenderete situado en el Punto Venus tomamos unos cocos para beber por dos euros el coco y nos invitaron a muchísima fruta que nos fueron poniendo en la mesa, como papaya, mango y plátanos.

 

   Una vez subidos de nuevo al coche, nos adentramos con él por el salvaje Valle de Papenoo. Un gran río transcurría por el valle y una frondosa vegetación y múltiples cascadas se veían por doquier. La carretera era horrible, de tierra con muchos baches y era bastante recomendable hacerla con vehículo todoterreno. En un momento, la carretera transcurrió por la parte superior de una presa donde el agua también podía transcurrir si llovía mucho. Unos mojones de colores como si fueran semáforos indicaba a los vehículos, si el agua llegaba a cierta altura, si podían o no pasar. Más adelante, un pequeño corrimiento de fango y piedras bastante reciente había cubierto la carretera en un pequeño tramo. El coche quedó atascado en el fango pero, como era cuesta abajo, con el empujón de todos conseguimos sacarlo sin dificultad. Ya veríamos que haríamos a la vuelta. El camino continuó y atravesó varias veces el río. Este podía atravesarse por el propio cauce, que sólo hicimos una vez porque el agua se veía muy tranquila, o a través de una ruta alternativa que pasaba por puentes colgantes que daban miedo verlos porque eran de hierro, muy oxidados, muy estrechos y parecían construidos hacía muchas décadas. Así fuimos avanzando. La lluvia hizo acto de presencia entonces y con bastante intensidad, lo que nos hizo temer por la vuelta. Al final, llegamos a la Relais de la Maroto, un hotel restaurante que si bien no era nada especial, era pintoresco por su especial ubicación, subido en la montaña y aislado en medio de la isla de Tahití. Entramos a preguntar por si era recomendable llegar más lejos y un travesti que servía –habían tantos en Tahití que su presencia se normalizaba- nos dijo que con un turismo era imposible continuar y que sólo podían avanzar los 4×4. Así pues, no podríamos llegar al lago que había más allá. Optamos pues por tomarnos allí algo mientras esperábamos que la fuerte lluvia escampara un poco. El regreso no tuvo inconvenientes hasta que debimos pasar por el desprendimiento de fango. Algún 4×4 había ya pasado pero nuestro pequeño utilitario no podía pasar por allí especialmente por la fuerte pendiente hacia arriba. Comenzamos a despejar un poco el paso cuando llegó un 4×4 todo lleno de chicos jóvenes que, entre risas, sin molestarse a limpiar nada, empujaron el pequeño coche por encima del fango sin ningún dificultad. Habíamos tenido suerte.

 

   De regreso volvimos a pasar por el Punto Venus porque por la mañana nos habían dicho que habrían danzas, pero al final lo único que hubo fue una especie de pase de modelos que exponían lo que vendían las tiendas provisionales de artesanos que habían esos días allí.

 

   El lunes 24 fuimos a los llamados Jardines de agua de Vaipahi, un lugar donde podían hacerse unos senderos circulares muy sencillos, bien mantenidos -raro en Tahití- y muy bonitos. El sendero ascendía unos 200 metros bordeando el cauce de un torrente que tenía múltiples saltos de agua. Aunque el desnivel que se hacía era muy poco y el camino en general era sencillo, era a su vez bastante entretenido porque debías pasar una y otra vez el torrente y subir alguna que otra pendiente ayudándote de las cuerdas que habían instaladas. Luego una vez arriba, podías hacer un sendero circular mucho más largo o lo que hicimos nosotros, regresar por un sendero muy cómodo, amplio y entre pinos con unas espectaculares vistas de la barrera de arrecifes que bordeaba Tahití. Abajo, desde donde se cogía el sendero, había un gran jardín donde todos los árboles y flores contaban con pequeño cartel informativo con su nombre y características a modo de jardín botánico. Este lugar, a diferencia del jardín Botánico de Harrison Smith, estaba muy bien mantenido y aunque era mucho más pequeño, era muy interesante ir leyendo la información suministrada.

 

   Comimos en una zona de picnic que había frente a los Jardines de agua de Vaipahi y tras la comida, nos dirigimos a Tahiti Iti, el círculo pequeño de la Isla de Tahití. Pasado Taravao, que separa Tahiti Nui de Tahití Iti, cogimos la carretera que se dirigía por el sur y que finalizaba en Tehaupoo, un pueblo nada especial si no fuera porque es muy conocido por sus grandes olas para hacer surf. No obstante, ese día, ni había olas ni había surfistas a los que ver pero disfrutamos mucho viendo la zona que se veía mucho más tranquila y agradable que los alrededores de Papette y la propia Marina Taina, mucho más urbanizados.

 

   De regreso de Tehaupoo devolvimos el coche en el centro de alquiler y regresamos a Marina Taina en un autobús que, afortunadamente, no nos hizo esperar demasiado.

 

   MOOREA

 

   Al día siguiente, partimos hacia esta isla después de cargar agua y gasoil. Por el gasoil no pagamos impuestos por haber conseguido en su día de las aduanas de Papeete el papel que nos eximía de su pago por ser una velero en tránsito.

 

   La travesía se antojaba relajada porque eran sólo veinte millas pero al poco de salir por el pase Taapuna nos encontramos con una ola encontrada que rodeaba Tahití y que balanceaba bastante incómodamente al Piropo. Además, la falta de viento por el resguardo de la propia isla no mejoraba el vaivén. A medida que fuimos perdiendo resguardo el viento aumentó y la ola encontrada desapareció pero la que iba en dirección del viento se fue haciendo de mayor tamaño. El viento sopló entonces algo más de lo esperado y alcanzó los veintiséis nudos. Ese día comenzaríamos a darnos cuenta que las previsiones que daba el NOAA norteamericano y el Centro Meteorológico Polinesio diferían bastante y es que al parecer, se basaban en diferentes modelos. Por nuestra corta experiencia, al menos en las costas de Tahití, a nosotros nos parecía que acertaba muchísimo más el centro Polinesio.

 

   La incómoda travesía de través con la ola picuda fue avanzando pero en cuanto nos pusimos con el viento de popa a la altura del norte de Moorea la cosa mejoró bastante. Bordeábamos entonces esa costa y tras pasar la Bahía Cook, nos adentramos en la Bahía de Opunohu, que por lo que habíamos leído, parecía más agradable a nuestra estancia. La entrada a través del arrecife fue muy sencilla y enseguida pudimos echar el ancla en cinco metros de profundidad con un fondo muy amplio de arena blanca. El lugar era precioso, con aguas turquesas, playa blanca, cocoteros y montañas picudas repletas de vegetación entre las que se encontraba el característico Monte Rotui. Sólo llegar nos tiramos al agua para refrescarnos y nos acompañó, momentáneamente, una raya que pasó por el fondo.

 

   Y allí pasamos el resto del día, tranquilamente en el agua o en la bañera del Piropo contemplando el magnífico lugar.

 

   Al día siguiente desembarcamos en la playa de enfrente del fondeo denominada Mareto, que era pública –algo muy raro en Moorea- y muy bonita. Dejamos el auxiliar atado a una palmera y nos pusimos a caminar por la carretera en espera de un autobús o en busca de una cabina pública para pedir un coche de alquiler. Ni vimos un autobús ni vimos ninguna cabina y al final llegamos al hotel Hilton. Preguntamos al conserje de la entrada por una cabina y el hombre, muy amable pero algo desconcertado, nos indicó una que había en el interior del hotel en la zona de servicios. Como no sabíamos el nuevo prefijo de Moorea, preguntamos en una de las puertas que resultó ser el Departamento de recursos humanos del Hotel. Se quedaron muy extrañados de ver a unos turistas por allí y una de las chicas, muy amable, nos llevó a la recepción principal donde nos llamaron a un centro de alquiler de coches para que nos vinieran a buscar pese a que no éramos clientes. En Moorea los coches eran más caros que en Tahití y costaban unos 70 euros al día.

 

   Ya motorizados, bordeamos la Bahía Cook -donde habíamos alquilado el coche-, luego la Bahía de Opunohu y paramos finalmente en Papetoai pera ver la iglesia más antigua de la Polinesia. Esta iglesia era del año 1822 pero por estar recién restaurada, era demasiado colorida y fea. Luego fuimos a observar La Tiki Village, un lugar artificial donde se reproducía la vida tradicional polinesia y donde la visita era gratuita. Por la noche, hacían espectáculos de baile para los turistas con cena por 90 euros por persona. Dimos una vuelta por allí, vimos las casitas, los trajes, los instrumentos, el teatrillo, una sala de reproducciones de obras de Gauguin, etc. A la salida, una señora que estaba en recepción nos preguntó de dónde éramos y cuando le dijimos que éramos españoles se alegró mucho y nos contó que trabajó dos temporadas en el espectáculo de danza polinesia de Port Aventura. Nos dijo que entonces era muy joven y que se lo pasó muy bien entre fiesta y fiesta. Nos comentó también a modo de curiosidad que la foto que aparecía en los folletos publicitarios de La Tiki Village con todos los bailarines colocados no estaba hecha en Moorea sino que la habían tomado en Port Aventura. Nos pareció muy curioso. Nos despedimos por fin de la simpática señora que nos dijo por último que los polinesios y los españoles éramos iguales mientras que el resto de europeos, incluidos los franceses, eran serios y fríos.

 

   Más tarde, paramos a comer en una poissonerie que había por el camino y que como su nombre indicaba, sólo servían pescado. En Polinesia apenas habían lugares para comer pero en aquel lugar comimos muy bien y probamos el merlín crudo con leche de coco, filetes de mahi-mahi (dorados) y unas poco típicas empanadillas de atún con curry. Tras la comida, continuamos con nuestro paseo alrededor de la isla observando el paisaje y el paisanaje. Moorea era muy tranquila a diferencia de la zona de Tahití cercana a Papette. El centro de Moorea por su parte, con sus montañas y vegetación, casi estaba deshabitado y la gente únicamente habitaba en la costa donde una carretera bordeaba la isla por completo. Las casas eran todas bajas, con jardines muy cuidados y todas estaban separadas unas de otras. Apenas había aglomeraciones urbanas e incluso la capital de la isla, Afareaitu, no era casi nada diferente del resto si no fuera por el puerto de ferris que conectaban con Tahití.

 

   Llegamos a un mirador que había en la costa este de la isla donde decían que estaba la playa más bonita de toda la Polinesia, la de Temae. La afirmación nos pareció exagerada porque en Tuamotú vimos lugares muy bonitos. Un poco más adelante del mirador había un acceso a dicha playa, que era una de las dos únicas que eran públicas en toda Moorea. Temae era efectivamente bonita y larga pero el cielo algo nublado empeoró un poco la visión. Un hotel con las típicas cabañas sobre pilares se veía al fondo, una imagen muy repetida en las Islas de la Sociedad.

 

   Más tarde, al fondo de la Bahía Cook, nos adentramos por una carretera interior que iba a un mirador. La pequeña carretera era digna de transitarse porque circulaba por la zona agrícola de la isla y podían observarse las inmensas plantaciones de piña que allí había y que era el principal recurso económico de Moorea después del turismo. Llegamos al mirador desde donde presenciamos unas magníficas vistas de la c osta norte de Moorea con las dos bahías, la de Cook y la de Opunohu y el Monte Rotui en el medio, como una pirámide.

 

   Al día siguiente, hicimos una pequeña caminata hacia las cascadas de Afareaitu. Las cascadas no valían mucho la pena y sólo las vimos en la distancia como un pequeño hilo de agua pero el paseo sirvió para ver un poco la vegetación local y además, de regreso, recoger un gran racimo de plátanos silvestres.

 

   Para comer compramos un par de poulets rôtis (pollos rustidos), que al parecer debía ser una comida bastante popular porque vimos dos puestos diferentes en la carretera pese a que la isla no era muy grande. Tras la comida, subimos al Lycée Agricole por la misma carretera que la del mirador. Era un instituto de formación agrícola donde además de formar a los chicos locales, hacían zumos, helados y mermeladas de productos naturales. Probamos los helados de vainilla, de tiare -una gardenia- y los jugos de piña y, además, probamos una pequeña degustación de varias mermeladas de muy diversos sabores: piña, tiare, plátano, fruta de la pasión y mango. Más tarde, paramos a ver el Marae Ahu O Mahine, que quedaba a escasos metros de allí.

 

   El viernes 28 de noviembre teníamos que devolver el coche pero antes pasamos por un banco para obtener algunos francos polinesios. Vimos a las trabajadoras del banco especialmente arregladas, con collares de flores en la cabeza y preguntamos el motivo. La respuesta fue simplemente que era viernes y ese día siempre solían arreglarse para celebrar que llegaba el fin de semana.

 

   Al día siguiente, dimos un paseo a pie por la costa con la intención de subir un poco por el Monte Rotui. Encontramos el sendero pero casi al principio, una señora que salió de una casa dijo que no podíamos pasar porque si no ella tendría problemas. Al parecer, mucha gente se perdía y era obligatorio -esa fue la palabra- ir con un guía. Nos pareció todo ello una cosa muy extraña pero no quisimos pedir explicaciones más detalladas porque nuestra intención era sólo dar un paseo, no subir el monte, y no creíamos que la señora pudiera decirnos mucho más de lo que ya nos dijo.

 

   De regreso al barco tomamos un baño en las trasparentes aguas y vimos por el fondo una raya águila moteada muy espectacular. Dani también encontró una pala de un remo en el fondo y tras sumergirse para cogerla, la subió al barco. La sorpresa fue que cuando ya estaba en la bañera, vimos que de la parte circular del remo de donde debía incrustarse el palo del remo, había salido un diminuto pulpo. El animalito era muy gracioso porque además de ser muy pequeño, retorcía mucho sus tentáculos. Dani iba a ponérselo en la mano cuando Sandra le advirtió que no lo tocara, que le sonaba que esa especie era muy peligrosa. Consultó inmediatamente el libro de animales peligrosos que llevamos y, efectivamente, allí estaba el animal. No había dudas, era un pulpo de anillos azules y sus características físicas eran idénticas a las que detallaba en el libro y en especial, la más peculiar, sus inconfundibles anillos azules. El libro decía no sólo que era peligroso sino que su mordedura era mortal. Explicaba algún caso real de accidente que se producía tal y como iba a hacer Dani: se veía un pulpo diminuto y muy gracioso, se ponía sobre la mano y entonces el animal te mordía y te envenenaba. Habíamos tenido suerte de que Sandra tuviera empollado el libro. A partir de ahora, Dani tendría mucho más cuidado de no tocar nada que no conociera.

 

   Al día siguiente buceamos por el arrecife cercano. El lugar no era espectacular pero sí tenía un poco de todo por lo que nos alegramos mucho de poder enseñar al padre de Dani algunas de las habituales cosas que veíamos cuando buceábamos: los corales, las tridacnas, los peces cirujanos, los ídolos moriscos, los pepinos de mar, las peces mariposa… e incluso vimos algún tiburoncito.

 

    TAHITI

 

   El lunes 1 de diciembre, tras unos días de  viento más fuerte de lo deseable, la meteorología había mejorado bastante por lo que emprendimos el viaje de regreso a Tahití. El viento venía totalmente de proa y tuvimos que ir a motor la primera parte de la travesía si no queríamos que se alargara mucho la cosa. Más adelante, ya pudimos abrir algo de génova y ceñir un poco durante el regreso a nuestro destino. La travesía, finalmente, resultó mucho más cómoda que la ida porque, si bien el viento tenía una dirección mucho más desfavorable, su intensidad fue mucho más suave.

 

   Esta vez, en vez de entrar en Marina Taina, nos amarramos a las boyas que había enfrente. La verdad era que además de estar más agradables en las boyas, no teníamos el problema de que se subieran hormigas y otros insectos por las amarras.

 

   Al día siguiente fuimos en autobús a Papeete. Pasamos por la oficina de turismo para informarnos de varias cosas y nos enteramos que estaba el festival de baile llamado Hura Tapairu que era el segundo evento de baile más importante del año después del Heiva que se celebraba el 14 de julio coincidiendo con la fiesta nacional francesa. Fuimos inmediatamente a la Maison de la Culture donde se vendían las entradas y se celebraba el evento y compramos, literalmente, las últimas entradas disponibles que costaron 13 euros por persona. El festival duraba toda la semana pero sólo quedaban disponibles seis entradas para la sesión del día siguiente. Tuvimos bastante suerte.

 

   Después de comer en un restaurante cercano, dimos un paseo por la ciudad visitando muchas cosas: El Museo de la Perla, el monumento a De Gaulle, la Asamblea, el Ayuntamiento, el mercado y muchas otras cosas de las cuales, la mayoría no eran demasiado interesantes en nuestra opinión.

 

   Al día siguiente, ya con un coche de alquiler -5 días 180 euros-, visitamos el Museo de Tahití y sus islas que nos pareció realmente interesante, como por ejemplo, su colección de conchas y corales y su información sobre biología y geología. También nos gustó mucho su exposición sobre las tapas –esas pinturas hechas sobre papeles vegetales- que creíamos eran sólo de las Marquesas pero que al parecer, teniendo cada una con sus características y métodos de realización, son algo típico de todo el Pacífico: Isla de Pascua, Polinesia, Samoa, Tonga, Nueva Caledonia, etc. Una de las cosas que más nos sorprendió conocer era que los característicos y abundantísimos cocoteros, imagen típica de las islas del Pacífico Sur, era un planta importada hacía muy pocos siglos.

 

   Satisfechos de la visita al museo, fuimos luego a Papeete a comer y a visitar la ciudad un poco más. Después, regresamos al barco para ponernos elegantes antes de regresar a Papeete de nuevo para asistir al Hura Tapairu, el festival de bailes polinesios. Nos imaginábamos algo bonito pero nos quedamos cortos ya que nos encantó. Como era un concurso y no un espectáculo turístico, los bailarines se les veía muy concentrados por hacerlo realmente bien, demostrar sus habilidades y a fin de cuentas, intentar ganar el festival. Y más nerviosos que los bailarines estaba el público local que gritaba fuertemente animando a sus grupos favoritos. Los trajes hechos, a veces exclusivamente de elementos naturales como hojas y flores, eran un espectáculo de por sí. Y los bailes, muy animados y sensuales, fueron muy variados. Hubo bailes exclusivamente masculinos, exclusivamente femeninos, mixtos, en grupo o individuales, tradicionales y modernos. Hubo de todo y fue realmente un verdadero espectáculo.

 

   El jueves 4 de diciembre visitamos las tres cascadas de Faarumai. La primera era muy grande e impresionante. Comimos de picnic allí mismo, contemplándola y refrescándonos por el agua que venía en suspensión de la propia cascada. La parte negativa era que no contábamos con los mosquitos. Después, subimos por un sendero precioso, muy cortito, que transcurría a través del bosque hasta las otras dos cascadas. Estas eran también caudalosas y altas pero algo menos que la primera.

 

   De allí fuimos al Trou du Souffleur, una grieta que había en la parte alta de un pequeño acantilado por donde salí el agua a chorro cuando una ola chocaba por el acantilado. Seguramente las condiciones del mar no eran las adecuadas pero el lugar no nos pareció demasiado impresionante. Volviendo hacía el barco, paramos para ver la tumba del último Rey de Tahití, el Rey Pomare V, cuya principal afición en vida quedó reflejada en el techo del pequeño mausoleo a través de la representación de una antigua garrafa de alcohol.

 

   La jornada siguiente la dedicamos a conocer un poco mejor Tahití Iti, la parte pequeña de Tahití. Con el coche subimos hasta el Plateau de Taravao por una carretera muy bucólica, con vegetación, prados y vacas pastando. Era la zona ganadera de la isla que contaba con alguna lechería. Por esa carretera llegamos al mirador desde donde podía observarse unas buenas vistas de Taravao y del estrecho istmo que separa Tahiti Iti de Tahiti Nui. El descenso lo hicimos por otra carreterita que transitaba por la zona agrícola donde vimos varias plantaciones de muchas cosas y entre ellas, de la verdura autóctona a la cual éramos muy aficionados, la pota, que era como una especie de acelga. Por allí seguimos hasta Tautira, el último pueblo de Tahití Iti por el norte. De regreso al barco, dimos una vuelta fugaz por la Universidad de Polinesia que era bastante pequeña.

 

   El 6 de diciembre era el último día de visita de los padres de Dani. Ya teníamos bastante bien conocida la isla por lo que decidimos pasear por Papeete y comprar algún pequeño recuerdo. Comimos en un restaurante local y nos percatamos que en casi todos los restaurantes, daban la misma oferta. Pescado crudo marinado con coco era muy habitual pero también muchos platos japoneses de pescado crudo. Los entrecotes también eran muy habituales. Los restaurantes locales no eran nada baratos por lo que gente local que tiene que comer a diario, solía elegir los bocadillos que era lo único que tenía un precio tolerable. Las típicas furgonetas que servían los bocadillos y de las que hablaban muchas guías turísticas, ya no se veían en la capital salvo de forma aislada en zonas apartadas. Así pues, ante esa falta de oferta de lugares cómodos donde tomarse un bocadillo, lo que tenía un éxito avasallador, con gente agolpada casi a todas horas, especialmente de chicos de instituto que, tristemente, parecía que comían allí casi diariamente, era el Mac Donald´s.

 

   El 7 de diciembre era el día que los padres de Dani debían coger su avión de regreso a España. Dani los desembarcó en el muelle en un primer viaje y en el segundo, con Sandra y las maletas, cayó un diluvió que nos dejó totalmente empapados. Afortunadamente, pudimos cubrir las maletas y al menos eso llegó seco al muelle. Desde allí, y con las últimas horas del coche de alquiler, fuimos todos al aeropuerto. La despedida fue triste, como siempre, pero es que esta vez no intuíamos cuando podríamos volvernos a ver. Era una de las partes negativas que tenía el viaje. De todas formas, nos había encantado que nos visitaran y esperábamos verlos muy pronto de nuevo en el Piropo.

 

   En la próxima entrada os contaremos todo el resto de nuestra estancia en Tahití.

 

   ¡Hasta pronto!

 

2 comentarios a “TAHITÍ (II) y MOOREA. Del 14 de noviembre al 7 de diciembre de 2014.”

  • Que bueno recibir a la familia al otro lado del mundo. Localizando vuestras islas en un mapa me da mucha envidia vuestra localización…
    ¡¡ Carpe diem Piropo !!

  • Sandra te ha salvado la vida!!! El pulpo de anillos azules es muy peligroso! Y no hay antídoto. Como dicen aquí en Aragón, esta chica vale un valer…
    Besicos

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