Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

ATOLÓN FAKARAVA (ARCHIPIÉLAGO DE TUAMOTÚ). Del 23 de septiembre al 12 de octubre de 2014.

   

    La salida de Tahanea fue muy diferente a la entrada. Esta vez, sin luna llena que acentuara la marea y empujados por una ligera corriente saliente, pudimos salir a mar abierto sin ningún problema. También fue tranquila el resto de travesía a Fakarava ya que un viento muy suave nos acompañó todo el tiempo. Por la noche, pese a la poca vela que llevamos desde el principio para no correr demasiado, aún tuvimos que hacer un par de bordos casi sin vela para no adelantar demasiado la llegada.

   A las siete de la mañana, estábamos frente al pase sur de Fakarava llamado Tumakohua. Según las tablas de marea debía haber una ligera corriente saliente pero en el mar no había ninguna rompiente ni señal que indicara que la corriente estaba saliendo por lo que imaginamos que quizá pudiera estar entrando vete a saber por qué. Como ese pase tenía una ligera curva, no veíamos con claridad ni la dirección de la corriente ni su fuerza. Ante las dudas, tras asomarnos una primera vez sin aclararnos demasiado, volvimos a asomarnos una segunda vez y nos pareció que, efectivamente, la corriente estaba saliente y que no estaba demasiado fuerte. Así pues, a la tercera nos adentramos en el pase. Enseguida nos dimos cuenta que habíamos acertado y casi no había corriente.

   Fakarava era el segundo atolón más grande de las Tuamotú detrás de Rangiroa. Estaba declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco por su vida marina. Tenía una forma rectangular y tenía dos pases transitables para veleros: el del sur, por donde entramos, que tenía un pequeñísimo asentamiento poblado, y el pase norte, mucho más amplio y que era donde estaba casi toda la población del atolón. Fakarava era un atolón bastante turístico si se comparaba con los atolones en los que habíamos estado, pero pese a eso, la presencia de turistas era bastante escasa. Los visitantes eran principalmente buceadores que llegaban con ánimo de no querer perderse los fondos submarinos casi únicos del atolón.

   Una vez dentro del Fakarava, nos encaminamos hacia el fondeo que estaba muy cerca, justo al suroeste del pase. Nos percatamos entonces que las cartas Garmin tenían aquí un pequeño desvío, aunque no nos importó mucho porque el canal estaba suficientemente bien señalizado.

   El fondeo estaba frente al lugar más característico de Fakarava y realmente era espectacular. Justo delante del barco había varios motus desérticos llenos de cocoteros que estaban rodeados de una arena de un color de una tonalidad rosácea. Precisamente ese color rosado de la arena era lo que singularizaba al lugar. En ese fondeo nos quedamos los dos siguientes días paseando por los increíbles motus. Esos días el viento sopló bastante fuerte de sudeste pero, afortunadamente, aquel fondeo estaba especialmente protegido de los vientos de esa dirección y no nos preocupamos. Al lugar solían llegar lanchas de turistas provenientes del pueblo situado al norte del atolón. Uno de esos días llegó al lugar un gigantesco yate de pasajeros cuyos clientes desembarcaron en la playa. El yate debía ser bastante lujoso porque con los pasajeros que desembarcaron, bajaron casi tantas personas de servicio que se dedicaron a colocar en la playa tolditos, hamacas y un montón de distracciones para sus clientes, a los cuales instruían al padelsurf, kitesurf, windsurf, wakeboard… Hasta había varios veleros a radiocontrol de gran tamaño. En un momento, la arena rosa quedó llena de cachivaches, aunque menos mal, la cosa sólo duró una tarde.

   El día 26 nos fuimos a fondear justo al otro lado del pase, delante de Tetamanu, el pequeño asentamiento poblado que apenas tenía unas pocas casas y entre ellas, lo que motivaba que fuéramos allí: un centro de buceo. Teníamos entendido que Fakarava era considerado uno de los mejores sitios para bucear del mundo y no nos lo queríamos perder. Esa misma tarde desembarcamos delante de un centro de buceo y preguntamos los precios. Nos sorprendió un poco lo elevado que era -9500 francos polinesios por buceo, casi 80 euros- pero el instructor debió intuir nuestros pensamientos y nos dijo, muy amable, que cerca del pase había otro centro de buceo más económico y que nos lo comentaba porque ya sabía que para la gente de los veleros era importante ahorrar lo máximo posible. Le agradecimos la información porque creíamos que sólo había un centro en el lugar y comentamos entre nosotros lo gracioso que nos parecía el concepto que tenían en Francia de los navegantes transmundistas, idea que, por cierto, no era nada equivocada puesto que en su mayoría –había de todo, claro- éramos personas que vivíamos de los ahorros en unos casos, de pequeñas rentas otros y de trabajos esporádicos los menos. Fuimos entonces hacia el otro centro de buceo que nos habían señalado y que resultó ser el que buscábamos originalmente, llamado Eleuthera. El lugar era muy peculiar; había unas cuantas cabañas donde residían los turistas, otra cabaña muy cerca del agua donde estaba el centro de buceo y una última sobre pivotes encima del agua donde habían hecho un pequeño restaurante. Entre esas construcciones se formaba una piscina natural de muy poca profundidad donde veíamos nadar tranquilamente tiburones puntas negras, napoleones enormes y otros peces tropicales. Era un lugar muy tranquilo y bonito para ser un lugar poblado. En este centro de buceo los precios eran algo más económicos -7000 CFP, 58,66 euros por persona-, pero no tenían sitio para nosotros para ese día ni al día siguiente ya que les llegaba un grupo grande de alemanes ese mismo día. Así pues, tendríamos que esperar un poco. Dimos entonces una vuelta por el diminuto asentamiento de Tetamanu que casi no tenía nada más aparte de ese frontal de servicios para los buceadores. Había una iglesia antigua y un par de viviendas más. Paseamos bordeando el pase y observamos el lugar por donde hacía unos días habíamos pasado con el Piropo pero que ahora, alterado por el viento que había hecho esos días, estaba bastante más agitado con grandes olas reventando contra los arrecifes.

   Al día siguiente, la corriente del pase estuvo todo el día saliendo. Al parecer, eso era habitual cuando había estado soplado fuerte de sudeste como era el caso. En estas situaciones, el viento empujaba tanta agua dentro de la laguna que durante los días siguientes toda esa agua debía salir y la corriente no se veía afectada aparentemente por los efectos de las mareas. Sin duda, lo de las corrientes en los pases de los atolones era de tesis doctoral. Había mil variables.

    Ese mismo día desembarcamos en la playa de enfrente para descargarnos la meteorología a través del teléfono satélite. Como ya contamos en anteriores entradas, nos estaba costando mucho descargar los pequeños ficheros meteorológicos a través del Inmarsat y creíamos que quizá, el motivo podía deberse al movimiento del barco. Así pues, intentamos hacer la descarga en tierra firme para ver si la cosa mejoraba algo pero el experimento no pudo salir más desastroso y el grib meteorológico tardó tanto tiempo en descargarse como venía siendo habitual en el Pacífico. Sin duda, Inmarsat no funcionaba muy bien por la zona.

    En relación al desembarco en la playa de enfrente, contaremos que la costa es privada en las Tuamotú. Lo mismo sucede en el archipiélago de la Sociedad, pero en cambio, no sucede en Las Marquesas. Esta realidad, de la que nos enteramos mucho más tarde en una conversación con unos franceses de un barco, es algo que todavía no afecta mucho en las Tuamotú porque, en general, los propietarios aún no cercan sus propiedades y son tolerantes al tránsito de las personas, pero ya veremos si en el futuro todo esto se mantiene como hasta ahora.

    Durante el atardecer, nos entretuvimos un buen rato en la bañera observando un cielo espectacular. Sus colores pasaron del amarillo al naranja y finalizaron con unos colores totalmente rosados y lilas.

     Al día siguiente, antes de desembarcar para ir a bucear, tuvimos que cambiar ligeramente al Piropo de sitio. El viento estaba soplando ese día algo más de norte y, en consecuencia, el barco se estaba acercando demasiado a los arrecifes. Así pues, para estar tranquilos, echamos el ancla un poco más lejos de la orilla.

    El buceo fue una verdadera maravilla. Sabíamos que valía mucho la pena y no nos decepcionó en absoluto. Muy cerca del centro de buceo desde donde nos subimos a la barca, estaba el propio lugar donde se buceaba, a sólo unos escasos centenares de metros. Allí, nos tiramos al agua y descendimos hasta los 23 metros para, poco a poco, ir subiendo por el fondo a lo largo del pase. Los corales eran abundantísimos y estaban, además, muy sanos. La cantidad de peces era increíble y había de muchísimos tipos. Además de los que veíamos habitualmente más cerca de la superficie, vimos peces de más profundidad. Entre las especies que no estábamos acostumbrados a ver observamos a varios atunes, barracudas, emperadores, napoleones y, por supuesto, muchos tiburones grises y algunos tiburones puntas blancas. El único pero del buceo fue que como la corriente estaba en ese momento casi totalmente parada, en el famoso “Muro de los tiburones” la afluencia de tiburones grises fue en aquel momento muy pequeña. Apenas había varias docenas de ellos cuando, al parecer, la acumulación de tiburones podía llegar a ser de 200 tiburones juntos. Pero no nos quejamos ni mucho menos. Con la fauna salvaje nunca se podía esperar nada y el magnífico buceo valió realmente la pena.

    Nos quedamos tan entusiasmados con el lugar y con lo que habíamos visto bajo el agua que decidimos quedarnos un poco más en el fondeo para bucear en superficie por nuestra cuenta. Al día siguiente, volvimos a la zona con nuestras aletas, gafas y tubos. El espectáculo fue igual o incluso mejor. Había muchos tiburones puntas negras que iban de un lado a otro. A veces se acercaban mucho a curiosear pero como a un metro de distancia, cambiaban su rumbo y se alejaban. El lugar estaba lleno de corales y de otros peces. Hasta la fecha no habíamos visto en un mismo sitio tanta variedad y tanta cantidad de ellos: napoleones gigantes, cirujanos (aquiles, mejilla blanca, comunes, listados, vela…), peces unicornio, ídolos moriscos, pargos, lutjánidos, peces ballesta de varios tipos, muchos mariposa distintos, loros de varias clases a cual más bonito, fedrís, un pez erizo enorme, una morena gigante de color verde pistacho, un tiburón puntas blancas de arrecife, peces aguja por la superficie, salmonetes grades azulados, un pez escorpión en una cueva, peces soldado, peces ardilla, peces doncella… Era una maravilla. Nos encantó. Al final, después de varias horas en el agua, el frío y la corriente que empezaba a empujar con una intensidad que ya no podías vencerla nadando, nos obligaron a finalizar con nuestro buceo.

    El día 1 de octubre, con algo de pena por dejar el pase sur de Fakarava con su maravilloso mundo submarino, partimos hacia nuevos lugares. Esta vez, rumbo noreste hacia el motu conocido como Hirifa del que nos habían hablado muy bien. Las 6 millas que nos separaban tuvimos que hacerlas a motor porque el viento venía casi de cara.

    Fakarava, a diferencia de los atolones en los que habíamos estado, tenía balizados canales en su interior que te permitían navegarlo en toda su extensión. Uno de los canales lo cruzaba totalmente en diagonal desde el pase sur al pase norte y el otro, el que estábamos siguiendo, nos llevaba a Hirifa desde el pase sur y desde allí, conducía al pase norte bordeando la costa este del atolón. No obstante la existencia de estos canales teóricamente balizados, las señales eran muy pocas y más convenía fiarse de la vista que de ellas.

    Nosotros, sin ningún problema llegamos a Hirifa y sin duda, desde el punto de vista del tenedero, fue uno de los mejores fondeos que tuvimos en las Tuamotú. En una zona muy amplia y en una profundidad menor a diez metros, sólo había arena sin rastros de ninguna cabeza de coral. La costa del lugar también era bonita con playa a todo lo largo y abundantes cocoteros tras la arena. La zona sin embargo no era desértica. Había algunas casitas muy diseminadas. Una de ellas era un restaurante muy rudimentario donde llegaban turistas del poblado del norte en lancha. Más allá, había un hostalito y justo enfrente nuestro, una casa de un local con el que nos saludamos, que trabajaba llevando en barca a los turistas a aquellos negocios. Era sin duda, una zona muy tranquila.

    Bajo el barco vimos en ese fondeo varias rémoras. En el anterior fondeo ya habíamos visto varias pero cada vez había más. Parecía que le estaban cogiendo gusto al Piropo y a medida que avanzábamos por el atolón, se acumulaban mayor cantidad debajo nuestro llegando a tener más de quince en el norte de Fakarava. Los otros veleros, de todas formas, también debían tener su particular compañía. Las rémoras eran voracísimas. Cualquier resto de comida que tirábamos por la borda desaparecía devorado por nuestras vecinas que competían entre ellas a ver quién se lo comía primero. Las rémoras tenían una ligera diferencia de color, unas eran blancuzcas, otras más amarillentas y otras algo más negras y nos hacía gracia ver lo absurdo de sus pequeños conflictos. Las negras parecía que no soportaban a las blancas y cuando las veían, siempre se ponían a perseguirlas y a echarlas de debajo del Piropo. Así pues, las rémoras blancas se veían obligadas, muy a su pesar, a trasladarse a los bajos de La Poderosa que llevábamos arrastrando.

    Paseando por la playa vimos una antigua construcción de 1879 –tenía el año sobre la puerta- con tres tumbas al lado, una de un bebé. Nos llamó la atención y nos preguntamos quién viviría allí, hacía tanto tiempo y en un lugar tan remoto que en aquel tiempo aún sería más remoto.

    Tras dos días en ese fondeo, partimos hacia el norte en un pequeño salto varias millas. Esta vez, como el día era muy luminoso y el viento favorable, la navegación la hicimos a vela ya que las pocas patatas de coral que había por el camino se veían muy bien. No obstante, por precaución y como era habitual en nuestras navegaciones por los interiores de los atolones, mientras Dani llevaba el timón, Sandra estaba en la proa observando si había algún obstáculo por el camino.

    Nuestro cuarto fondeo en Fakarava lo hicimos sobre 9 metros en arena. El lugar, aunque estaba protegido del viento de este-sureste que soplaba, dejaba pasar una ligera olita lateral que daba algo de movimiento al barco. Por la tarde, desembarcamos para pasear por la zona y recolectar cocos. La costa era mayoritariamente de roca y coral con muy poca arena. Sólo en algún tramo se acumulaba la arena formando alguna pequeña playa. Los cocoteros de la zona eran un poco extraños ya que casi no tenían cocos y los que estaban por los suelos, o eran extraordinariamente pequeños o estaban comidos por las ratas o los cangrejos. Así pues, nos tocó buscar con más ímpetu de lo habitual los cuatro cocos que queríamos, lo que era algo absurdo en Tuamotú ya que solían haber cocoteros por todas partes.

     Al día siguiente, dejamos el cuarto fondeo y volvimos a hacer un pequeño salto hacia el norte del atolón. Esta vez avanzamos unas 5 millas yendo otra vez a vela porque el día seguía siendo espléndido y continuaban viéndose muy bien las pocas patatas de coral que había. Llegamos esta vez a una zona muy parecida a la anterior con la única diferencia que una punta de arena protegía algo más el fondeo de las olas que se creaban por el viento de este-sureste que seguía soplando. No obstante esta protección, un ligero movimiento lateral muy poco molesto aún se notaba. Por la tarde, desembarcamos para pasear por el lugar. La playa estaba rodeada de vegetación y a unos pocos metros de la arena transcurría una pista que finalizaba precisamente en la casita deshabitada que estaba justamente allí. Por lo que pudimos ver en las imágenes de Google Earth que teníamos descargadas, esa pista llevaba desde ese lugar hasta el pase norte y tenía, por tanto, varios kilómetros de largo.

     El día 5 de noviembre dimos el último salto hacia el norte de Fakarava. Esta vez fue de poco más de 13 millas y nos llevó hasta el mismo pueblo de Rotoava, situado al norte del atolón. A mitad travesía encontramos una enorme granja perlera con muchas boyas que nos obligó a hacer un pequeño desvío y navegar por el canal balizado que pasaba muy cerca de la costa. Por allí, siguiendo las espaciadas balizas, llegamos sin problema al fondeo de Rotoava.

   En el fondeo había muy poco barcos, y aunque pocos, eran muchos más que los que habíamos encontrado en nuestros últimos tres fondeos en los que habíamos estado totalmente solos.

    Frente a Rotoava estuvimos una semana. Visitamos en el pueblo todo lo que la guía turística Lonely Planet recomendaba y que, francamente, no valía mucho la pena. Por un lado, vimos el faro de Taputavaka, uno de los faros más antiguo de la Polinesia que, construido hacía unos 80 años, nos pareció bastante raquítico y que se conservaba en un pésimo mal estado. Había otro faro, el de Topaka, que también recomendaba la guía para ver. Desde lejos éste sí parecía peculiar, con sus formas altas y cuadradas daba la sensación que era una fortaleza, pero en cuanto nos acercamos, tras un paseo de 2 kilómetros y medio, nos dimos cuenta que no merecía la pena ni por altura ni por estado. Sin duda, más que ver estos faros, fue más atractivo pasear por el pueblo y ver la absoluta tranquilidad con la que viven las gentes de Tuamotú, sin estrés, lejos de todo y con casi nada. Los pequeños supermercados locales dependían en gran medida de los barcos de suministros. Cuando el barco de suministro llegó un día, en el supermercado se vio bastante variedad de vegetales que antes no había.

    Ese mismo día que llegó el barco de suministros, vimos a mucha gente llevando pescado fresco, en concreto, peces loro que les debían gustar mucho. El motivo de que sólo hubiera pescado fresco cuando llegaba el barco de suministro era que Fakarava tenía mucha ciguatera y no podía comerse el pescado de allí. Paseando precisamente ese día, encontramos a un señor viejo que estaba limpiando al borde de una playa su compra de peces loro. Tiraba las tripas en la misma orilla y allí, había varios tiburones gata enormes y varios tiburones puntas negras comiéndose lo que caía. Era curioso observar cómo mordían estos ejemplares los trozos de tripa o las cabezas. Más que morder, parecía que absorbían. Eso quizá nos lo hubiéramos podido imaginar de los tiburones gata que decían que eran totalmente inofensivos pero nos sorprendió de los tiburones puntas negras que sí, muy excepcionalmente y entornos de pesca, daban mordiscos a los humanos.

    Lo que valió mucho la pena fue el buceo que hicimos en el pase norte, llamado Garuae. El buceo lo hicimos con Fakarava Diving Center, que era un centro de buceo que llevaba una pareja de navegantes suizos asentados en el atolón hacía varios años y que además de la potente lancha de buceo con la que iban hasta el pase, tenían su propio velero que estaba fondeado todo el año en el lugar y que era donde vivían. El buceo costaba 6900 francos polinesios, aunque para los navegantes había un precio especial de 6000 francos, unos 50,28 euros.

    El buceo con botella fue quizá el que más nos gustó de todos los que habíamos hecho hasta el momento. Descendimos hasta los 34 metros y nos quedamos un buen rato en el fondo agarrados a las piedras y enfrentados a la fuerte corriente. Allí, observamos decenas de tiburones grises nadando apaciblemente. Luego, nos dejamos ir empujados por la corriente. La sensación era agradabilísima. Era como si volaras. Sin mover un músculo, simplemente moviendo un poco las aletas para subir y bajar, pasabas a gran velocidad y a pocos centímetros del suelo que estaba lleno de corales hasta el más mínimo hueco y también lleno de peces de mil especies diferentes. La densidad de peces era tanta, que parecía que el agua tuviera muros formados por los enormes y muy espesos bancos de peces de la misma especie. Más allá, nos adentramos en un gran foso en el que la corriente no hacía efecto y pudimos observar aún más peces y tiburones, sobretodo ojos grandes, lutjánidos, tiburones grises y tiburones puntas blancas. De estos últimos tiburones, muy tranquilos y posados en la arena, pudimos estar cerquísima contemplándolos en todo su esplendor. En esa especie de foso vimos también otros peces bonitos, morenas enormes, algún pargo gigante con dientes afilados y un napoleón verdaderamente descomunal, el más grande que hasta la fecha habíamos visto. A partir de allí, ya comenzamos a ascender haciendo al final la parada de seguridad necesaria.

   El instructor, muy amable estuvo muy pendiente de nosotros. Según nos dijo la primera vez que hablamos con él, ese buceo era un poco técnico y como no sabía cómo buceábamos, prefería que nuestro primer buceo con él no fuese ése. De todas formas, al final no hubo ningún problema, el buceo fue muy sencillo y lo disfrutamos mucho.

   También durante nuestra estancia en Rotoava visitamos una pequeña granja perlera. En ella observamos cómo era el proceso para obtener las muy apreciadas perlas de Tuamotú que eran únicas en el mundo por sus colores. En realidad su color no era negro sino que variaba y podía ser gris oscuro, verde, marrón, rojizo o dorado. Vimos en la granja como, en un proceso casi quirúrgico, abrían la ostra, introducían justo en el lugar idóneo un trocito de nácar y músculo de otra ostra, y cerraban de nuevo la ostra. Después, depositaban la ostra bajo el agua entre 6 y 10 metros de profundidad durante un año y medio como mínimo. Tras ese período, abrían la ostra y comprobaban si ésta había hecho su trabajo y había recubierto el pequeño objeto intruso con nácar propio creando la preciada perla. El porcentaje de perlas que se encontraban eran muy poco y el porcentaje de perlas de buena calidad, aún menor. Los criterios para clasificar las perlas eran varios. El primero era el lustre o brillo. Cuanto más se pareciera a un espejo mejor. El segundo criterio era la calidad de la superficie por lo que si la perla era lisa y sin arrugas era más apreciada. Lógicamente, la talla era otro criterio. La forma era el siguiente criterio y cuanto más redonda era la perla más valiosa era aunque también eran muy bellas las perlas con contornos irregulares con formas por ejemplo de lágrima o botón. El último criterio para clasificar las perlas era el color aunque más tenía que ver con el gusto personal que con la calidad de la misma. Nosotros no teníamos ni idea de joyería pero las perlas de Tuamotú nos parecieron muy bonitas y al final, nos llevamos un pequeño recuerdo: un pequeño collar con tres perlas de diferentes colores.

    Una de las tardes en el fondeo de Rotoava, poco antes de oscurecer, el viento comenzó a soplar de sur con algo de componente oeste, es decir, la peor dirección posible en ese fondeo. Como los días anteriores había hecho poco viento y muy cambiante, nuestra cadena estaba muy enganchada en el fondo sin margen para estirarse ante golpes de viento. Así pues, decidimos recogerla y ya de paso, nos enganchamos a una boya que había por allí que parecía en buenas condiciones y resistente. Al poco de hacerlo nos alegró el haberlo hecho porque el viento se incrementó bastante y aunque sólo alcanzó los 26 nudos, en poco tiempo se formó un buen tamaño de ola que zarandeó bastante a todos los barcos del fondeo. Nosotros, dentro del barco, no podíamos hacer nada con tanto meneo y nos quedamos tumbados en los sofás hasta que se relajó la cosa. Al cabo de una hora aproximadamente, el viento empezó a amainar y con él la ola. En consecuencia, la vida dentro del barco se volvió más tolerable. Nuestros vecinos suizos, los navegantes del centro de buceo, muy amables, se interesaron por si estábamos bien y nos comentaron para tranquilizarnos que la ola aún bajaría más en breve porque la marea estaba bajando y el pequeño arrecife que nos protegía de esa dirección, pararía aún más las olas. Y así fue.

   Finalmente, después de una agradabilísima estancia en Fakarava, tuvimos que partir hacia otros lugares. Nuestro próximo destino sería el atolón de Toau.

  Ponemos por último los waypoints aproximados de los fondeos en los que hemos estado en Fakarava insistiendo que son aproximados y recordando que no todos son recomendables pero que los damos por si a alguien le pudiera resultar de utilidad:

Fondeo Fakarava 1: 16 31,33 S   145 28,37 W

Fondeo Fakarava 2: 16 30,37 S   145 27,36 W

Fondeo Fakarava 3: 16 26,88 S   145 21,90 W

Fondeo Fakarava 4: 16 19,85 S   145 29,79 W

Fondeo Fakarava 5: 16 15,54 S   145 32,86 W

Fondeo Fakarava 6: 16 03,72 S   145 37,17 W

Fondeo Fakarava 6 (boya): 16 03,58 S   145 37,24 W

 

    ¡Hasta la próxima!

 

 

 

 

8 comentarios a “ATOLÓN FAKARAVA (ARCHIPIÉLAGO DE TUAMOTÚ). Del 23 de septiembre al 12 de octubre de 2014.”

  • Un mes sin saber nada de vosotros! Va todo bien?
    Mi mujer y yo estamos esperando vuestra nueva historia! Besos y abrazos!

  • que pasada de fotos , eso es precioso cariño, seguid disfrutando mucho de vuestra aventura y cuidaito con los tiburones, jajajajaja , un beso enorme a los dos. tqm

  • Desde http://www.casonadecefontes.com en Gijón Asturias os deseamos una feliz salida y entrada de año y os agradecemos estas crónicas tan entretenidas

  • Vaya par de Cracks que estáis echos! Geniales fotos y relatos ! 
     
    Un abrazo fuerte.
     
    Mauricio

  • Desde http://www.casonadecefontes.com queremos aprovechar estas fechas para felicitaros las navidades y agradeceros vuestras crónica. Feliz salida y entrada de Año.

  • Os sigo, gracias por compartir q buena experiencia preciosas fotos

  • Excelente relato, tengo bastante tiempo ya leyendo vuestro blog y me encanta.
    Muchas gracias por compartir estas experiencias y las fantásticas fotos con los que somos un poco menos afortunados por estar en tierra, anhelantes de seguir vuestra estela.
    Esperamos pronto un nuevo post.

  • No se si echarme a llorar o que hacer ya…¿ de verdad existen esos lugares… ? 
    ¿ No me haríais un huequecito en el PIropo aunque sea de mascarón en proa ? Impresionante, que felicidad reflejan vuestras publicaciones. 
    Un saludo y buen viento.

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