Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

FATU HIVA (ARCHIPIÉLAGO DE MARQUESAS). Del 13 al 21 de junio de 2014.

Con el amanecer, el día fue clareando y la isla a la que nos dirigíamos se pudo distinguir con más detalle. Hasta hacía poco, sólo podía verse el abrupto contorno del que sería nuestro primer destino en Polinesia: Fatu Hiva. Ahora ya podíamos ver la frondosa vegetación que cubría todas las paredes de la isla y su intenso color verde. Rodeamos la estrecha costa norte de la isla y navegamos hacía el sur en busca del próximo fondeadero de Hanavave, mucho más conocido como el de Bahía de las Vírgenes. Contaremos de nuevo la historia de este nombre aunque siempre que leíamos algo en referencia a la isla se comentaba lo mismo. Al parecer, los primeros marineros que arribaron a la bahía, se sorprendieron por las formas fálicas de las rocas que la rodeaban y por eso, llamaron al lugar Bahía de las Vergas. Los misioneros que vinieron posteriormente, se escandalizaron del nombre y lo cambiaron por el de Bahía de las Vírgenes. La Bahía de las Vírgenes o de Hanavave era muy popular entre los veleros y algunos dicen que es la bahía más bonita del mundo. A nosotros esa calificación nos parecía algo exagerada pero sin duda, el lugar era espectacular. Unas pendientes muy pronunciadas cubiertas de hierba, cocoteros y árboles, cubrían los lados de la estrecha bahía hasta que se llegaba casi al fondo y allí, unos enormes farallones rocosos hacían como de centinelas del lugar. A los pies de estos farallones rocosos, estaba el diminuto y tranquilo pueblo de Hanavave y más atrás, existía un desfiladero estrecho y rocoso que dejaba paso al valle que se habría más allá. Lo más impactante del lugar era sin duda la vegetación, que lo cubría casi todo, incluso la negra roca volcánica de la que estaban formadas las paredes, dando al lugar un aspecto verdaderamente único.

Cuando llegamos a la bahía, había unos ocho barcos fondeados. Algunos lo estaban a más de veinte metros de profundidad y la mayoría sobre los quince. No habíamos preparado cabo para alargar nuestros cincuenta metros de cadena por lo que intentamos aproximarnos a la zona de entre cinco y seis metros y allí encontramos un cómodo hueco compartido con otros dos barcos aunque no había espacio para casi nadie más en tan poco fondo. Tiramos el ancla pero cuando vimos cómo se quedó el barco pensamos que quizá molestábamos a un catamarán que teníamos detrás y volvimos a recogerla. A la segunda, un poco más cerca de la orilla, nos quedamos mucho mejor. Este catamarán era muy curioso porque, aunque tenía bandera belga, era del tipo polinesio y tenía dos mástiles en paralelo, uno encima de cada patín.

El fondeo podría considerarse idílico por las vistas y a nosotros efectivamente nos encantó, sobretodo cuando llevabas veintidós días navegando y durante todo ese tiempo sólo habías podido ver mar y mar –lo que tampoco estaba mal-. Pero como todo, tenía algún pero. El viento, acanalado por los valles, hacía acto de presencia en la bahía con rachas muy fuertes. Habíamos leído barbaridades sobre la intensidad que llegaban a alcanzar esas rachas pero a nosotros, como máximo, sólo nos soplaron hasta 30 nudos. Tampoco era muy cómodo el fondo que era algo rocoso. Los borneos, debido a ese fondo, eran algo ruidosos porque la cadena se arrastraba por las rocas y nos hacía sufrir algo por si se deterioraba más de lo debido. El último inconveniente del lugar era la falta de visibilidad del agua. No era que estuviera sucia, ni mucho menos, sino que en la bahía desembocaba un río y ello provocaba que el agua tuviera muchas partículas en suspensión. Pero aparte de estas cosas, el lugar era verdaderamente especial por los maravillosos paisajes.

Fatu Hiva no era un puerto de entrada a la Polinesia Francesa por lo que debía irse primero a Hiva Oa, que sí tenía gendarmería donde podía tramitarse los papeleos de entrada. Sin embargo, como otros muchos navegantes, decidimos arriesgarnos e ir primero a Fatu Hiva porque por los vientos dominantes, era más cómodo conocer esa isla antes de arribar a las restantes islas de las Marquesas. Habíamos leído que en algunas ocasiones se habían puesto sanciones a los veleros por arribar a Fatu Hiva sin cumplimentar la entrada oficial y la sanción, se decía era de entre 200 y 1000 euros, pero esperábamos que no fuera nuestro caso. Pasados los días, vimos que nuestra elección fue buena porque el control era casi nulo. No obstante, el último día de estancia en la isla, en el propio muelle, un chico en bermudas, camiseta de la selección francesa, pelo muy largo y chanclas, nos pidió los pasaportes. Al parecer, era el policía local. Le dijimos que los teníamos en el barco pero que al día siguiente nos íbamos a Hiva Oa –lo que ya teníamos previsto- y entonces nos dijo que, si ya nos íbamos a Hiva Oa, no nos preocupáramos de enseñarle los pasaportes.

Fatu Hiva era una pequeña isla que tenía dos diminutos pueblos: Hanavave y Omoa. Ambos tenían en total unos 600 habitantes. Esta isla, por lo que leímos, era de las más difíciles de llegar de la Polinesia Francesa si no se llegaba en velero porque no tenía aeropuerto, ni siquiera pequeño, ni había barcos que la conectaran con las otras islas de forma periódica aunque sí que había barcas que lo unían con Hiva Oa frecuentemente como por ejemplo, para traer semanalmente a los chicos que iban al instituto. La forma más habitual que tenían los turistas de conocer Fatu Hiva y las Marquesas en general era con el carguero-crucero Aranui. Este barco, además de llevar mercancías a las islas, realizaba un pequeño crucero para los turistas. Lo malo era, como todos los cruceros, que no te daban libertad para permanecer el tiempo que quisieras en los sitios y por lo que habíamos leído, en el Aranui, las escalas eran especialmente rápidas. Precisamente, cuando llegamos a Fatu Hiva, vimos al Aranui fondeado en la próxima Bahía de Omoa y al día siguiente, paró fugazmente en la Bahía de las Vírgenes para que los pasajeros echaran un rápido vistazo al curioso lugar.

El primer día en Fatu Hiva, tras echar el ancla, permanecimos en el barco. Dani se tiró al agua para echar un vistazo al casco y a los bajos para ver cómo estaban y se quedó sorprendidísimo porque el casco, estaba de color amarillo hasta casi la regala a consecuencia de unos restos de algas que se habían pegado. En cambio los bajos, con el antifouling nuevo que le pusimos en Panamá, estaban impecables. La apariencia del pobre Piropo era lamentable con el casco tan amarillo y Dani se puso a limpiarlo inmediatamente. Afortunadamente, salió con mucha facilidad. En nuestra ignorancia, en un primer momento pensamos que al casco debía pasarle algo para que se pegaran tantas algas a tanta altura, pero con los días, a medida que veíamos llegar a otros barcos tras la larga travesía nos tranquilizamos porque vimos que todos, fuese el casco del material que fuese, fibra, acero o aluminio, todos tenían sus cascos con tonos amarillentos. Dani también se dedicó a quitar todo el montón de percebes que salieron cerca de la línea de flotación por la parte de la popa. Pensamos en que era una lástima que no fuesen comestibles por no crecer sobre un material natural pero si llegan a ser comestibles, con lo ricos que están…

Sandra mientras tanto, se puso a vaciar el camarote de proa para secarlo bien ya que durante la travesía, se había reventado una botella de cinco litros de agua mojando bastante los cajones donde guardábamos latas de comida.

Tras el día de faenas, cenamos y nos fuimos a dormir. Ajustamos entonces el reloj para adecuarnos al horario local y tuvimos que retrasarlo tres horas y media. Lo ajustábamos ahora pero durante la travesía ya sabíamos que llevábamos mal la hora porque claramente, notábamos como poco a poco, amanecía y atardecía cada vez más tarde. Con España, la diferencia horaria ya comenzaba a ser muy importante y nos separaban once horas y media. Pensábamos que a partir de ahora, cada vez que quisiéramos hablar con la familia, deberíamos hacerlo a primera hora de la mañana por poder coincidir con ellos.

Al día siguiente quisimos desembarcar a primera hora pero a La Poderosa, se le bloqueaba el acelerador. Así pues, hubo que desmontarlo y echarle aceite. Como no acababa de ir muy bien todavía, también le añadimos un cabito al interior del motor para quitarle gas en caso necesario. Mientras estábamos en la faena, vino una barca con tres marquesianos que invitaban a los integrantes de los barcos fondeados a una cena de comida típica. Como no era demasiado caro -15 euros por persona- y sobretodo, teníamos ganas de hacer muchas cosas para ir descubriendo la Polinesia cuanto antes, aceptamos. Nos hacía gracia ver a los locales cuando pasaban en barca cerca del barco. Tenían unos rasgos muy diferentes a las razas que hasta el momento habíamos visto en nuestros viajes. No eran blancos, ni negros, ni indios, ni árabes… eran polinesios.

Desembarcamos con el auxiliar en el diminuto puerto en el que sólo cabían unas pequeñas lanchas fueraborda de aluminio que parecían ser la barca típica local porque no había casi de otro tipo. En el muelle, intentamos primero dejar amarrada a la Poderosa a unas piedras pero como hacía falta un ancla por popa y no la habíamos cogido, decidimos subir la barca por una rampa a una zona de hierba. Era la ventaja de tener un auxiliar diminuto. En el propio puerto nos cruzamos con unos navegantes italianos que habíamos visto llegar el día anterior a la bahía y nos pusimos a hablar con ellos. Eran muy simpáticos. Estaban a la búsqueda de una casa donde les dejaran ver el fútbol ya que en el pueblo no había ni un solo bar ni restaurante ni televisión pública y en media hora iba a jugar Italia contra Inglaterra y estaban muy nerviosos. A nosotros nos gustaba también el fútbol pero ni nos habíamos enterado de que había empezado el mundial. En cambio ellos, se sabían todo el calendario y a qué hora se jugaba cada partido. Nos informaron del desastroso resultado de España contra Holanda y nos vaticinaron que España haría un muy mal resultado en el mundial. Menuda premonición, debían ser unos expertos en fútbol. Pensamos también que la fama de simpáticos que tenían los polinesios debía ser cierta porque no nos imaginábamos en España invitando a unos desconocidos a ver el fútbol en casa. Nos despedimos de los italianos pero enseguida, nos pusimos a hablar con una chilena que iba en un barco australiano y que se nos acercó en cuanto supo que éramos españoles para, según ella, poder hablar un poquito español, ya que al parecer, estaba muy cansada de tener que estar todo el día hablando inglés. Sin duda, después de tantos días de travesía, todos teníamos ganas de charlar con los demás.

Nos despedimos de la chilena y paseamos por el pueblo que no era más que unas pocas casas todas muy sencillas y muy parecidas, de una planta, con tejados ligeramente inclinados de material prefabricado y todas, con unos jardincitos muy cuidados llenos de árboles frutales y muchas flores bonitas que aromatizaban el ambiente. Fuimos saludando a todo el mundo porque parecía ser que era la costumbre local: Bonjour, bonjour. Los polinesios saludaban todos muy sonrientes. Una chica local en bici con su hijita se paró a charlar con nosotros. Era muy dicharachera y se pasó un buen rato hablando con nosotros pese a que nuestro francés se limitaba a lo que Sandra había aprendido durante la travesía. Entre otras cosas nos preguntó nuestra edad y se sorprendió al saber la edad de Sandra que era igual a la suya -25-. Y se sorprendió todavía más cuándo le dijimos que no teníamos hijos cuando ella ya tenía dos. Entonces miró a Dani como diciendo ¿pero a qué estás esperando? La pregunta de la edad y los hijos sería la habitual a partir de entonces. Una vez nos preguntaron incluso, en broma, si el motivo de no tener hijos era porque no los sabíamos hacer. Sandra estaba muy contenta porque durante toda la travesía había estado estudiando francés para poder comunicarse y aunque no había conseguido aprender demasiado, le servía perfectamente para poder comunicarse con frases sencillas con los locales los cuales, en general, sólo hablaban marquesiano y francés.

Siguiendo el paseo, enseguida salimos del pueblo bordeando el curso de un río de agua fresca y muy limpia y encontramos una zona con limoneros y mangos salvajes. Cogimos unos cuantos y los lavamos en el río. También cogimos un par de cocos. La abundancia de frutales era evidente pero tampoco había escasez de animales comestibles. Vimos muchas gallinas con sus pollitos paseando por allí, algún cerdo, cabras salvajes que andaban por las laderas empinadas y alguna vaca. Vimos incluso panales de abejas listos para hacer miel. Pensamos que a los locales, comida no les faltaba. De regreso hacia el muelle vimos, dentro de los jardines, árboles de toronjas que aquí eran lógicamente conocidos con su nombre francés ‘pamplemousse’ y que también los habíamos conocido en otros lugares con el nombre inglés ‘grapefruit’. No podíamos cogerlos porque estaban dentro de los jardines pero una se había caído al suelo y rodando, había llegado hasta el camino por lo que la cogimos para probarla. En el pueblo sólo había como establecimiento abierto al público, la pequeña iglesia católica y una diminuta tienda de comestibles que no tenía demasiadas cosas. Nos dijeron sin embargo, que en una de las casas del pueblo vendían pan, por lo que hacía allí nos encaminamos. Tras preguntar a varias personas dimos con la casa, y tras llamar a la puerta, nos apareció un hombre enorme, alto y fuerte, pero muy afeminado y vistiéndose de mujer, tenía el pose y los gestos de una dama de las que se ven en las películas de época. Era lo que se conoce en Polinesia como un ‘mahu’. Por lo que habíamos leído, los ‘mahus’ son personas resultado de una costumbre muy curiosa que consistía en educar al primer hijo como una mujer para que ayudara a las tareas del hogar. Estas personas son muy amaneradas pero no son obligatoriamente homosexuales porque algunos, pese a que son muy femeninos, se casan con una mujer y tienen hijos. Socialmente los ‘mahus’ estaban muy bien considerados y para nada eran rechazados. Por otro lado, también existían los ‘rae-rae’, que son como los travestis y que, al parecer, sí eran rechazados. Nosotros vimos a muchísimos hombres vistiendo como mujeres y con gestos totalmente femeninos y no supimos distinguir si eran ‘mahus’ o ‘rae-rae’. Todos afortunadamente, al menos en apariencia, llevaban una vida totalmente normal. El pan que nos vendió el ‘mahu’ tenía la forma de un pan de molde pero el sabor de un pan francés. Muy rico. Y aunque no teníamos ningún franco polinesio, que era la moneda local y tenía un cambio fijo con el euro de 1€ igual a 119,331742240 XPF, ya que en la isla no había forma de cambiar moneda, el ‘boulanger’ nos aceptó euros a un cambio bastante favorable para él y nos vendió dos panes bastante grandes por 2 euros cada uno.

De regreso al barco, nos topamos con unos niños algo revoltosos que pedían cosas para cambiar, así, en genérico. Nos preguntaron la edad, si teníamos hijos y los nombres de nuestros padres que les hicieron mucha gracia porque seguramente a ellos les sonaban muy raros. Lo que nos daba mucha pena era verles los dientes porque los tenían totalmente cariados y además, a mitad diente. Y así los tenían todos, sin excepción. Una pena.

Ya en el barco, mientras tomábamos un zumo recién exprimido de los ricos limones locales, nos cayó un buen diluvio aunque con la misma rapidez que apareció, se esfumó dejando un luminoso arco iris que daba al lugar una apariencia aún más idílica si cabía de lo que habitualmente era.

Al día siguiente, domingo, decidimos no ir a las famosas cascadas de la zona porque según los locales estaban muuuuyyy lejos y nosotros, después de tantos días de travesía, tampoco estábamos todavía en plena forma. Así pues, decidimos ir a una pequeña cascada que nos había comentado una persona y que estaba, al parecer, muy próxima al pueblo. Desembarcamos pronto en tierra y vimos que bastante gente del pueblo estaba reunida en la puerta de la iglesia para ir a misa. Los señores iban con collares de fibras vegetales y las señoras, o con collares o coronas de flores o con la característica flor detrás de la oreja que indicaba, si la llevaban a la derecha, que estaban solteras y si la llevaban a la izquierda, que estaban casadas. Algunos llevaban guitarras y parecía que las misas era una verdadera celebración. Al verlo nos apeteció entrar a verlo pero rechazamos la idea inmediatamente porque no íbamos vestidos adecuadamente y no queríamos faltarle al respeto a nadie. Caminamos entonces por el camino que nos habían indicado para encontrar la pequeña cascada pero por allí no encontramos nada de nada. El camino ascendió y ascendió y pasó a convertirse en un sendero que transitaba entre plataneras y plataneras. Hacía rato que sabíamos que por allí no encontraríamos ninguna pequeña cascada pero aún así, continuamos el paseo para ver si llegábamos a algún lugar con buenas vistas. En un remanso que hacía uno de los riachuelines que cruzaban el camino, vimos una anguila de buen tamaño y muchas gambitas. Tendríamos que preguntar si esas gambas eran comestibles. Finalmente, tras un buen rato caminando, el camino desapareció y desde allí, ya no se podía seguir más allá porque la frondosa vegetación y las pronunciadas vertientes de la isla lo impedían. No habíamos encontrado la pequeña cascada pero al menos, habíamos hecho un largo paseo por el valle y sobretodo, habíamos estirado las piernas después de tanto tiempo sin caminar.

De regreso a La Poderosa, la cual la habíamos dejado otra vez en tierra, la encontramos sujetada con unas grandes piedras. Un niño nos comentó que se nos había volcado con una racha de viento y que él la había atado. Le agradecimos la acción pero más tarde vimos que nos faltaba un largo cabo que llevábamos en ella y que nos venía muy bien por su tamaño para diferentes cosas. Al día siguiente preguntamos por el cabo incluso al niño que nos había ayudado pero no apareció. Descubríamos pues que incluso en Hanavave, un pueblo diminuto en el que todos debían conocerse, había también ladronzuelos.

Regresamos al barco hasta que oscureció porque a esa hora, teníamos la cena que nos habían preparado a los integrantes de los veleros que habíamos querido. Al final se había apuntado bastante gente y en el puerto, que era el lugar de quedada, nos fuimos presentando los que no nos conocíamos. Además de los tres australianos con los que viajaba la chica chilena que ya conocíamos, conocimos a dos chicos noruegos que viajaban en un pequeño velero. Una vez que estuvimos todos, nos dirigimos a la casa donde se iba a cenar y allí estaban los organizadores, un matrimonio y una amiga, que estaban bastante achispados por la bebida y es que ese día había sido un día de celebración porque había sido el día del padre. El hombre, más que achispado, estaba totalmente borracho y nos contó los resultados de mundial una y otra vez. La verdad era que en estas islas, con tan pocas cosas que hacer aparentemente, mucha gente local encontraba en el alcohol una forma de distracción muy sencilla. Las restricciones a la venta eran muchas y los precios carísimos pero aún así, la afición al alcohol persistía. La cena estuvo riquísima. Había wahoo (una especie de pescado crudo marinado en limón y leche de coco), pollo en leche de coco, ensaladas de col con zanahoria, huevo duro y bacon, arroz, patata cocida y una especie de buñuelos de pescado. La cantidad fue muy abundante y todo estuvo riquísimo aunque sin duda, el pescado con limón y leche de coco estuvo especialmente rico aunque a priori, dicha combinación pudiera parecer que iba a dar un resultado extraño. La cena fue muy agradable y nos sirvió para conocer algo de la gastronomía polinesia.

El lunes 16 de junio, desembarcamos sobre las nueve de la mañana en el puerto. Esta vez, en vez de dejar la barca subida a tierra, la dejamos en el muelle principal. Nos sorprendió ver la tranquilidad que había en el pueblo para ser lunes pero, excepto los niños que estaban en el pequeño colegio, casi no se veía a nadie en la calle. Ese día, queríamos llegar a las famosas cascadas del lugar. El camino no era complicado y encima, en el único sitio donde podríamos haber tenido alguna duda, nos confirmó la dirección una marquesiana muy gorda, casi mórbida, que nos encontramos sentada en medio de una curva del camino descansando. A la pobre mujer, se le veía casi muerta del cansancio.

El camino hasta la cascada era muy agradable, rodeado de una espesa vegetación, primero de palmeras y algún árbol frutal y más tarde, de un bosque húmedo con altos árboles tropicales de anchos troncos. El riachuelo iba paralelo al camino y las rocas de alrededor, estaban llenas de musgo de la humedad existente. Al poco de caminar, llegamos a nuestro objetivo, que era la cascada. Pero… ¡si nos habían dicho que estaban lejísimos! Apenas llevábamos media hora caminando. El día anterior, habíamos caminado muchísimo tiempo más y eso que no queríamos hacer la presunta larguísima caminata a la cascada. Empezábamos a comprender que el lejos o lejísimos de los marquesianos no tenía el mismo significado que para nosotros. La cascada era un hilo de agua, no demasiado abundante, que caía sobre un larguísimo paredón vertical a una poza de agua bastante profunda. En la poza sólo se bañó Dani acompañado de unas anguilas que había en el agua. Tras el baño, nos quedamos en el lugar contemplando a unas preciosas aves que se llamaban pájaro tropical y que eran de un blanco inmaculado y tenían una característica y larguísima cola. Una verdadera maravilla. No los habíamos visto hasta entonces pero los veríamos muchas más veces después. De regreso, disfrutamos mucho del corto paseo rodeados de flores y recogimos de árboles silvestres mangos, limones y algunas naranjas. Menudo cargamento de fruta fresca. Sin duda, esto era el paraíso.

Por la tarde, ya en el barco, Dani se fue nadando hasta una de las orillas de la bahía para ver si el buceo era bonito pero no encontró nada que valiera la pena. Las paredes, casi lisas, caían a pico hacia a las profundidades y en los lugares que el fondo estaba más cerca, el agua, poco trasparente, dejaba poco que ver. Aún así pudo ver que en las paredes de la roca, existía algo de coral. Sería el comienzo de lo que dentro de millones de años, acabaría en un atolón. Al parecer, el camino a un atolón coralino era ese, de una isla escarpada como Las Marquesas surgida de la erupción de un volcán submarino, surgía poco a poco un arrecife de coral a su alrededor. Con el tiempo, la isla se hundiría y el arrecife sería lo único que quedaría dejando en el centro una amplia laguna. En la Polinesia Francesa habían ejemplos de los tres posibles episodios de esta evolución: el archipiélago de las Marquesas serían las más recientes, siendo sólo islas abruptas y sin apenas coral; el archipiélago de las Sociedad, que son islas abruptas pero rodeadas de un anillo coralino y una franja de agua entre la isla y el anillo; y por último, estarían los atolones que forman el archipiélago de las Tuamotú, donde sólo permanece el anillo coralino, con un gran lago en el centro y que son las de existencia más antigua.

Al día siguiente, desembarcamos bien pronto porque queríamos ir caminando hasta Omoa, la otra población de la isla. Eran 17 kilómetros hasta allí, y luego, había que regresar. Sabíamos los kilómetros que había pero no sabíamos si con muchos desniveles por lo que comenzamos la caminata con el deseo de llegar pero si no nos resultaba posible, volvernos sin problema ya que el motivo principal de la caminata era ver la zona interior de la isla. Cruzamos el pueblo rápidamente que seguía estando tan tranquilo como siempre y caminamos al principio por una carretera pavimentada llena de curvas que no dejaba de ascender y ascender por una de las colinas. Las vistas del valle de Hanavave eran cada vez mejores y arriba del todo, pudimos ver también la bahía y al Piropo, muy pequeñito, fondeado en ella. A partir de entonces, el camino siguió ascendiendo pero de una forma mucho más suave. La vegetación variaba de mayor a menor espesura según su exposición al viento. Sin embargo y en general, la vegetación era espesa ya que Fatu Hiva tenía la forma de un cruasán y por la zona exterior, una relativa alta cadena montañosa refugiaba el interior de los vientos oceánicos y retenía a las nubes que precipitaban lluvia con bastante frecuencia. La carretera asfaltada que seguíamos, al poco, dejó de estarlo y se convirtió en una pista de tierra o incluso fango. No había casi tráfico y en todo el trayecto, sólo vimos dos coches que se nos cruzaron de cara y que nos saludaron muy simpáticos. A mitad trayecto y a medida que cruzábamos el interior de la isla, la vegetación se hizo mucho más espesa y se veían zonas con bananeras salvajes. La pista llegó a su punto culminante y desde allí, casi automáticamente, comenzó a bajar. A veces suavemente y a veces de forma pronunciada. Esa zona debía ser más lluviosa y la pista tenía todavía más zonas de fango por lo que ir en coche entre los dos pueblos en determinadas temporadas del año no debía ser cosa fácil. De repente, y aunque creíamos que aún faltaba bastante para llegar, vimos Omoa abajo en el valle. Sólo llevábamos tres horas caminando aunque eso sí, a buen ritmo y sin parar ni una sola vez excepto para ponernos crema solar y beber un poco de agua. El descenso a Omoa se hizo rápido y al final, en tres horas y media, hicimos todo el trayecto.

Omoa era algo más grande que Hanavave pero no mucho más. Estaba tan tranquilo como el otro pueblo y paseamos por sus pocas calles. En su bahía, a la sombra de un árbol, nos pusimos a comer unos bocadillos que llevábamos mientras observábamos que el fondeo, era algo más movido que el de Hanavave, donde habíamos dejado al Piropo. En Omoa había un petroglifo de un pez y queríamos verlo pero preguntamos a las pocas personas que vimos y nos dijeron que estaba lejos. No sabíamos qué interpretar y les preguntamos por el tiempo que había caminando y viendo sus dudas cuando pensaban, no supimos si fiarnos o no de sus contestaciones aunque fuesen bienintencionadas. La verdad era que estábamos bastante cansados de la caminata y sobretodo, pensábamos que teníamos todavía que regresar, por lo que, muy a nuestro pesar, iniciamos el camino de regreso. Entonces, nos topamos con dos chicos que nos saludaron y uno nos reconoció porque era también de Hanavave. Nos preguntó cómo habíamos llegado y cuando le dijimos que caminando, se sorprendió mucho aunque no era para tanto ni mucho menos. Entonces él, por propia iniciativa, se ofreció a llevarnos de regreso en su barca e insistió mucho que no teníamos que pagar nada. ¡Qué suerte! De esta forma veríamos también la costa. Nos subimos a la potente barca y lo que habíamos hecho en tres horas y media, lo desandamos en unos pocos minutos. El chico iba a una velocidad exagerada explotando los 60 caballos de su motor fueraborda pero muy amable, cuando pasábamos cerca de algo en la costa que para él valía la pena, como por ejemplo una curiosa grieta, reducía la velocidad y se aproximaba para enseñárnosla. ¡Qué amabilidad! Llegamos al diminuto puerto de Hanavave y allí nos despedimos del simpático chico. Al final, nos salió una bonita excursión.

Al día siguiente, desembarcamos con la idea de encontrar, esta vez sí, la pequeña cascada que nos habían comentado el primer día. La persona que nos habló de ella era Jacko, el hombre que organizó la cena, y decidimos pasar por su casa para que nos indicara por donde estaba. Nos acercamos a la casa de Jacko y nos saludaron muy amables él y su mujer y en cuanto le preguntamos por la ‘petite cascade’ que nos había comentado, se ofreció a guiarnos hasta ella. Estaba muy cerca y el día que fuimos en busca de ella habíamos pasado por al lado. Era muy pequeña y no dejaba de ser un salto de agua con una poza abajo pero el lugar era bastante bonito. Jacko nos contó que allí era donde él pescaba gambas y eso nos dió que pensar. ¡Al día siguiente iríamos a pescar gambas! De regreso pasamos de nuevo por enfrente de la casa de Jacko y él nos invitó a pasar. Era una casita bastante humilde, mucho más que lo que era habitual en el pueblo y nos dio algo de pena. Él y su mujer se dedicaban a hacer artesanías locales, y por lo que nos comentaba, buena parte del pueblo se dedicaba a lo mismo. Él en concreto hacía tikis, unas figuras de madera típica en todas las Marquesas y su mujer, hacía tapas, una artesanía típica sólo de la isla de Fatu Hiva y que consistía en un dibujo hecho sobre un papel extraído de la corteza de algunos árboles. Nos enseñaron sus creaciones, tanto de tikis que ya tenían acabados como una tapa que tenían a medias. Y como nos gustaron mucho, en especial los tikis, le preguntamos si tenían alguno para vender. El nos comentó que no, que esas eran para una exposición que se haría en breve en Tahití de artesanos de Fatu Hiva y que todas las que hacía las vendía a una tienda de Hiva Oa. Al cabo del rato nos dijo, con cierta timidez, que si queríamos nos podía hacer uno. Dijo que solía tardar unas 8 horas en hacerlos y que esa misma noche podría tener uno para nosotros. Nos comenta lo que cuestan en Hiva Oa y que él nos lo vendería por el precio que él lo vende a la tienda. Desde que leímos que los tikis era una artesanía típica de polinesia, nos hacía ilusión comprar uno de recuerdo y aunque no sabíamos cómo sería el que nos iba a hacer, decidimos arriesgarnos. Costaría 40 euros, un precio que por lo que habíamos leído, no era nada caro y total, nos hacía ilusión. Aunque queríamos irnos al día siguiente, aplazaríamos nuestra marcha un día para que el artesano tuviera más tiempo y quedara bien bonito. Nos preguntó entonces cómo lo queríamos dentro de las posibilidades habituales, si con la cabeza plana, si con piernas, si con unas grabaciones… Lo dejamos trabajando en su taller dándole las primeras formas a lo que sería nuestro tiki y regresamos al barco.

La mañana del día siguiente la pasamos haciendo la Operación Crevette, es decir, la Operación Gamba. Viendo la cantidad de gambitas que había en todos los ríos, era una pena desaprovechar la oportunidad de probarlas. Nos pasamos toda la mañana intentando pescarlas en un riachuelo que habíamos visto hacía días. Llevábamos varias formas para intentar pescarlas pero al final, la opción con la que conseguimos algún resultado era con el cazamariposas que teníamos. Lo colocábamos en el fondo del riachuelo y acercábamos a las gambas con un palo largo, y cuando estaban a una distancia suficiente, subíamos el cazamariposas. Era una pesca muy artesanal y poco productiva y después de toda la mañana, sólo pudimos coger ocho gambitas. No daba ni para un aperitivo. Pero lo pasamos bien y rechazamos a muchísimas gambas que se nos metieron en la red que no eran las realmente grandes considerando su especie. Con nuestras capturas, regresamos al Piropo y las hicimos a la plancha. Pensábamos que iban a estar insípidas porque era un animal de agua dulce pero resultó que estaban riquísimas.

De regreso al barco, cargamos los bidones de agua en el grifo de agua que había en el puerto y que era agua que venía directamente de las montañas. Era un agua totalmente potable y limpia y la estuvimos bebiendo todo el tiempo sin ningún problema.

Al atardecer, desembarcamos de nuevo para ir en busca de nuestro tiki. Cerca del puerto estaba reunida la juventud local alrededor de un partidillo de fútbol. Nos quedamos un rato viéndolos jugar y descubrimos que entre los jugadores estaba el chico que nos había llevado en barca desde Omoa. Él, en cuanto nos vio nos vino a saludar y nos dijo con alegría y poco tacto que en el mundial, Chile había ganado a España y que ésta ya estaba eliminada. Sin duda, en Fatu Hiva, todo el mundo era muy futbolero y seguía el mundial con mucho interés. Le dejamos en su partido y desde allí, llegamos a la casa de Jacko que estaba precisamente arrancando la corteza de un tronco para luego conseguir el papel sobre el que se hacían las tapas. Era una faena que no se podía interrumpir pero de todas formas, no nos molestó esperar a que acabara porque nos pareció muy curioso ver cómo se hacía la operación. Después de eso, según nos contó, tocaría lavar la corteza, secarla al sol, y después golpearla sobre una gran roca plana con una especie de maza al principio y luego con otra para conseguir finalmente una especie de hoja de papel muy fina en la que se podía ver las fibras entretejidas. Muy curioso. A medida que escuchábamos, más ganas nos entraron de hacernos con una tapa. A continuación, Jacko fue a enseñarnos el tiki que había preparado para nosotros. Era realmente bonito y nos encantó. La sorpresa fue que era de un tamaño aún mayor del que nos dijo inicialmente como un gesto para nosotros ya que a mayor tamaño, el precio también debería ser mayor y a nosotros nos lo dejaba en el mismo precio. Estábamos encantados y posteriormente seguimos muy contentos porque vimos otros tikis que se vendían y el nuestro nos pareció mucho más bonito. Le pagamos muy contentos y entonces nos preguntó si teníamos fruta. Nos dio un guanábano (‘corossol’ en francés) y nos llevó a coger unos plátanos. Le acompañamos un trecho entre diferentes campos y finalmente, llegamos a un campo que le pertenecía. Allí había varias plataneras y en cuanto vio el racimo que le gustaba, con el machete echó abajo la platanera y cogió el racimo. Nos sorprendimos mucho porque creíamos que los racimos de plátanos era un fruto que se recogía cuando salía y no nos imaginábamos que había que echar al suelo la planta entera para coger el racimo. Entonces él nos explicó que esa planta, con ese tamaño enorme, volvería a crecer en sólo dos meses y que esa era la forma habitual de coger los racimos. Nos quedamos impresionados. Al lado de la platanera que acababa de derribar, había otra recién derribada y nos comentó que él no lo había hecho. Al parecer, le habían robado y lógicamente, se le veía bastante molesto por ello. Parecía que aunque el pueblo era diminuto, no toda la gente que habitaba en él se tenía el respeto debido. Una verdadera pena. Finalmente, cargados de fruta y con nuestro tiki, nos despedimos de Jacko con algo de pena ya que nos había parecido una buena persona.

Teníamos pensado irnos al día siguiente pero como estábamos algo cansados y la isla nos había gustado mucho, decidimos que nos quedaríamos un día más en el barco tranquilamente, disfrutando de la preciosa bahía.

A Dani se le ocurrió que desde arriba de una de las empinadas colinas que rodeaban la bahía, se debía tener unas buenas vistas del Piropo. Sandra prefirió quedarse en el barco y Dani se fue sólo nadando hasta la orilla con la cámara de fotos en una bolsa estanca. Trepó por la pequeña pared que rodeaba el agua y subió a cuatro patas por la empinada cuesta llena de cocoteros que había encima. Después de una zona en la que los árboles no dejaban ver nada, llegó a la zona más alta de esa colina que estaba despejada y desde allí, pudo ver las bonitas vistas que había de la bahía. A un lado se veía el agua con los barcos flotando en ella y a la izquierda, el pueblo. Hizo muchas fotos y después, viendo que desde allí salía una arista que subía mucho más arriba, decidió caminar un poco más. Las cabras salvajes habían creado un pequeño sendero que seguía exactamente el borde de la arista y fácilmente, fue subiendo poco a poco. El sendero era muy aéreo y en ocasiones, había un precipicio en un lado y un pendiente muy grande en el otro, lo que le daba al camino una belleza especial. Finalmente, la arista se empinó aún más y por allí ya era necesario escalar por lo que el ascenso de Dani se acabó. No obstante desde allí, las vistas todavía eran más bonitas. Regresando y bastante más abajo, se topó con un chico que llevaba un rifle en la mano acechando algo. Le dijo ‘bonjour’ en voz alta para que se percatara de que andaba por ahí y que no le pegara un tiro y el chico levantó la mirada con cara de pocos amigos. ‘C’est propriété privée’, le dijo con mala leche, y. Dani se sorprendió y le contestó que sólo estaba dando un paseo y haciendo algunas fotos. Entonces al chico le cambió la cara a una más amigable. Entonces dijo que no pasaba nada, que si era para pasear se podía. Lo que no se podía hacer era cazar. Entonces le comentó que toda esa montaña y la otra montaña que había en el otro lado de la bahía, muchísimo terreno, le pertenecía a la familia y que él, desde su casa había visto unos días antes en la distancia cómo alguien del pueblo estaba en sus terrenos cazando y que eso no se podía hacer. Ese día, al ver a Dani, pensó que era la misma persona y subió hasta allí arriba para pillarlo. Dani, tras escuchar la explicación no se quedó muy tranquilo y pensó en la escopeta que empuñaba. Parece mentira que siendo un pueblo tan pequeño, hubiera tan poco respeto entre unos y otros. Uno robaba cabras, otro le perseguía con la escopeta, otro robaba plátanos, y a nosotros nos quitaron un cabo. Seguramente, esos problemas vecinales existían allí y en casi todas las partes del mundo. Suponíamos que era algo inherente a las comunidades. Así pues, tras las oportunas explicaciones, el marquesiano y Dani hablaron de varias cosas y como no del mundial que daba para mucho. Debía ser un miembro de la familia rica del pueblo y precisamente su hermano, fue el que nos había llevado el otro día en la barca. El chico le ofreció a Dani agua para beber y marihuana para fumar pero Dani sólo aceptó el agua. El chico le comentó que en un valle de por allí, tenía precisamente una plantación y que tenía mucha. Al parecer, los jóvenes locales eran bastante fumadores. Deshicieron un buen trecho del camino juntos y finalmente se despidieron cuando Dani se dirigió por el valle que desembocaba directamente en el mar.

Por la tarde, fuimos a dar una vuelta con el auxiliar por la bahía. Saliendo a la izquierda, la pared del valle que daba al mar estaba empinadísima y repleta de cocoteros. Había cientos y cientos de cocoteros pero ya llevamos días sin coger ningún coco porque veíamos que en la zona podías conseguir todos los que quisieras cuando quisiera. En esa pared, descubrimos una pequeña cascada que iba directamente al mar. Era muy bonita pero no pudimos parar porque el mar estaba muy agitado especialmente cuando chocaba contra las rocas. Seguimos por ese lado hasta el final de la bahía desde donde pudimos ver la enorme grieta del acantilado que el chico que nos había llevado en barca el día anterior nos había enseñado y desde allí, cruzamos toda la bahía y nos fuimos al otro lado. Descubrimos allí, un poco más lejos, otra cascada, más larga y que caía en una pequeña playa rocosa, dentro de una cueva que había escarbada en el acantilado. Por encima, había una vegetación muy frondosa. Era sin duda un sitio muy curioso y aunque nos acercamos, tampoco pudimos desembarcar porque las olas chocaban con todo con relativa fuerza. Cerca, se había formado unas grutas a ras de agua donde las olas entraban y expulsaban el agua con gran fuerza hacia el exterior haciendo un fuerte ruido. Regresando al barco bordeando la pared, vimos muchos bancos de peces y entre ellos, unos lomos enormes de unos bichos gordos. No identificamos qué eran aunque seguramente, serían tiburones que estarían buscando la cena.

En la bahía, había un pequeño velero fondeado que cada día estaba más desmantelado. Corría el rumor que estaba abandonado aunque no debía llevar tantísimo tiempo porque el casco se le veía limpio de algas. Los veleristas comentaban, siempre en plan de broma, que habría que pasarse por el barco a ver que había de interesante. Eran bromas pero lo que sí era cierto era que cada día, al barco le faltaba algo porque alguien se lo había llevado. Nosotros estábamos fondeados al lado y cada día notábamos que faltaba algo, los cabos, las velas, el acastillage, la barbacoa, etc. Le iban quitando las cosas sin que se les viera, normalmente aprovechando la oscuridad de la noche. Nosotros no sabíamos cual era la situación real del barco pero nos parecía muy mal que, seguramente sin comprobar que el barco estaba realmente abandonado y basándose sólo en un rumor, le fueran quitando cosas. Imaginábamos que su dueño no lo había dejado allí por capricho y nos imaginábamos que debía haber sufrido algo parecido a lo que a nosotros nos pasó en Panamá. No nos queríamos imaginar qué pensaría el dueño si entre sus graves problemas, supiera que además, unos desgraciados le estaban desmantelando su pequeño barco en una bahía alejada. Nos parecía que los que lo hacían, eran unos verdaderos desalmados. Si a nosotros nos llega a pasar lo mismo en Panamá con el Piropo, nos hubiera dado algo.

Al día siguiente partiríamos a Hiva Oa, la isla donde Gauguin y Jacques Brel encontraron su paraíso buscado y donde finalmente murieron. Ya os contaremos como nos fue por allí.

Hasta la próxima.

 

 

2 comentarios a “FATU HIVA (ARCHIPIÉLAGO DE MARQUESAS). Del 13 al 21 de junio de 2014.”

  • Como siempre muy interesante, gracias por compartir vuestras experiencias 
    Saludos Adolfo.

  • Bello y natural, disfrutarlo todo, que Dios los bendiga.

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