Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

PANAMÁ CONTINENTAL (3ª Parte): Estancia en Ciudad de Panamá y pequeña travesía de ida y vuelta a la Isla de Taboga. Del día 15 al 27 de febrero de 2013.

 

Bien pronto estábamos desembarcando en el pequeño puerto deportivo situado en La Playita de Amador. Nuestro objetivo era ir cuanto antes a un hospital. El pequeño bulto que Sandra se había encontrado en la parte superior del pecho días antes en Colón no nos preocupaba demasiado pero había que echarle un vistazo. Por lo que nos había comentado el médico de urgencias en Colón debía revisarse haciendo unas pruebas porque podía ser desde un quiste sin importancia, hasta cualquier otra cosa incluyendo un cáncer. Lo último lo habíamos escuchado como quien lee los efectos secundarios en un fármaco, como algo bastante imposible y el propio médico lo había comentado sin insistir y sin ninguna preocupación, como si fuese una posibilidad muy remota, impensable. Nos comentó el propio médico que lo más probable era que fuese un quiste si se atendía sobretodo a la edad de Sandra. Así pues, pese a la falta de preocupación, éramos conscientes que había que mirarlo cuanto antes y por ello, en cuanto los hospitales panameños abrieron tras el cierre de cinco días debidos al Carnaval, nos encaminamos hacia el hospital.

 

En aquellos momentos únicamente se nos pasaba por la cabeza que el pequeño bulto era un quiste y en ese caso, lo peor era que ese quiste fuese de los que convenían extraer. Si eso fuese así, se nos trastocarían bastante nuestros planes ya que tendríamos que quedarnos algunas semanas más en Panamá. En aquel momento nuestra intención era visitar un poco Panamá con los padres de Dani que nos estaban haciendo una visita y, en cuanto ellos regresaran para España, cargar provisiones y partir hacia el interior del Pacífico. Así pues, esperábamos que todo fuese una falsa alarma y el bultito no fuese más que un quiste que no hubiese que tratar.

 

La Península de Amador, donde estábamos fondeados, eran antiguamente unas islas que los norteamericanos unieron al continente con una larga y estrecha carretera. Estaba situado en la entrada del Canal de Panamá por su lado del Pacífico y tenía dos fondeaderos posibles en cada lado de la península, Playita de Amador y Brisas de Amador. Además, también en cada lado de la península había dos puertos deportivos que no parecían que tuvieran mucho espacio disponible y que eran bastante caros. Dependiendo de la temporada en que se estuviese, la gente solía fondear más en un lado que en otro de la península. En concreto, durante la temporada de alisios, la Playita de Amador, donde estábamos, era la que más refugio ofrecía. Sin embargo, nosotros habíamos pasado una malísima noche porque el trajín de barcas de todo tipo y a todas horas menearon bastante al Piropo.

 

Desembarcamos en el único lugar posible desde el fondeo que era el puerto deportivo que estaba en Playita de Amador. Sabíamos que había que pagar pero lo que no esperábamos era el precio. Obligaban a pagar por todo lo que quedara de semana aunque sólo quisieses desembarcar un día. Encima, por tres días de dejar el dingui nos cobraron 20 dólares. Nos pareció una barbaridad y así lo comentamos. La contestación no pudo ser más clara, no les interesaba que los ocupantes de los yates desembarcaran por allí con sus auxiliares y para no prohibirlo que les haría quedar mal porque no había otro lugar posible y causarían un revuelo, decidían poner una cantidad muy elevada para que sólo lo pagaran quienes pudieran. Siempre molesta pagar porque sí, por nada a cambio. Pero si encima hay que pagar mucho, eso molesta aún más. La única gentileza que tuvieron fue indicarnos que si no queríamos pagar, podíamos ir a fondear al otro lado de la península, en Brisas de Amador. Ese fondeo no era el ideal para la época en la que estábamos pero aún así, la distancia a la costa más lejana de donde venía el viento no estaba muy lejos por lo que mucha ola no se podía formar. Así pues, en cuanto pudiésemos, cambiaríamos de fondeo.

 

Desde el puerto cogimos un taxi hacia Ciudad de Panamá. Una de las cosas que tenía negativo el fondeo en Ciudad de Panamá era lo lejos que se estaba de todo. Siempre había que coger un taxi. Encima con los taxis, era un constante regateo ya que unos te pedían cifras exorbitadas y algunos, los menos, cifras ridículas. Otra cosa negativa de ese fondeo era el estado del agua. Era bastante repugnante y no la podías utilizar ni para fregar platos ni para bañarte.

 

El taxi nos llevó al Hospital de Santo Tomás, el hospital público más grande de Ciudad de Panamá. Queríamos que nos hicieran un ultrasonido pero la primera hora que tenían disponible para hacer esa prueba era ni más ni menos que para mediados de marzo. ¡Faltaba todavía un mes! Ahí los padres se metieron por medio y se camelaron a Lupe, la señora que estaba atendiendo. Contaron nuestra especial situación personal, nuestras prisas por partir pronto, que no podíamos esperar tanto, etc y entonces, Lupe comprendió que nuestra situación era un poco especial. Nos llevó entonces a hablar con la radióloga encargada ese día de los rayos X de urgencia para ver si podían hacer con nosotros una excepción e intentar que ese día nos hicieran los ultrasonidos. La señora, un poco borde al principio se negó. Dijo que el bultito de Sandra no era algo de urgencia, que seguramente sería un quiste y que no nos preocupáramos, que podíamos proseguir nuestro viaje sin ningún problema. Según ella, no hacía falta ni hacer los ultrasonidos. Insistimos que sin hacer pruebas no nos podíamos quedar tranquilos y la médico aceptó a que el lunes,-ese día era viernes- nos haría la resonancia.

 

Salimos del hospital algo aliviados y fuimos a tomar algo para beber en un bar que había enfrente. Era un sitio bastante local y las bebidas nos salieron por casi nada aunque eso sí, no habían cervezas. Comprobaríamos más tarde que las bebidas alcohólicas serían muy difíciles de encontrar en Panamá.

 

Desde allí cogimos de nuevo un taxi, esta vez hacia el casco antiguo de la ciudad. En cuanto llegamos buscamos un sitio para comer y encontramos el único sitio del centro que no era un restaurante para turistas. Era un local oscuro de un edificio que estaba apuntalado. Enfrente de una cocina portátil de gas había una señora negra y gorda cocinando y al lado de ella, una mesa de madera larga invitaba a que te sentaras en ella. Entramos allí con la idea de comer algo local y efectivamente lo comimos. Pollo con arroz y frijoles por 3,5 euros por persona. No tenían bebidas excepto agua por lo que Dani se acercó a un chino que había cerca a comprar unas bebidas.

 

Por la tarde hicimos un paseo por el centro histórico. Era un lugar sin vida ya que al parecer durante años estuvo muy abandonado. Sin embargo, en aquella zona estaba la mayoría de los edificios históricos de la ciudad y últimamente se estaba rehabilitando mucho con la intención de recuperar ese distrito histórico que había sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En él, en un trazado antiguo de concepción española se podía observar edificios de estilo español así como de estilo francés y americano primigenio. Vimos la Plaza de la Independencia, la Catedral metropolitana, paseamos por el Paseo Esteban Huertas donde la madre de Dani se compró una mola kuna y seguimos viendo Las Bóvedas y el monumento a los franceses zapadores del canal. Después visitamos la Plaza de Carlos V, el convento de Santo Domingo y más adelante la Iglesia de la Merced. Compramos en un chino -que copaban los establecimientos de este tipo- fruta y verdura y de allí, ya regresamos en taxi hacia el Piropo.

 

En el barco charlamos hasta que oscureció y tras la cena, nos fuimos a dormir. Las barcas, remolcadores, motoras de prácticos que iban a los mercantes, no paraban de pasar y el meneo que sufríamos por el día, no paraba ni siquiera por la noche. Nos sabía muy mal por los padres de Dani pero ellos, no se quejaban de nada.

 

Como hasta el lunes no teníamos que ir al hospital, al día siguiente que era sábado, decidimos irnos de fin de semana a la próxima y pequeña isla de Taboga. Fue una cortísima travesía de algo más de siete millas que disfrutamos mucho ya que el viento soplaba a favor y el día era soleado y luminoso. Esquivamos la gran cantidad de mercantes que habían fondeados entre Panamá y Taboga que estaban esperando su tránsito por el Canal de Panamá y en poco tiempo, en un mar casi plano, llegamos a nuestro destino.

 

Durante la travesía intentamos pescar con nuestra rápala nueva. Era una blanca y roja que dicen que era muy efectiva y sí, consiguió que picara algo pero al irlo a recoger, no le dimos un tirón suficiente a la línea y lo pescado se nos escapó.

 

El estado de agua también nos sorprendió. Como a rayas, el mar tenía grandes manchas de oxido que salían casi de cada mercante que había fondeado en la bahía. Supusimos que esas manchas eran debidas a que los mercantes, aprovechando su espera, estaban limpiando sus interiores. Un asco.

 

Al llegar a Taboga, antes de seleccionar el sitio donde debíamos echar el ancla miramos en qué estado estaba la marea y como estaba en bajamar. Fondeamos entonces bastante cerca de la costa, en unos cinco metros de profundidad. Enseguida nos tiramos al agua y nos bañamos por primera vez en el Pacífico. Para los padres de Dani era su primer baño ya que los pobres, nos habían venido a visitar a unos lugares donde el agua estaba bastante sucia. Taboga no era un paraíso y el agua también estaba bastante turbia pero nada comparable ni a Colón ni a la Ciudad de Panamá. No éramos los únicos que nos bañábamos ya que la playa de la isla estaba repleta de bañistas que llegaban en pequeños barcos de pasajeros para escapar por un día de la gran ciudad.

 

Tras la comida, desembarcamos en la denominada isla de las flores. Vimos algunas flores efectivamente pero no demasiadas pero aún así, era una isla relativamente bonita, pequeña, montañosa, con bastante vegetación y con un pequeño pueblo de casas de colores. Paseamos por las calles viendo sus casas muy antiguas decoradas con bastantes flores como bunganvillas e hibiscos. La gente local, quizá cansados de la gran cantidad de turismo de fin de semana, no era muy simpática y no sonreía demasiado. Visitamos la iglesia del pueblo que tenía unos pilares finísimos de madera y que al parecer, era una de las más antiguas del continente ya que la construyeron en el siglo XVI. Más adelante nos adentramos un poquitín en la vegetación que rodeaba al pueblo y que contenía muchas palmeras, mangos y también, algo de basura. Unas arañas enormes colgaban de algunas plantas. Desde allí regresamos al pueblo donde tras tomar algo, visitamos la playa que ya se estaba quedando vacía por las horas tardías que ya eran. Paseamos por el istmo de arena que unía Taboga con una isla pequeña que tenía muy cerca y que se llegaba a cubrir por el agua en la pleamar. Este istmo era el que protegía el fondeo en el que estaba el Piropo. Tras la visita a la isla, volvimos al Piropo sin ningún problema. Con la bujía correcta, La Poderosa ya no fallaba nunca. En el barco cenamos y luego ya nos fuimos a dormir. Esa noche, sin paso de barcas de ningún tipo, pudimos descansar perfectamente.

 

Al día siguiente, tras un baño mañanero, iniciamos la travesía de vuelta hacia Ciudad de Panamá. El viento venía totalmente de proa por lo que comenzamos a hacer bordos ganándole al viento y a la corriente. La gran cantidad de mercantes fondeados hacían dificultoso el ganarle al viento porque perdías bastante ceñida cuando en tu proa se encontraba un mercante fondeado y tenías que pasarle por la popa. El viento al principio soplaba muy flojo pero a medida que avanzaba la mañana llegó a soplar incluso a un poco más de veinte nudos. Después de un par de horas navegando contra el viento decidimos no alargar más la travesía y pusimos el motor. De esta forma, aunque la corriente era contraria, enseguida llegamos a Amador. Esta vez sin embargo no fondeamos en la Playita y nos encaminamos al fondeo de Brisas de Amador. Así pues, tuvimos que bordear toda la península.

 

El nuevo lugar de fondeo era bastante feo pero enfrente teníamos la imponente estampa que creaba los altísimos rascacielos de la Ciudad de Panamá. Un sitio diferente.

 

El lunes 18 de febrero nos levantamos a las 5:15 de la mañana para ir al médico de nuevo. El lugar de desembarco era el peor que habíamos tenido en todo nuestro viaje con diferencia. En un primer momento había que dejar el auxiliar en una plataforma de hierro enorme totalmente oxidada. Había que estudiar bien cómo se dejaba la barca ya que no era fácil. Por un lado no podía estar en contacto con la plataforma si no querías que quedara destrozada de oxido. Además, podía incluso dañarse por las aristas puntiagudas que tenía la propia plataforma. Por otro lado, tampoco podías dejar el cabo muy largo porque cuando bajaba la marea el auxiliar podía quedarse golpeando con las rocas que había próximas. Finalmente, conseguimos un medio truco que fue dejarla en un sitio con el cabo muy corto y apoyada entre uno de los pocos neumáticos que habían y de una barca de plástico que había abandonada y que nunca se movía de allí.

 

Desde esa plataforma, para desembarcar a tierra había que subirse a una barquita de plástico y tirar de unos largos cabos. La tranquilidad no llegaba todavía porque entonces había que desembarcar en tierra lo que tampoco era fácil porque debido a las fuertes mareas existentes, las escaleras de piedra por las que tenías que subir estaban llenas de verdín muy resbaladizo. Vimos en más de una ocasión a alguno que se daba un buen golpetazo contra el suelo. Afortunadamente nosotros, aunque fuese a cuatro patas, no llegamos a caernos nunca y es que el peligro de romperse algo era muy real.

 

Ese primer desembarco fue el peor porque no esperábamos el estado lamentable de óxido en el que se encontraba la plataforma. Todos acabamos sucios. A partir de ese día, Dani ahorraría el mal trago a los demás, los desembarcaría a todos en la escalera y luego él dejaba la barca en la plataforma.

 

Pese a todo, al hospital llegamos puntuales. Nos atendió el amable Dr. Sanz que según nos contó, había estudiado en Valencia. Tras hacer el ultrasonido y estudiarlo, nos comentó que no le gustaba demasiado lo que veía porque se veía irregular, como una nube que tenía en su parte superior un abombamiento mientras que por el extremo inferior, aparecía como un brazo que se difuminaba. No obstante, no se atrevía a decirnos nada definitivo de si era necesario o no hacer una biopsia por lo que nos citó para el día siguiente ya que lo quería comentar primero con una compañera.

 

Salimos un poco decepcionados ya que, optimistas como somos, esperábamos que nos dijeran que no era nada y que podíamos seguir felices con nuestro viaje. Nuestra preocupación comenzaba a crecer poco a poco. De todas formas, esperaríamos al día siguiente a ver qué decía la otra doctora. Mientras tanto, decidimos aprovechar el día para visitar un poco más la ciudad aunque ya conocíamos lo fundamental. Entramos en un museo de ciencias naturales con el que nos topamos y que salía en la guía turística que llevábamos. Era bastante pequeño pero alguna curiosidad tenía. La mayor atracción era la gran cantidad de animales disecados que contenía y que daban bastante pena.

 

Después del museo comimos y nos fuimos a la zona comercial de la ciudad. Estaba animadísima y llena de tiendas sobretodo de ropa, en su mayoría de calidad baja pero muy barata. Vimos camisetas incluso al precio de un euro y la mayoría valían de dos a tres euros. Lo más curioso de la zona era ver el ambiente muy animado creado por la gran cantidad de gente local que paseaba por allí.

 

Al final de la Av. Central estaba el Parque de Santa Ana y enfrente, el café Coca Cola que aunque tuviese ese nombre tan extraño, era un café clásico de Ciudad de Panamá. Así pues, allí entramos a tomar algo. Al salir, como ya era tarde, cogimos un taxi y regresamos al barco para dormir.

 

Al día siguiente a las 9 en punto estábamos de nuevo en el hospital. Hablamos con el Doctor Sanz y nos dijo que él y su compañera estaban de acuerdo en que era necesario hacer una biopsia a Sandra. La biopsia la haría su compañera, la Doctora Maylin Ruiz pero para concertar hora con ella habría que regresar al hospital sobre las 13 horas ya que la doctora todavía no había llegado esa mañana. Para hacer tiempo, decidimos ir a conocer el famoso Mercado de Pescados y Mariscos. Paseamos por allí viendo las paraditas llenas de todo tipo de pescado, dientes de sierra, lenguados, pargos, algún dorado y todo tipo de marisco. Después, y aunque fuese un poco pronto, decidimos comer allí tal y como se recomendaba siempre que se visitaba el lugar. Comimos una langosta, camarones en ceviche, camarones a la marinera y lo que llamaban arañitas, que eran colas de pulpos pequeñitos. Todo muy rico y con las bebidas, costó todo 40 euros.

 

A las 13 horas estábamos de nuevo en el hospital. La doctora estaba ocupada y tardó bastante en recibirnos. El aire acondicionado a toda potencia hizo que pasáramos mucho frío y para que la espera se nos hiciera algo amena, Lupe, la recepcionista, se llevó a la madre de Dani y a Sandra para enseñarles la fachada del hospital antiguo. Muy bonito. Finalmente la doctora nos atendió y nos dio fecha para la biopsia tres días más tarde, para el día 22. En principio, según la doctora, seguía habiendo tres posibilidades. La más probable es que fuese un quiste y si era eso y era bueno, podríamos continuar nuestro viaje enseguida. Si era malo, ella misma se ofrecía a operarlo lo más rápidamente posible. Quedaba la posibilidad de que fuera un cáncer pero esa posibilidad no nos pasó por nuestra cabeza ya que la propia doctora decía que era una posibilidad muy remota. Así pues, la peor de las posibilidades probables era que hubiera que operar para extraer el quiste y eso demoraría el viaje unas semanas. Un verdadero problema. Lo que sí que nos comentó la doctora era que un vez tuviéramos las muestras de la biopsia, si queríamos obtener unos resultados más o menos rápidos tendríamos que ir a un hospital privado ya que por 100 dólares, la espera sería de unos tres días frente a unas tres semanas que se tardaba en el público. No nos quedaba mucha opción.

 

Después del hospital nos fuimos a pasear por la zona nueva de Ciudad de Panamá. Los altísimos edificios evidenciaban que Panamá era un centro financiero importantísimo en el mundo. Al parecer los impuestos son bajísimos y existían muchísimos bancos que operaban en el país. Las malas lenguas nos comentaron que gran parte del dinero de las drogas colombianas se blanqueaban en Panamá. No sabíamos si eso era cierto pero la ciudad era bastante peculiar con esos altos edificios. La parte privada de la ciudad era espectacular, altísimos edificios, puertas de entrada acristaladas y cuidadas, etc, pero en cambio, la parte pública daba muchísima pena. Apenas había aceras, si las había eran estrechísimas y cada dos por tres se interrumpían por gruesos palos de la luz que llevaba a escasos metros de la cabeza, una maraña liada de cables. El estado de todo era lamentable ya que incluso, en alguna ocasión, te encontrabas en tu camino un agujero de proporciones enormes. La ausencia de aceras evidenciaba el poco apego que tienen a pasear los panameños. Siempre se desplazaban en vehículo y el tráfico a las horas punta era un verdadero caos. Para solucionarlo, estaban construyendo una autopista por el mar que a nosotros nos parecía horrible ya que las bonitas vistas del mar se estropearían con coches y coches pasando sobre un larguísimo dique. En fin, ellos sabrían.

 

Tras el paseo, se había hecho tarde por lo que decidimos regresar al barco. La vuelta sin embargo se demoró ya que coincidió con la salida del trabajo y apenas habían taxis disponibles y si los había, a los taxistas no les apetecía ir tan lejos o nos pedían un precio bastante elevado. Finalmente, apareció un taxi conducido por un viejito poco ambicioso que nos pidió sólo cuatro dólares, una cantidad que nos pareció irrisoria comparado con lo que nos estaban pidiendo desde allí los otros taxistas. Aceptamos y en unos tres cuartos de hora, llegamos a nuestro destino. Ese día ya no dio para más.

 

Al día siguiente, 20 de febrero, decidimos alquilar un coche por dos días para visitar un poco el país. La verdad es que nos sabía un poco mal por los padres de Dani. Habían venido a visitarnos y con tanto médico, apenas podíamos visitar nada. Y encima, lo que visitábamos no era nada espectacular comparado con las maravillas que estábamos viendo durante el viaje. Habían navegado por el Canal de Panamá, eso sí, que pensábamos era una curiosa experiencia pero aparte de eso, nada más. Lo malo era que Panamá, aunque parezca pequeño, es larguísimo y sus principales atractivos estaban en sus extremos, a bastantes kilómetros. De todas formas, con el coche, intentaríamos visitar un poco más la zona centro del país para hacernos una idea de cómo se vivía.

 

Salimos de Ciudad de Panamá por la Panamericana, la carretera que cruza América desde Alaska hasta la Patagonia solamente interrumpido por el Darién, en la propia Panamá. Por esa carretera, cruzamos el altísimo Puente de las Américas en dirección a una zona con atractivos naturales pero después de llegar a Chorrera y coger la pequeña carretera a Lagarterita, nos topamos con unos bulldozers que estaban arreglando la carretera y que nos obligarían, si queríamos seguir, a esperar allí un buen rato. Así pues, cambiamos los planes y nos fuimos a conocer los Altos de Campana que eran también bastante conocidos. Comimos por el camino por 3,5 euros por persona en una fonda al aire libre muy agradable. Después, poco a poco, la carretera fue ascendiendo y por fin nos introdujimos en el Parque Natural de Altos de Campana. Las vistas era muy bonitas y el paisaje mezclaba partes secas con selva y pinares. Llegamos a Chica, el último pueblo de la carretera y desde allí ya regresamos a la Carretera Panamericana y a Ciudad de Panamá.

 

Al día siguiente fuimos en coche en dirección sur. Cruzamos toda la ciudad de Panamá y vimos la zona moderna y también la zona vieja. La zona vieja la conformaban unos derruidos edificios que era el asentamiento original de los españoles en la ciudad. Nuestra intención era continuar hacia el sur para ver si llegábamos a alguna zona de selva. Como la selva del Darién estaba muy lejos nos desviamos hacia el este del país y tomamos rumbo a Cartí, situado en la zona continental de Kuna Yala. Allí ya nos empezamos a introducir en la selva. La carretera era muy curiosa, estrecha y con curvas, subía y bajaba por las pequeñas lomas. En alguna zona de agua vimos tortugas. La carretera estaba asfaltada pero en algunos lugares, el agua se había llevado un buen trozo y el coche tenía que pasar con cierta dificultad. Al final llegamos a la entrada de Kuna Yala donde en una especie de frontera, los indios kuna nos impidieron continuar porque no llevábamos un vehículo todoterreno. Esa especie de oficina fronteriza de madera también se utilizaba para cobrar una tasa por entrar en el territorio de Kuna Yala. Nos quedamos un rato charlando con ellos y nos enseñaron unas fotos de todos los animales que existían por la selva y que se habían obtenido con una cámara nocturna automática. Era impresionante que todo eso estuviera por allí. Por supuesto, lo que más nos impresionó fueron las panteras y los jaguares.

 

De vuelta hacia la carretera nos paramos a comer en el restaurante Garduk (orquídea en Kuna) llevado por una familia kuna. La conversación con este hombre fue muy interesante porque nos contó muchas cosas de sus costumbres, su religión, sus normas, etc. El señor era el único que hablaba en español y a pesar de que era mormón, algo raro en un kuna, también creía en brujos y nos contó cosas sobre hierbas medicinales.

 

De regreso visitamos Chepo, una ciudad panameña que no sirvió para darnos una idea de cómo eran algunas de las ciudades de la zona. Casas bajas, cuadradas, de cemento y sin ningún encanto.

 

Cruzando Ciudad de Panamá nos topamos sin buscarlo con Discovery Center. Era un gran centro comercial de bricolaje que nos habían recomendado otros navegantes y en el que al parecer, se podían comprar cosas interesantes para el barco por muy poco dinero. Entramos y compramos varias cosas que necesitábamos: guantes para bucear, un cubo, tanques de gasoil, gafas y tubos de bucear y todo bastante económico. En la gasolinera de al lado aprovechamos para llenar el coche de alquiler y de paso, los tanques que habíamos comprado. De esta forma, en cuanto a combustible, estaríamos preparados para lanzarnos para el Pacífico. De allí, ya regresamos para el Piropo.

 

El 22 de febrero tocó de nuevo madrugar y a las 6:00 de la mañana ya estábamos en pie. El padre de Dani decía en broma que ni en la mili le había tocado madrugar tantas veces seguidas. Desayunamos y nos encaminamos de nuevo al Hospital Santo Tomás. Allí dejamos a Sandra y a la madre de Dani mientras que el padre de Dani y Dani fueron a devolver el coche de alquiler. Cuando regresaron al hospital todavía no habían atendido a Sandra. Por fin, la doctora hizo pasar a Sandra al quirófano previo pago por la ventanilla del Hospital de 50 dólares por la biopsia. La biopsia se hizo rápida y muy bien, con mucha limpieza y sin ningún tipo de dolor. Después, dejamos un CD para que nos gravaran los ultrasonidos que le habían hecho hacía unos días y nos marchamos con las muestras de la biopsia hacia un hospital privado que era donde estaba el patólogo que nos habían recomendado. En ese hospital nos dijeron que, como ese día era viernes y el finde de semana cerraban, no tendríamos los resultados hasta el martes. Habría pues que esperar.

 

Tras pasar de nuevo por el Hospital Santo Tomas a por el CD que contenía los resultados del ultrasonido, nos fuimos a comer y de nuevo a pasear por la zona comercial de la ciudad. De allí ya regresamos al Piropo en un taxi cuyo conductor estaba algo tarado e incluso parecía drogado. Llevaba la música escandalosamente alta para que lo oyeran en varias calles a la redonda y no paraba de bailar moviendo la mano. A nosotros no nos dirigió la palabra pero sí a cualquier mujer que pasaba cerca de su ventanilla. Sin duda, era un seductor al que era difícil resistirse.

 

Al día siguiente nos lo tomamos de relax. La verdad es que desde que los padres de Dani habían llegado a Panamá, no habíamos parado. Nos levantamos sin hora, desayunamos tranquilamente, nos duchamos y desembarcamos. Era un día calmadísimo, sin una gota de viento. Paseamos por la carretera de Amador y entramos a preguntar en una tienda de Yamaha por un motor de dos caballos. Habíamos pensado que si en breve nos íbamos para el Pacífico, deberíamos tener un motor auxiliar de recambio. El precio no era elevadísimo y si finalmente se debía utilizar, te sacaba de un buen aprieto porque al parecer, durante meses, en el Pacífico no se podría arreglar un motor.

 

Comimos por allí un arroz y una parrillada de mariscos. El arroz estaba bien pero la parrillada no tenía nada hecho a la parrilla. Estaba hecho con salsa a la marinera, patacones y patatas pero aún así, estaba bueno. De allí fuimos a otro sitio a tomar café y tranquilos, estuvimos gran parte de la tarde charlando. También tomamos unas cervezas con soda que al parecer, era muy típico del lugar.

 

De regreso al barco aparecieron unos antiguos amigos que conocimos en Venezuela, los franceses Cora y Laurent, del velero Black Pearl. Con ellos estuvimos el resto de la tarde e incluso luego se quedaron a cenar. Ellos, antes de lanzarse para el Pacífico y llegar a Tahití, su destino previsto, querían irse en avión a Francia por tres meses para casarse y ver a la familia.

 

El día 24 de febrero, domingo, nos fuimos de nuevo al casco viejo. Entramos en un lugar que no habíamos visitado antes, la Iglesia de San José con su conocido Altar de Oro. Después, paseamos de nuevo por los alrededores de la catedral. Tras la comida, aún paseamos un poco más por el centro histórico tomando un helado y luego ya regresamos al barco. Los padres de Dani partirían al día siguiente y había que preparar maletas.

 

La cena fue monotemática y no paramos de hablar del bulto de Sandra. Sobre qué  podía ser y que haríamos dependiendo de los resultados. Todos estábamos tristes por ese tema esperando que no hubiera que operar y porque al día siguiente, ellos partirían para España y no los veríamos en una buena temporada. Como mínimo hasta noviembre no llegaríamos a Nueva Zelanda.

 

Al día siguiente los padres de Dani cogieron un taxi hacia el aeropuerto. Tras la triste despedida, intentamos confirmar por teléfono que el patólogo tendría los resultados para el día siguiente. Fue imposible contactarle porque una avería eléctrica, había dejado sin luz a casi todo el país. Después fuimos a la tienda Yamaha para confirmar que nos quedaríamos el motor de dos caballos que habíamos visto el día anterior y que pasaríamos a buscarlo en unos días. Allí, el dependiente nos dejó su móvil que a diferencia del teléfono fijo, sí funcionaba. Llamamos entonces a la secretaria del patólogo que nos comentó que ella no sabía los resultados pero que al día siguiente sí los tendríamos. La despedida nos creo al principio mala espina porque dijo a Sandra: “cuídese mucho” pero después nos aliviamos pensando que quizá era una frase de despedida típica de Panamá que quizá no tenía el sentido que para nosotros sí tenía.

 

Al día siguiente fuimos al hospital sobre el mediodía. La doctora Maylin Ruiz nos atendió enseguida y en plena sala de espera, al lado de otra paciente, comenzó a hablar de cuál debería ser el tratamiento a seguir. A las pocas palabras se interrumpió y nos dijo:

 

-Bueno, ha sido positivo.

 

-¿Positivo? -Pensamos. ¿Positivo a qué?

 

De golpe entendimos que Sandra tenía cáncer. Cáncer de mama. La verdad era que si bien siempre había sido una posibilidad, nunca se nos pasó por la cabeza seriamente. Era una opción impensable según los comentarios de todos los médicos y tanto nos lo dijeron, que al final nos lo creímos. Era como irreal. Nuestra cabeza era como un globo. Todos nuestros pensamientos de lo que haríamos si finalmente había que operar y el retraso que eso supondría no servían para nada. Ahora ya nada importaba, ni las temporadas de navegación, ni el viaje, ni el barco. Nada. Sólo la salud de Sandra.

 

La doctora Maylín Ruiz seguía hablando y nosotros, enfrascados en nuestros pensamientos, sólo veíamos un monigote que movía la boca. Explicaba cosas sobre el tratamiento que en esos momentos éramos incapaces de analizar ni evaluar. La doctora nos recomendaba volver a España porque el tratamiento sería muy largo y así, según ella, estaríamos con la familia y en casa. Sin embargo si queríamos, también nos ofrecía quedarnos en Panamá y que allí nos tratarían sin ningún problema. Nosotros ya lo teníamos claro. Había que volver a España cuanto antes. Agradecimos mucho a la doctora sus cuidados y le dijimos que nos íbamos para España. Ella lo comprendió y se despidió con algo que pretendía ser un consuelo pero que a nosotros nos afectó bastante. Nos habló de algo relacionado con el cielo y de ir hacia allí cuando Dios lo decidiera. Lo hizo por bien sin duda pero a nosotros nos dio mayor conciencia si cabe de que estábamos hablando de que Sandra se podía morir. Sus consuelos no estaban resultando para nada efectivos.

 

Lo primero que hicimos fue llamar a nuestros padres para darles la mala noticia. Era duro pero había que hacerlo. Inmediatamente después fuimos a un local de internet para comprar un pasaje de avión. Decidimos que Sandra se comprara un billete para el primer avión que saliera para España y Dani por su parte, se quedara en Panamá unos días organizando dónde y cómo se quedaría el barco y en el menor tiempo posible, ir también a España a reunirse con Sandra.

 

Afortunadamente, conseguimos un billete de avión para Sandra que salía al día siguiente. El precio, 900 euros, era escandaloso pero en esos momentos era lo que menos nos importaba. Después, nos fuimos en taxi a dos hospitales diferentes a recoger las muestras de la biopsia y el corto historial médico que habíamos obtenido en Panamá para intentar luego ahorrar tiempo en España.

 

Regresamos al barco muy, muy disgustados. Era como una verdadera pesadilla. No podíamos asimilar la situación en la que estábamos. De estar pensando en irnos para el Pacífico, ahora estábamos metidos de lleno en una terrible enfermedad.

 

Pasamos esa tarde arreglando el barco para dejarlo cerrado muchísimo tiempo. Sandra seleccionó la comida perecedera que teníamos ya comprada para nuestra prevista travesía y que tendríamos que regalar. También limpió un poco el barco. Dani mientras tanto comenzó a desmontar las cosas que creía no deberían quedarse a la intemperie para la futura ausencia.

 

La premura de volver a España no nos permitía buscar muchas alternativas para dejar el barco. Optamos entonces por la misma opción que habían elegido nuestros amigos del Black Pearl para dejar su barco mientras estaban en Francia. Así pues, dejaríamos el barco en unas boyas que habían en el propio fondeo de Brisas de Amador. Esas boyas las gestionaba Gente del Mar, una pequeñísima empresa que proporcionaban distintos servicios a los yates. Gente del Mar se comprometían a mantener el barco limpiando su exterior, limpiando los bajos, ventilándolo de vez en cuando y encendiendo el motor una vez al mes. Cobraban 350 dólares por mes aunque sabíamos que podían bajarlo a 300. A nosotros nos lo dejaron finalmente por 250 dólares debido a que seguramente estaríamos bastante tiempo fuera y que quizá, muy a nuestro pesar, dimos un poco de pena.

 

Al día siguiente por la mañana seguimos haciendo faena en el barco arreglándolo todo. Nos pasaron a saludar varios conocidos de otros barcos que venían a comentarnos que en un par de días partirían atendiendo a las buenas previsiones. Nos preguntaban cuándo partíamos nosotros y lamentablemente, teníamos que darles la mala noticia. Nuestros planes no eran tan apetecibles como navegar por los atolones del Pacífico.

 

Por la tarde cogimos un taxi para el aeropuerto y ya allí, nos despedimos. Estábamos muy tristes pero nos consolábamos sabiendo que en pocos días, nos volveríamos a reencontrar.

 

Dani, aún se quedó cinco días más en Panamá. Los días los pasó metido en el barco excepto cuando desembarcaba para hablar por teléfono con Sandra para conocer las novedades que comunicaban los médicos. Para él sin duda fueron los días más duros de su vida. Sin información, se pasaba todo el día pensando en lo mismo mientras que desmantelaba poco a poco al Piropo que estaba impecable para iniciar una larga navegación. La temporada de lluvias parecía ser que era atroz en Panamá y que en ella, no paraba de llover. Así pues, era importante que el barco estuviera totalmente estanco y para ello, estuvo arreglando una pequeñísima entrada que había en la sujeción del piloto de viento. También trasladó el barco a la boya en el que se quedaría definitivamente y desmontó cualquier cosa que estuviera en el exterior, velas, cabos, radiobaliza, piloto de viento, herrajes, bimini, etc. Por dentro también tuvo que arreglar cosas como echar antialgas a todos los depósitos de combustible, cargar líquido a las baterías, vaciar los depósitos de agua potable, ordenar todo el interior, desmontar la electrónica que se llevaría a España, etc.

 

El día 6 de marzo de 2013, Dani llegó a España y nos reencontramos en el aeropuerto de Barcelona. Ahora, nos tocaba iniciar juntos, otro tipo de viaje.

 

Un abrazo.

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

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