Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

CURAÇAO. Del 19 de noviembre al 4 de diciembre de 2012

 

Antes de salir el sol, ya estábamos rumbo a nuestro siguiente destino de las islas ABC. Después de ver la B de Bonaire, nos tocaba navegar a la C de Curaçao. 

La falta de viento hizo que navegáramos a motor las primeras horas de la travesía pero sobre las ocho de la mañana, se levantó una brisita con la que pudimos abrir el génova. El día estaba despejado de nubes y no había mucha ola por lo que pudimos avanzar tranquilamente hasta nuestro objetivo. 

En el trayecto nos encontramos varios petroleros quietos sobre el agua sobre sondas que debían tener más de cien metros. La presencia de petroleros en esas aguas era muy abundante porque estábamos cerca de la boca de la Bahía de Maracaibo, donde se extrae gran parte del abundantísimo petróleo de Venezuela además de que Curaçao, tenía una gran refinería. 

Cuando bordeamos la punta sur de Curaçao, la navegación se hizo más pesada porque el viento disminuyó mucho y apenas avanzábamos. Esperamos una hora navegando de esta forma pero finalmente, cansados y muy cerca de nuestro destino, pusimos el motor para avanzar las pocas millas que nos quedaban hasta la entrada de Spanish Water. 

Spanish Water es un curiosísimo lugar. Es una espaciosa bahía cuya conexión con el mar se hace a través de un estrecho canal de casi una milla que serpentea atravesando una buena porción de tierra firme. Como siempre en los pasos que intuíamos que podían ser peligrosos por la poca profundidad, Sandra se ponía al timón y Dani se colocaba en la proa con el GPS en la mano para intentar observar mejor desde allí las posibles rocas pero finalmente, fue muy fácil transitar por el canal ya que tenía en toda su extensión muy buenas profundidades. 

Entramos en Spanish Water y dimos una vuelta por el lugar para buscar sitio donde echar el ancla. Sabíamos que había unas zonas concretas destinadas al fondeo pero no sabíamos exactamente los puntos geográficos exactos hasta donde abarcaban dichas zonas. Los lugares destinados a fondeo no eran muy amplios y aunque tampoco había muchísimos barcos, quedaban pocos espacios disponibles. En algunos lugares los arrecifes sobresalían del agua amenazadoramente y los tres veleros hundidos de los que asomaban parte del casco y los mástiles, no ayudaban a inspirar confianza. A la espera de obtener una información más precisa de hasta donde abarcaban las zonas de fondeo, echamos el ancla en un lugar que consideramos adecuado situado en el borde del canal. Finalmente, en ese lugar dejamos definitivamente al Piropo el resto de días porque cuando tuvimos la información necesaria, conocimos que estaba justo sobre la línea que demarcaba el límite de la zona de fondeo y sólo sobresalía de la misma, al igual que otros varios veleros, cuando el viento se ponía muy de norte.

 Al poco de fondear pasó a saludarnos Carlos, un barcelonés que llevaba ya seis meses en la isla con su velero Navigare. Muy simpático, nos dio las primeras informaciones útiles de rigor: autobuses, supermercado, dinguis, agua, etc… 

Al día siguiente desembarcamos en tierra y cogimos el autobús hasta Willemstad, la capital de Curaçao y que estaba considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El motivo de esta declaración era la belleza de sus edificios coloniales, pintados de colores alegres, que datan de los siglos XVI al XIX. Los edificios en cuestión eran de tejados rojos y fachadas estucadas. Willemstad estaba dividido por un brazo de mar que separaba las zonas de Punda y Otrabanda y este brazo comunicaba el Mar Caribe con una gran laguna interior que tiene Curaçao. Esta enorme laguna servía en su momento de refugio a la flota holandesa y desde principios del siglo XX, había allí una enorme refinería. Visto desde el mar Willemstad era horrible con las vistas de las chimeneas de la refinería a su espalda pero esa desagradable visión no se tenía en cambio si estabas en la propia ciudad. Willemstad contaba con los restos de lo que fueron tres fuertes que protegían la entrada por agua pero ahora, esas fortalezas habían perdido mucho esplendor ya que una tenía un horroroso hotel de varias plantas, otra contenía una zona comercial para los turistas de los cruceros que desembarcaban justo enfrente y la última, un aparcamiento para las oficinas gubernamentales que había en el interior. 

Antes de visitar la ciudad, tuvimos que cumplimentar con los papeleos burocráticos de rigor. Buscamos primero la aduana y luego tuvimos que acudir a inmigración. La oficina de inmigración estaba a unos veinte minutos paseando desde la oficina de aduanas y para ir allí, tuvimos que atravesar el canal que separaba el centro histórico y comercial de la ciudad llamado Punda e ir a la zona llamada Otrabanda cruzando para ello el puente de la reina Emma. Este puente de pontones comunicaba esas zonas de la ciudad desde 1888 y actualmente, con frecuencia se abría para dejar paso a los enormes o pequeños barcos que atravesaban el canal. Cuando esto sucedía, una par de ágiles transbordadores sustituían al puente y trasladaban a los paseantes entre las dos partes de la ciudad. 

Después de cumplimentar los gratuitos trámites burocráticos, paseamos por la ciudad. Vimos por fuera la Sinagoga Mikveh ya que la entrada valía 20 dólares por persona, algo que nos pareció excesivo para lo que habíamos leído que era. Esta sinagoga fue fundada por la muy numerosa comunidad sefardita que se instaló en la isla procedente de Amsterdam. También visitamos el pintoresco mercado flotante de barcos venezolanos que vendían verdura y fruta fresca. Más tarde visitamos los tres fuertes de la ciudad y paseamos observando las coloniales edificaciones que en ocasiones eran difíciles de ver por la gran cantidad de letreros comerciales que existían en sus fachadas y es que la capital parecía dedicada exclusivamente a la venta de los típicas mercancías que siempre hay en las zonas sin impuestos y que atrae a los turistas de cruceros: ropa cara, joyerías, perfumerías, electrónica, etc. 

Tras pasar el día visitando la ciudad, regresamos en autobús a Spanish Water donde nos topamos con Carlos en el bar que había justo en la entrada y con él nos quedamos un buen rato charlando. Vino al cabo del rato Antonio, un navegante canario que también llevaba muchos meses en la isla. Él llevaba unos cinco meses y al parecer andaba preocupado con un problema que tenía en su jarcia y que no era capaz de reparar. Y Antonio, no era el último español que nos toparíamos en Curaçao ya que según nos contaron, también había otro canario, Jose, que conoceríamos días más tarde. Era curioso que aunque la presencia española era más bien escasa, en esa isla llegáramos a coincidir hasta cinco barcos españoles. 

Al día siguiente cogimos a las 10 de la mañana un autobús gratuito que ponía un supermercado todos los días a la misma hora para que la gente de los barcos pudiera comprar en ese establecimiento. El supermercado estaba cerca de la zona donde estaban tres náuticas y hacía allí fuimos porque teníamos la decisión de comprar una nevera nueva. La nuestra, seguía sin funcionar simplemente por un pequeño problema del escape de gas pero decidimos que compraríamos la otra porque nos había hablado muy bien de ella en especial por su bajísimo consumo. La nevera en cuestión era de la marca Dometic, con una capacidad de 40 litros funcionaba tanto a 12 V como a 220 V. Era una nevera portátil por lo que en una caja llevaba todo y podía regularse la temperatura desde los 18 grados bajo cero hasta 10 grados. Así pues, tanto podía utilizarse como nevera como congelador pero no las dos cosas a la vez. Tenía un consumo muy pequeño (3,5 amperios la hora) y cuando lo cronometramos una vez instalada y enfriada, el compresor se encendía aproximadamente quince minutos cada hora. 

Ese día visitamos las tres náuticas, comparamos precios y vimos que en una, además de vender la nevera que buscábamos la tenían en stock. Lo bueno era que al ser nosotros un barco en tránsito no pagábamos impuestos (6%) y si además, realizábamos la compra pagando en efectivo, nos hacían un descuento adicional del 10 %. De esta forma, el precio final quedaba más económico incluso que si la hubiéramos comprado en España. No obstante, ese día no compramos nada ya que solamente cogimos las dimensiones exactas del aparato para ver si cabría donde teníamos pensado ponerlo y además, si queríamos disfrutar del descuento teníamos que traer los papeles para acreditar que estábamos en tránsito. 

Tras la visita a las náuticas, fuimos al supermercado a comprar comida. Allí, comprobamos que los precios eran más económicos que en Bonaire por lo que aprovecharíamos el lugar para hacer un gran cargamento de ciertos productos que en el futuro, nos serían difíciles de encontrar o los encontraríamos a un precio más caro porque serían de importación. 

Regresamos al barco y por la tarde estuvimos estudiando donde instalaríamos la nevera y por donde pasarían los cables de conexión lo que no era fácil ya que el lugar finalmente escogido, no tenía ningún conducto cerca. También aprovechamos la tarde para despejar el camarote o mejor dicho, almacén de proa, quitando para ello la tabla de windsurf que llevábamos allí y que incomodaba muchísimo porque impedía incluso abrir los armarios. Trasladamos la tabla con su funda al exterior, sobre el bimini, instalando unas largas maderas de teka transversalmente para que la tabla no se apoyara directamente sobre la tela. Esta idea la cogimos de otro velero que llevaba allí sus tablas de surf y la verdad es que nos dio muy buen resultado porque conseguimos mucho espacio interior. 

El día 22 regresamos a la capital. El objetivo era conseguir dinero local ya que si pagamos en dólares en los establecimientos, perdíamos tres céntimos de euro por cada dólar. Al llegar a la ciudad empezó una pequeña odisea por los bancos para conseguir el cambio de moneda. En el primero no cambiaban moneda extranjera si no eras cliente y en el segundo, no nos cambiaron el billete de 500 euros que pretendíamos cambiar porque estaba, según ellos, estropeado. En verdad sólo tenía una diminuta grieta en un extremo y estaba igual que cuando nos los entregaron en España. Así pues, fuimos a un tercer banco y en éste, no aceptaban billetes de 500 ni de 200 euros por lo que tuvimos que ir a un cuarto –ya no nos quedaron más- que también rechazó nuestro billete por su pequeña grieta Lo curioso era que ellos, tan escrupulosos en la recepción, nos entregaron por otros billetes más pequeños de euro que sí pudimos cambiar, unos billetes de dólar y de moneda local que estaban infinitamente peor que el billete de 500 que llevábamos y que estaba, en nuestra opinión, en muy buen estado. Al parecer pretendían sólo recibir billetes recién salidos de la Fábrica de Moneda y Timbre. El tema resultaba un pequeño problema para nosotros porque nos dejaba sin mucho dinero en efectivo y sacar dinero de la tarjeta siempre suponía la emocionante incertidumbre de la comisión que luego te podían cobrar y que sólo se podía conocer mucho tiempo después de usar el cajero. Desde Martinica, donde nos cobraron 60 euros por tres reintegros, se nos fueron las ganas de utilizar los cajeros. 

Tras la grata experiencia con el siempre amable mundo bancario, nos fuimos a un internet para colgar la entrada de los Roques y para hablar por teléfono con nuestras familias. En esa entrada colgaríamos ni más ni menos que 100 fotos, por lo que nos costó bastante tiempo subirlas. Sin duda cada día íbamos batiendo nuevos records en el ranking de “tostones”. No sólo los textos cada vez eran más largos y más insulsos sino que ahora, además, nos pasábamos con las fotos. Como consuelo de la tarea realizada esperábamos al menos que nuestras madres nos pudieran seguir viendo sanos y felices. 

Después, fuimos a comer y paseamos un poco más por la ciudad. Esta vez por el antiguo barrio judío que no estaba muy restaurado y no tenía demasiada buena pinta aunque seguía teniendo las típicas casas de colores características de la ciudad. 

El día 23 queríamos visitar las cuevas de Hato y para ello primero teníamos que coger de nuevo un autobús hasta Willemstad. Ese día nos dimos cuenta que el servicio público dejaba un poco que desear en el lugar porque estuvimos esperando una hora y cuarto a que pasara un autobús. A partir de entonces, miraríamos bien el horario de autobuses que pasaba, aunque no siempre, cada hora y que indicaba la hora de salida desde Willemstad pero no la hora que pasaría por Spanish Water aunque calculábamos que pasaba media hora más tarde. En la isla también había furgonetas privadas que hacían trayectos a un precio ligeramente superior pero lamentablemente, Spanish Water no estaba en sus rutas más frecuentadas. 

Una vez conseguimos llegar a Willemstad tomamos otro autobús que nos llevó a las cuevas de Hato. Al parecer, aparte de la capital y alguna playa, era una de las pocas zonas que visitar en Curaçao. Tras su visita, podemos decir que no las recomendamos nada ya que por ejemplo, son muchísimo mejor las del Drac en Mallorca o las de Nerja en Málaga. La entrada costaba 8 dólares y además de pequeñas y de que hacía bastante calor, las estalactitas y estalagmitas no eran demasiado espectaculares. La visita, que era guiada y en español e inglés, era bastante poco rigurosa y se dedicaba más a decir a qué se parecían las formas de las rocas que a explicar hechos geológicos. Era tan penosa la visita que los pequeños murciélagos que dormían en la cueva era quizá los más gracioso del lugar. Nuestro libro-guía del Caribe, bastante malo normalmente, se había lucido en aquel lugar porque decía que la cueva tenía unas cascadas subterráneas cuando allí no había nada de eso ya que casi apenas tenía agua. El momento cómico del día fue cuando la que nos guiaba por la cueva nos preguntó si sabíamos cuál era el lugar más impresionante de la cueva refiriéndose a una piedra en forma de Virgen María y Sandra le contestó con entusiasmo: ¡la cascada! La guía se le quedó mirando con cara estupefacta y preguntándose interiormente. ¿Pero qué dice esta tía? 

Compartimos la visita en la cueva con un par de norteamericanos que habían llegado en el enorme crucero que había llegado a la isla ese día. Como ellos, al igual que nosotros, habíamos llegado al lugar en autobús, a la vuelta a la ciudad estuvimos charlando. Cuando nos preguntaron si habíamos venido también en el crucero y les contestamos que no, que un velero, su reacción fue bastante sorprendente. Si duda el mundo náutico le debía resultar ajeno y para ellos, estábamos haciendo algo sobrehumano. Nosotros les explicábamos que era algo bastante normal pero nuestras explicaciones no debieron ser demasiado vehementes y los norteamericanos quisieron hacerse fotos con nosotros para inmortalizar el momento. 

El día 24 de noviembre cogimos el autobús para ir a comprar la nevera. La verdad es que en Curaçao nos pasábamos la mitad del tiempo yendo y viniendo con el autobús. Encima ese día, en pleno trayecto, nos acordamos que nos habíamos olvidado los papeles del barco que tenían que servir para acreditar que estábamos en tránsito y para que nos quitaran el 6% de impuestos. ¡Qué tontos! ¡Menudo día perdido! Pasamos igualmente por la náutica para que nos reservaran la nevera y menos mal que lo hicimos porque al parecer, según nos contaron más tarde, al día siguiente la quiso comprar una persona y si se la hubiera llevado, nos hubiéramos quedado sin ya que los envíos a las islas podían tardar hasta un mes. 

Tras pasar por la náutica, fuimos al supermercado y regresamos ese día con el mismo autobús del supermercado que iba a las 10 y volvía a las 11.

Por la tarde vinieron a saludarnos los integrantes del quinto barco español que acababa de llegar a la isla. Eran Dani y Alejandro, del velero Caronte. Precisamente a Dani, ya lo conocíamos, aunque fugazmente, de nuestra estancia en Bequia, en las Granadinas. Así pues, nos volvíamos a encontrar. 

El día 25 era domingo por lo que no podíamos hacer mucha cosa excepto quedarnos tranquilos en el barco. Dani fue a buscar agua a un grifo que le había indicado el guardia de seguridad de la zona y cuando se acercó a ella con los bidones, le apareció un sujeto y le dio una medio bronca. Le dijo mil cosas, que si eso era robar, que si ellos pagaban el agua, que si creíamos que los europeos en esa isla no teníamos que pagar nada y luego siguió diciendo cosas como que en todo el Caribe había que pagar por fondear los barcos y que Curaçao, en cambio, estábamos sin pagar, que si nos ponían autobús gratis en el supermercado… Al pobre hombre se le veía enfadado con el mundo pero su forma de encauzarlo estaba un poco equivocada. Dani le dijo que él de robar nada y que a él le había indicado el lugar como adecuado para coger agua el propio guardia de seguridad y ya de paso, que casi en ningún lugar del Caribe se pagaba por fondear. Es más, en ningún sitio era tan difícil moverse en transporte público como allí y que hacían muy mal porque era turismo que desperdiciaban precisamente en una isla que parecía tan interesada por atraerlo. Al hombre se le disiparon un poco los humos pero pese a la “interesante” conversación, Dani se quedó sin agua. En Spanish Water se paseaba una barquita-cuba que vendía agua a un precio muy caro y según nos dijeron, con un gusto muy malo. Nosotros finalmente y unos días más tarde, optamos por llenar los bidones en la gasolinera de una de las marinas que vendía agua de buen sabor a unos 6 dólares los 100 litros. 

Ese día, el ambiente estuvo lluvioso pero con el paso de las horas, se transformó en tormentoso. Unas nubes negras amenazadoras se aproximaron por el horizonte y de golpe, una racha golpeo de lleno a los barcos. La situación no era en realidad grave porque el viento sólo sobrepasó por poco los treinta nudos pero al aparecer tan súbitamente, nos asustó un poco. Lo peor era un velero que había fondeado demasiado cerca nuestro por popa y eso mismo debió pensar él porque al día siguiente, afortunadamente, se cambió de lugar. El sustillo fue tal que incluso preparamos las llaves por si hacía falta encender el motor y pusimos a mano alguna defensa por si había que utilizarla. Como consuelo, nosotros no nos sentimos los más asustadizos del lugar porque en cada barco se veía a alguien que, o corría a la proa a revisar el fondeo, o corría por la cubierta para sujetar algo o, cuanto menos, permanecía en la bañera atento a que pasara la racha. 

La lluvia no paró mientras comíamos y como vimos que incluso aumentaba de intensidad, justo tras tragar la última porción, Dani decidió hacer la digestión instalando el recoge lluvias bajo el agua fría. A mitad instalación, como siempre en el momento más oportuno, volvieron a aparecer unas fuertes rachas casi tan virulentas como la primera que nos crearon una situación algo tensa, con el barco inclinado por un lado y por el otro, intentando controlar el flameo del enorme recogelluvias que todavía no estaba del todo sujeto. Finalmente, conseguimos instalar el artilugio, y con él, conseguimos recoger unos 25 litros de agua. Lo más curioso fue que el agua, que creíamos sería bastante pura, no lo era tanto ya que tenía bastantes tropezones pese a que el recogelluvias estaba impecable y se había lavado antes de emprender la recogida de lluvia. No obstante, tras filtrarlo, el agua nos sirvió muy bien para cocinar y lavar. 

El día 26 de noviembre fuimos de nuevo con el autobús a la náutica. La espera y el trayecto en autobús era como el lugar de reunión social diario porque siempre te encontrabas a alguien. Ese día por ejemplo, nos encontramos con Antonio, Jose, Daniel y Alejandro. 

En la náutica compramos la nevera pero también algunos artilugios de náutica que serían más difíciles de conseguir una vez pasadas las ABC. Compramos un filtro de agua de carbono para los depósitos de agua y así, después de instalarse en el circuito de agua dulce, el agua de los tanques tendría mejor sabor y menos impurezas. También compramos un densímetro para conocer el estado de las baterías, un algicida para los tanques de gasoil, un sellador para intentar arreglar la entrada de agua de La Poderosa, un grillete y un cabo grueso de treinta metros que nos serviría, entre otros posibles usos, para añadir a la cadena en los previsibles profundos fondeos que encontraríamos en el Pacífico. La verdad es que en las tres náuticas que visitamos, todo el personal era muy simpático pero parecía que no tenían ningún conocimiento de náutica. Nosotros no es que supiéramos mucho, todo lo contrario y por eso, notábamos especialmente esa carencia ya que cuando preguntábamos las cosas no recibíamos ninguna información y lo peor, a veces contestaban y nos ofrecían cosas realmente absurdas. 

La mayor parte de la compra la hicimos en Island Water World ya que en Budget Marine y la otra náutica local tenían mucho menos stock. Muy amables, y porque lo habíamos pedido antes de comprar, nos llevaron en un coche con toda la compra de regreso a Spanish Water. Cargar todo eso en el autobús hubiera sido bastante molesto. Y como la Ley de Murphy nunca falla, en el trayecto con el auxiliar hasta el barco, cargados hasta los topes, el peor día de viento y olas de toda nuestra estancia en Curaçao apareció. Justo cuando queríamos especialmente que no se mojara la nueva nevera ni la caja que la contenía por si hubiera que devolverla por mal funcionamiento. Finalmente la caja, pese a nuestros esfuerzos, llegó algo mojada pero como estaba recubierta de plástico, la nevera llegó totalmente seca y en perfecto funcionamiento. 

Por la tarde estuvimos realizando una preinstalación de la nevera y haciendo pruebas de funcionamiento y consumo. La mayor alegría de la tarde fue sin duda una aparición milagrosa. El día anterior se nos había roto una pequeña pero fundamental pieza de plástico que servía para que cerrara una de las escotillas y que desde que se compró el barco, se veía mucho más desgastada que las otras aunque seguía funcionando correctamente. Ante la rotura, habíamos preguntado esa mañana en todas las náuticas por un repuesto sin ningún éxito y decepcionados, nos hicimos la idea de que sólo nos quedaba intentar hacer un apaño que a priori, se nos antojaba difícil porque el ajuste debía ser bastante preciso o de lo contrario, no pararía de entrar agua por allí. Pero revisando esa tarde los repuestos de barco buscando otra cosa, como por arte de magia, apareció en su fundita, totalmente nueva, una pieza exacta a la rota que el anterior propietario había comprado en su momento y que no nos acordábamos de que la teníamos. Era como increíble. Lo que se intuía como una larga, dificultosa y preocupante reparación, se solucionó en un momento poniendo sólo un par de tornillos. Qué gran alegría. Para celebrarlo, disfrutamos de un zumito de limón bien frío recién sacado de la nueva nevera. 

Al día siguiente proseguimos con los arreglos. Sandra estuvo todo el día arreglando las entradas de agua de La Poderosa y Dani, por su parte, se lo pasó instalando definitivamente la nevera y el filtro de carbono en el circuito de agua dulce. También echó algicida en el depósito y en cada bidón de gasoil. Ya de noche, estuvo cosiendo las hebillas de acero inoxidable, que también habíamos comprado, a unas cintas de buen material que ya teníamos. De esta forma estibaríamos aún mejor la tabla de windsurf sobre el bimini. 

El día 28 de noviembre nos vino a visitar Chris, el holandés del velero Elza que conocimos en Aves. Como él vivía allí gran parte del año y tenía coche se ofreció a llevarnos al supermercado por si teníamos que hacer alguna gran compra. Le dijimos que sí que teníamos que hacerla pero que iríamos por nuestra cuenta ya que teníamos que comprar mucho y no queríamos que esperara. El insistió y dijo que no le importaba. Ante su insistencia aceptamos y al rato, vino de nuevo a recogernos con su dingui para llevarnos hasta donde tenía aparcado su vehículo. Allí nos encontramos con su mujer, Elise y partimos para el supermercado. En el trayecto nos explicó un poco la relación que tenían las ABC con Holanda que era bastante poca al contrario de lo que nos imaginábamos. Era territorio holandés pero excepto defensa y representación exterior, casi todas las competencias estaban transferidas. Era tan poca la relación entre los territorios que a ellos, que eran holandeses, sólo se les permitía estar unos seis meses al año en la isla mientras que los habitantes de la isla, tenían doble pasaporte. La carretera se veía en muy mal estado y según las explicaciones de Chris, el motivo era que con la medio-independencia del territorio, Holanda había dejado de enviar dinero a la isla. Estaba claro que a nuestros amigos, la actual relación de Holanda y Curaçao no les gustaba mucho. 

Llegamos al supermercado y nosotros nos fuimos por nuestro lado a hacer una gran compra de productos no perecederos. Fuimos bastante a destajo desde el principio porque queríamos comprar muchas cosas y no queríamos que Chris y Elise nos esperaran demasiado. Finalmente, cogimos dos carros llenos cargados sobretodo de bastantes tetrabriks de leche. 

Regresamos a Spanish Water y pudimos embarcar toda la compra en el Piropo sin problemas gracias al amplio dingui de Chris. Por si fueran poco sus amabilidades, nos invitaron a cenar en su barco y después, como había luna llena, iríamos a hacer un paseo en su pequeño y clásico velero llamado “Luna”, así, en castellano. 

Así pues, tras llegar al Piropo comimos muy poco ya que habíamos quedado para cenar a las ¡17 horas! Al parecer, siempre cenaban a esa hora. 

La cena fue agradable y cenamos una rica lasaña con compota de manzana y yogurt con sirope de fresa y muesli. La conversación nos confirmó la idea que sobre los españoles tienen los holandeses, que si somos impuntuales (pese a que por la mañana les esperamos -sin ningún problema- veinte minutos y que siempre llegamos puntuales a nuestras citas), que si siempre hacemos siesta (nosotros nunca hacemos siesta)… La frase más curiosa de la noche fue cuando Dani comentó, porque se lo había dicho alguna vez algún polaco y lo había leído en alguna parte, que los polacos se sentían muy parecidos a los españoles quizá, por ser ambos unos países de tradición católica. Nuestros anfitriones ante esa afirmación dijeron que estaban equivocados, que los polacos no se parecían en nada a los españoles porque los primeros eran muy trabajadores. Lo más curioso era saber la explicación de por qué los polacos eran más trabajadores y era porque el país estaba a la misma altura geográfica de Holanda y Alemania. Esas ideas no eran unas ideas aisladas de Chris y Elize ya que se lo habíamos escuchado antes a otros holandeses. Curiosa idea tenían sobre nosotros. Esperábamos que un día no tuviéramos que irnos a trabajar a Holanda. 

Tras la cena, embarcamos en el Luna, un pequeñísimo velero clásico restaurado por el propio Chris que lo tenían fondeado en la popa de su barco. Con él, navegamos plácidamente por la calmadísima Spanish Water impulsados sólo por una ligerísima brisa. Era muy agradable navegar a la luz de la luna llena entre los barcos fondeados y las pequeñas y rocosas islas que tenía la laguna escuchando mientras, el suave sonido del chapoteo del agua chocando contra el casco. 

Sobre la medianoche regresamos al Piropo y nos despedimos de nuestros agradables anfitriones a los que invitamos a cenar al día siguiente en el Piropo. 

El día 29 volvimos a ir a la náutica. La nevera funcionaba bien y con poco consumo pero parecía que la tensión no se recuperaba tras la noche si el día siguiente resultaba algo nublado o hacíamos un uso bastante seguido del ordenador. Así pues, optamos por aumentar un poco la capacidad energética del barco comprando una nueva batería que destinaríamos al motor y por su parte, la que ya había de motor, que era igual a las de servicio en tiempo y capacidad, la destinaríamos al parque de servicios aumentando de esta forma un tercio dicho parque. Pretendíamos de esta forma aumentar el amperaje del barco sin gastar demasiado ya que con esta operación, no había que cambiar todas las baterías del barco. Éstas por su parte, estaban bastante bien ya que el densiómetro así lo marcaba y la tensión, después de una noche sin carga de viento ni por supuesto de sol, no bajaba nunca de 12.4 V. 

Tras la náutica fuimos a comprar un par de cosas al supermercado y lógicamente, con tanta compra se nos pasó el autobús gratuito de vuelta de las 11 horas. No obstante, eso no fue un problema porque el establecimiento, tenía disponible furgonetitas que llevaban a los turistas a los hoteles o a los barcos sin ningún problema. Parecía que les salía a cuenta traer y llevar a gente con tal de que compraran allí. 

Se nos pasó de esta forma rápidamente la mañana y por la tarde, la pasamos con los holandeses que vinieron a cenar a las 17 horas. Pese a que solíamos cenar a las 20 horas, decidimos ese día cenar también antes para que nuestros invitados no cambiaran sus horarios. 

Estuvimos charlando mucho sobre el tema energético del barco ya que Chris parecía bastante experto y muy dispuesto a ayudar. Cuando Dani le comentó que quizá hiciera falta una placa más él dijo que conocía a una persona que las vendía nuevas de forma muy económicas ya que una de 85 watios costaba 200 dólares. Quedamos que al día siguiente iríamos a preguntar a su conocido. 

Al día siguiente, bien pronto, Dani se puso a instalar la batería pero se dio cuenta que pese a que ya tenía de otro tipo, le hacía falta un conector especial. Así pues, tuvimos que subirnos de nuevo a La Poderosa y coger el autobús hasta la zona de náuticas. Era increíble el tiempo que se perdía viviendo en el barco con cualquier pequeña tarea. A la vuelta de la náutica pasamos por el barco de Chris y en su auxiliar, nos acompañó al barco del conocido suyo que vendía las placas. Acordamos la compra y regresamos al Piropo para comer. Al poco, apareció de nuevo Chris dispuesto a ayudarnos con el tema eléctrico. Estuvimos charlando de todo y nos estuvo dando diferentes ideas sobre la posible instalación. Chris era, como por otra parte debía serse, una exagerado de la maximización de la energía y del no despilfarro. Por ejemplo, para él estaba prohibido usar mecheros para conectar los aparatos, siempre debían hacerse directamente. También las conexiones debían hacerse de forma que no ofrecieran ninguna resistencia y cualquier pequeña temperatura demostraba la existencia de una resistencia. 

Durante la tarde nos trajeron la placa nueva y más tarde, cuando Chris se fue, a última hora de la tarde, Dani instaló finalmente la nueva batería. 

El día 1 de diciembre volvimos otra vez a la náutica y al supermercado. Otra vez más. Empezaba a ser una pesadilla. Esta vez el motivo era intentar, una vez teníamos en nuestro poder la nueva placa y veíamos sus características, conseguir todo el material que se necesitaba para instalarla. Afortunadamente, no tuvimos que comprar ningún regulador porque en su día, Jose, del Moskito Valiente, nos regaló uno igual al que ya teníamos porque él estaba haciendo limpieza en su barco y nos lo ofreció. 

En el autobús, como cada mañana, volvimos a encontrarnos con los canarios, que los pobres estaban alargando mucho su estancia en Curaçao en contra de su voluntad. Por una parte José, que ya había vendido su barco, estaba esperando que le pagaran el resto del dinero para volverse a España y por otra, Antonio, seguía intentando arreglar el soporte de un obenque sin demasiado éxito por muchas razones. 

A la vuelta de las compras, mientras volvíamos entre los barcos con La Poderosa, vimos de golpe que un velero nos seguía también navegando entre los barcos. Era el Elza de los holandeses Chris y Elize que pasaban a despedirse ya que partían para disfrutar de una nueva estancia en Aves de Barlovento. 

La tarde la dedicamos a comenzar a instalar la placa nueva. Para ello había que desplazar la placa antigua en el propio arco e instalarla en vez de a lo ancho, a lo largo. La faena no era sencilla porque al estar el barco fondeado, había que estar medio colgado del arco y al ser sábado, las barcas motoras no paraban de pasar creando una incomodísima ola que meneaba mucho al Piropo. Durante la tarde también pasamos todos los cables por el interior del arco que fue una tarea de chinos y los llevamos a donde instalaríamos el nuevo regulador, al lado de las baterías. Las tareas duraron tanto que se hizo de noche y no pudimos comprobar por tanto si la antigua placa funcionaba correctamente en su nueva ubicación. 

Al día siguiente, ya con el sol, comprobamos que el funcionamiento de la antigua placa era correcto y continuamos con la instalación de la nueva. Para hacer los agujeros usamos un taladro manual que nos dejó Chris y que teníamos que devolverle a través de otro barco holandés amigo suyo. La verdad es que desconocíamos hasta unos días antes la existencia de los taladros manuales pero vimos que en un barco, eran unas herramientas muy útiles ante la ausencia de potencia eléctrica si no tenías un generador eléctrico como era nuestro caso. 

Finalmente, la nueva placa quedó instalada y en perfecto funcionamiento. Con 215 watios de generación solar aparte de la que podíamos generar con el aerogenerador los días de viento, creíamos que iríamos más que servidos y que la nevera podría funcionar perfectamente a partir de ahora. 

El día 3 de diciembre, después de varios días trabajando en Curaçao, teníamos ganas de cambiar de aires y navegar ya hacia nuestra siguiente isla Aruba. Por ello nos fuimos a Willemstad para hacer los papeleos de salida. En la oficina de aduanas no hubo problemas pero nos advirtieron que en inmigración, si queríamos irnos al día siguiente por la tarde, no nos sellarían el pasaporte porque sólo lo sellaban si salías en el plazo de 24 horas. Ni cortos ni perezosos, le dijimos al de aduanas que en ese caso, cambiábamos de idea y saldríamos por la mañana. No queríamos volver de nuevo a la ciudad sólo para eso. El oficial no fue quisquilloso pese a que sabía que no pensábamos irnos por la mañana y nos cambió la hora sin ningún problema. A otro barco en cambio, nos enteramos que se negaron a cambiarle la hora de salida y tuvieron que volver expresamente al día siguiente a la ciudad para sellar el pasaporte. Menuda burocracia absurda pero parece ser que es lo que gusta, fronteritas, pasaportes, sellitos y controles siempre claro para molestar a la gente de orden porque los otros, siguen haciendo lo que les da la gana y llevando lo que no deberían a cualquier parte del mundo. 

Hablamos con nuestras familias por teléfono y regresamos a Spanish Water ya que la ciudad, pese a que era muy bonita, ya la teníamos muy vista. A la vuelta, pasamos por el barco de José a despedirnos. Allí estaba Antonio por lo que aprovechamos y nos despedimos de ambos. 

Al día siguiente hicimos los últimos preparativos para partir. Dani fue a comprar agua a la gasolinera, fue a devolver el taladro al amigo de Chris y recogió La Poderosa. Más tarde, Carlos, que había estado ausente de su barco y viendo que teníamos subido el auxiliar, pasó a despedirse muy simpático. 

Sobre las 15:45 levamos ancla y partimos de las tranquilas aunque no demasiado limpias aguas de Spanish Water. Nuestro siguiente destino sería Aruba. En nuestra siguiente entrada os comentaremos nuestra estancia allí.

Un abrazo. 

 

   
   
   
   

4 comentarios a “CURAÇAO. Del 19 de noviembre al 4 de diciembre de 2012”

  • Hola
    Por trabajos de la universidad necesito saber que aeropuerto y aduana puedo usar desde puerto rico a curacao.
    Gracias

  • holaaa cariñoooo. que chulo es todo, que envidia me dais, jajaja, disfrutad mucho mi niña y pensad en los pobreticos que tenemos que currar, jejeje, un besazo enorme a los dos mi niña, te quiero mucho preciosa¡¡¡¡¡¡¡

  • FELIZ AÑO!!

  • BON ANY!!

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