Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

BONAIRE. Del 13 al 19 de noviembre de 2012.

 

Dicen que el martes, ni te cases ni te embarques. Ese día no sólo era martes sino que además, era martes y trece. Pero como no somos nada supersticiosos, partimos del espectacular archipiélago de Aves de Sotavento bien temprano y nos dirigimos a la isla de Bonaire. Durante la travesía nos acordamos del refranero popular porque el trayecto fue bastante incómodo. La incomodidad no fue provocada sólo por la ausencia absoluta de viento que nos obligó a hacer las poco más cuarenta y tres millas de la travesía íntegramente a motor sino porque además, a mitad recorrido, empezaron a aparecer pequeños nubarrones con lluvias que nos pasaron por un lado y por otro sin mojarnos hasta que apareció el verdadero nubarrón negro. De ese no había escapatoria posible. Poco a poco fue avanzando en nuestra dirección por la popa y en el peor momento nos alcanzó, justo cuando llegábamos a la punta sur de Bonaire y comenzábamos a acercarnos a la costa. En ese momento, la densa lluvia no quitó absolutamente la visibilidad y aunque sabíamos perfectamente nuestra posición por el GPS, dimos un pequeño rodeo por si acaso no fuera a haber también en aquel lugar un descuadre en las cartas como pasaba en Venezuela. 

Enseguida la nube pasó y el tiempo mejoró dejándonos contemplar toda la costa de Bonaire mientras, tras bordear la punta sur, navegábamos en dirección norte camino de Kralendijk, la capital de la pequeña isla. Pudimos ver entonces las famosas salinas de Bonaire con sus montañas de sal y la urbanizada costa donde algunas casas trataban de respetar el colorido salmón típico de las casas de la época colonial holandesa y otras, pasaban de todo, incluso de cualquier estética. También vimos cerca de una casa una serie de casitas muy bajitas que se parecían a las típicas casetas de los perros pero ligeramente más grandes. No eran de tamaño mucho mayor y nos preguntamos para que debían ser. Más tarde, leeríamos que esas casas eran en su época las destinadas a los esclavos y que en ellas dormían hacinados hasta seis hombres. El resto de sus familias, mujeres e hijos, vivían en otras zonas de la isla y sólo podían reunirse con ellos los domingos. 

Bonaire, junto con Aruba y Curaçao, eran las islas que formaban las denominadas islas ABC, A de Aruba, B de Bonaire y C de Curaçao. Muy ingenioso. Estas islas, junto con la mitad de San Martin y las diminutas Saba y St Eustatius, todas situadas en el norte del mar Caribe, conformaban lo que antiguamente eran las Antillas Holandesas, islas caribeñas que pertenecían a Holanda. Aruba fue la primera es separarse de las Antillas Holandesas y más tarde, se disolvieron como tal las Antillas Holandesas. Todas seguían perteneciendo a Holanda pero con diferentes niveles de autogobierno que creíamos que, en el caso de Aruba desde 1986 era bastante acusado. De todas formas, no nos llegamos a aclarar exactamente que autogobierno tenían unas y otras. Al parecer los habitantes de las islas tenías dos pasaportes pero los holandeses de la metrópoli sólo podían vivir seis meses en estas islas. Respecto a lo que nosotros nos afectó, había que hacer papeleos de entrada en cada una con exigencias distintas y ante policías de uniformes diferentes. También había que tener banderitas de cortesía de cada isla y respecto a la moneda, era todavía más incómodo, Aruba funcionaba con una moneda propia, en Curaçao funcionaba el antiguo florín de las Antillas Holandesas aunque se aceptaban los dólares norteamericanos (perdiendo por cada dólar al cambio, aproximadamente 3 céntimos de euro) y en otra, Bonaire, funcionaba sólo el dólar norteamericano. 

La población de la isla de Bonaire a la que nos dirigíamos, era un contraste brutal entre la muy mayoritaria población negra descendiente de los antiguos esclavos y los rubios y blancos holandeses provenientes del continente europeo. Las islas de Bonaire y Curaçao fueron en la época el principal centro de llegada de esclavos para su posterior venta y estaba todavía muy presente este pasado negro esclavista que duró hasta 1863 que es cuando se aprobó la abolición y no por motivos humanitarios, sino por motivos económicos. Al parecer, se dieron cuenta que era mejor tener un trabajador motivado por un salario irrisorio que gastar dinero en seguridad para tener trabajadores totalmente desmotivados. Siempre son los “buenos” motivos los que cambian el mundo. 

En las islas ABC la gente parecía que hablaba en cualquier idioma. Hablaban el idioma local llamado papiamento, el holandés, el inglés y el español. Casi podíamos hablar en español con casi todo el mundo. Los niños estudiaban los cuatro idiomas en la escuela y respecto al español, lo hablaban bastante bien. El papiamento era una mezcla entre las lenguas africanas, el holandés, el español y el portugués. Nos preguntamos cómo se había introducido el portugués en la mezcla y nos enteramos más tarde que los holandeses invadieron durante unos pocos años una pequeña parte de lo que entonces era el Brasil portugués y cuando los portugueses pudieron reconquistar el territorio, los holandeses y sus esclavos, tuvieron que partir y se instalaron en estas islas que seguían siendo holandesas. 

Por fin llegamos a Kralendijk, la capital de la isla que nos era más que un pueblo. Bonaire era una isla dedicada exclusivamente al turismo y en concreto, al turismo de buceo. Presuntamente, para proteger los fondos estaba prohibido fondear y únicamente se podía amarrar a unas boyas situadas enfrente del paseo marítimo y que costaban 10 dólares por día más los impuestos. Aquí los precios siempre figuraban sin impuestos y después, en la caja, te llevabas la “feliz” sorpresa. Pagar por una boya no nos hacía demasiada gracia pero nos habían hablado muy bien de Bonaire y efectivamente, el lugar resultó muy agradable. El agua, aunque estaba enfrente de la ciudad, estaba cristalina y husmeaban cerca peces típicos de los arrecifes coralinos como algún pez loro. 

Tras amarrarnos a la boya y comer, nos bañamos en las azules y limpias aguas y observamos con las gafas como el fondo en el lugar, de arena blanca -ya nos podrían dejar fondear-, bajaba en picado en pocos metros creando un cambio en el color del agua de azul turquesa a negro abisal. En ese momento, vimos un enorme pez ballesta que comía de los caracolillos que se estaban formando en la parte inferior de la quilla, justo donde se había apoyado el barco durante la varada y donde no le habían puesto bien el antifouling. 

El día 14 de noviembre tuvimos que desayunar sin líquido. Se nos había acabado la leche. Habíamos llegado a la civilización justo a tiempo. Desembarcamos con el dingui en el pequeño muelle de madera que teníamos enfrente del barco y que estaba junto a “Karel’s Bar” y fuimos luego a cumplimentar los papeleos de entrada. En la oficina de aduanas e inmigración nos obligaron a regresar al barco para coger el arpón y entregárselo en depósito hasta que nos fuéramos. Menuda gracia nos hizo hacer el trayecto en dingui varias veces para eso pero parecía ser que consideraban a los arpones un arma muy peligrosa o quizá, el motivo era que no se fiaban de que no fueras a matar un pececillo con él y se les fuera el turismo por eso. Muy estrictos para unas cosas pero en cambio, nada serios en otras porque ni siquiera nos dieron un recibo de la entrega del arpón y el día que fuimos a recogerlo, hubo unas breves dudas de que lo habíamos dejado porque la funcionaria de turno se había olvidado de apuntarlo en no se dónde. Sólo faltaba que se lo hubieran quedado. 

En el pequeño muelle, acababa de llegar un megayate que observamos con cierta incredulidad porque era exageradamente hostentoso. Además de tener los típicos juguetes que tienen los barcos de este tipo como lanchas fueraborda enormes para desembarcar y un helicóptero, este tenía otro juguete que no lo habíamos visto en otro barco, llevaba un velero colgado. Por la noche, el barco era todavía más llamativo y el helicóptero estaba iluminado con unos focos verde chillón. Viendo el barco nos hizo pensar que el defecto de la vanidad, que suponemos todos tenemos en mayor o menor medida, llegaba en ciertas personas a extremos insospechados. 

Más tarde fuimos en busca de un banco, para cambiar euros por dólares norteamericanos y tras pasear sin mucho éxito, entramos en la oficina de turismo donde un señor muy simpático, en perfecto castellano, nos indicó todo lo que queríamos saber: banco, transporte público, cosas para ver, supermercados, sitios de internet, sitios para llamadas internacionales… Con la información obtenida, fuimos a llamar a nuestras familias a través de la cara Telefónica Bonairense donde por 10 dólares (8,333 €), podías hablar 14 minutos. Nos enteramos entre otras cosas del “maravilloso” estado de España donde ese día, había habido una huelga general. 

Tras las llamadas, hicimos un largo paseo hasta un supermercado que había a las afueras de la ciudad que era muy limpio y donde hicimos algo de compra. Observamos con cierto horror los precios locales sobre todo en lo que se refiere a la fruta y la verdura. Las manzanas valían 50 céntimos de euro cada una y los tomates, cinco pequeños, nos costaron 2,17 euros. Los precios de las frutas y verduras eran tan caros que se fijaban no en unidades de peso, sino en piezas. Respecto al resto de productos había alguno que tenía precios razonables pero otros eran también bastante caros como la leche, que costaba al cambio 1,57 euros por cada caja y el agua, que te cobraban por una botella 1,16 euros. 

La vuelta del supermercado a La Poderosa caminando fue larga y pesada debido al fuerte calor y al peso que llevábamos. Después de mes y medio sin ponernos unos zapatos, a Sandra le salieron unas ampollas por caminar un rato con unos zapatos que siempre le habían venido cómodos. Era curioso observar lo rápido que se desacostumbraba el cuerpo. 

En el Piropo nos preparamos una comida bien cochina de bocadillos de hamburguesa con lechuga, tomate, cebolla, pepinillos, ketchup y mucha, mucha mayonesa. Y como también habíamos comprado bacon y no podíamos dejarlo para el día siguiente, nos zampamos medio paquete. Para beber, tomamos dos pepsis fresquitas y de postre, yogurt. Sandra acompañó además su café con trocitos de chocolate. En un momento, saciamos varios caprichos que en la vida diaria del barco, alejados de los supermercados, no podíamos darnos. 

El día 15 descargamos las bicis en una diminuta playa que había en el paseo. Este paseo marítimo, era un largo bloque de cemento que desde no demasiada altura, caía directamente al mar. No existía playa pero en algunos puntos, pequeñas acumulaciones de arena permitían bañarse a la gente local. Aprovechamos el desembarco para tirar un montón de botellas de cinco litros de agua que teníamos vacías y justo cuando las íbamos a tirar, una señora local nos las pidió para ella. Se las dimos encantados así reciclábamos un poco. Al parecer las botellas de ese tipo escaseaban y le iban a servir para sus plantas. Paseamos un poco con la bici por la ciudad y tras una pequeña búsqueda, encontramos un Budget Marine, una tienda náutica que está por todo el Caribe y que en Bonaire, no tenía demasiadas cosas en stock aunque sí que encontramos lo que buscábamos. Era un embudo que tenía la particularidad de filtrar muchísimas impurezas e incluso el agua. Era sorprendente comprobar la fiabilidad del aparato llenándolo de agua y viendo que no traspasaba ni una gota mientras que sí lo hacía si ponías gasoil. Con este aparato, protegeríamos aún más el depósito de gasoil e intentaríamos evitar que entraran impurezas en el motor que pudieran provocar una falta de encendido. La mala fama del combustible venezolano nos había hecho preocupar bastante aunque las malas famas variaban mucho de una zona a otra.  En Venezuela en cambio, nos dijeron que el combustible de Martinica, al contrario que el de allí, era muy malo. Sin duda a la gente nos comían la cabeza haciéndonos creer que lo de cada uno era lo mejor. 

Tras la náutica, pasamos de nuevo por el supermercado a hacer una compra algo más grande que la del día anterior aprovechando que ese día llevábamos bicis. El supermercado escogido esta vez estaba más céntrico, era de gran tamaño y estaba gestionado por chinos. Creíamos que el lugar sería más barato pero observando los precios comprobamos que eran iguales a los del supermercado del día anterior. Pero lo peor era que el estado sanitario del lugar dejaba mucho que desear. Habían bastante mosquitos y el pasillo de refrigerados olía a carne podrida. Además, justo cuando ya teníamos el carro bastante cargado vimos que entre los productos habían cucarachas circulando. Se nos cruzó incluso por los pasillos un par de enorme tamaño. Lo peor fue cuando llegamos al barco y vimos que entre los pliegues de los tetrabrik de leche, habían gusanitos. Un verdadero asco. Tuvimos que limpiarlos todos uno por uno con mucho cuidado para evitar que no se nos colara algún insecto como ya nos ocurrió en nuestra estancia en Martinica. Tras la desagradable experiencia, no volvimos a pasar por el supermercado chino. 

Llevábamos días amarrados a las boyas y nadie había pasado a cobrarnos. Estábamos muy contentos e ingenuos, se nos pasó por la cabeza que quizá ya no había que pagar. Ese día por la tarde, apareció una barquita que nos informó que ellos sólo pasaban diariamente para controlar y que debíamos pasar por una marina a pagar la estancia en las boyas. Oohhh. Que penaaa. 

Al día siguiente nos fuimos de excursión con las bicis por la isla. Primero pasamos por la marina que nos venía de camino y pagamos toda la estancia en las boyas (10,60 US$ al día) y luego, seguimos nuestro trayecto en dirección norte. Al principio, la excursión transcurrió por una carretera de asfalto con cierto tráfico pero pronto cogimos un desvío por una pista de tierra y bastantes piedras. La pista, al rato, se fue convirtiendo poco a poco en un sendero que cada vez tenía más piedras y menos tierra y la vegetación que nos acompañaba, muy árida, con altísimos cactus y maleza, en alguna ocasión tocaba en ambos extremos de los manillares. El paseo estaba resultando algo extremo para ir con bicis de paseo ya que además, no paraba de subir. El calor era la guinda al conjunto porque era sofocante. No obstante, el lugar era curioso rodeados de cactus que medían muchos metros de altura. También pudimos observar los famosos y pequeños loros autóctonos de la isla verdes y amarillos. Poco a poco, fuimos avanzando y llegamos a una carretera asfaltada con el que llegamos a uno de los puntos más elevados de la isla. Desde allí, nos dejamos llevar por una larga y empinada bajada disfrutando de la brisa y del descanso hasta llegar a Rincón, un pueblo minúsculo donde estaba la desviación que debíamos tomar para llegar al norte de la isla. Continuamos por una pista asfaltada que casi no tenía tráfico y seguimos rodeados por allí del mismo paisaje de cactus. En aquella zona había más animales y pudimos observar un jabalí, hundido en el barro y que se escapó en cuanto nos vio, muchos burros salvajes, garzas y un flamenco. A este último nos fuimos acercando caminando lentamente y lo pudimos ver con mucho detalle. El animal curiosísimo, lo era aún más cuando se puso a volar. De la cabeza a los pies era mucho más largo que de envergadura, lo que le hacía parecer casi un palo rosa volando. 

Seguimos pedaleando y llegamos al Parque Nacional Washington Slagbaai que hay en el norte de la isla y que es famoso por los cactus que ya habíamos visto en el recorrido. No teníamos intención de entrar porque el objetivo era sólo llegar hasta allí pero hablando con el de la entrada nos enteramos que aunque hubiéramos querido, no hubiésemos podido porque no permitían entrar a las bicis más allá de las doce de la mañana. La entrada costaba además 25 $ por persona.  Desde allí iniciamos el camino de regreso pero bordeando esta vez la costa oeste de Bonaire. Desde la entrada del Parque Nacional tomamos una pista de tierra que nos llevó a Boca Pamper, una costa con unas fuertes rompientes y de allí seguimos hasta un lugar donde se conservaban pinturas de los amerindios que habitaban las isla antes de la llegada de los holandeses. Las pinturas consistían en unos dibujos  de color rojizo formando espirales y círculos que estaban en el techo de una pequeña cueva. Comimos allí compartiendo suelo con unos lagartos de buen tamaño que acostumbrados a los turistas, se acercaban demasiado buscando comida. Para que nos dejaran comer en paz, les lanzamos lejos la lata de pate vacía -que recogimos más tarde- y vimos con curiosidad, como los verdes lagartos apreciaban los diminutos restos de paté. Esperábamos que no hubiéramos contribuido a despertar en ellas la afición por comer los hígados de otros animales. 

Tras la comida, seguimos con el duro recorrido bajo el sol y el calor. Esta vez ya íbamos por una carretera asfaltada y bastante monótona por lo que el cansancio aún hizo más mella. Por fin llegamos a las afueras de Kralendijk y en una pequeña tienda que vimos, compramos un par de bebidas frías de medio litro cada una que volaron inmediatamente. Estábamos sedientos pese a que habíamos bebido mucho durante todo el día. Desde allí, sólo nos quedaron veinte minutos para llegar al centro de Kralendijk. Ya en el barco, trazando en el GPS con líneas rectas el recorrido realizado vimos que, pese al esfuerzo, sólo habíamos recorrido ese día cuarenta kilómetros. Eso sí, con subidas continuas y pistas muy incómodas. 

El resto de tarde la pasamos recuperándonos del fatigoso día dándonos un largo baño en las cristalinas y frescas aguas sobre las que flotaba el Piropo. 

El día siguiente lo dedicamos a trámites varios. En primer lugar fuimos a una ferretería para comprar una llave del tamaño exacto de las tuercas de los ánodos. Luego, fuimos a llamar a los padres de Dani ya que los días anteriores no los habíamos localizado y los continuos cortes en el servicio telefónico hicieron muy incómoda la llamada. Sobre todo cuando hablabas varios minutos sin tener ningún receptor al otro lado. Más tarde, aprovechando que teníamos bicis, fuimos a realizar una gran compra en el supermercado de las cosas que no eran caras. El regreso con la compra fue un verdadero deporte de riesgo cargados hasta los topes. Las pobres bicis se estaban portando realmente bien. 

Por la tarde, desembarcamos de nuevo y dimos un paseo por la ciudad que como no era muy grande, ya la teníamos bastante vista y estuvimos el resto de la tarde charlando tranquilamente en la bañera del barco. 

El día 18 de noviembre nos fuimos con La Poderosa a la isla de Klein Bonaire. Al parecer, la pequeña y próxima isla, totalmente deshabitada, era un buen lugar para bucear y lo quisimos comprobar. Tenía alguna boya alrededor para dejar la barca pero no había demasiadas y todas estaban ocupadas por barcos de turistas. Ante la ausencia de boyas disponibles, finalmente decidimos tirarnos a bucear arrastrando el dingui. El fondo era realmente bonito. El coral, muy sano, crecía por una ladera empinada que bajaba hacia la oscuridad. Se veía mucha vida animal y sobretodo llamaba la atención la presencia de muchos peces ballesta negros llamados calafates negros que nadaban cerca de la superficie. De todas formas, pese a que el lugar era bonito, era incomparable con los archipiélagos de Roques o de Aves que acabábamos de visitar. 

Regresamos al Piropo y cuando nos íbamos a dirigir a la ciudad para cumplimentar los papeles de salida de la isla, el motorcito de La Poderosa se negó a encender. Menudo fastidio pero menos mal que no nos había dejado tirados en Klein Bonaire que estaba bastante lejos y de donde habíamos regresado con una relativa corriente en contra. 

Por la tarde, tras la comida, hicimos un segundo intento de desembarco pero esta vez, tuvimos que utilizar los remos. A la ciudad había llegado un enorme crucero y como era habitual cuando llegaba uno de estos enormes barcos a un sitio, se abarrotaba todo de turistas. Al regresar al barco con la Poderosa nos sentimos como un pequeño espectáculo local al ser observados por numerosos y ociosos turistas que nos observaban como evolucionábamos a remos con el diminuto dingui cargado hasta los topes. La Poderosa no iba sólo cargada con nosotros, sino también con las bicis plegables que llevábamos de nuevo al barco después de unos días aparcadas en tierra firme enganchadas a un árbol. 

Esa noche, nos fuimos a dormir pronto porque al día siguiente nos íbamos a levantar sobre las cinco de la mañana para navegar a nuestro siguiente destino, Curaçao.

Un abrazo a todos. 

   
   
   
   

3 comentarios a “BONAIRE. Del 13 al 19 de noviembre de 2012.”

  • Hola pareja,
      Os deseo una feliz entrada al año 2013.
     Bsos y un fuerte abrazo,
    Ana
     
     

  • Hola wapos!
    Me sabe mal siempre con la historia de la envidia pero asi es. ME RECONCOMEEEEEEE.
    Que playas, que cactus, que todo.
    Y aqui a las 5.30 de noche, el personal amargado por las putadas y por no tener pasta para consumir en las fiestas del consumo y … (para que amargaros)
    Que sigais muy bien.
    Muchisimos besos

  • Buenos días soleados de domingo de invierno desde Santander (España) a las 11:04 UTC+1.
    Me presento. No se como llegé (tarde: voy leyendo hacia atrás) a vuestra aventura, pero es muy entretenida a la vez que instructiva. Por ello me complacería que tuviéseis a bien incluirme como tripulante virtual de vuestro barquito. No hago ruido y soy bienmandado.
    ¡Qué "ostentóreo" el yate! Pero cómo puede haber gente con tanto dinero no ya para comprarse ese pepinaco, sino para mantenerlo. Por otro lado a mi me daría verguenza que me vieran bajarme de él. Sólo faltaría que de las bodegas bajase un Toyota Landcruiser.
    Saludos cordiales desde mi sofá.
    R.

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