Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

BARBUDA: Travesías de Deep Bay (Antigua) a Cocoa Bay (Barbuda) y días de estancia en esta isla. Del 3 al 8 de mayo de 2012.

 

El día se levantó plomizo aunque no llovía. Dada la poca luminosidad del ambiente, decidimos cambiar los planes que teníamos previstos y optamos por no quedarnos un día más en Deep Bay. El día no invitaba a bucear entre los restos del barco naufragado que había en medio de la bahía y nos dispusimos por tanto a partir esa misma mañana para Barbuda. Las muchas ganas que teníamos de conocer esa isla nos empujaban también a decantarnos por esa opción.

 

Mucho tiempo antes de ese día, cuando analizábamos someramente qué islas visitaríamos en nuestra travesía por la Pequeñas Antillas, descartamos recalar en Barbuda únicamente por su situación geográfica ya que se alejaba un poco de la ruta directa al resto de las islas. Pero más tarde, mirando cartas de la zona, supusimos que con tanto arrecife que había en la zona, debería haber muchos lugares para bucear. Esta suposición se confirmó cuando comenzamos a leer información más concreta sobre la isla. ¡No había lugar a dudas, había que visitar Barbuda!

 

Barbuda era una isla de un tamaño considerable (170 kilómetros cuadrados) con una población muy escasa para sus dimensiones ya que sólo tenía poco más de 1.250 personas. Así pues, la densidad de habitantes por kilómetro cuadrado era muy pequeña sobre todo si teníamos en cuenta que casi la totalidad de la población habitaba en el único municipio de la isla, Codrington. El motivo de esta baja población era debida a que la totalidad de la isla fue arrendada por un período de 200 años por el rey de Inglaterra a una sola persona, Sir Cristopher Codrington y sus descendientes, por lo que se impidió de esta forma que otras personas habitaran la isla.

 

Otras características curiosas de la isla era por ejemplo que pese a su extensión, su punto más elevado sobre el nivel del mar sólo alcanzaba los 59 metros de altura. También era curioso que la isla sólo contaba con una carretera con la que sólo se podía recorrerse un cuarto de la isla. Y la característica que más nos llamaba la atención a nosotros era que la isla tenía las playas más largas y desiertas de todas las Pequeñas Antillas.

 

Así pues, partimos de Deep Bay con mucha ilusión en dirección a Barbuda. Rodeamos con cuidado el pecio sumergido que había en medio de la bahía y tras doblar el próximo y estrecho cabo que cerraba Deep Bay nos dispusimos a subir la vela mayor estando ya enfrente de la bahía de St-John’s.

 

Justo antes de empezar a tirar de la driza de la mayor apareció un pequeño barco policial que dio una vuelta alrededor nuestro y se quedó flotando muy cerca. Dudamos entonces si subir la mayor o esperar a que nos comentaran algo pero como vimos que nada hacían, subimos finalmente la vela, abrimos la génova y pusimos rumbo a nuestro destino. El barco de policía, como si hubiera estado esperando eso, partió en otra dirección.

 

El viento venía entre 60 y 90 grados y rondaba los 20 nudos por lo que para ir tranquilos, pusimos poco trapo: dos rizos en la mayor y la génova también algo enrollada. Habían olas bastante grandes que nos entraban por el través que incomodaba bastante la travesía. Y si no nos parecía suficiente incomodidad, al poco empezó a llover y ya no paró. Y no unas gotas, sino un verdadero diluvio. Parecía que teníamos una gran manguera sobre nuestras cabezas.

 

La verdad es que cuando partimos el cielo estaba gris pero no tenía pinta de que iba a llover y mucho menos que lo iba a hacer con esa intensidad y por tanto tiempo. Si lo llegamos a prever hubiéramos pospuesto la travesía porque navegar en esas condiciones no era muy agradable. Aún así, como siempre, nos lo tomamos con humor. Afortunadamente, el viento se mantuvo constante y avanzamos gradualmente rumbo norte.

 

Poco a poco, fuimos ganando millas pero dada la lluvia y la poca altura de Barbuda, cuando ya estábamos bastante cerca de la isla seguíamos sin ser capaces de distinguir tierra. ¡En la distancia a la que estábamos, ya tendríamos que ir viendo algo! Pero entonces distinguimos, en la lejanía, una línea muy fina, bicolor, verde y blanca. La parte blanca era la inmaculada arena de la playa que abarcaba toda la costa mientras que la mitad verde, era la vegetación que había bordeando toda la arena. No se veía ninguna construcción.

 

Pusimos rumbo a Cocoa Bay una bahía que se encuentra al sur de la isla a refugió de los vientos del este por el cabo denominado como Cocoa Point y un poco menos refugiada de los vientos de sureste por el Palaster Reef, un inmenso arrecife coralino que se encuentra paralelo a la costa al sur de Barbuda. La aproximación a Cocoa Bay la hicimos con mucho cuidado porque el lugar estaba sembrado de pequeños arrecifes pero finalmente, comprobamos que la aproximación era, tal como preveíamos, bastante sencilla.

 

Pese a la enorme extensión de la bahía, allí habían sólo tres veleros fondeados muy cerca del extremo de Cocoa Point. En este cabo, había un hotel que estaba muy integrado en la naturaleza ya que apenas se veía formado por unas pocas casas bajas y que a simple vista, nos pareció abandonado aunque no lo estaba porque se veía muy poco movimiento. Quizá era temporada baja. Este hotel al parecer, era muy conocido en su momento porque era el favorito de la Princesa Lady Di ya que acudió allí en diversas ocasiones. La verdad es que entendíamos perfectamente sus gustos porqué el lugar era espectacular aunque nosotros en cambio, preferíamos dormir en El Piropo, mucho más hogareño.

 

Ya fondeados, comimos una pizza que preparó Sandra a la sartén con bastante voracidad no sabemos si por el sabor, o porque ya eran casi las cinco de la tarde y no habíamos comido nada hasta entonces. Lo poco que quedó de tarde la aprovechamos para leer y ver un documental antes de cenar unos creppes e irnos a dormir pronto.

 

La lluvia seguía cayendo sin interrupción aunque con una intensidad irregular, a veces caía un chaparrón continuo y otras sólo caía una ligera lluvia, y no paró hasta que no estuvimos bien dormidos.

 

El día siguiente, cuando nos levantamos a las 7:30 de la mañana, vimos que el día estaba muy diferente al de la jornada anterior. El sol brillaba y todo se veía resplandeciente. El lugar aún se veía mucho más bonito ya que el agua sobre la que flotábamos era mucho más turquesa, la arena de la playa era más blanca, y la vegetación de un verde mucho más intenso.

 

Pese a la belleza del lugar, tuvimos que dedicar la mañana a tareas prosaicas, es decir, a las obligatorias y periódicas tareas domésticas. Dani se dedicó a limpiar la línea de flotación de las algas que iban surgiendo y Sandra limpió ropa, sábanas y el interior del barco.

 

Tras las tares ineludibles, nos tiramos ya en las trasparentes aguas para refrescarnos y ver un poco como eran los fondos a nuestro alrededor formados, o por arena, o por prados de algas, o por arrecifes. Por variedad no sería.

 

A continuación, vimos que dos de los tres veleros que habían fondeados partieron por lo que decidimos acercarnos un poco más a Cocoa Point ya que el viento estaba soplando de sureste y cuanto más pegados estuviéramos a la costa, mayor protección tendríamos. El cambio de ubicación no se debió a una cuestión de seguridad ya que mucha ola con esa dirección de viento no nos podía venir porque nos protegía el Palaster Reef. El motivo fue más bien por una cuestión de comodidad ya que, acercándonos al Cocoa Point, recibíamos más resguardo de este cabo frente a la pequeña ola que se formaba por el efecto del viento desde el Palaster Reef.

 

Mientras hacíamos el cambio de ubicación vimos una tortuga enorme a nuestro alrededor. No sería la única vez que la veríamos ya que debería vivir por la zona y  además, otros días vimos por las inmediaciones a otros ejemplares de la misma especie un poco más pequeños.

 

Durante la comida el tiempo volvió a empeorar y se puso a llover toda la tarde excepto un momento que nos dio un respiro y que aprovechamos para estar en cubierta y observar como los pájaros se entretenían volando muy cerca del barco.

 

El día 5 de mayo desembarcamos en la playa con La Poderosa. Hacia un precioso día, muy soleado y encima estábamos solos en kilómetros de playa ya que el barco que aún estaba fondeado en la bahía, se había ido también esa mañana. Estuvimos un buen rato en la playa bañándonos y dando un paseo. A continuación, nos subimos de nuevo al auxiliar para ir a bucear a alguno de los arrecifes que había en el extremo de Cocoa Point. De camino, Sandra observó que en fondo blanco de arena habían pequeñas cosas extrañas que iban repitiéndose aquí y allá. De golpe se dio cuenta que eran estrellas de mar. Fondeamos La Poderosa echando el ancla y nos echamos a bucear para verlas de cerca. Eran enormes y de un color rojo intenso.

 

Tras nuestra visita a las estrellas, fuimos con el dingui hasta el extremo de Cocoa Point donde dejamos a La Poderosa en la arenosa punta del cabo. Desde allí podíamos ver Gravenor Bay, la bahía que está más al sur de Barbuda y en la que también se podía fondear pero con muchísimo más cuidado porque allí sí que habían arrecifes por todos lados. Nos dio la impresión que no valía nada la pena ya que apenas había playa y además, había mucha alga acumulada por las mareas. Y si lo que se quería era bucear por los arrecifes, siempre se podía llegar con el auxiliar.

 

Entonces, nos pusimos a bucear. El lugar era muy bonito con corales, helechos y peces de muchos tipos. Vimos cosas que no habíamos visto hasta la fecha o porque no estaban o porque no nos habíamos fijado como corales de fuego y anémonas. Íbamos con la ilusión de pescar alguna langosta pero Sandra encontró un lambi enorme que recogimos para comer. Lo dejamos en un sitio bajo el agua que pudiéramos encontrar más tarde y proseguimos la inmersión. Enseguida, casi donde habíamos dejado el lambi, debajo de una gran piedra, descubrimos un montón de langostas. Contamos más de siete. No llevábamos el arpón por lo que decidimos solamente capturarlas en imagen en ese momento y posponer su captura real para más tarde, una vez nos hubiéramos cansado de bucear e inspeccionar el resto de la zona. Después, ya iríamos al barco a por el arpón. Continuamos por tanto el buceo y una vez cansados, cogimos La Poderosa, fuimos hasta el Piropo y regresamos con el arpón con la intención de pescar alguna de las langostas que habíamos visto. Pero al llegar allí nos llevamos una sorpresa, las langostas habían desaparecido. La verdad es que nos era muy aplicable la frase esa de que no vendas la piel del oso antes de matarlo ya que de camino al barco, estuvimos debatiendo cómo sería la forma más adecuada de cocinarlas. ¡Demasiado sobrados! La ausencia de las langostas era bastante justificable ya que debió asustarlas y con razón, nuestra sesión fotográfica a poca distancia.

 

De golpe, vimos una que estaba fuera del refugio de la roca y que estaba tratando de escapar muy despacio. No obstante, en cuanto Dani se acercó con el arpón pegó un coletazo y a una velocidad increíble, voló por el agua y se metió en uno de los montones de huecos inaccesibles que habían en el arrecife de la zona. Era imposible poder sacarla de allí ya que la forma del arrecife era muy extraña porque se asemejaba a un gran plato de fideos gordos que hubieran dejado secar al sol después de cocinarlos.

 

Miramos de nuevo con más detenimiento debajo de la roca donde antes estaban antes todos los ricos animales pero efectivamente, no había ninguno. O sí. Entre las sombras distinguimos el extremo de una de las antenas características de las langostas. Dani cargó el arpón, apuntó y consiguió una pieza. Al menos, habíamos sido capaces de pescar al menos una langosta. No nos pegaríamos un festín pero al menos algo era algo.

 

Ante la falta de éxito con las langostas, Sandra recogió otro lambi para hacer un estofado junto con el que habíamos recogido antes. Ya teníamos comida para ese día.

 

Volviendo al barco vimos que habían llegado al fondeadero otros dos barcos. Así pues, nuestra soledad había durado poco.

 

Ya en el barco, Dani se puso a abrir los lambis afanosamente porque la labor requería su dedicación si no tenías práctica como era el caso y si además, querías conservar la concha y el contenido. Para extraer la carne tenías que hacer un agujero en un lugar exacto de la concha para, de esta forma, cortar el nexo de unión entre la carne y la caracola. Luego, por la apertura de la concha, se debería poder sacar la carne sin mucho esfuerzo. El problema es que como nosotros no cortábamos del todo bien la conexión, luego teníamos que tirar de la carne gradualmente y con bastante fuerza para poder extraerla. A veces se desenganchaba y se volvía a meter toda para dentro. En conclusión, que nos hacía falta bastante más práctica.

 

Estando en esa tarea, nos vinieron a saludar brevemente un par de chicos de los que acababan de fondear con el catamarán. El que llevaba el auxiliar tenía la cara totalmente embadurnada de crema para no quemarse y nos comentó, en un bastante correcto español que ellos vivían en Martinica, que habían alquilado el barco y que simplemente pasaban a saludarnos y preguntarnos de dónde veníamos. Fue muy simpático por su parte. Me recordó a nuestro amigo Xavier, del que hablamos en nuestra entrada de Martinica y que había navegado de pequeño con sus padres varios años y ahora navegaba sólo aunque ya se volvía a Francia. Nos comentaba que el ambiente de los barcos ya no era el mismo que cuando era niño porque antes había menos gente navegando y cuando llegabas a una bahía, inmediatamente conocías a todo el resto de barcos del lugar. Ahora sería un poco impensable hacer eso con la cantidad de barcos que hay en algunos sitios y la verdad, también sería algo atosigante.

 

Ese día, con tanto buceo, volvimos a comer tardísimo. No obstante, el estofado de lambis y la langosta de aperitivo, nos repusieron totalmente.

 

Por la tarde volvió a empeorar el tiempo y volvió a llover a ratos así que tuvimos que pasar de nuevo la tarde relajados en el barco, leyendo o viendo alguna película.

 

El día 6 de mayo Dani nadó a primera hora hasta la orilla y buscó la carretera que según un mapa que teníamos debería haber por algún lado detrás de la vegetación. La idea era que si la encontraba, al día siguiente desembarcaríamos las bicicletas con el auxiliar e iríamos con ellas hasta Codrington, la única población de la isla. De esta forma, además de visitar la pequeña urbe, conoceríamos el paisaje interior de la isla. En poco tiempo nadando ya estaba en la arena porque teníamos fondeado el barco muy cerca de la orilla y entonces se adentró en la vegetación para encontrar alguna forma de transitar con las bicicletas. Tras atravesar un tramo de vegetación, no encontró ninguna carretera pero sí al menos una pista en bastante mal estado que aunque bastante arenosa, nos permitiría avanzar hasta algún lugar. Así pues, ya teníamos planes para el día siguiente.

 

Volvió al Piropo y ya juntos, nos fuimos de nuevo a bucear con el único objetivo de intentar conseguir una comida a base de langostas. A ver si teníamos más suerte que el día anterior. Ayudándonos por el color del mar, llegamos a uno de los arrecifes y echamos el ancla de La Poderosa. Dani empezó a husmear pero fue Sandra, como casi siempre, la que inmediatamente después de tirarse al agua encontró un coral con muchas langostas escondidas. ¡Qué velocidad! Cogimos varias y dejamos alguna que consideramos muy pequeñas pero aún así, pudimos pegarnos un buen festín de langostas. La fama de Barbuda como lugar en las que hay muchas langostas se había cumplido con creces.

 

Regresamos al Piropo y comimos las langostas a la plancha. Riquísimas. Pudimos comer sólo a base de langostas.

 

Los dos veleros que habían se marcharon por lo que nos quedábamos sólos fondeados. Ese día ya no aparecería nadie más hasta la tarde del día siguiente.

 

Después de comer nos dedicamos a una divertida distracción, dar de comer a los peces con las sobras de la comida. Era gracioso ver los pececillos voraces lanzándose contra los restos de cualquier cosa comestible que echáramos. Encima ese día con las pieles de langosta, su voracidad era aún mayor intentando aprovecha cualquier cosa blanda que quedara aunque fuera muy poco. De repente, apareció un pez enorme de aproximadamente un metro de largo. Su forma era de un pequeño tiburón. Fuimos echando los restos poco a poco a ver si podíamos verlo con más claridad y entonces le vimos algo raro en la frente. Eso los tiburones no creíamos que lo tuvieran. Más tarde nos comentaron que era un pez rémora, esos que se pegan en los peces de más tamaño. 

 

Por la tarde volvió a llover. Estábamos teniendo muy mala meteorología todas las tardes. Afortunadamente, por la mañana siempre hacía un tiempo radiante que nos permitía hasta las cuatro o cinco de la tarde, bucear y disfrutar del lugar. Había que asumir por tanto que por las tardes, tocaba relajación en el barco.

 

El 7 de mayo era el día de nuestra excursión a Codrington. Sacamos las bicicletas plegables del camarote de proa y las cargamos en la pobre Poderosa que aguantó muy bien cargada con las dos bicis y nosotros. Otras veces la habíamos cargado con cuatro personas por lo que debía aguantar bien ese pequeño peso extra. Desembarcamos las bicis en la playa y antes de montarlas cargamos al auxiliar hasta que estuviera bien metido en tierra. De esta forma lo ocultábamos un poco entre la vegetación y sobre todo, lo podíamos enganchar con un candado a un pequeño árbol. Entonces, nos pusimos a montar las bicis y… sorpresa, Dani se había olvidado de coger los sillines. Encantador olvido. Tuvimos que desenganchar a La Poderosa, llevarla al agua, ir al barco y volverla a cargar hasta el árbol. Gajes del oficio. ¡Pero ya estábamos listos! 

 

Atravesamos la vegetación empujando las bicicletas no sin cierta dificultad buscando los espacios en que había más arena y menos plantas y al poco, llegamos a la pista que Dani había visto el día anterior y comenzamos a pedalear. El suelo era algo arenoso por lo que el avance no resultaba del todo fácil, aunque el lugar sin embargo era muy curioso ya que la pista estaba rodeada de vegetación y no había ni una sola casa en los alrededores. Esa pista por la que íbamos debería llevar al hotel que había en Cocoa Point.

 

Avanzando por ese camino alcanzamos la carretera que al parecer era la única de Barbuda y que no estaba asfaltada aunque parecía que en algún momento debió de estarlo porque tenía en muy contadas ocasiones algunos pequeños restos de asfalto. Qué barbaridad, cómo se deterioran las cosas si no se mantienen.

 

La carretera era monótona porque la vegetación era siempre la misma y no había ningún tipo de desnivel. Parecía que estabas pedaleando sobre un tapiz que avanzaba mientras que se permanecía siempre en el mismo lugar. No había un alma. Era como si estuviéramos solos en el mundo. Los únicos que vimos fueron varios burros salvajes que son algo muy característicos de Barbuda. Pero al cabo del rato pedaleando, pasó un coche. Allí había gente. Más allá, empezamos a ver algún almacén cerrado y llegamos a Martello Tower, el único edifico histórico que tiene Barbuda y que es un antiguo faro ya fuera de funcionamiento de 17 metros de altura que construyeron los españoles.

 

Tras Martello Tower, proseguimos nuestro avance y poco a poco, ya fuimos viendo algo más de gente. En un momento la pista se convirtió en una carretera asfaltada aunque en bastante mal estado y finalmente, llegamos a Codrington.

 

Codrington era una población no demasiado extensa formada en su mayoría por casas de una sola planta y de madera, rodeada de una pequeña parcela de césped. Era lunes pero aún así, el ambiente era extremadamente tranquilo. Los niños jugaban por la calle y de vez en cuando, el chulito de turno pasaba con el coche a una velocidad desproporcionada. O no habían coches o te pasaba una bala por al lado.

 

Dimos una vuelta por la población subidos con la bici y nos acercamos a Codrington Lagoon, una laguna inmensa que tenía aproximadamente el tamaño de un tercio de Barbuda. Más tarde, buscamos la oficina de inmigración y aduanas para hacer la salida oficial del país que teníamos prevista para el día siguiente y tras un rato de búsqueda y de preguntar a un par de personas, encontramos la presunta oficina. El lugar era una casa baja rodeada de una valla decrépita. Pese a nuestras dudas, la oficina era sin duda esa porque había un papel colgado que así lo indicaba, pero por lo demás, parecía que era imposible que eso lo fuera. Para empezar, la puerta por la que se entraba al jardín era una verja oxidada aguantada a duras penas y que en cuanto la abrimos, se nos descolgó del todo. Ya en el porche, vimos dos posibles entradas a la casa, una era por donde estaba el papel colgado y la otra, parecía la puerta de una casa habitada por una persona que sufría el síndrome de Diógenes. Llamamos a la puerta correcta pero nadie había allí por lo que llamamos después, por si acaso, a la otra puerta. Tampoco recibimos respuesta. Decidimos no perder más el tiempo y no hacer la salida oficial del país ya que nuestro próximo destino era Saint Barthélémy que, al ser una isla francesa, no nos pedirían papel de aduanas de salida. Así pues, nos fuimos de allí sin ninguna preocupación.

 

Mientras estábamos intentando colocar de nuevo más o menos bien la puerta del jardín de la oficina de aduanas, vimos a un chico local que llevaba en la mano el típico recipiente que daban en los establecimientos de comidas para llevar y que habíamos visto por casi todo el Caribe. Le preguntamos donde podíamos comprar comida y nos indicó donde estaba el establecimiento y hacía allí nos fuimos. Era una especie de mezcla de panadería, establecimiento de comida para llevar y restaurante. Pese a que tenía muchas mesas, no había nadie comiendo aunque sí que iba mucha gente para pedirse comida y llevársela. Comimos muy bien cabra y pollo con una guarnición abundante. De beber tomamos una bebida local embotellada llamada “Ting” que era como una fanta de grappefruit y cuando se nos acabó esta bebida, nos autoservimos de un termo gigante que había allí y del que todos se servían, otra especie de bebida con sabor a fruta (55$EC-16,39 € por los dos, nada barato). Lo peor vino después, que con la tripa llena, no tocó hacer los aproximadamente diez kilómetros que nos separaban del barco.

 

Llegamos por fin a La Poderosa que estaba invadida de hormigas y nos tuvimos que pasar un buen rato sacando absolutamente a todos los ejemplares no fuera que luego se subieran al barco. Ya en el Piropo, nos pegamos un baño marino vespertino con jabón para quitarnos todo el polvo y el sudor que llevábamos sobre la piel tras el largo paseo en bicicleta bajo el sol. Una buena forma de relajarse antes de la puesta de sol.

 

El día 8 de mayo era nuestro último día en Barbuda. Decidimos que partiríamos hacia Saint Barthélémy, nuestro próximo destino, a las 17:30 de la tarde ya que de esta forma, navegando por la noche, llegaríamos allí por la mañana.

 

Leímos un poco y más tarde, nos fuimos de nuevo a bucear. Había que aprovechar las últimas horas en esta preciosa isla. Esta vez nos fuimos a un arrecife que estaba mucho más lejano que resultó ser bonito pero demasiado profundo.

 

Mientras íbamos con La Poderosa hacia otro arrecife, Sandra iba metiendo la cabeza de vez en cuando para ver si descubríamos un buen lugar y en una de esas vio algo grande y oscuro que instintivamente le pareció un tiburón. Tras unos instantes, volvió a meter la cabeza pero ya no lo vio. Nos quedaríamos con la duda de saber lo que era.

 

Al final, nos metimos a bucear en otro arrecife en el que estuvimos observándolo todo y pasamos buena parte de la mañana. De paso, cogimos una langosta para el aperitivo.

 

Tras la comida, preparamos todo para nuestra partida. Con mucho pesar nos íbamos de esta espectacular isla en la que nos hubiéramos quedado varios días más tranquilamente ya que la consideramos la isla más bonita de todas las islas en las que habíamos estado. Pero el tiempo pasaba inexorablemente, la temporada de huracanes se acercaba y queríamos visitar las máximas islas posibles antes de tener que cruzar el Caribe navegando de norte a sur para ir a Venezuela, una zona ya fuera de la acción de los huracanes.

 

Nuestro próximo destino era Saint Barthélémy, una pequeña isla francesa de la que os contaremos nuestra impresión en nuestra próxima entrada.

 

Un abrazo.

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

2 comentarios a “BARBUDA: Travesías de Deep Bay (Antigua) a Cocoa Bay (Barbuda) y días de estancia en esta isla. Del 3 al 8 de mayo de 2012.”

  • Entretenida cronica y espectaculares fotos

  • Ah, ya se pueden poner comentarios de nuevo….
    Vaya pedazo de isla!!!!!!! Me parece, más paradisíaca si cabe que las demás…buf! Qué maravilla!!!!
    Mila besos!

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