Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

DOMINICA: Travesía de Rodney Bay (Santa Lucía) a Roseau (Dominica) con escala en Grande Anse d’Arlet (Martinica), travesía de Roseau (Dominica) a Prince Rupert Bay (Dominica) y días de estancia en la isla. Del 5 al 13 de abril de 2012.

 

Tras nuestra visita a Santa Lucía, nos dirigimos a Dominica. Teníamos muchas ganas de visitar esa isla ya que casi todas las personas que la habían visitado nos habían hablado muy bien de ella. Todas excepto una. Esta por el contrario, nos había hablado fatal porque según ella, existía una pobreza extrema y se veían niños hambrientos por la calle. Nos sorprendía esa diferencia de criterios cuando las visitas se habían producido casi simultáneamente pero bueno, para eso íbamos nosotros, a intentar formarnos nuestra  propia opinión.

 

Antes de partir de Santa Lucía, como siempre, tuvimos que cumplimentar los papeleos de salida en la oficina de aduanas e inmigración que estaba en la Rodney Bay Marina y que se alargaron un poco más de lo habitual porque Dani coincidió con un ferry que transportaba pasajeros y la oficina estaba repleta de gente. Ya con los papeles en regla y sobre las once de la mañana, levamos ancla, izamos velas y pusimos rumbo a Grande Anse d’Arlet, en Martinica, donde queríamos pasar la noche antes de dirigirnos, ya descansados, hacia nuestro destino, la capital de Dominica: Rouseau.

 

Nos despedimos de Santa Lucía y pusimos un rumbo aparente hacia Le Marín pese a que Gran Anse d’Arlet estaba mucho más al oeste. La corriente era fuerte y la resultante hizo que el rumbo real fuera directo a la punta oeste de Martinica.

 

El viento al principio, a causa de la orografía era relativamente intenso, de unos 20 nudos y había una ola de cara muy incómoda, pero al alejarnos de la isla la situación mejoró ya que la ola desapareció y el viento disminuyó a unos 15-17 nudos que venía de 60º de estribor. La navegación fue entonces un placer. Nos pasamos el día simplemente contemplando el mar mientras avanzábamos. Sandra encontró un nuevo lugar en el barco donde colocarse y que ese día le pareció muy cómodo, el lateral del barco, con las piernas colgando por el exterior como si fuéramos de regata y esperando a que una ola más grande que las otras viniese y le mojase los pies.

 

Llegando ya a Martinica, vimos de nuevo calderones y cerca de la Roche du Diamant, tuvimos que corregir el rumbo porque la corriente desapareció y nos estábamos desviando bastante. Comenzaba entonces la navegación a sotavento de Martinica. El viento entonces se hizo irregular en intensidad y, o casi desaparecía, o arreciaba porque se canalizaba, pero seguía soplando de la buena dirección por lo que continuamos la navegación a vela y llegamos así hasta la misma bahía de Grande Anse d’Arlet.

 

La bahía seguía repleta de barcos como cuando la visitamos por tierra cuando estuvimos en la isla y al igual que entonces, seguía tan apacible y agradable. Fondeamos en un hueco entre los demás barcos fondeados y nos tomamos un baño refrescante con las últimas luces del día. Más tarde, cenamos y nos fuimos a dormir relativamente pronto ya que al día siguiente teníamos previsto madrugar para intentar llegar con luz solar a nuestro destino en Dominica.

 

El seis de abril nos levantamos a las 6 de la mañana. Habían unas 55 millas hasta Rouseau, nuestro destino y queríamos asegurar en la medida de lo posible, la llegada de día. Subimos el ancla con nuestro potente molinete nuevo que seguía funcionando estupendamente, izamos velas y pusimos rumbo norte. La navegación a partir de entonces no fue muy cómoda porque estando a sotavento de la isla, el viento no dejó de aumentar o disminuir y no nos dejó apenas estar un rato cómodos. Al poco de partir y estando cruzando la gran bahía de Fort de France, el viento arreció a unos 23-24 nudos. Más tarde, ya pasada la bahía, el viento decayó y entonces pudimos abrir toda la génova. Antes de llegar a Saint Pierre, el viento disminuyó aún más y fue inevitable el tener que poner un rato el motor si no queríamos perder demasiado tiempo. Sin embargo, esta situación no duró mucho y al poco tiempo, el viento arreció y pudimos poner de nuevo la génova que justo delante de Saint Pierre, tuvimos que enrollar un poco porque el viento volvió a encañonarse como en la Bahía de Fort de France. Pasada esta ciudad, el viento sin embargo, se fue encalmando tanto, que nos vimos obligados a poner de nuevo el motor. Navegar a sotavento de una isla hacía trabajar mucho si querías navegar a vela lo máximo posible. En ese momento de encalmada, nos cruzamos con una regata de hobby cats que los pobres, estaban  flotando casi sin ningún avance y sin posibilidad, a diferencia de nosotros, de poner el motor. Ya llegando al punto norte, el viento fue arreciando y pudimos navegar algo hasta que casi saliendo del resguardo de la isla el viento se nos puso de proa con cierta intensidad junto con una ola corta relativamente pronunciada también de proa. Entonces decidimos poner el motor de nuevo y al encenderlo, el pitido del aceite de presión no se paró a los tres segundos como era habitual. Nos extrañó y enseguida nos dimos cuenta que el sonido no se debía a ese chivato, sino a otro que hasta la fecha no habíamos oído nunca. Paramos inmediatamente el motor y Dani se fue rápido a mirar el libro de mantenimiento del motor y en él descubrió que es chivato avisaba de la falta de entrada de agua en el motor. Volvimos a encender el motor un instante para ver si el problema persistía y efectivamente, el chivato seguía sonando. Teníamos un verdadero problema porque era imposible encender más el motor si no le entraba agua ya que si se hacía, se calentaría enseguida y se rompería. Dani entonces abrió el compartimento del motor y se puso a indagar por ahí. Sandra mientras tanto, se quedó sola en la bañera bastante preocupada porque en aquella situación, tendríamos que llegar exclusivamente a vela hasta Dominica. En ese momento el viento arreció aún más y llegó a ponerse de 28 nudos con la consecuente escora del barco repentina. Rápidamente abrió la contra con una mano mientras con la otra sujetaba el timón pero el gesto nervioso le hizo sufrir un dolor en la espalda que le duraría unos días. Dani, dentro del barco, estaba tan concentrado en encontrar el problema que no se daba cuenta de nada del exterior. Vio que el filtro de agua estaba vacío y lo llenó y luego comprobó que un tubo del circuito de agua estaba como embozado porque estaba mucho más duro que el resto, lo fue apretando poco a poco y notó que fue adquiriendo la misma flexibilidad que el resto de los tubos del circuito. No sabía si esas maniobras habían servido para algo pero al encender el motor, el chivato ya no sonó. ¡Menudo alivio!

 

Para entonces ya habíamos dejado un poco atrás Dominica y el viento se había tranquilizado mucho a unos 15-18 nudos. Abrimos entonces toda la génova y ya nos quedamos con esa posición de velas hasta que llegamos a Dominica. A partir de entonces, la travesía fue un poco más incómoda que la del día anterior porque la  fuerte corriente te obligaba a poner un rumbo en el que el viento te venía totalmente de ceñida. Finalmente, doblamos Scott’s Head y una fuerte racha de aire nos decidió a recoger génova ya que nuestro destino ya no quedaba muy lejos.

 

Al poco ya estábamos enfrente de Rouseau  Inmediatamente, nos vino en una barca un rasta local que nos ofreció una boya. Le dijimos que preferíamos fondear y el hombre, respetuoso, no insistió y nos dejó tranquilos. Rápidamente, nos dimos cuenta que el fondo tenía mucha pendiente porque a escasos metros de la costa aún teníamos 70 metros de sonda. No habían sondas adecuadas para fondear hasta que se estaba cerquísima de la costa. Los pocos barcos que habían allí estaban agarrados en boyas excepto un megayate que debía haber echado metros y metros de cadena y dos barcos que fondeaban ayudándose con una línea a la costa. Finalmente, nosotros tiramos el ancla en 10 metros de sonda pero bastante cerca de la costa. Si el viento rolaba tendríamos un problema porque nos iríamos hacia la orilla pero como hasta la mañana siguiente estaríamos subidos en el barco, no nos preocupamos más. Así pues, decidimos que esa noche dormiríamos así y al día siguiente cogeríamos una boya.

 

El 7 de abril estando en el barco desayunando nos vino el rasta que el día anterior nos había ofrecido la boya y nos comentó si queríamos ir a una excursión a unas cascadas con un grupo que había organizado. Le preguntamos cuánto costaba y nos dijo que 60$USA por persona. Le dijimos un no rotundo y entonces el hombre se dio cuenta que no pensábamos gastarnos mucho y entonces nos dijo que por 100$EC (30€), íbamos los dos y que nos regalaba dos noches en la boya que valía 25$EC (7,45€) cada noche. Entonces le dijimos que sí y Pancho, que así se llamaba el hombre, se rió y dijo que era un chollo. Seguramente, el viaje lo tenía ya organizado y todo lo que pudiera sacar de más ya le venía bien.

 

Desembarcamos en el pantalán y como vimos que éste era muy alto, para evitar incidentes como el que nos pasó en Mayreau en Las Granadinas, sujetamos a La Poderosa, además de con una amarra al pantalán, con una pequeña ancla al fondo de forma que sujetara al auxiliar y evitara que con un cambio de corriente, se dañara la barca o el motor chocándose con el alto muelle.

 

El grupo con el que íbamos a compartir el día era interracial. Por una parte estaba una pareja mayor de franceses blancos y por otra una familia de martiniqueses cuya madre y tía eran de origen vietnamita y el padre, negro pero de piel muy clara. Los dos hijos, eran una curiosa mezcla entre negro y vietnamita que recordaba mucho a los polinesios. Todo el grupo resultó muy simpático en especial el padre martiniqués, que siendo bastante gordo, tenía una risa grave y contagiosa muy parecida a la que le ponen a Papá Noel.

 

Una vez en la furgoneta, todo el grupo fuimos a la oficina de inmigración y aduanas ya que para todos, era el primer día en Dominica y todos habíamos llegado en velero. Nos cobraron 40$EC pero los trámites fueron relativamente rápidos excepto para la pareja de franceses que tuvieron ciertos problemas con unos puros y cigarrillos que acababan de comprar.

 

De allí, nos pusimos en ruta hacia las Victoria Falls a las que había que llegar a través de una carretera que recorría una pequeña parte de la costa este de la isla. Estas cataratas no suelen ser de las más visitadas de la isla pero nos gustó mucho conocerlas porque para llegar a ellas hubo que hacer una pequeña excursión por el cauce de un río y a través de un bosque que fue muy entretenido. Gracias a esta excursión, empezábamos a comprender por qué a la isla la llamaban la isla verde. La vegetación era muy frondosa y húmeda y los árboles eran preciosos, con un tamaño enorme, lianas que colgaban de ellos y raíces que sobresalían del suelo. El recorrido por el cauce del río no era facilísimo porque había que ir atravesando el río continuamente y en ocasiones, trepar por grandes piedras muy resbaladizas. No obstante, no era difícil aunque la pareja francesa mayor tuvo muchos problemas y la mujer, muy insegura la pobre, se iba cogiendo sin ningún reparo al brazo de Sandra ante cualquier mínima dificultad aunque sólo fuera a pasar el río con el agua a la altura de los tobillos y con un fondo liso de arena fina.

 

Finalmente, llegamos a la cascada que era realmente espectacular tanto por su caudal como por su altura. A los pies de la cascada, se formaba una piscina enorme y el entorno, de un color verde intenso, hacían aún más bello el lugar.

 

Era el momento del baño. Pancho se tiró rápidamente al agua y nadó hasta la base de la cascada. Luego nos tiramos casi el resto para seguirle, la hija y el hijo de los martiniqueses de 15 y 14 años respectivamente, la madre, la tía y nosotros. Nos costó un poco llegar donde estaba Pancho porque había una fuerte corriente y la gran cantidad de agua en suspensión, dificultaba bastante el respirar. Allí, Pancho empezó a trepar por el borde de la cascada hasta una altura respetable porque quería tirarse desde una roca. El chico le siguió y Dani, un poco más tarde. Pancho se tiró sin dudarlo en cuanto llegó a la roca pero el chico, tardó un buen rato mientras se lo pensaba. Al pobre se le veía sufrir mucho porque se le notaba que no quería tirarse pero el padre estaba en el otro lado del lago gravándole con  una cámara y la madre y la tía estaban justo debajo dándole ánimos. Dani a su lado le dijo que si no lo veía claro que no se preocupara y que se bajara y el pobre chico le explicó muy serio que estaba muy nervioso. Que forma de pasarlo mal por una tontería. Pero al final se armó de valor y se tiró al agua. Entonces la familia saltó de alegría como si el hijo hubiera ganado el mundial de fútbol. Dani se tiró después porque no vio que estuviera a mucha altura y lo encontró bastante seguro y la familia después también lo felicitó como si fuera una gran proeza. Nos pareció muy curioso que le dieran tanta importancia a una cosa que más bien era una tontería. En fin…

 

Con el salto, se acabó el bañó y tras secarnos, iniciamos el camino de regreso. Al lado de donde habíamos dejado la furgoneta había una especie de restaurante en una cabaña de madera en medio del bosque tropical que curiosamente, era del primo de Pancho, y allí comimos usando la cáscara de medio coco como plato y como cubiertos, unos trozos de la cáscara del mismo fruto. Todo muy rústico. La comida fue vegetariana y muy rica pero algo carita para los precios de las comidas locales, al cambio 6€. Eso sí, pudimos repetir todo lo que quisimos y para ello entrábamos nosotros mismos en lo que se podía llamar la cocina y nos llenábamos de nuevo el coco directamente de la olla. Acompañamos la comida con bebida típica local que pagamos aparte, Sandra una cerveza “Kubuli” y Dani un zumo de limón.

 

Durante la comida hablamos especialmente con los franceses que como venían de las islas caribeñas de más al norte, nos pudieron recomendar un par de sitios.

 

Después de la comida nos subimos de nuevo a la furgoneta y nos dirigimos al valle que formaba el río Rouseau. Vimos de muy lejos las Trafalgar Falls y entramos en el Woten Waven que era una zona famosa por sus naturales aguas calientes. Allí, fuimos a conocer uno de sus spas locales. El escogido fue el denominado Ti Kwen Glo Cho, que por una entrada de 5$USA, te permitía bañarte en una piscina de agua caliente bastante embarrada rodeada de vegetación. También había en el lugar una zona con tres bañeras individuales muy cutres que se iban llenando también de aguas calientes. Era curioso como entendían que era un lugar de relajación.

 

Tras el baño y ya de noche, regresamos hacia los respectivos barcos. Durante el viaje se notó que estábamos todos muy cansados ya que la risa contagiosa del martiniqués que se había oído durante todo el día acompañando la risa de Pancho, ya se dejó de oír.

 

El día siguiente, domingo, lo pasamos relajados en el barco, limpiando la cubierta con el antióxido, escribiendo, ordenando fotos y consultando Internet porque descubrimos que desde el barco teníamos conexión. Un día tranquilo.

 

El día 9 de abril nos dirigimos a tierra con la idea de ir a la capital y de allí coger un bus para ir a visitar algo pero en el muelle, nos topamos con Pancho que nos dijo que él se iba con parte de la familia martiniquesa al Titou Gorge y a las Trafalgar Falls y que si queríamos podíamos ir con ellos. Nos volvió a pedir 100 $EC y le dijimos que de acuerdo si nos daba además dos días más de boya. Tras el acuerdo nos subimos en el pequeño todoterreno que estaba tan abarrotado, que Pancho y Dani fueron en el maletero que era bastante reducido. No obstante, no se agobiaron porque Pancho abrió totalmente el portón trasero y pudieron colgar las piernas por el exterior.

 

Saliendo de Rouseau pasamos por el jardín botánico ya que la carretera la atravesaba por medio y en él pudimos observar la imagen típica de ese lugar, un autobús aplastado por un enorme árbol baobab que el último huracán tumbó encima.

 

De camino pudimos ver un poco el bosque de lluvia mientras Pancho, muy animado, decía que le encantaba su vida y que hacía un día maravilloso. No paraba de hacer bromas. La verdad es que era muy simpático y parecía que todo el mundo lo conocía porque en cualquier lugar lo saludaban con una sonrisa en la boca.

 

Nos encaminamos entonces hacia el Titou Gorge, un cañón que el agua había esculpido entre rocas y que también era uno de los lugares típicos a visitar en Dominica. El comienzo del mismo era una decepcionante acumulación de agua pero nadando un poco, las altas paredes de piedra negra y lisa se estrechaba hasta que sólo las separaban un par de metros. La densa vegetación que había en la parte superior de las paredes hacia que la luz que llegaba fuera mínima  y así fuimos nadando un rato hasta que un salto de agua nos obligó a trepar por él hasta una pequeña piscina que también estaba iluminada con una tenue luz y que seguía metida en el cañón. Esta piscina se alimentaba de una cascada aún más alta que la primera y la verdad es que el lugar daba mucha impresión. Estuvimos un rato bajo la cascada y luego ya salimos. El frío nos atenazaba porque el agua estaba fresca y el sol no nos había dado en todo el recorrido por el estrecho cañón. Encima, solo salir se puso a llover con bastante fuerza.

 

Tras el Titou Gorge, nos fuimos hacia las Trafalgar Falls que son las cascadas más conocidas de Dominica. Al verlas enseguida entendimos el porqué. En un exuberante entorno rodeado de vegetación estaban las dos cascadas. Ambas eran muy altas y ambas parecían que salían de detrás de las misma montaña redonda y verde a la que bordeaban antes de precipitarse al vacío. Pero aunque pareciese que ambas cascadas tenían el mismo origen, no lo tenían como demostraba que el agua de una fuera fría y de otra fuera caliente. Ahí estaba su mayor peculiaridad. Era impresionante ver una cascada de semejante caudal exclusivamente de agua caliente.

 

Nos bañamos un rato en el amplio estanque que creaba la cascada de agua fría y después nos fuimos con la furgoneta a comer a un restaurante. Los precios de las excursiones nos valían la pena pero los extras nos descolocaban un poco porque la comidita nos costó 26 euros a los dos por un pollo con una variedad de verduras locales. Era lo malo de moverse con un grupo.

 

Del restaurante, volvimos ya al barco y pasamos el resto de tarde leyendo guías preparando nuestros siguientes días y travesías.

 

Al día siguiente nos fuimos a visitar un poco Roseau. Visitamos el Old Market, que situado enfrente de donde amarraban los grandes cruceros, ahora sólo vendían souvenirs típicos que los turistas de los cruceros, muy característicos, adquirían ávidamente. También visitamos la Public Library construida en 1906, el Public Market, la Iglesia Anglicana de San George que estaba cerrada y la Catedral Católica de San Patrick que estaba igualmente cerrada. También nos llamó la atención que en un puente de reciente construcción sobre el río Rousseau, existía en sus esquinas unas estatuas de unos dragones chinos que cantaban como una almeja estando como estaban en pleno Caribe. La explicación de esa curiosa decoración era muy sencilla, Dominica, a cambio de romper relaciones con Taiwán y aliarse de esta forma con la China Popular, recibía a cambio 100 millones de dólares en inversiones. El puente en cuestión tenía un letrero enorme que explicaba claramente quien había patrocinado la inversión. Además de este puente, vimos otro edificio en construcción con banderas rojas y letras chinas y en la ciudad, vimos varios camiones con trabajadores chinos yendo y viniendo.

 

Tras comer rápidamente por la ciudad, cogimos un bus hacia la Emerald Pool, una cascada también muy característica. En el autobús, vimos a auténticos indios caribe. Dominica, por su abrupta orografía, retrasó mucho su conquista y además, dificultó mucho el exterminio de esta etnia a manos de los colonizadores franceses al principio e ingleses después. Así pues, en Dominica existía una reserva donde habitaban los últimos dos mil indios caribe del Mar Caribe. Precisamente, la ruta del autobús que habíamos cogido finalizaba en la zona donde existía dicha reserva y por eso la mayoría de sus ocupantes eran indios. Sus rasgos eran muy curiosos: pieles cobrizas, pelo lacio y  de color azabache, ojos almendrados y pómulos altos, muy parecidos a los indios que te imaginarías ver en una tribu perdida en el Amazonas ya que su origen era de América del Sur aunque ahora vestían ropas occidentalizadas.

 

Con el bus llegamos a la Emerald Pool (Piscina Esmeralda). El lugar era muy turístico y en él habían muchos turistas que habían llegado en taxis o en viajes organizados subidos a verdaderos autobuses. La Emeral Pool era una pequeña cascada que caía en una poza que aunque tenía aguas cristalinas, tampoco se podían clasificar de color esmeralda como su nombre indicaba. El entorno era muy bonito en pleno bosque tropical. Nos bañamos bajo la cascada pero nos pareció el lugar muy poco íntimo porque había demasiada gente. Y lo peor estaba por llegar porque cuando ya nos estábamos secando, llegaron dos autobuses que abarrotaron el idílico lugar. Casi no había un espacio libre en la pequeña y natural piscina y los nuevos visitantes, gritaban mucho sin respetar demasiado la tranquilidad del lugar. Además, los turistas que habían llegado eran de crucero, un turista muy característico porque casi en su totalidad, cumplían muy bien con la idea de un turista que se dibujaría en un cómic. Vestían gorras con visera o sombreros esperpénticos (sólo viseras, de explorador, pamelas…), gafas de sol, camisetas, pantalones cortos y zapatillas deportivas y por supuesto, portaban muchas cámaras de fotos y de video. Todos se movían en masa como si fueran un banco de peces y casi al unísono, fotografiaban sin parar todo lo que se movía.

 

Tras visitar el “idílico” lugar, quisimos regresar hacia Rouseau. Esperando en la carretera a que pasara un bus, salió del recinto un dominico que en cuanto vio el paso de un camión de construcción, pidió al conductor que se parara. El conductor se paró muy gentilmente y entonces, el señor que había parado el camión nos dijo que nos subiéramos con él. No lo dudamos y enseguida nos aposentamos en la parte trasera del camión, al aire libre y entre la carga. Preferíamos ir así que en la furgonetita cargada de gente porque nos salía gratis y encima, el viaje era más agradable porque podías ver mejor el paisaje y el viento te daba en la cara. Nuestro acompañante se bajó enseguida pero nosotros, llegamos así hasta Rouseau. Agradecimos al conductor que nos hubiera llevado y caminamos, tras preguntar  a varias personas, hasta donde podíamos coger un nuevo bus que nos llevaría hasta el Champagne Reef (Arrecife champagne). Este lugar era sin duda, unos de los más curiosos de Dominica. Como su nombre bien indica (los ingleses no se complican demasiado poniendo nombres), nadar en dicho arrecife era muy parecido a si estuvieras en el interior de una copa de champagne. El efecto se debía a que del fondo del mar salían pequeñas burbujitas de aire a consecuencia de la abundante actividad volcánica de la isla. El lugar era como un jacuzzi pero natural.

 

Estuvimos allí un buen rato entreteniéndonos con las burbujitas del curioso lugar y tras el baño, volvimos hacia la carretera para coger un bus de vuelta al barco. De camino hacia la carretera vimos que al lado del camino había muchas iguanas en libertad y que deberían estar acostumbradas al paso de la gente en dirección al arrecife ya que no se espantaron ante nuestra presencia.

 

El día 11 de abril nos levantamos muy pronto con la intención de ir al Boiling Lake (Lago hirviendo), el lugar más espectacular de Dominica. El motivo de madrugar es que el paseo de ida y vuelta al lago duraba seis horas y encima, teníamos que ir a donde se iniciaba el recorrido en transporte público y descubrir primero, dónde debía cogerse el autobús.

 

En el pantalán nos encontramos a Pancho que se ofreció a llevarnos pero finalmente su ofrecimiento se limitó a que un amigo suyo taxista, nos llevara a nuestro destino. El taxista nos pidió por ello y a priori 40$USA y rechazamos la propuesta porque era caro para nosotros ya que al mismo lugar podíamos llegar en bus. El taxista sin embargo, muy amable, a pesar de nuestro rechazo, nos llevó gratis a Rouseau y nos indicó dónde se podía coger la furgoneta. No nos imaginábamos esa situación en España. Localizar el sitio exacto de donde salía el bus costó un poco pero al final, en medio del Jardín Botánico, nos subimos al único autobús que hacía el trayecto Rouseau-Laudat, que era la ciudad más cercana al inicio del Boiling Lake. El trayecto fue el mismo que hicimos días antes con Pancho para ir al Titou Gorge ya que para ir al Boiling Lake, había que salir del Titou-Gorge. Y fue justo llegar a nuestro destino y comenzó a caer un diluvio. Empezábamos a mojarnos.

 

Desde el Titou Gorge, nos adentramos en el bosque tropical. La vegetación era tan densa que la lluvia, que seguía cayendo, no nos mojaba y se quedaba entre las hojas. Cuando la lluvia paraba, se escuchaban por todas partes cantos de pajarillos de curiosos e incluso estrafalarios sonidos. El camino no paraba de subir y bajar. Especialmente, no paraba de subir. El recorrido era evidente y estaba muy bien preparado ya que con troncos de árboles, habían hecho escalones en todas las pendientes. De lo contrario, a la primera lluvia todo el sendero se habría convertido en un tobogán de lodo tal y como habíamos comprobado en una de nuestras excursiones en Granada. No entendíamos que con lo evidente que era el recorrido, las dos guías turísticas en papel que teníamos decían que era imprescindible la compañía de un guía profesional que nos orientara y que además, era bastante caro. Menos mal que en la  oficina de turismo nos comentaron que lo habitual era ir con guía por la dificultad del recorrido en cuanto a distancia pero no por la posibilidad de perderse porque estaba bien indicado como pudimos perfectamente comprobar.

 

El camino descendió cruzando un río y luego ya no paró de ascender. La lluvia arreció en ese momento y nos empapamos tanto, que ya nos daba igual que lloviera o no. Estábamos tan mojados como si nos hubieran echado a una piscina. El clima era cálido y no hacía frío pero cuando llegamos al punto más elevado del recorrido, el viento nos hizo estremecernos un poco de frío. Sandra se abrigó un poco y continuamos caminando bajo el cielo gris plomizo. Finalmente, alcanzamos Desolation Valley, que era un valle donde existían fumarolas y aguas burbujeantes. Los efectos volcánicos habían hecho un agujero en la verde vegetación y allí sólo podían verse las piedras grises y amarillas de carácter volcánico y sentirse el característico olor del azufre. Tras Desolation Valley, continuamos por el cauce del río que también había atravesado dicho valle y que era de agua caliente y por un rato y de nuevo, nos introdujimos en la espesa selva tropical. Cruzamos un par de veces más el cauce del río que había crecido mucho su caudal por los efectos de la fuerte lluvia tal y como apreciaríamos a la vuelta en que vimos que el caudal, unas horas más tarde, era mucho menor. Pasar por el medio del río no nos molestaba porque estábamos totalmente mojados y el agua caliente reconfortaba más que enfriaba. Y al poco rato, la vegetación volvió a desaparecer y una gran columna de vapor nos indicó que nuestro destino estaba cerca. Por fin, llegábamos al Boiling Lake que pudimos ver tras subir un repecho. El lugar era impresionante y muy extraño. El lago era casi una circunferencia perfecta de 66 metros de ancho y estaba bordeado por altas y lisas paredes. Nosotros estábamos asomados en la altura y pudimos observar como en medio del lago, una gran ebullición hacía imaginar que estábamos en el borde de una inmensa olla hirviendo. Del agua salía una gran cantidad de vapor de agua que aumentaba o disminuía en cantidad cíclicamente por los propios efectos volcánicos y también ayudado por los efectos del viento y la lluvia. Y era tanto a veces el vapor de agua, que en ocasiones te impedía ver la propia agua del lago. La causa de esa inmensa olla hirviente no era un cráter volcánico relleno de agua como parecía a simple vista, sino que era una fumarola flotante creada por los gases calientes que surgían a través de la lava fundida que había en el fondo del lago. La ardua caminata hasta el lago bien había valido la pena porque el lugar era muy peculiar. Comimos un poco e iniciamos el camino de regreso. Antes de llegar a Desolation Valley nos bañamos en un remanso del río caliente bajo una cascada de aguas también calientes. Fue un placer el bañarse absolutamente solos en aguas termales en medio de la vegetación tropical. Tras el baño, continuamos el camino de regreso con un tiempo mucho más apacible porque dejó de llover e incluso salió el sol en buena parte del recorrido.

 

Finalmente, tras seis horas de caminata, llegamos de nuevo al inicio del recorrido e iniciamos el camino hasta Laudat que era donde podríamos coger de nuevo el bus de vuelta a Rouseau. Esperando a la furgoneta en la parada de buses, un coche de alquiler con una pareja que habíamos saludado hacía poco rato en el barranco del Titou Gorge nos ofreció a llevarnos a Rouseau porque ellos iban hacia allí. Ella era una profesora francesa destinada en Guadalupe y él, un californiano que vivía con ella. Ambos eran muy simpáticos y ella hablaba bastante bien español sólo con lo que había aprendido en la escuela. Nos contó cómo era su vida en Guadalupe a la vez que nos preguntaron muchas cosas de nuestro viaje.

 

Llegamos a Rouseau y aunque nos ofrecieron llevarnos hasta donde teníamos La Poderosa, rechazamos la amable oferta porque queríamos pasar por un supermercado a comprar algo. Tras la compra, iniciamos el camino hacia nuestro auxiliar. Pudimos haber cogido un autobús pero creímos que el camino sería muy corto y preferimos caminar aún un poco más. De camino, nos topamos con el típico loco que detuvo a Sandra cogiéndola fuerte por el brazo para decirle cosas sin sentido. El hombre o estaba enajenado o estaba drogado pero se le notaba bastante agresivo ya que apretaba tanto el brazo de Sandra que le hacía daño. Dani le pidió al loco que le soltara el brazo a Sandra y como no reaccionaba, entonces Dani le cogió la mano y se la soltó del brazo. Entonces el tipo le cogió el brazo a él también muy fuertemente. Dani se soltó inmediatamente ya bastante cabreado con la absurda situación y entonces al hombre se volvió mucho más agresivo. Era evidente que buscaba show. Dani miró alrededor a ver si uno de los que habían por allí conocían al tarado porque lo que menos le apetecía era, después de madrugar, buscar por la ciudad un autobús, seis horas de caminata y el paseo de vuelta todo cargado del supermercado, liarse a tortas con el enajenado. Efectivamente, un tipo local que estaba al lado salió en nuestra ayuda para apaciguar al loco al que parecía que conocía bien. No obstante, no lo hizo sin dificultades porque el loco se le rebotó pero tras un par de empujones, la cosa quedó en nada. Tras el desagradable incidente, llegamos por fin al pequeño pantalán de madera donde habíamos atado nuestro dingui y de allí, llegamos a nuestro merecido descanso en el Piropo tras el intenso día.

 

Al día siguiente, 12 de abril, tras visitar el centro y sur de la isla, queríamos irnos al norte para conocer dicha zona. Antes de partir no obstante, Dani desembarcó y se fue a Rouseau a obtener un permiso de navegación que era necesario para navegar por la isla. Se lo hicieron rápidamente y no tuvo que pagar nada por él. Menuda burocracia absurda porque no creemos que sirviera de mucho dicho papelito. Luego Dani, se despidió del simpático Pancho y le pagó la excursión que todavía no le había abonado y la última noche de boya (25$EC-7,45€). Era bonito ver como Pancho se fiaba de que la gente le pagara sin que tuviera que estar encima pidiendo el dinero.

 

Tras la despedida, partimos con el Piropo rumbo norte. El viento, a sotavento de la isla era nulo y si soplaba un poco, o venía de proa o cambiaba de dirección continuamente. Con ese panorama, la corta navegación entre Rouseau y Portsmouth se hizo exclusivamente a motor. Navegamos muy cerca de la costa aprovechando el gran desnivel que había en el fondo ya que a relativamente poca distancia de la orilla, el profundímetro ya no detectaba fondos y eso que su nivel de detección superaba los 100 metros de profundidad. A esa distancia, pudimos observar claramente toda la costa hasta que fuimos llegando a la Bahía de Prince Rupert. Allí el viento se canalizaba y la ausencia de viento se convirtió en un momento en veinte nudos.

 

En la bahía vinieron a recibirnos los típico “boatman” del Caribe que te ofrecían de todo, boyas, paseos turísticos, hielo, etc, pero rechazamos todo y ya fondeados, dejamos transcurrir tranquilamente el día haciendo diversas labores a bordo.

 

Por la noche, y tras escuchar el chapoteo que organizaban los peces, se nos ocurrió iluminar el agua con nuestro potente foco y lo que vimos fue un bonito espectáculo marino. Por un lado y casi inmediatamente, vinieron pequeños bichos a la luz y poco a poco, fueron apareciendo peces de pequeño tamaño que comenzaron a darse un festín con los primeros visitantes. Cada vez eran más y más peces que pasaban a toda velocidad, comían y se iban. Y además de eso, aparecieron hasta tres peces agujas de un color azul turquesa casi fosforito que simplemente se quedaban quietos allí donde alumbrabas. Si movías el foco a la derecha ellos se iban a la derecha y si lo movías a la izquierda, hacia la izquierda se iban. Nos distrajimos un buen rato explorando la fauna marina local y más tarde, nos fuimos a dormir.

 

El día 13 de abril fue nuestro último día en Dominica. Queríamos visitar Portsmouth y sobretodo, el Indian River, por lo que desembarcamos en nuestro dingui en uno de los varios pantalanes que habían en la playa para los auxiliares. Caminamos por toda la ciudad que era bastante pequeña y sobre el puente que cruzaba el Indian River un hombre nos paró para ofrecerse como remero y llevarnos con su barca por el río. Rebajamos en 10$EC a 40$EC (11,92€), el precio por persona por el paseo ya que ese era el precio que sabíamos que se abonaban habitualmente aunque todos los remeros inicialmente pedían el primer precio. Luego, pasamos por una gasolinera a abonar 5$USA como tasa turística y con eso, ya pudimos embarcarnos junto con nuestro remero al pequeño bote de remos e iniciar así la remontada del río que serpenteaba a través de una selva tropical llena de manglares.

 

Nuestro guía-remero nos iba explicando alguna cosa, como se llamaba tal pajarillo, qué profundidad tenía el río, etc., pero nosotros también le íbamos preguntando muchas cosas que el pobre hombre y lógicamente, no siempre contestaba con la misma seguridad.

 

El paseo por el Indian River era una de esas cosas típicas para hacer en Dominica y realmente, sin ser espectacular como el Boiling Lake o curiosas como el Champagne Reef, era una experiencia verdaderamente agradable. El bote de remos (está prohibido navegar a motor) generaba un suave chapoteo que junto con el piar de los pájaros, eran los únicos sonidos que se escuchaban en nuestro lento avance por el río. La vegetación llegaba hasta la misma orilla del río e incluso más, ya que la mayoría de zonas eran manglares que son zonas que se caracterizan porque los árboles meten sus raíces en la propia agua. Así pues, la orilla no se formaba de tierra sino de las propias raíces de los árboles. La excursión tenía un final poco salvaje ya que se llegaba a un bar que si bien, estaba bien adaptado a la vegetación, era el típico para que los turistas que llegábamos en barca muy a cuentagotas, hiciéramos una consumición. El lugar estaba tan desierto que cuando llegamos sólo estábamos la camarera, nuestro remero-guía y nosotros. Tras tomarnos un zumo de grapefruit, iniciamos el camino de regreso que fue igual de tranquilo que la ida.

 

Nos despedimos de nuestro amable guía y nos dirigimos a la oficina de aduanas e inmigración para cumplimentar los papeles de salida del país ya que al día siguiente teníamos previsto dejar Dominica. Dichos trámites nos costaron 2$EC (0,60€).

 

Ya con los papeles listos, regresamos a la ciudad ya que la oficina de inmigración estaba un poco a las afueras y vimos un tenderete donde vendían comida local. Comimos allí muy bien por muy poco dinero (al cambio 4,32€ cada uno), un abundante arroz con pollo, legumbres y ensalada. Tras la comida fuimos a un cibercafé en el que estuvimos sólo 15 minutos porque continuamente se quedaba colgado y no podíamos hacer nada y más tarde, ya nos volvimos al barco.

 

Y así fue nuestra estancia en la llamada isla verde, Dominica. Una preciosa isla por sus paisajes y sus gentes que recomendamos fervientemente conocer si se visitan las Pequeñas Antillas.

 

En la siguiente entrada os contaremos como nos ha ido por las islas de Les Saintes, unas pequeñas islas dependientes de Guadalupe.

 

Un abrazo.

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

3 comentarios a “DOMINICA: Travesía de Rodney Bay (Santa Lucía) a Roseau (Dominica) con escala en Grande Anse d’Arlet (Martinica), travesía de Roseau (Dominica) a Prince Rupert Bay (Dominica) y días de estancia en la isla. Del 5 al 13 de abril de 2012.”

  • No entro más porque la envidia me corroe.
    Què bonito todo, quue mar, que agua, que flores, que……
    Muchos besos
     

  • Hola Sandra, ahora hace días que no te digo nada, entre unas cosas y otras, ya sabes. Por aquí todo bien, empieza la recta final del curso y , como no, la acumulación de faena.  Como novedad Rebeca ha plegado ya hoy para seguir bien con su embarazo 18 semanas y volverá cuando acabe la baja de maternidad. Ya veo por las fotos, que os va todo muy bien, vaya sitios más bonitos, vaya "pìscinas de agua caliente", qué envidia.. todo súper chulo. Os veo a los dos muy contentos y dominando muy bien el tema. Muchos besos y hasta pronto.

  • Hola!
    Gracias a la reciente visita, me entero un poco más del tema navegación. Ay, qué bien el mar, qué bien los viajes…Qué bonita se ve Dominica…todo paraíso.
    Mil besos!

Publicar comentario