Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

CARRIACOU: Travesía de Petit Saint Vincent a Carriacou y días de estancia en esta isla. Del 10 al 13 de febrero de 2012.

Tras nuestra emocionante partida de Petit Saint Vincent que comentamos en nuestra anterior entrada, nos dirigimos a la última Granadina: Carriacou.

 

La travesía, con viento a favor y sol, transcurrió tranquilamente excepto en un momento puntual en el que tuvimos que prestar una atención mayor a la navegación porque tuvimos que pasar por un paso, bastante ancho, en cuyos extremos las sondas eran inferiores a nuestro calado.

 

Tras bordear Gun Point, extremo norte de Carriacou, empezamos a tomar rumbo suroeste hacia nuestro objetivo, Sandy Island, una pequeñísima isla que se sitúa casi enfrente de Hillsborough, la capital de Carriacou. Sabíamos que esa pequeña isla era parque natural y que era obligatorio permanecer en las boyas de pago pero pese a esto, decidimos visitarla aunque sólo fuera por un día ya que parecía un lugar bastante bonito aunque la guía comentaba que el último huracán, el Iván, la había arrasado por completo en 2004. Al día siguiente, ya iríamos a fondear a la concurrida Tyrell Bay que también según nuestra guía náutica, era la bahía mejor protegida de todas Las Granadinas.

 

En muy poco tiempo, estábamos ya frente a Sandy Island. En ese momento sólo habían cuatro barcos más en ese lugar y justo cuando llegamos, uno de ellos, el que estaba en la boya más cercana a la playa, partió hacia otro lugar así que nos dirigimos hacia la boya que había dejado libre para estar próximos a la playa. Preparamos el mosquetón de fondeo enganchándolo en la punta del bichero y amarramos sin problema en la boya. Casi a continuación y en la boya más cercana a la nuestra amarró un barco chileno. Este sin embargo, prefirió que un tripulante con el auxiliar se acercara previamente a la boya para pasar la amarra por ésta y una vez colocada, pasarle la amarra al velero en cuanto se acercó.

 

A nosotros, casi inmediatamente después de engancharnos a la boya, se nos acercó la barca de los guardias del parque y tras preguntarnos si estábamos bien allí, nos cobraron la tasa que nos permitiría estar amarrados 24 horas y que ascendía a 25 $EC, es decir, aproximadamente 7,47 euros. Más tarde, tras la comida, tiramos al agua a La Poderosa que la llevábamos inflada y sujeta en proa y mientras estábamos haciendo esa operación, pasaron muy cerquita por popa nuestros vecinos chilenos que volvían de la isla y nos saludaron muy afectuosamente.

 

Cargamos la auxiliar con los trastos de buceo y nos fuimos para la playa de Sandy Island. Esta isla es muy pequeña, alargada y estrechísima. Los arrecifes que tiene, sobretodo al norte, crean una acumulación de arena coralina, fina y blanca que con el tiempo, una tenue vegetación ha ido cubriendo. Cuando la visitamos, no vimos cocoteros en ella a diferencia de las fotos que habíamos visto. Ello quizá fuera por los efectos del huracán. Caminamos por la playa en la que también había gente de los otros barcos y en el extremo de ésta, nos introdujimos en el agua para bucear un poco. Descubrimos entonces un fondo bastante bonito, con muchos corales y muchísimos peces. Vimos peces globo, peces erizo, algún pargo, cirujanos, un calamar, peces ballesta, peces trompeta y un pez aguja bastante largo. Poco a poco, y con algún libro que teníamos, íbamos descubriendo sus nombres. Lo único malo es que el fondo tenía un fuerte desnivel y enseguida el espectáculo se perdía en la oscuridad de las profundidades. Estuvimos buceando un buen rato pero no sabemos por qué, ese día decidimos no ponernos los trajes de buceo y enseguida el frío nos atenazó pese a la alta temperatura del agua, por lo que volvimos a la playa para, en un corto paseo, llegar a la parte oeste de la isla. Con la isla recorrida, cogimos a La Poderosa y regresamos al Piropo donde estuvimos lo poco que quedaba de tarde en la bañera observando varios pelícanos que se lanzaban en picado al agua como si fueran flechas, casi continuamente, buscando la cena del día. Eran unos curiosos animales, grises y con el pico muy grande. Además, se les veía muy confiados porque descansaban en los balcones de la proa de los veleros sin que nada les importunara. Esa confianza también la demostró uno de ellos que pasó cerquísima del barco mirándonos de reojo mientras se dejaba llevar por la corriente del mar.

 

El día 11 de febrero amaneció bastante ventoso. Por la noche ya habíamos escuchado los crujidos de los cabos que nos unían a la boya. La verdad es que no estábamos muy tranquilos amarrados a una boya de la que desconocíamos su estado, aún cuando le hubiéramos echado un vistazo superficial. Con ese viento, que alcanzaba los 29 nudos, no apetecía nada ir de nuevo a la isla a bucear y lo mismo debían pensar en el resto de barcos porque nadie había desembarcado. Como vimos que el tiempo no iba a mejorar y total, ya habíamos visto los fondos de Sandy Island el día anterior, decidimos no demorar la salida y emprendimos el cortísimo trayecto que nos separaba de Tyrell Bay. Así pues, volvimos a subir nuestro auxiliar a la proa del Piropo, nos soltamos de la boya, y como teníamos el viento de popa, abrimos sólo el génova para pasar por el canal que separaba Mabouya Island y Cistern Point. Justo doblar Cistern Point navegamos rumbo sur un brevísimo período y ya nos fuimos introduciendo poco a poco en Tyrell Bay donde el viento ya nos venía de proa con rachas que alcanzaban los 30 nudos, por lo que tuvimos que poner el motor y avanzar a velocidad de tortuga.

 

Teníamos curiosidad por conocer Tyrell Bay, porque como antes hemos comentado y según nuestra guía, era la más resguardada bahía de Las Granadinas. Efectivamente, ese día, pese a que hacía bastante viento, no había ninguna ola aunque el viento sí que entraba en la bahía. El lugar estaba abarrotadísimo de barcos pero lo que más nos desconcertó, era la visión de algo negro y enorme que había en el medio de la bahía. El sol nos daba en la cara y su reflejo en el agua, no ayudaba a aclararnos que era aquella inmensa mole. Poco a poco fuimos acercándonos y al final vimos con claridad que simplemente era una gran gabarra bastante oxidada que estaba fondeada.

 

Fondeamos sin problema y nos pusimos a comer. Mientras comíamos fueron llegando más barcos que fueron poniéndose a nuestro alrededor a una distancia cómoda para todos.

 

El resto de tarde la pasamos en el barco en distintas tareas. Fondeados, el viento en la mayor de las rachas alcanzaba los 17 nudos por lo que estábamos muy tranquilos y esta situación se acentuó aún más al anochecer, cuando el viento amainó casi del todo, a unos 6 o 7 nudos. La noche estrellada y el sonido del chapoteo en el casco hicieron que la noche fuera especialmente agradable.

 

El día 12 de febrero teníamos previsto dar una vuelta por Carriacou. No teníamos mapa de la isla por lo que Dani se dedicó a calcar en un papel, un pequeño mapa de la isla que salía en la guía náutica. Le quedó un poco chapucero pero al menos nos serviría.

 

Desembarcamos en La Poderosa y la dejamos sin coste alguno en un muelle de madera del “Boatyard” junto a otros auxiliares. Por ahora, sólo habíamos pagado por amarrar el auxiliar en Cabo Verde, en Barbados el primer día y en Union, pero en el resto, siempre había pantalanes gratuitos. Buena cosa.

 

Tras bordear un poco la playa salimos a la carretera y caminamos en dirección sureste. La carretera adquirió pronto un moderado desnivel pero fuimos avanzando tranquilamente ya que el día estaba muy agradable, sobretodo porque ese día era domingo y el tránsito era casi nulo y todo estaba tranquilísimo. La desventaja en cambio de que fuera ese día de la semana era que sucesivamente, nos topamos con dos borrachines muy pesados. ¡Cuánto se bebe en el Caribe y más si es domingo y no se tiene nada que hacer! Al primero aún le dimos algo de conversación pese a que estaba bastante pesadito y no nos dejaba en paz. Pero al segundo, que apareció casi inmediatamente tras dejar al primero, le intentamos dar un poco de largas diciéndole que no le comprendíamos mientras que nos íbamos alejando poco a poco. Esto al borrachín no le debió gustar mucho porque lejos de dejarnos, nos siguió insistiendo con distintas cosas mientras que su actitud se fue tornando más agresiva. Llegó incluso a coger fuertemente el brazo de Dani pero este se zafó inmediatamente y bastante cabreado le dijo que ya bastaba, entonces el borrachín ya nos dejó en paz.

 

Tras este pequeño incidente, seguimos nuestro paseo. Nos sorprendió de golpe un sonido de un zumbido lejano bastante desagradable. El zumbido no paraba y entonces descubrimos lo que era: cometas. Al parecer, en las isla habían aficionados a hacer volar cometas y las hacían volar al estilo en que las hacían volar en casa de Dani cuando era pequeño, con un solo hilo pero con muchísima cantidad, elevándolas cientos de metros en el aire. Pero éstas estaban especialmente altas. Lejísimas. Había que fijarse bastante en el cielo para observarlas. Y pese a la distancia, el material de las mismas y el fuerte viento creaban un sonido que se escuchaba desde el suelo. Y no sólo había una, sino que habían bastantes por lo que debía ser una afición bastante compartida.

 

Seguimos el paseo y nos sorprendió también la diferente calidad de las casas en Carriacou si las comparábamos con las Granadinas. Aquí eran mejores. Eran más grandes y de mejores materiales. Más allá, encontramos al borde de la carretera un árbol de papayas. Tenía una madura por lo que Dani se encaramó para cogerla. Aunque la papaya era pequeña, la recolección nos animó y nos fijamos que más metidos en la vegetación habían bastante más árboles de papayas pero sólo uno de ellos tenía papayas amarillas casi a punto de madurar por lo que Dani volvió a encaramarse. Esta vez fue más difícil porque el ascenso tenía pequeñas dificultades añadidas, una era que el tronco tenía una especie de fina enredadera y la otra era que esta enredadera estaba llena de hormigas que se le metieron a Dani por todos lados. Aunque eso sí, la cosecha bien valió la pena. Nos hicimos con cinco papayas que nos zamparíamos en cuanto maduraran.

 

Al cabo de un rato, la carretera tenía un desvío. Por un lado se iba muy lejos, hacia el norte de la isla y por el otro, hacia Hillsborough, la capital. Decidimos optar por este camino y así, desde Hillsborough, ya volver a Tyrell Bay que todavía estaba bastante lejos y así completábamos un agradable paseo circular.

 

Llegamos rápidamente a Hillsborough que era diminuto y que estaba como dormido al ser domingo. En España los domingos la gente está mucho menos visible pero es que en las islas del Caribe parecía que hubieran desaparecido. Dimos una vuelta por la pequeña capital y también observamos el lugar de fondeo que se encontraba delante que aunque era un poco más expuesto que en Tyrell Bay, también parecía cómodo para pasar allí unos días. Desde ese punto, nos dispusimos a realizar el camino que nos separaba del Piropo pero el mapa de la guía que habíamos calcado nos jugó una mala pasada por impreciso ya que en dicho plano parecía que para volver a Tyrell Bay sólo había que seguir la carretera de la costa y no era así, había que coger un desvío justo antes de salir de la ciudad. Nosotros no lo cogimos y ese camino nos llevó, después de un largo trecho, al pequeño aeropuerto de la isla que estaba situado entre unos curiosos manglares y que no tenía salida por lo que nos tocó dar media vuelta y desandar el camino hecho hasta Hillsborough.

 

Yendo al aeropuerto no obstante, vimos unos cocoteros y Dani se encaramó a uno de ellos para coger dos cocos verdes y bebérnoslos. La verdad es que, aunque teníamos bastante sed,  con uno nos hubiera bastado porque nos costó acabárnoslos aunque al final y con esfuerzos, conseguimos bebérnoslos enteros para no tirarlos.

 

A la vuelta del aeropuerto nos paramos de nuevo en un restaurante en el que nos habíamos fijado a la ida que tenía unas mesitas encima de la arena en la misma playa y que estaba totalmente ocupado por gente local. Ahora estaba bastante vacío y nos sentamos a comernos unos rotis de lambis. Por primera vez probábamos el lambi cocinado correctamente y no a la plancha como habíamos hecho con el que pescamos en Petit Saint Vincent. El interior del roti era de una especie de estofado con los trozos de lambi que como dijimos en la anterior entrada, tiene un ligero parecido en el sabor al calamar. Hicimos pues, una muy buena recuperación de fuerzas para proseguir nuestro camino de regreso.

 

A la vuelta seguimos buscando frutos y aunque vimos bastante árboles de mangos, o no tenían frutos, o los tenían aún muy verdes. Una pena.

 

Siempre que preguntábamos a alguien para ir a nuestro destino nos decía que estaba lejísimos. Nosotros, por el mapa, no creíamos que estuviera tan lejos pero tanta vehemencia nos asustaba un poco. A ver si nos habíamos equivocado. Al final, a uno que le habíamos preguntado y que iba con un vehículo pick-up, nos lo encontramos un poco más allá y se ofreció, por propia iniciativa, a llevarnos. Nos subimos a la parte trasera descubierta y de esta forma, en un equilibrio un poco precario, recorrimos el resto del camino que nos quedaba hasta Tyrell Bay. La verdad es que estaba lejos pero nada que fuera excesivo. Hubiéramos llegado perfectamente caminando ya que era la distancia que más o menos preveíamos. Pensamos que en Carriacou la gente no debía estar muy acostumbrada a caminar. Y una vez en Tyrell Bay, nos fuimos hacia el Piropo para darnos un buen bañito después de la larga caminata.

 

Al día siguiente, volvimos a coger La Poderosa para acercarnos a las pequeñas tiendas que habían en la bahía para ver si comprábamos algo de comida fresca. Dejamos la auxiliar en la playa justo delante de la pequeña tienda que se situaba al otro lado de la carretera. A eso se le llamaba aparcar en la puerta. No obstante, la tienda carecía de alimentos frescos. No había nada de nada excepto patatas. Nuestro gozo en un pozo pero al menos, compramos ocho botellas de cinco litros de agua y así, con lo que ya llevábamos, nos olvidábamos de reponer agua embotellada en una buena temporada. Dejamos todo en el auxiliar y Sandra se acercó a la otra tienda que había en el lugar para ver si encontraba algo de verdura. En esa otra tienda tampoco había casi nada pero pudo comprar tomates y plátanos. Algo es algo.

 

El resto de la mañana la pasamos limpiando las algas de la parte superior de la línea de flotación y redactando alguna entrada para la página web. Nos sorprendimos de cómo navegaban los pocos yates que eran locales. Se distraían navegando puramente a vela en pleno fondeo abarrotado de barcos, pasándoles a distancias casi milimétricas, como si estuvieran en una regata pero con los oponentes parados. Muy curioso pero no nos hacía ninguna gracia como en una ocasión pasaron rozando al Piropo. Un fallo y se nos estropeaba el viaje.

 

Por la tarde nos dirigimos al bar que se encontraba enfrente de la propia playa que nos habían recomendado los del Alea y que se llamaba Lady Turttle. El lugar al parecer era cómodo porque tenían wifi y sobretodo, no les importaba el tiempo que estuvieras. Además, tenían la posibilidad de conectar el enchufe en la corriente. Hacia allí fuimos y para empezar nos pedimos dos cocacolas e intentamos subir las fotos de la entrada que queríamos colgar. No obstante, la conexión no iba nada bien y aunque era suficiente para leer los correos no lo era para subir ninguna foto ya que a mitad del proceso, siempre se colgaba. Así que tuvimos que desistir y volvernos para el barco. Una pena porque llevábamos bastante tiempo sin podernos conectar y la página web se iba retrasando. Lo único que pudimos aclarar fue saber que la hermana de Dani, Elena, nos quería hacer una visita en unos días y nos preguntaba dónde estábamos exactamente. Le contestamos que al día siguiente nos íbamos para Granada y que luego iríamos a Santa Lucía pero que si le venía mejor ir a Martinica (ella vive en Paris), nos lo dijera e iríamos directamente hacia allí. Nos hacía mucha ilusión que nos visitara.

 

Tras el fiasco de Internet, volvimos al Piropo para cenar y dormir prontito. Al día siguiente queríamos levantarnos con el sol para dirigirnos hacia nuestro siguiente destino, Granada.

 

Un abrazo.

 

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

Un comentario a “CARRIACOU: Travesía de Petit Saint Vincent a Carriacou y días de estancia en esta isla. Del 10 al 13 de febrero de 2012.”

  • Buenas noches:
    Sigo vuestros relatos con verdadero placer. Hoy os hago una recomendación y es que para viajar de  Paris a Martinica recomendéis hacerlo con Air Carabias. Una companía sería, barata y cómoda.
    Un abrazo y seguir manteniéndonos los dientes largos.
    R. Acuña

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