Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

SAN VICENTE: Travesía de Barbados a San Vicente y días de estancia en esta isla. Del 4 al 8 de enero de 2012.

Hola a todos. Os contamos a continuación cómo ha ido nuestra experiencia en San Vicente. Una isla preciosa aunque muy diferente a la idea preconcebida que se puede tener de una isla caribeña. Por ejemplo, sus playas son de arena negra. Pero quizá lo que menos te esperas es que toda la infraestructura turística está casi sin explotar. Quizá a esto último ayuda a que no llegan demasiado barcos de cruceros porque su puerto es pequeño y sobretodo, a que es el único estado de las pequeñas Antillas, junto con Dominica, que carece de aeropuerto internacional. Pero ya se está construyendo un inmenso aeropuerto y está prevista su finalización en 2014. Por cierto, este aeropuerto cuenta con una curiosísima financiación que explicaremos más adelante.

 

Como ya os contamos en la anterior entrada, teníamos previsto zarpar inicialmente desde Barbados el día 3 de enero pero al encontrarnos el día 2 todo cerrado por ser un festivo inesperado para nosotros, tuvimos que aplazar los papeleos de salida al día 3 y posponer en consecuencia la salida al día 4. Los papeleos se formalizaron muy deprisa aunque eso sí, nos clavaron como tasa de salida 50 dólares de los de Estados Unidos. Esperando un momento en la puerta de aduanas, coincidimos con una pareja de navegantes británicos. La mujer pobre, parecía las fuentes del Amazonas por el sudor que le caía por la cara. Estaba todo el rato con un pañuelo de papel secándose. El marido por su parte, con una camisa hawaiana de colorines, se nos enrolló. Al principio le comentábamos que hablábamos poco inglés y entonces, muy solícito, nos hablaba despacio, pero al rato, como veía que algo le entendíamos se iba animando, se embalaba y ahí le perdíamos. Al final, pobre, nos cansamos de decirle “sorry” y sólo nos molestábamos en sonreírle mientras él iba hablando. Cuando notábamos que hacía una pregunta entonces si que le pedíamos que la repitiera. La mujer mientras a lo suyo, secándose la cara. La pobre debía estar pasando tan mal momento que ni siquiera nos miraba y miraba hacia otro lado mientras pasaba el pañuelo por su cara, aunque eso sí, parecía que seguía la conversación-monólogo de su marido. De todas formas, algo pillamos y nos sorprendió bastante que ellos comentaban lo mal que lo habían pasado en su travesía del Atlántico ya que las olas cruzadas les habían parecido horribles. Además, comentaban que les habían incomodado mucho, y a nosotros también, lo que ellos llamaban “squalls” y que al parecer son, si no estamos equivocados por lo que ya habíamos leído, los empeoramientos pasajeros de tiempo con fuertes rachas de viento y chubascos.

 

Por cierto, que yendo con el auxiliar por el canal de mar que nos llevaba hacia el centro de Barbados centramos nuestra mirada en algo muy extraño, semi-sumergido, que acabábamos de adelantar. A veces parecía un cartón y a veces una bota grande porque tenía cierta rigidez. Y de repente, se nos clarificó todo cuando vimos una cabeza curiosa que nos miraba. ¡Una tortuga enorme! Que ilusión. A Dani le encantan las tortugas. De pequeño tuvo a varias como mascotas que normalmente y desgraciadamente, siempre tenían un final trágico por diversas circunstancias. Lo única diferencia era que esta era enorme y estaba en libertad al lado de una ciudad. Preciosa situación. Inmediatamente y en cuanto nos vio, desapareció bajo las aguas y ya no la volvimos a ver.

 

Para iniciar la travesía entre Barbados y San Vicente decidimos salir sobre las 11 de la mañana del día 4 porque así llegábamos al día siguiente temprano pero ya con luz de día. Para nosotros y para la mayoría, es fundamental llegar con luz diurna a un puerto desconocido. No es cuestión de aventurarnos por la noche y acabar como el velero que vimos en la playa de Barbados, semienterrado en la arena y totalmente vacío de cualquier cosa que tuviera valor. Una pena enorme.

 

Hasta la hora prevista de salida nos distrajimos preparando una pasta para cuando estuviéramos navegando, dándonos un baño y sobretodo, observando un hermoso barco antiguo que justamente esa noche, había fondeado al lado nuestro. Tenía bandera de Sierra Leona aunque sus integrantes no parecían nacionales de ese país. Una bandera en uno de sus palos publicitando la Cámara de Comercio de Calais indicaba que algo tenía que ver con Francia. Lo más curioso era ver como poco a poco iban ordenando las velas a bordo. Al principio, como acababan de fondear, la gran cantidad de velas que llevaban estaban plegadas de una forma que casi parecían higos y poco a poco, los tripulantes, la mayoría de ellos muy jóvenes y de estética hippie, iban plegando las velas cuidadosamente subidos en las crucetas a una altura importante de tal forma que luego, casi ni se veían si observabas el barco desde la popa ya que estaban tan bien plegadas, que la propia cruceta las tapaba casi totalmente. Pensamos que esos barcos se imaginan muy difíciles de manejar con tanto cabo, cruceta, vela, obenque… y sin embargo, seguro que como todo, cuando se aprende debe ser algo más sencillo de lo que te imaginas inicialmente. Un entretenimiento ver sólo cómo plegaban las velas y que estrés llevábamos nosotros, que podíamos distraernos viendo eso. Una gran suerte que tenemos, hay que reconocerlo.

 

Sobre las 11 de la mañana partimos de Barbados recogiendo antes los 50 metros de cadena que ya habían creado verdín en los días que llevábamos fondeados. Establecimos un rumbo directo al oeste. Hacía un día fabuloso para navegar, soleado, con sólo alguna nube y con brisa moderada de empopada de 8-10 nudos de aparente que al alejarnos de la isla aumentó a 13 a 15 nudos aunque luego volvió a bajar. Viento de sobra para empujar al Piropo. Una suerte si tenemos en cuenta los días lluviosos y ventosos que habíamos tenido en Barbados.

 

Al poco de salir de Carlisle Bay nuevamente volvieron a aparecer nuestros amigos los delfines. Es increíble como pueden ser tan amistosos. Esta vez Dani, colgó sus pies intentando acercarlos al máximo al agua y ellos, por si había alguna duda, se animaron mucho y juguetearon aún más. Uno de ellos incluso tocó uno de los pies con una de sus aletas. Que maravilla.

 

Nos mantuvimos navegando a la francesa con sólo la génova unas horas. No obstante, como las olas venían cruzadas y meneaban bastante al Piropo, la génova daba de vez en cuando algún gualdrapeo. Decidimos por tanto atangonar la génova y olvidarnos de cualquier movimiento extraño. Íbamos a una media de 5 nudos de velocidad.

 

Pronto se hizo de noche pero la luna nos acompañó desde que el sol desapareció tras el horizonte. Nos fuimos a dormir pero a diferencia de la travesía del Atlántico, aquí y aunque llevábamos el detector radar, nos fuimos levantando periódicamente, Sandra al principio y Dani después. A las cuatro de la mañana comenzaba a verse San Vicente perfectamente porque estaba bastante iluminada y a las cinco, Dani ya se quedó permanentemente levantado. Aún quedaban un par de horas para llegar pero la noche estaba totalmente cerrada y dudábamos si llegaríamos de día. Finalmente amaneció. El día afortunadamente seguía clarísimo y nos sorprendió, porque no lo habíamos mirado todavía, la cercanía de San Vicente con las primeras Islas Granadinas, Bequia, nuestro siguiente destino, y las pequeñas, inhabitadas y sin fondeaderos seguros, Battowia y Baliceaux.

 

Habíamos leído que el canal existente entre San Vicente y Bequia era incomodísimo porque los alisios se canalizan entre ellos pero nosotros ese día, como íbamos de empopada y el viento era suave, no notamos ninguna incomodidad. Doblamos Brighton Point y ya vimos la Young Island y el Blue Lagoon. Justo detrás, entre el pueblo de Villa y la Young Island era donde teníamos pensado fondear. El Blue Lagoon lo habíamos descartado previamente porque aunque tiene dos entradas no nos convencía ya que una de ellas, la que tiene limitado el calado a 3 metros, transcurre haciendo un pequeño zigzag entre los arrecifes por eso su uso sólo es recomendable en días muy tranquilos y por personas que conozcan bien la zona. La segunda entrada en cambio sí está bien señalizada aunque su calado está limitado a 1,80 metros, justo el mismo que tiene El Piropo. Así pues, no era cuestión de irse paseando por ahí y sobretodo, cuando no existía ninguna necesidad. De todas formas, al pasar por delante, vimos que el pequeño fondeadero estaba abarrotadísimo de barcos. Además, se veían por todos lados las “encantadoras” boyas de fondeo, una de las grandes limitaciones que se van imponiendo en el mar. Casi siempre, sobretodo en España, se justifica su existencia para preservar el estado del fondo del mar. Maravilloso objetivo. Pero curiosamente, ¿por qué siempre son de pago?

 

Nosotros teníamos previsto fondear entre Young Island y el pueblo de Villa, o al menos, cerca. Sabíamos que habían allí boyas de fondeo de pago pero teníamos entendido que se podía fondear un poco más lejos sin pagar nada. Al ir acercándonos al lugar y tanteando la zona, apareció un tipejín en una barca. Era gordo, viejo, de raza blanca y con ojos azules. Nos ofreció una boya para fondear y nosotros le comentamos que preferíamos tirar el ancla. Él nos dijo que no se podía fondear allí ya que era muy peligroso porque el fondo era rocoso y el oleaje muy fuerte. También nos dejó inmediatamente claro que él era Charlie Tango. Ya habíamos leído de él en los derroteros y hablaban de él positivamente. Nosotros, dada su categórica afirmación, desconociendo el lugar, estando en una situación que debes decidir en segundos y con mucho que perder (el barco) y poco que ganar (el dinero que nos ahorraríamos), nos fiamos de una persona de la que a priori, parecía te podías fiar. Al final Charlie Tango resultó un fulanillo que necesita mentir para ganarse su vida, miserable vida, ya que aunque todos los barcos que venían acababan en sus boyas, vimos más tarde a uno perfectamente fondeado cerca de Young Island. La estancia en sus boyas nos costó 15 dólares de EEUU por noche. El tipejín podría habernos dicho que estaríamos más cómodos y tranquilos en sus boyas pero su táctica comercial fue la del engaño. Y ese no fue el único engaño del fulanillo en cuestión, luego vino la más miserable. Tras engancharnos a las boyas, le pagamos dos noches, o sea, 30 dólares de EEUU pero como sólo teníamos dos billetes de 20 se los dimos. Él nos comentó que no tenía cambio pero que no nos preocupásemos que luego nos devolvería el cambio. Comenzó a continuación a insistir en que nos ayudaría en los papeleos de entrada. Nosotros le dijimos, intentando ser amables, que no se preocupara que ya nos apañábamos nosotros porque, eso no se lo dijimos, teníamos bastante claro dónde ir para hacerlos. Él insistió y parecía que no nos entendía o no nos quería entender. Sobre las 10:30, cuando ya habíamos inflado el auxiliar y ya estábamos listos, desembarcamos en el pequeño muelle de auxiliares que afortunadamente era gratuito y nos volvimos a encontrar con el “encantador” personaje. Nos sacó inmediatamente unos papeles de inmigración y le dijimos que no, que ya lo hacíamos nosotros y él nos comentó que no nos preocupáramos. “No problem” repetía una y otra vez. Luego el hombre se ofreció a llevarnos al aeropuerto que estaba a dos minutos. Ahí ya insistimos más y le dijimos que ni hablar y él volvió a repetir: “no problem”. Le dijimos que entendíamos que eso tenía un coste y que cuánto sería y él, una vez más dijo, “no problem”. Entendimos que él quería ganar nuestra confianza para que luego contratásemos con él cualquier servicio que pudiésemos necesitar como taxi, organizar excursiones, necesidades en el barco, etc, y por eso accedimos a subir a su furgoneta. Llegamos al aeropuerto y ahí nos dejó. Ningún trámite nos hizo. No le pedimos ahí los 10 dólares de EEUU porque había sido bastante inmediato y pensamos que quizá no había conseguido cambio. Ingenuos. Cuando lo volvimos a encontrar a la vuelta de nuestros trámites y nuestra visita a Kingstown, nos preguntó cómo nos había ido y tras charlar un rato le mencionamos, intentando ser corteses, qué pasaba con nuestro cambio. Él, muy “profesional”, se inventó que por el servicio de taxi al aeropuerto y la ayuda en la gestión cobraba precisamente esa cantidad y que quedábamos en paz. “No problem”. Menudo caradura. Le dijimos que le habíamos preguntado varias veces y que varias veces nos había dicho “no problem”. De todas formas, no insistimos mucho porque no nos apetecía montar un número e íbamos a estar al menos, un par de días allí, con el barco sin vigilancia y con un tipo así, todo puede pasar. Menudo personaje patético ese Charlie Tango.

 

Ese lugar de fondeo, aunque tiene cierto encanto, al ser el único sitio que se puede considerar turístico de la isla, tiene algún personaje de esos que se dedican a ver que es lo que pillan. Unos respetuosos y con el objetivo de ganarse la vida y otros como nuestro “amigo” Charlie. Hasta para tirar la basura había un señor que se ofrecía a llevársela. Curiosamente, en la explanada donde se la llevaba, habían varios contenedores tirados que los habría quitado de algún sitio para que no lo tuvieras fácil si se te ocurría tirarla a ti.

 

En San Vicente, hay buenos fondeaderos y con gente seguramente menos atosigadores que la que hay en Villa. Nosotros escogimos este fondeadero porque está en el sur de la isla y nuestro siguiente destino, Las Granadinas, estaban también hacia el sur, por lo que no nos interesaba subir mucho hacia el norte sólo para fondear. No obstante, si se navega por toda la costa caribeña de San Vicente,  (la atlántica, por estar a barlovento, no tiene buenos fondeaderos y no se suele navegar por ella), existen fondeaderos más solitarios que Young Island o el Blue Lagoon. Están muy bien Chateaubelair, Petit Bordel, Troumaka Bay, Cumberland Bay y Wallilabou Bay. La Bahía de Kingstown en cambio no parecía nada acogedora para veleros y sólo vimos en ella un catamarán el último día que estuvimos en San Vicente.

 

Después de que el tipejín nos dejara en el aeropuerto, nosotros solos cumplimentamos allí todos los papeleos de aduanas. Si el tipejín no nos hubiera llevado al aeropuerto, creemos que en Kingstown podríamos haber hecho todos los trámites, tanto de aduanas como inmigración. O sea, toda una ayuda. Nos cobraron 35 dólares del Caribe oriental (10,50 euros) como tasa de entrada. En el aeropuerto también cambiamos algunos euros por moneda local. Los Eastern Caribbean Dollars son la moneda local de San Vicente y las Granadinas aunque son también la moneda local del resto de pequeñas antillas que pertenecieron o pertenecen a Gran Bretaña excepto Barbados: Anguilla, Antigua y Barbuda, San Kitts-Nevis, Montserrat, Dominica, Santa Lucía y Granada. Así pues, nos ahorrarían cambiar monedas en el futuro.

 

Después, nos dirigimos a Kingstown para tramitar los papeleos de inmigración. Para ir allí cogimos un “bus” local. Este medio de transporte es bastante sencillo. Hay cientos de pequeñas furgonetas que van y vienen por la única carretera que casi bordea toda la isla (el tramo norte no está enlazado porque quedó sepultado por el volcán en 1979). Cuando pasan, les llamas y te subes. Normalmente incluso se paran ellos sin que les avises. Los precios están bastante estandarizados por determinados trayectos aunque siempre está el listillo que quiere sacarse un dólar EC de más. Al principio lo consigue, pero cuando sabes la tarifa ya no caes. Aunque casi todos son muy honestos. Los inconvenientes de este medio de transporte son que el conductor y el que abre la puerta y cobra, quieren aprovechar el viaje al máximo y revientan de gente la furgoneta. El segundo inconveniente es que cuando hay dos furgonetas seguidas, la primera se va quedando con todos los clientes hasta que tiene la furgoneta repleta y la segunda, como quiere ganarse esa privilegiada posición, intenta adelantar como sea a la primera y normalmente lo consigue cuando la furgoneta adelantada apea o sube a un pasajero. Pero esta nueva posición no dura mucho ya que inmediatamente suele subir o bajarse un pasajero. Podéis imaginaros los adelantamientos continuos a veces al límite en la estrecha carretera.

 

En Kingstown fuimos a inmigración y sellamos bastante rápido nuestros pasaportes. Lo poco que esperamos nos distrajimos fijándonos en la camiseta de un local que llevaba una camiseta de la conocidísima selección española de… polo.

 

Ya como turistas legales, dimos una vuelta por la ciudad. Habían muchas paraditas de todo: fruta y verdura, dulces, CD’s tanto de música como de películas, collarcitos, bebidas, etc. Quisimos acercarnos al borde del mar para ver si era posible fondear en Kingstown como habíamos pensado originalmente y entonces nos pilló el pesado de turno que parecía esta vez, un poco taradito. Estábamos cansados de la travesía, de dormir poco y no estuvimos hábiles en escabullirnos. Mientras pensábamos como darle esquinazo, el calor y el plantón encima del asfalto intentando entender las absurdeces que decía mellaron nuestras escasas fuerzas. Entre otras cosas nos preguntó si fumábamos y cuando le dijimos que no, el contestó inmediatamente que él tampoco. Eso nos pasó varias veces en San Vicente. Siempre nos preguntaban si fumábamos y cuando decíamos que no, decían que ellos tampoco fumaban. Al parecer es bastante popular la marihuana por aquí. Al cabo de un ratito pensando como escabullirnos, un conocido del pesado al que parecía que éste le había ido a comprar lotería, nos dio la oportunidad y nos largamos, mientras el pesado nos pedía que le esperáramos. Estábamos al borde del desmayo. Fuimos a comer a un sitio de comida rápida que como en Barbados, son muy populares y parecía que era la única forma de comer sentados excepto un par de restaurantes que vimos que estaban bastante vacíos y en los que sus pocos ocupantes eran turistas. La bebida fresca nos repuso y fuimos a visitar un poco más la capital que sólo tiene treinta mil habitantes y tres calles largas paralelas. Paseamos por la zona del Little Tokyo Fish Marquet. Ese gran mercado ha sido financiado íntegramente por Japón. Nos levantó curiosidad que hacía Japón financiado un gran mercado de pescado en este pequeño país. Pensamos que puede ser porque ambos tienen algo en común. Ambos son países balleneros. Eso sí, a muy diferente escala. A San Vicente sólo le dejan pescar 3 ballenas al año y la pesca la realizan pescadores locales con pequeños botes y parece ser, que cada vez que se produce la pesca, es toda una celebración en la pequeña isla de Petit Nevis, que es en concreto, donde se materializa la captura.

 

Después pasamos por una oficina de turismo en la que obtuvimos algo de información interesante aunque nos ofrecieron para visitar ciertos lugares de senderismo, donde al parecer necesitas guía, una agencia que tenía unos precios bastante exagerados.

 

Ya en la calle nos encontramos con un rastafari local que se ofrecía para hacernos un tour con su coche. La idea era mucho mejor que lo que nos habían ofrecido en la oficina de turismo pero aún así, no nos convencía porque creíamos que podíamos ir donde él nos ofrecía con transporte público aunque nos apuntamos su número de teléfono por si cambiábamos de opinión.

 

Más tarde fuimos a un supermercado. Aquí afortunadamente, las cosas cambiaron un poco respecto a Barbados. Los productos que eran importados aún tenían precios más elevados que en España pero eran inferiores que en Barbados. Sin embargo, los productos agrícolas tenían precios mucho más razonables. San Vicente es un país que trabaja el campo y se nota. Los precios en los mercados, como luego comprobaríamos, no variaban mucho de los supermercados aunque si existía mucha más variedad.

 

Tras las compras, visitamos la St George’s Cathedral, una antigua iglesia anglicana de estilo georgiano muy discreta. En ella nos recibió un señor y nos explicó algunas cosas del interior. Como todavía eran fechas navideñas, tenían en la iglesia un nacimiento. Cuando el señor vio a Dani que le quería hacer una foto a Sandra con el nacimiento, le dio a Sandra el enorme niño Jesús para que lo sostuviera estropeando un poco la foto. Luego este señor nos hizo firmar en el libro de visitas y al lado, había la típica petición para que la gente dejara propinas. Así lo hicimos dado que el señor había estado tan solícito.

 

Luego fuimos a Sant Mary’s Cathedral, una catedral católica construida a los largo del siglo XIX y que combinaba varios estilos arquitectónicos. Resultaba curioso contemplar la mezcla de torreones, campanarios, arcos, almenas y agujas. Dentro no había nadie y era muy sencilla. También contaba con un nacimiento.

 

A la salida, y como ya estaba atardeciendo, cogimos un bus de vuelta para Young Island y para nuestro barquito.

 

El día de Reyes nos levantamos con intención de visitar la costa oeste de la isla en un bus local. Cogimos a La Poderosa para desembarcar. El trayecto era de dos minutos porque la boya donde estamos agarrados estaba cerquísima de la costa, en unos tres metros de sonda. En el pequeño muelle de auxiliares, nos ocurrió la historia de la basura que antes hemos comentado. Un señor nos la recogió y nos pidió dinero. Era molesto que nos cobraran por tirar la basura.

 

Cogimos un bus a Kingstown y de allí otro a Chateaubelair, aunque seguramente podríamos haber ido en el mismo. Chateaubelair era el punto más al norte donde llegan los buses por la carretera del oeste. El trayecto duró más de una hora y nos cobraron sólo 12 EC$, unos 4 €. El viaje fue muy entretenido aunque el único inconveniente eran los cristales tintados de la furgoneta y lo apretujados que íbamos con nuestros compañeros de viaje. Aún así, pudimos contemplar las preciosas bahías y las calas de arena negra cubiertas de verde vegetación por todos lados.

 

En San Vicente estaban muy orgullosos de la utilización de varias bahías y de la pequeña fortaleza existente cerca de Kingstown como lugares de rodaje de la película de Piratas del Caribe. Parece que sea la principal atracción turística de la isla. En el mapa turístico existía incluso un icono especial donde te iban señalando los cuatro lugares de la isla donde se rodaron imágenes para la película. La gente también te comenta que visites determinado sitio sólo porque allí se hizo la película. Nosotros hemos visto la primera de la saga y no nos gusta. Nos pareció muy mala.

 

Llegamos por fin a Chateaubelair. No tenía nada en concreto que ver excepto la preciosa bahía. El principal motivo del viaje no obstante había sido hacer el trayecto en el bus hasta dicho lugar. Bajamos a la playa de arena negra. Tenía su encanto porque como el resto de la isla, no tenía ninguna explotación turística y las casas que la rodeaban, eran las casas del pueblo, ni hoteles ni apartamentos. No parecía que allí estuviera más valorado el estar al lado del mar. Era curioso observar que la gente local tampoco iba masivamente a la playa y éstas, solían estar desiertas.

 

En la playa, nos paramos a comer una manzana y algo de agua y ya continuando el paseo por la playa, de golpe, vimos a lo lejos que un bicho enorme, que parecía una iguana, cruzando la playa a toda velocidad para luego meterse en el agua. Siguiéndole los pasos aparecieron varios hombres corriendo que se metieron en el agua detrás de ella. Nos aproximamos. Estaban como desesperados buscando bajo el agua. Se nos aproximó uno y le preguntamos sobre lo que estaba pasando y nos comentó que una iguana de la montaña, que al parecer son muy habituales, se había aventurado en el pueblo y sus amigos la querían cazar para comérsela. Este chico se quedó charlando con nosotros y nos comentó que estaba allí por Navidades y que vivía en Nueva York, en Brooklin desde hacía 17 años.

 

Sus compañeros seguían buscando la iguana. A veces, ella aparecía nadando en la superficie y ellos se dirigían hacia allí nadando o corriendo pero normalmente la iguana no se veía y los hombre buscaban al animal por el fondo, cerca de la playa. Al final, uno de los hombres la cazó. Como se nos veía muy curiosos, se notó que el hombre se acercó adrede con la iguana en su manos todo orgulloso de su hazaña y para que presenciáramos a la iguana. Y en cuanto sacamos la cámara, posó sin que se lo pidiéramos con su captura. Días más tarde, leyendo una guía, nos enteramos de que la iguana es una especie protegida.

 

Tras una pequeño paseo, preguntamos a un bus si continuaba mucho más allá de Chateaubelair porque los veíamos pasar, pero nos comentó que no, que sólo iban un poco más allá, a un par de minutos de coche. De todas formas, se ofreció a llevarnos hasta allí y luego no nos cobró nada. A partir de ahí caminamos un rato. Queríamos llegar a Richmond Beach. De camino pasamos por delante de un bar y allí un borracho pesado y algo tarado, nos intentó enganchar pero no le hicimos mucho caso y un lugareño lo separó viendo que su vecino estaba un poquito bebido. Además, nos indicó muy amablemente que Richmond Beach no estaba muy lejos así que continuamos paseando. A partir de ahí, el camino se apartó del pueblo y la vegetación se hizo aún más impresionante, palmeras, paredes cubiertas de enredaderas, lianas, plantas colgantes… Pasamos por una zona de minúsculos huertos y plataneras sin que la rodeara ninguna valla. Era una zona sin ninguna casa, con vegetación, algún huerto y una estrecha carretera de asfalto en el que apenas vimos dos coches pasar. Al poco rato vimos al borracho de antes caminando hacia nosotros. Se nos iba acercando. Llevaba ropa desarrapada y unas grandes botas de agua verdes para meterse por la selva. No debía de estar muy bien de la cabeza porque cuando pasó un coche por su lado, se puso a chillarle sin ningún motivo. Poco a poco nos ganó terreno porque se veía que quería alcanzarnos y cuando por fin nos alcanzó se nos empezó a enrollar. Le dimos largas con la excusa de que no entendíamos nada y de esta forma, no nos molestó mucho y siguió su camino por delante nuestro. Al verle la espalda observamos que tenía un cuchillo enorme saliendo por detrás del pantalón. Caminamos más tranquilos por el lugar y llegamos a Richmond Beach que eran sólo cuatro casas. Entre ellas un bar y en la puerta, vimos de nuevo a nuestro “amigo” del cuchillo que nos volvió a decir cosas desde la puerta. El tío iba de bar en bar. Fuimos a la playa que resultó ser muy larga de arena negra a la vez que tenía cierto encanto por ser totalmente selvática y abandonada. Allí finalizaba la pequeña carretera asfaltada y continuaba un pequeño camino de tierra que finalizaba en una rambla muy ancha donde bajaba agua. La zona era muy verde y allí vimos por primera vez a un colibrí. Que maravilla. Era de color negro azulado y muy pequeño. Tenía unas alas minúsculas que batía a una velocidad increíble. Para comer, iba metiendo la cabeza en las flores y sus movimientos en el aire parecían más los de un insecto que los de un pájaro. También nos entretuvimos viendo la gran cantidad de lagartos que había. Entonces se puso a llover y decidimos regresar pero no por ese motivo ya que sabíamos que la lluvia no duraría, sino porque ya nos habíamos hecho un poco idea de cómo era la zona. Paramos en la playa y comimos los bocadillos que llevábamos sentados en un gran tronco de árbol que la marea había dejado sobre la playa.

 

Ya de vuelta, vimos una desviación en la carretera con una indicación que señalizaba cómo ir a las Dark View Falls. Nos habían dicho en la Oficina de Información que para ir se necesitaba transporte privado pero decidimos caminar hacia allí, aún sin la esperanza de alcanzarlas, ya que teníamos todavía  un par de horas de luz y de paso, aprovechábamos un poco y veíamos la vegetación. Caminamos por un camino rodeado de selvática vegetación y de repente vimos a lo lejos un animal que parecía un mamífero, bastante grande de tamaño, como un perro pequeño, pero más plano y de un color gris oscuro. La cola era larga, gorda y tenía pelo del mismo color que el cuerpo. Ignoramos que podía ser porque la distancia no nos ayudó a distinguir mucho más. Cuando nos acercamos se metió entre la vegetación. Continuamos por el camino y al poco apareció en su lado un largo tubo que transportaba agua, seguramente para generar electricidad en algún sitio porque el tubo era de una compañía eléctrica. Lo gracioso era como se había construido el tubo que debía ser muy antiguo ya que parecía un barril, de madera y con abrazaderas de metal que cerraban las piezas de madera. En ocasiones, entre las piezas se escabullía el agua a mucha presión. Las paredes que rodeaban el camino por un lado estaban totalmente cubiertas de enredaderas y vegetación y de repente vimos aparecer en el camino una pequeña infraestructura turística que indicaba que habíamos llegado a la cascada. Debía estar muy cerca. La infraestructura contaba con bar y una tienda, estaba hecha de madera y parecía que se había construido hacía bastante poco tiempo aunque todo estaba cerrado y sin visos de abrirse. Los servicios sí que estaban abiertos. Continuamos buscando la cascada y muy cerca de allí vimos un puente colgante parecido a los tibetanos pero a diferencia de ellos, en este la base en vez de madera era de bambú. Los bambús no parecían en muy buen estado y en cualquier momento podían partirse por lo que al pasar, repartíamos el peso pisando en varios bambús. De esta forma, el cruce del río era seguro y de todas formas, como mucho, si se partía un bambú, únicamente se te podía colar una pierna. Tras pasar el puente, oímos agua caer. Para nuestra sorpresa habíamos llegado a la cascada cuando no esperábamos inicialmente llegar. Y de repente la vimos. Era bastante alta. Tendría unos 20 metros y el agua caía con fuerza. Rodeaba toda la cascada una frondosísima y exótica vegetación. Había una pareja local con un niño pequeño que se estaban bañando un poco más lejos de donde caía el agua. Nosotros nos metimos en el agua enseguida y como en la poza donde caía el agua de la cascada se hacía pie y el agua sólo llegaba un poco más de la rodilla, nos aproximamos a la cascada y nos intentamos meter lo más dentro posible. No obstante, sólo nos pudimos meter un poco porque el agua caía con tal fuerza que hacía daño. Íbamos con cuidado al caminar tanteando el suelo de la poza porque el agua cayendo no dejaba ver el fondo y no sabíamos si había algún agujero. No obstante, Sandra se confió un momento y metió un pié en uno. El problema es que ella iba con chanclas y al meterse en el agujero se le quedó dentro. Dani la buscó mediante el tacto metiendo su pierna en el agujero y la encontró muy enganchada entre las rocas en el fondo. Sandra con la caída se había raspado un poco la pierna y el tobillo pero nada sin importancia.

 

Después del bañito decidimos seguir explorando el lugar y la pareja nos comentó que más arriba se podía ver la catarata por encima y además, había otra. Subimos por unas escaleras que subían más allá y encontramos la segunda cascada, que era un poco más baja. También se veía el comienzo de la cascada donde antes nos habíamos bañado aunque no nos aproximamos demasiado no nos fuéramos a caer por ahí.

 

Tras el baño en la cascada y viendo que se hacía ya de noche, volvimos hacia Chateaubelair. En el camino vimos que de la selva, de vez en cuando, salían hombres con botas de agua verdes muy altas y unos machetes enormes. Estábamos muy intrigados por saber de dónde venían y que hacían en la espesura. Entonces Dani se acercó a uno.

 

-¿Qué es lo que hacen en la selva?¿Recogen frutos?¿Cocos?¿Mangos?- Preguntó con ingenuidad.

 

-Plantamos marihuana- le respondió con total naturalidad el “agricultor” y le enseñó una bola enorme de marihuana que acababa de sacar del bolsillo.

 

Dani sorprendido por la naturalidad de la contestación pregunto de nuevo.

 

-¿Es ilegal la marihuana en San Vicente?-

 

-Sí. Sí que lo es.-

 

Inmediatamente de la carretera salía un sendero hacia la derecha y el hombre se despidió sonriente. Nos comentó que él se iba por allí al pueblo porque si no la policía le podía parar y quedarse con su mercancía. Nos despedimos y seguimos caminando por la carretera que era un camino más corto. Nos sorprendió la cantidad de gente que iba con botas de plástico y machete. De todas formas, era normal que se cultivara mucho porque habíamos observado que en la isla se fumaba también mucho, incluso veías fumar por la calle.

 

Más adelante nos costó adelantar a una señora que llevaba varias cabras. Cuando la queríamos adelantar por la izquierda las cabras se iban a la izquierda y cuando nos íbamos por la derecha, las cabras se iban a la derecha. Ya en el pueblo, llegamos a la explanada donde los buses daban media vuelta y retornaban a Kingstown. Había ya un bus descargando y cargando pasajeros y en él nos subimos. Cuando llegamos a Kingstown ya era de noche y sólo nos entretuvimos un rato comprando cosas en un supermercado antes de irnos en otro bus hasta donde teníamos el barco.

 

El 7 de enero queremos ir a Kingstown para, desde allí, ir Fort Charlotte que está muy cerca. Un fuerte de 1805.

 

Al llegar a la ciudad nos engancha un mendigo. Para escabullirnos utilizamos la táctica que no hablamos inglés y que no comprendíamos, pero el tipo hablaba un poquitín castellano y se nos hundió la estrategia. Nos pidió 5 EC$ para comer y como nos sabía mal porque el pobre hombre era cojo y mucho no puede hacer para ganarse la vida, le dimos 3 EC$, un euro. El hombre, agradecido, nos regaló dos mangos que tenía y se ofreció para acompañarnos a un grifo que había cercanos para lavarlos. Nosotros tampoco nos podíamos pasar todo el día allí pero insistió. Tras lavar los mangos, nos despedimos por fin.

 

Subimos hasta Fort Charlotte en bus. La ventaja de los buses locales es que aunque el destino no esté exactamente en la ruta habitual, se desvían si pasan cerca. Así que no tuvimos que caminar nada. Como si fuera un taxi pero con precio de transporte público.

 

El fuerte no era nada espectacular si lo comparamos con los que existen en España por ejemplo. Lo mejor, eran las vistas de la bahía de Kingstown y de las islas cercanas.

 

Un señor vendía allí bebidas frescas que guardaba en una nevera portátil y como hacía mucho calor, pedimos una botellita de cristal de Coca-cola que contenía medio litro. Acostumbrados a los ridículos 20 cl. que ponen a veces, esa era una cantidad mucho más razonable. Y lo mejor es que sólo nos costó un euro.

 

Para volver y como no pasaba ningún bus y era todo bajada, hicimos todo el camino a pie en un agradable paseo.

 

Ya en Kingstown visitamos por dentro el Little Tokio Fish Market y vimos que principalmente, sólo tenían atún. Quizá fuera este el interés de los japoneses en el pequeño país.

 

Al salir fuímos a comer a un sitio de comida rápida y luego fuímos a comprar al bastante grande Central Market donde la gente de la isla lleva sus cosechas para vender. Compramos una piña (2,10€), naranjas (10 por 2,29 €), 2 aguacates (1,80 €), 1 kg de tomates (3 €), 8 limones enormes (1,20 €), 10 o más plátanos (0,60 €), 2 bolsitas de judías (3,50 €), un coco (0,60 €) y una bolsa de cebollas (3€). Relativamente baratito y la gente muy agradable.

 

Tras la compra en el mercado, vimos una tienda que tenían muchas banderas y aprovechamos para comprar alguna que nos serviría en el futuro de bandera de cortesía. La idea inicial eran hacerlas nosotros pero Sandra había hecho la de San Vicente y al no tener máquina de coser, tardó bastante con que hacerlas todas sería mucha faena. Sobretodo, algunas banderas del Caribe que son un poco rococó, con estrellitas, pajarillos, señoras… Así que, aprovechando que las banderas de esa tienda valían más o menos como en España, un poco menos de 6 €, (muchísimo menos que en Barbados), compramos de España, Francia, Dominica y Granada. Estas banderas parecían muy débiles y no creíamos que aguantaran mucho pero esperábamos que aguantaran algo si las reforzábamos un poco.

 

El señor de la tienda nos preguntó si hacíamos colección de banderas y cuando le dijimos para qué las queríamos, nos preguntó de dónde veníamos y entonces se quedó alucinado.

 

-¿Desde tan lejos?

 

-Si.

 

-¿Con vuestro propio barco?

 

-Si.

 

-¿Y vosotros dos solos?

 

-Si.

 

De allí volvimos al barco y tras descargar las compras, cogimos La Poderosa para visitar Duvernette Island que era una pequeña isla muy pronunciada que se encuentra al lado de Young Island. Estaba cerquísima de donde teníamos al Piropo amarrado. Tenía un pequeñísimo embarcadero y unas escaleras que te llevaban subiendo por la pared hasta la parte superior donde existía una minúscula fortaleza con unos cañones. Lo más curioso era que en la pequeña isla no había nadie y que las vistas eran muy bonitas.

 

La isla de Young Island es más grande pero no se puede visitar porque en ella hay uno de los pocos hoteles de lujo para turistas de la isla. Tiene una pequeña playa de arena blanca y el hotel se compone de pequeñas cabañas aisladas que se desperdigan por la isla. Parece ser que principalmente vienen personas en luna de miel con muchas ganas de gastarse el dinero porque al parecer, las estancias son carísimas.

 

Bajando de la isla por las escaleras vimos a una pareja que en otro pequeño dinghy se aproximaba también a la isla, pero al llegar al embarcadero la chica no se atrevió a bajar y convenció al chico de no hacerlo. Las olas le debieron parecer demasiado fuertes. La realidad es que había algo de ola pero nada exagerado y el auxiliar, bien atado, no daba ni un solo golpe.

 

Al llegar de nuevo al barco unos chicos nos pidieron poder subirse al barco para poder tirarse desde la proa al agua. Como era sábado la playa estaba algo concurrida a diferencia de los días de diario que no había nadie. Nosotros también nos bañamos al lado del barco.

 

Después del baño cogimos los ordenadores y nos fuimos a un bar cercano que al parecer tenían wifi. Tomamos unas coca-colas pero no pudimos ver nada en Internet y no sabemos por qué, aunque Dani sí que pudo descargarse un par de mensajes del Outlook a una velocidad lentísima. Cuando acabamos nuestras bebidas nos fuimos. Que fracaso. Aunque a Dani aún le quedaban por descargar cientos de mensajes, la mayoría spam.

 

Al día siguiente teníamos previsto una excursión a La Soufrière, el volcán de San Vicente que erupcionó por última vez en 1979.

 

La organización de esta excursión trajo cola. Cuando Charlie Tango nos llevó al aeropuerto el primer día, nos dio una tarjeta suya que ofrecía, entre otros servicios, los de taxi. Le preguntamos por curiosidad el precio de ir hasta el volcán y nos dijo que 150 supusimos que EC$. Luego preguntamos en la oficina de turismo y nos dijeron que 140 dólares americanos por los dos con comida incluida. Esta oferta la descartamos directamente porque nos pareció una barbaridad. Así que viendo los precios y habiendo leído en nuestra “maravillosa” guía y escuchado en mucha gente que era imposible subir al volcán sin guía, descartamos el subir. Más tarde, Charlie Tango dijo que otras dos personas de un barco querían subir también al volcán y que entonces se repartía el precio del taxi entre dos, 75 dólares, seguimos suponiendo que EC. Aunque no nos hacía mucha gracia ir con el tipejo ese, vimos una oportunidad económica y le dijimos que sí.

 

Y ahí estábamos, a las siete de la mañana en el embarcadero dispuestos a hacer la caminata. Enseguida aparecieron los otros dos chicos. Eran un chico y una chica norteamericanos que trabajaban él como capitán y ella no lo sabemos, en un velero precioso que pertenecía a un norteamericano que de vez en cuando, descansaba en su velero situado en el Caribe. El velero era antiguo, enorme y muy, muy bonito. No como esos megayates horteros que parecen apartamentos. Nos subimos a la furgoneta y bordeamos la costa este en dirección hacia el norte.

 

Tras un trayecto de una hora, vimos en la carretera una desviación a La Soufrière. De allí, había un trecho de carretera asfaltada en fatal estado. Finalmente, llegamos a un pequeño refugio desde donde comenzaba la caminata al volcán. Aparte de los dos americanos, venía en la excursión un chico local que debía ser amigo del hijo de Charlie Tango que era el conductor y que nos había llevado hasta allí. En el refugio nos esperaba un guía. Empezamos la agradable caminata y fue muy curiosa porque la vegetación era muy diferente a todo lo que habíamos visto en nuestras excursiones anteriores en cualquier lugar. Se notaba que era una zona tropical. Por ejemplo, era curioso ver la abundancia de enormes bambús. A mitad subida, el chico local, cansado de sus botas que parecían bastante nuevas, se las quitó y se puso a caminar descalzo. Dolía sólo verlo. Tras varias paradas de descanso, llegamos al enorme cráter que aún tenía algo de actividad porque se veía una pequeña fumarola. El resto del cráter tenía las paredes verdes porque la vegetación aparecía en cualquier lugar. Hacía bastante frío debido al fuerte viento. El norteamericano abrió entonces su mochila y sacó un enorme fruto. Parecía una sandía pero tenía una textura de piel de cítrico. Nos comentó que era una grape fruit o algo así. Sacó su navaja y la cortó y vimos que la piel era enorme. Como mínimo tenía tres dedos de espesor. Al menos, no le había pesado mucho el llevar esa enorme fruta hasta allí. Nosotros compartimos las manzanas que llevábamos.

 

La bajada fue rápida y a las 12.00 de la mañana ya estábamos de regreso. La verdad es que la excursión fue mucho más corta de lo esperado, y sin lugar a dudas, se podía realizar por cuenta de uno. Lo mejor de todo es que Sandra no se había resentido de sus molestias de Canarias. No lo habíamos podido probar hasta ahora.

 

A continuación, el hijo de Charlie Tango nos llevó a un sitio de comida local. Era un pequeño bar de carretera donde no se veía comida en ningún lugar excepto debajo del mostrador de tablas donde tras un pequeño cristal traslucido, se veían unos trozos de pollo rebozado y unos pequeños bollos fritos. No había más para elegir. Era comida única pero eso sí, el pollo estaba buenísimo. El norteamericano nos señaló con una sonrisa un cuadro que había encima de la puerta de entrada y en el que todavía no nos habíamos fijado. Era un retrato de Bin Laden. La verdad es que nos extraño la situación. No se suelen ver cuadros de Bin Laden en bares de carretera.

 

Continuamos el viaje de vuelta y cuando pasamos por delante de las obras del futuro aeropuerto internacional el conductor nos empezó a hablar de él, de cuánto había costado, que San Vicente era junto con Dominica, los únicos estados de las pequeñas antillas que no contaban con aeropuerto internacional, que en San Vicente harían turismo de calidad sin grandes resorts… etc. A Dani le extrañó que una obra de esa envergadura la pudiera pagar el propio país y le preguntó si tenían ayudas internacionales para financiar la obra. El conductor le contestó que sí, que les habían ayudado seis países y entonces Dani le preguntó cuáles y surgió la curiosidad, los países patrocinadores eran Irán, Venezuela, Cuba, Libia (cuando todavía estaba Gadafi), Trinidad y Tobago y Qatar. Curiosos socios internacionales. Supusimos que el país no debía ser muy pronorteamericano y entendimos el cuadro de Bin Laden visto anteriormente. El conductor estaba tan orgulloso de la obra que nos llevó con la furgoneta a una colina para que pudiéramos contemplar con todo su esplendor la que para él era la magnifica obra. La verdad es que no nos interesaba mucho ver un descampado sin nada más que ver y a los norteamericanos se les notaba que tampoco, pero era gracioso ver las esperanzas que creaba en el conductor la construcción del aeropuerto. Nosotros sin embargo pensamos que lo único que les aportará el aeropuerto será estropearles la isla. San Vicente nos ha encantado como está ahora, sin turismo, y Dominica, que también carece de aeropuerto internacional, es la isla de la que mejor nos han hablado todo el mundo. Por algo será.

 

Y al regreso apareció la sorpresa. Creíamos que sólo había que pagarle 75 dólares locales y nos pidió 75 dólares americanos. Una barbaridad porque al guía ya le dimos 10 dólares americanos cada pareja. Charlie Tango seguía robando sin descanso aunque esta vez, seguramente el error fue nuestro pero aún así, cobrar 150 dólares americanos por ese trayecto era desproporcionado. El disgusto fue grande pero intentamos olvidarlo pronto. La lástima es que vimos que por nuestra cuenta podríamos haber ido perfectamente. Pero a posteriori todo parece más fácil.

 

Luego sucedió una cosa un poco extraña que te hace pensar lo diferentes que somos. Mientras nos quedábamos un poco apartados pagando y discutiendo con el hijo de Charlie si eran dólares americanos o del Caribe, los norteamericanos se subieron a su zodiac y se fueron a su barco sin despedirse. Durante todo el día charlamos amigablemente e incluso nos parecieron muy simpáticos pero esa falta de despedida nos extraño mucho. Que raros eran. Por la tarde y al día siguiente pasaron cerca del Piropo con la zodiac y nos saludábamos en la distancia, pero ya no nos volvimos a hablar. Allá ellos, no pudimos intercambiar emails como queríamos así que no les podremos pasar las fotos y videos de la excursión.

 

Por la tarde estuvimos en el barco y vino nuestro amigo “Charlie”. El tío ni corto ni perezoso va y nos pide el dinero de esa noche cuando ya se lo había pagado por propia iniciativa por la mañana a su hijo. El hombre se disculpó diciendo que su hijo no le había dicho nada. Le comentamos que al día siguiente teníamos pensado irnos y nos preguntó si nos había gustado la isla. Le dijimos que mucho y que nos había gustado especialmente la gente. Íbamos a añadir que todos menos él, por supuesto, pero no lo consideramos apropiado. Entonces él va y nos suelta que como agradecimiento a que le habíamos dicho que la gente de San Vicente le había gustado mucho, nos dejaba el día siguiente a mitad de precio si nos queríamos quedar. Que caradura. Tenía boyas vacías y prefería cobrar 7,5 dólares americanos que nada. De todas formas, a nosotros esa oferta no nos vino mal porque así al día siguiente, haríamos las últimas compras en Kingstown más tranquilos y de paso, nos ahorrábamos algo.

 

Al día siguiente fuimos a Kingstown y encontramos un lugar con Internet que por menos de 2 euros podías estar 65 minutos. Estuvimos buscando en Internet precios de marinas para poder dejar el Piropo en la temporada de huracanes. Sólo nos valían marinas fuera de la zona de huracanes y nos habíamos hecho la idea de ir a Venezuela. No obstante, últimamente también vimos que Colombia podía ser más barato. Ya veríamos. Enviamos unos emails a varias marinas y a ver que nos contestaban.

 

Luego fuimos a comer. Esta vez compramos la comida a una señora que en una mesa en la calle, tenía grandes ollas de comida y te preparaba en una cajita un abundante plato por menos de dos euros que contenía arroz, carne, un poco de macarrones, tres rodajas de pepino, un trozo de plátano frito y un pequeño trozo de masa de harina con algo cocida que no pudimos distinguir muy bien. Estaba buenísimo. Buscamos un sitio cómodo en la calle y pedimos una bebida en otro puestito callejero. La comida nos salió por menos de dos euros y medio cada uno y fue bastante abundante. A la gente le hacía mucha gracia al ver dos blanquitos comiendo lo que suele comer la gente de allí y sonreían cuando nos veían. Uno nos dijo incluso “nice food” levantando el pulgar de la mano. Tampoco debía ser tan raro ¿no?

 

Después de la comida local, fuimos a comprar los últimos víveres y después regresamos al barco. Esa tarde Sandra se distrajo intentando arreglar el bimini aprovechando que había menos viento que en Barbados, que era un lugar imposible para hacerlo. Se adivinaba una faena muy laboriosa si queríamos que quedara fuerte. Mientras Dani, se fue a cargar dos depósitos portátiles de agua de 25 litros cada uno para tener agua de sobra ya que esa sólo la utilizamos para cocinar. Al llegar al muelle vio a un tipo que le dijo que él se la proporcionaba y que no le cobraba nada. A continuación le ofreció marihuana y como Dani no quiso, más tarde le pidió unos tres euros. Que seriedad.

 

Y así finalizó nuestra estancia en San Vicente. Una isla muy recomendable a pesar de Charlie Tango y en menor medida del último tipejo del agua y del tipo de la basura. En su mayoría, la gente de San Vicente nos pareció amabilísima y muy simpática y, excepto en dos ocasiones en el bus, no encontramos a los típicos que te querían cobrar de más por verte extranjero. Quizá sus playas no sean las típicas de las postales, pero sin embargo, son casi vírgenes y rodeadas de vegetación. Los derroteros dicen que la isla de San Vicente suele saltarse por los barcos por falta de atractivo buscando otros destinos pero nosotros nos alegramos mucho de haberla visto y consideramos que es una pena saltársela si se está por aquí.

 

Nuestro siguiente destino es Bequia (al parecer se pronuncia Bek-way). Es la primera isla de las Granadinas que dependen en su mayor parte de San Vicente por lo que no nos tocará hacer más papeleos por ahora. Las Granadinas son, por lo que hemos leído, las islas más bonitas del Caribe. Ya os contaremos si eso es cierto.

 

Un saludo.

 

 

   
 
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

 

 

5 comentarios a “SAN VICENTE: Travesía de Barbados a San Vicente y días de estancia en esta isla. Del 4 al 8 de enero de 2012.”

  • Con ritmo de habanera:
    Daniel y Sandra / Sandra y Daniel / se fueron juntos / a recorrer / con un barquito / de vela y sed /   de meter caña / a un solo rumbo / y el mundo ver.
    Daniel y Sandra / Sandra y Daniel / se fueron juntos / a recorrer / el mundo entero / surcando el mar / surcando el mar / sue fueron juntos / Sandra y Daniel.
    Los trópicos fueron / su gran ilusión / y allá se marcharon / entre el mar y el sol / en veinte días cruzarán el mar / y en las Barbados / y en las Barbados / descansarán.

  • Llevo 30 años navegando desde que soy una enana con mis padres. Soy biologa y cardiologa e independientemente de esto creo que he viajado y navegado lo suficiente como para poder deciros que cojáis el primer avión que encontreis para casa. Primero: no sabéis navegar, jamás en una guardia os podeis ir a dormir tan guachis y panchos, no, sois un peligro, no para vosotros que evidentemente no superareis las adversidades sino para el que pase cerca.
    Si el cruce de ida os ha sido relajao pero el modo de atangonar ya os ha supuesto peligro no os quiero imaginar a la vuelta. Nenes ¿sabéis lo que es la vuelta? la ida es solo dejarse ir aunque llueva. La vuelta… joder lo que os queda que pasar
     
    Por otro lado, para querer conocer mundo hay que saber adaptarse. Vosotros, que vais cortitos economicamente bien os viene una cura de humildad, y eso se aprende con todos esos viajeros del mundo, que tengan más o menos están ahí. Se os lee y a todos los mirais por encima del hombro y recortais para comer carne ¡¡¡¡¡no os queda nada que pasar!! cuanto os perdeis al no abriros de tu a tu a esa gente que lleva años viajando por el mundo y que seguro seguro os superan en estatus social (por más que escribais de guachis)
     
    Aprended a navegar, aprender a convivir,  y sobretodo, no volvaís con  ese desconocimiento de la mar, que sois un peligro para el resto
     
    Por cierto, como este mensaje lo borrarán ya que aquí solo tiene cabida lo que molais, lo voy a publicar junto al post y al resto de comentarios en diversos foros. Evidentemente hablaré de la censura si la hay, sea como sea  y si vuestros padres me leen, por favor, hacedles volver en avión, corren serio peligro

  • precioso todo cariño , pero tu mas massss jajajaja , me dan ganas de irme para alli, un besazo enorme para los dos.

  • Buenas tardes:
    No os figuráis como disfruto viajando através de vosotros, así que no os  demoréis mucho en subir un nuevo capítulo.
    Con respecto a lo de dejar el barco en la época de huracanes, os voy a pasar las  paginas del Cap III y el Bahía las Islas para que les echéis una ojeada y os pongáis en contacto con ellos para que os recomienden algún lugar, si es que lo consideráis oportuno. Tanto Kaia, del Bahía, como Jose y Virgi, de Cap III, son personas encantadoras y que llevan tiempo navegando por esas aguas y dejan los barcos en marinas resguardadas para regresar a españa o viajar por el continente algún tiempo.
    http://www.bahialasislas.es/
    http://www.capstres.com/
    El bahía en estos momentos debe de andar por Barbados y el Cap's está haciendo los preparativos para el cruce del canal. Espero que os sea de utilidad.
    Un abrazo y seguir pasándolo bien.
    Ramón
     

  • Diafrutar mucho , no hace falta que lo diga porque veo que ya lo haceis , me alegro un monton ,veo que tu rodilla esta mucho mejor , porque  que ya subes montañas con Dani , un besote grande. Las fotos como siempre me encantan.