Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

INDONESIA IV. BALI. Del 26 al 30 de octubre de 2015.

   

    Habíamos decidido ir a la isla de Bali unos días como unos viajeros normales, sin el Piropo. No tenía mucho sentido hacer millas en una dirección para después tener que desandarlas en la otra. Además, en Bali, tampoco podríamos dormir mucho en el barco si estábamos visitando la isla. Así pues, dejamos el barco bien amarrado a la boya de la diminuta marina en la que estábamos en Lombok. Para quedarnos algo más tranquilos, pasamos una segunda amarra. Era un poco absurdo porque normalmente las boyas, si se rompían, lo hacían más por abajo, pero así nos engañábamos un poco. De todas formas, esa boya parecía estar en muy buen estado y no parecía que en ella fuéramos a repetir nuestra mala experiencia de Vanuatu, que aún teníamos muy presente. Con el barco a buen cobijo, salimos y llegamos a la carretera. Era pronto y la gente comenzaba a moverse iniciando sus días. Empezamos a mirar de lado a lado buscando ver un bemo, las diminutas furgonetas locales que transportaban pasajeros, pero no obtuvimos resultado positivo. Esa no era todavía la carretera principal y por allí no pasaban muchos de estos transportes. Caminamos hacia la otra carretera, aunque estaba aún muy lejos, y al poco paró un taxi a nuestro lado que se ofreció a llevarnos. Iba a recoger a unos clientes en Mataram, así que para aprovechar el viaje nos llevaba por muy poco dinero: 6 euros los dos. Nos subimos.

    El trayecto fue muy desagradable. El taxista iba a toda velocidad y adelantaba sin ningún criterio arriesgando demasiado. No entendíamos cómo podía ir así. Además, nuestra falta de costumbre de ir en coche, nos hacía ser mucho más sensibles a la velocidad. Ya en Mataram, bajamos aliviados del taxi y nos subimos a un bemo que nos llevaría a Lambar, el puerto desde el que cogeríamos el ferry a Bali. El precio de este bemo sí que tuvimos que regatearlo un poco y salió por 20.000 rupias por persona (unos 1,5 euros).

    Llegamos al puerto de Lambar y compramos los billetes del barco a Bali (3 euros por persona, precio oficial sin regateos). Era la opción más económica para llegar a Bali. En el norte de Lombok había la posibilidad de coger otro tipo de barcos que estaban destinados a los extranjeros y que iban a las turísticas islas llamadas Gilis, pero además de valer 10 veces más, es decir 30 euros, te perdías la experiencia de ir en un medio de transporte realmente utilizado por la gente local.

    Antes de que el barco partiera, muchos vendedores ambulantes subían al barco vendiendo diferentes bebidas y alimentos ya que el viaje hasta Bali duraba 4 horas. Compramos unos cucuruchos de papel, que en su interior tenían arroz con pollo. Estaba muy rico pero era picantísimo. Valía menos de 1 euro cada uno y con eso ya comías, aunque nosotros nos los estábamos comiendo para almorzar.

    Nos instalamos en el exterior del barco para ver mejor el paisaje, pero Sandra tuvo que cambiar de sitio en algún que otro momento porque la gente se ponía a fumar al lado. Los indonesios fumaban muchísimo y Sandra, en la medida de lo posible, intentaba inhalar el menor humo posible estando como estaba embarazada.

    Durante la travesía pudimos ver las Gilis del sur de Lombok, menos conocidas turísticamente que las Gilis del norte. También observamos las fortísimas corrientes que se producían en el estrecho entre Lombok y Bali. Pero lo que más nos sorprendió fue el densísimo tráfico de enormes mercantes que utilizaban precisamente ese canal para ir de Australia al Sudeste Asiático. Ya llegando a Bali, vimos su cosa rocosa del norte. Finalmente, llegamos a la bahía de Padang. En su puerto había mucho ambiente turístico porque los turistas que visitan Bali, que son muchísimos, solían visitar también las pequeñas islas Gilis que están al norte de Lombok y los barcos salían de allí. Las barcas que hacían el trayecto eran, algunas ellas, potentísimas, con nueve motores fueraborda de 300 caballos. Los turistas que iban en ellas aparentaban muchas ganas de fiesta, si atendíamos a la música atronadora que salía de las barcas, las pintas de los turistas -sin camisetas ellos y en bikini ellas-, embadurnados de crema solar y bailando muy entregados aunque fueran las doce de la mañana.

    Ya en tierra, en una ciudad tan dedicada a los turistas como era Padang, encontramos rápidamente una moto de alquiler baratísima: unas 50.000 rupias por día, unos 3 euros y poco. Además, aprovechamos la estancia en la ciudad para comernos unos mie goreng (unos fideos fritos con verduras) y unos zumos de mango naturales.

    Partimos luego hacia Ubud, un pueblo situado en el centro de Bali que era uno de los principales lugares turísticos de la isla. El trayecto nos llevó más de una hora, lo que se hizo pesado con un pequeño ciclomotor y por el denso tráfico que había. Aún así, disfrutamos viendo el paisaje lleno de templos y estatuas gigantes de dioses hindús. Había mucha gente por todos lados. Aquí empezamos a ver mucho cultivo de arroz, mucho más que en Lombok.

    Llegamos a Ubud y nos costó situarnos porque no había señales indicativas por ningún lado y nuestros mapas de la zona eran únicamente del centro de la ciudad. Todavía nos manejábamos a la antigua pero al día siguiente, viendo a otros turistas que miraban al móvil, miraban la calle y se ponían a caminar, se nos hizo la luz. En el tiempo que llevábamos en el barco la tecnología móvil había explotado y nosotros no nos habíamos enterado. Cuando salimos de España nadie (o muy pocos) tenían internet en el móvil. Cuando regresamos un año por el cáncer de Sandra, descubrimos que todo había cambiado y todo el mundo estaba obsesionado con el móvil y en especial, por el wathsapp. Nos llamó mucho la atención el cambio, pero a nosotros nos pareció poco interesante quizá también porque en aquellos momentos teníamos la mente en otro lado. Seguimos pues un poco desfasados tecnológicamente. Pero ahora, viendo a esos turistas, intuimos algunas posibilidades facilitadoras que ofrecía el móvil para viajar. En ese caso, descargarse en el aparato el mapa que te interesara cuando se tuviera internet y situarnos posteriormente en él con el GPS del propio teléfono. Era mucho más sencillo.

    Era ya tarde cuando llegamos a Ubud y no pudimos buscar mucho un hotel adecuado. Al primero que fuimos estaba todo ocupado, por lo que nos quedamos en el segundo, el Depa House. Era un poco caro para ser Indonesia y para lo que nosotros buscábamos habitualmente -250.000 rupias, 15 euros para los dos- pero tenía desayuno, agua caliente e internet. Lo mejor era su aspecto. Era un conjunto de casas tradicionales rehabilitadas y cada casita era una habitación. Como era habitual en este tipo de residencias, se construían con gruesas paredes de piedra tallada, tenían estatuas de piedra en la entrada, una puerta de colores y detalles dorados por todos lados muy al estilo balinés. Eran muy bonitas. Era como si estuvieras durmiendo en un templo hindú. El único problema fue que durante la madrugada, en una esquina del baño, nos vigilaba una cucaracha repulsiva y de buen tamaño. La vigilancia finalizaba cuando le daba por revolotear con sus asquerosas alas de un lado al otro del baño. Otro inconveniente fue que el vecino que daba al hostal tenía un gallinero y eso de que los gallos sólo cantan cuando sale el sol, no sabemos quién se lo ha inventado.

    Nos duchamos y arreglamos y salimos a cenar con el frescor del atardecer. La zona turística de Ubud, en la que estábamos, estaba destinada no a enseñar a los turistas lo que es en realidad Bali, sino a ofrecerles lo que ellos querían encontrar en esa isla. Así pues, muchas tiendas estaban relacionadas con el misticismo, con el yoga y con los productos orgánicos. En todos los restaurantes y cafés existía la posibilidad de comer un menú “orgánico”. Efectivamente, entre los visitantes se veían a mucho “hippies” con ropas perfectamente conjuntadas con lo que se espera de ellos. Si no te gustaba el tema orgánico, también había la posibilidad habitual de los sitios turísticos de comer pizzas, hamburguesas o, en algún lugar, la comida local. Nosotros, esa noche, optamos por comer local y comimos sate de pollo (los pinchitos con salsa de cacahuete) y cap cay (sopa de verdura, pollo y huevo). Además pedimos ensalada de aguacate y pollo. Luego, en otro sitio, nos tomamos un helado, que sí era “orgánico”, y ya nos fuimos a dormir.

    Por la mañana fuimos a comprar unas entradas para las danzas balinesas, un espectáculo que dicen es casi obligatorio ver si vas a Bali. Podían verse en muchos lugares y todos tenían el mismo precio: 70.000 rupias por persona, unos 4 euros y pico. Como había tanta oferta, optamos por comprar las entradas para el lugar que nos recomendaron en la oficina de turismo, las del Palacio Real de Ubud, ya que al parecer, el entorno del palacio hacía al baile más interesante.

    Luego fuimos al Templo de Goa Gaja, llamado también templo Cueva de Elefante. En la entrada tuvimos un momento un poquitín desagradable cuando unos vendedores de sarongs, una especie de pareos, nos atosigaron un poco diciéndonos que debíamos comprar obligatoriamente uno porque si no, no podríamos entrar en el templo. Les dimos un poco de largas y después vimos lo que nos imaginábamos, que en la entrada dejaban uno gratuitamente para taparte las piernas si hacía falta. Esta situación de los vendedores atosigadores se repitió en otros templos a los que fuimos, pero para entonces ya habíamos aprendido. El templo también se llamaba Cueva de Elefante porque lo más vistoso y especial del templo era una cueva, con una entrada totalmente esculpida en la roca, que se dedicaba al dios Gamesha, que tiene forma de elefante. El interior de la cueva olía a incienso que mareaba y casi no se podía ver del humo que había. El Goa Gaja nos gustó mucho y como llegamos muy pronto, no nos topamos demasiado con la marabunta de turistas. Además de los templos, tenía una zona de bosque para pasear y unas cascaditas.

    El siguiente templo que visitamos fue el Gunung Kawi. Este era un conjunto de varios templos en un entorno de terrazas de arroz y selva tropical. El lugar era muy hermoso pero había una cantidad enorme de escaleras y, poco en forma como estábamos, costó lo suyo la visita. Lo más destacado eran unas paredes de piedra blancuzca en las que habían esculpidos distintos altares. En ese templo compramos un souvenir de un hueso de vaca tallado de forma muy laboriosa. Costó 200.000 rupias, 12 euros, pese a que al principio nos pedían más del doble. Lo de los regateos no nos gustaba nada, era muy cansado, pero era la costumbre local y al final, cómo máximo, solías pagar la mitad de lo pedido inicialmente.

    Por la calle comimos en un diminuto restaurante local donde Dani comió un plato muy abundante con pollo, verduras, frituras distintas y arroz por 2 euros. Sandra comió un plato más sencillo por 1 euro. Lo malo fue que al rato vimos una cucaracha campando a sus anchas por allí, por lo que la visión no nos ayudó a mantener el apetito aunque nos acabamos nuestros platos.

    Visitamos más tarde el templo Tirtra Empul. Estaba lleno de fieles muy arreglados para hacer sus oraciones y ofrendas aunque también estábamos allí muchos turistas observándolo todo. Era un templo diferente ya que había unas piscinas de agua de manantial donde los fieles se bañaban para purificarse bajo chorros que salían de la piedra tallada. Había colas enormes de fieles con el objeto de meterse bajo los chorros y, entre ellos, había algún que otro turista de esos que se apuntan a un bombardeo aunque no crean ni en purificaciones ni en nada. En el recinto había distintos templos de pequeño tamaño y muchas estatuas de piedra tallada. A una familia de españoles que había por allí, les riñeron por no descalzarse dentro del agua (pretendían meterse con chanclas para no coger hongos) y por meterse en bañador y bikini, cuando los locales se bañaban muy tapados. Al parecer, confundieron las aguas sagradas purificantes con una piscina.

    A la salida del templo, los vigilantes nos obligaron a ir por un lugar pese a que teníamos la moto aparcada al lado de otro y pese a que todo era un descampado. Enseguida entendimos el porqué de tanta inflexibilidad. Por donde nos obligaron a pasar había un recorrido muy largo sin posibilidad de escapatoria entre casetas de souvenirs. El camino por allí era inacabable y no paraba de dar eses y eses. Por supuesto, avanzamos sin detenernos y sin plantearnos comprar nada. Después, fuimos a ver las famosas terrazas de arroz balinesas. Quisimos ver el lugar más típico y pasó lo que pasó, las terrazas de arroz de Tegallalong estaban masificadas. Desde la carretera, las vistas típicas no podían verse porque todo estaba copado por restaurantes y bares que obligaba a consumir para ver las vistas. Al final, tomamos una bebida y pudimos observarlas pero nos sorprendió que lo que habíamos visto antes en alguna foto ya no existía. Los arrozales tenían ahora por el medio diferentes senderos creados por los muchos turistas que paseaban por allí buscando una foto diferente. No obstante, aunque las terrazas de arroz estaban ahora muy destrozadas, si intentabas imaginar cómo debía ser aquello hace años, tenía su encanto.

    De regreso a Ubud nos quedamos muy sorprendidos. Se conoce esta ciudad como la ciudad de los artesanos pero al principio nos imaginamos que era el típico reclamo turístico. Pues no. Rodeando las carreteras de las afueras de la ciudad había, a uno y otro lado, tiendas y tiendas de artesanos. Unas calles (cada una con decenas o incluso cientos de tiendas), eran de unos materiales o productos y otras de otros. Pero lo que más nos sorprendía era que todos mostraban obras faraónicas: arboles casi enteros tallados, esculturas de piedra gigantescas de madera, de hierro, de fango, etc. Ya en el centro de Ubud, fuimos al “mercado de artesanías” pero allí sólo encontramos los souvenirs cutres de siempre.

    Por la noche nos fuimos a ver el espectáculo de danzas balinesas en el Palacio Real de Ubud. Llegamos muy pronto pero ya estaba lleno de gente (todo turistas) y sólo quedaban los sitios peores. En unos no se veía nada literalmente. Era como el Liceo de Barcelona pero con el mismo precio de asiento para todas las sillas. Por suerte, encontramos unas sillas elevadas en un lateral en el que se veía muy bien el espectáculo. La representación duró hora y media y fue muy llamativa, ya que era muy diferente a la música y a la danza occidental. La música, en directo, era hecha con diferentes tipos de xilofones y percusiones. Las danzas eran muy extrañas y las chicas movían sobretodo las manos, los dedos, el cuello y los ojos, mientras el resto del cuerpo lo dejaban inmóvil y se ponían en posturas estáticas muy extrañas con las piernas como arqueadas. Iban vestidas con trajes y sombreros dorados, muy rococós, e iban muy maquilladas para que se vieran bien todos los gestos faciales que hacían con los ojos y la boca. La danza contaba una historia con muchos personajes, masculinos, femeninos, infantiles, animales y dioses. Los dioses eran monstruos, como el dios mono que daba incluso miedo, y bailaban como con espasmos, como si fuesen robots. Sin duda, una experiencia que valió la pena.

    Al día siguiente partimos de Ubud y nos fuimos para el sur de la isla. Fuimos por carreteras interiores pequeñas que, aunque tenían baches, eran mucho más agradables para ir en ciclomotor. Podíamos ver los campo de arroz, los muchísimo templos que hay (en Bali hay miles y miles ya que cada casa pueden tener el suyo propio) y algún río caudaloso. Así llegamos a Mengwi donde vimos el Palacio Real que es Patrimonio Mundial de la Unesco. Al complejo lo rodeaba un foso con agua pero en ese momento estaba vacío por mantenimiento y se veía horrible. Por dentro tenía varias torres impresionantes dedicadas cada una a diferentes dioses. Las puertas de piedra, los puentes del mismo material, los árboles floridos, hacían del lugar un sitio muy agradable.

    De allí fuimos al Templo de Tanah Lot. Este es un lugar emblemático de Bali ya que hay diferentes templos esparcidos por los acantilados al borde del mar. Uno de ellos, el más destacado, estaba sobre unas rocas rodeado de agua de mar ya que la erosión se había llevado el paso de tierra firme que antiguamente había. Aquí la cantidad de turistas era espectacular. Estaba totalmente abarrotado. Había muchísimos japoneses con los que nos distrajimos mucho porque ellas vestían de una forma que a nuestros ojos occidentales, eran muy estrafalarias, y ellos en cambio, más normales en la vestimenta, solían ser regordetes. También había mucho turista indonesio de la isla de Java, la parte rica de Indonesia.

    De este templo nos dirigimos hasta Kuta, que es el lugar más turístico de Bali por sus largas playas. Conseguimos un hotel feo y sin encanto pero barato, limpio y con aire acondicionado por 150.000 rupias, 9 euros los dos. A quince minutos caminando por callejuelas diminutas sin aceras y con motos a toda velocidad, llegamos a la larga playa de Kuta. Allí había un ambiente muy turístico con mucha gente tostándose al sol, jugando al fútbol, algunas haciendo yoga y muchísimos surfistas ya que dicen que esa playa es una de las mejores para hacer surf. Había también muchísimos visitantes indonesios de Java que como no, nos pidieron hacernos fotos con ellos. Empezamos bien, con varios grupitos de niñas de viaje de fin de curso que nos lo pidieron muy simpáticas. Luego vino un grupo de chicos también simpáticos. Pero cuando ya llevábamos bastante tiempo de sesión fotográfica con un grupo tras otro, nuestro paseo por la playa se fue convirtiendo en una carrera de obstáculos con muchas eses intentando no acercarnos a grupos que pudieran parecer “peligrosos”. Los indonesios no tenían ningún criterio para pedir a un occidental que posara con ellos. Sólo les importaba que lo fuera. Así, vimos que unas niñas pedían a un anciano normal y corriente occidental que pasaba por allí que posara con ellas en la foto.

    Regresando de noche al hotel, un chico local nos ofreció droga. La rechazamos y pensamos que el pobre se estaba jugando mucho. En Indonesia existe la condena de muerte a los traficantes de droga. Aún así, parece ser que hay mucha, sobretodo de drogas químicas. La gente estaba loca.

    Por la noche, cotilleamos la programación de la tele local. Nos hizo gracia ver la mezcla de vestuarios de la gente según la religión y cómo la mayoría de presentadores eran o aparentemente gays o travestis. Sin duda, si atendíamos a la televisión, Indonesia no era muy radical desde el punto de vista religioso lo que, obviamente, nos parecía perfecto.

    El 29 de octubre decidimos visitar la zona de fondeo de veleros y la marina de Bali para saber lo que pudo haber sido si hubiésemos decidido ir con el Piropo. Para llegar, fuimos por una especie de autopista de pago elevada sobre pilares que iba sobre un manglar. Al llegar a la zona portuaria, nos hicieron pagar otra vez. Nos pareció extraño este segundo pago pero luego, en la propia marina, nos confirmaron que sí, que debía pagarse cada vez que se entraba en la zona portuaria y que lo hacía todo el mundo, incluso los trabajadores locales. La marina nos pareció horrible. Era muy sucia y tenía un aspecto como de abandonada. Lo peor era el agua en la que flotaban los pocos barcos que había ya que estaba sucísima. De allí fuimos a la zona habitual de fondeo que quedaba cerca, pero un poco más al norte, en otra bahía. Para entrar en esta otra bahía también había que pagar pero a esta vez a un señor que no se identificaba con nada. Menos mal que era poco, 2000 rupias, unos quince céntimos. El lugar de fondeo tampoco nos entusiasmó. Había muchísimos barcos, algunos abandonados, y el agua se veía sucísima también. Además, el lugar no parecía nada cómodo por, aparentemente, estar alejado de todo.

    De allí nos fuimos al norte de la isla en dirección al Templo de Besakih, el más grande e importante de Bali. Por carreteras con pueblos pintorescos llegamos al templo. Nos hicieron pagar la entrada, 15.000 rupias, pero al poco, no pudimos ir más allá con moto y en una especie de oficina, nos pidieron más dinero un montón de hombres. Al parecer era una donación voluntaria al templo. Nos enseñaron el libro de donaciones y la cosa nos extrañó. Las donaciones eran elevadísimas. Justo la anterior, de unos españoles, era de 700.000 rupias. Sabíamos que había gato encerrado pero aún así picamos y dimos una donación más elevada de lo que hubiéramos querido dar: 30.000 rupias. Más adelante, coincidiríamos con los españoles de la donación y les preguntaríamos, sólo habían dado 7.000 rupias porque no tenían más. Así pues, se habían confirmado las sospechas. Los devotos recolectores de donaciones habían tenido la divina inspiración de falsear los números y añadir ceros además de coaccionar un poco a los turistas. Todo muy místico. Y por si fuera poco, en este templo no te dejaban los sarongs sino que tenías que alquilarlos. Y aún otra cosa más, sólo te dejaban ver el templo por fuera porque para entrar y verlo con detalle, debías contratar un guía, cosa que no hicimos. Nos acordamos entonces de un balinés con el que coincidimos en el ferry de llegada a Bali. Decía que Lombok era muy desagradable porque le pedían dinero por todas partes, incluso a él, que era indonesio (Nosotros no teníamos esa sensación de Lombok… todavía). Pero nos aseguró que Bali era diferente, que allí no pasaba nada de eso. Ya, ya…

    Con la moto, nos fuimos un poco más hacia el norte de la isla para ver los paisajes de las zonas altas y ver el Lago Batur. Llegamos a él y vimos el volcán inactivo llamado también Batur. También observamos la montaña más alta de la isla a lo lejos, el Kintamani, pero estaba muy tapado por las nubes. Después, regresamos a la bahía de Pedang para dormir allí y para coger el ferry de vuelta a Lombok al día siguiente. La ruta fue muy bonita porque era un camino de montaña muy estrecho, lleno de curvas y desniveles, con vistas preciosas de terrazas de arroz y pueblos adornados con guirnaldas hindúes. Eso sí, llegamos a Pedang agotados después de varias horas subidos al ciclomotor.

    En el hostal de Pedang, el dueño nos informó de que esa noche se realizaba una celebración en el templo que sólo se producía una vez cada siete años. Muy contentos por la coincidencia, a las 21 horas estábamos en el templo un poco cohibidos porque estaba lleno de gente local y no se veía a ningún occidental. La gente, sobretodo las mujeres, iban muy arregladas con ropas muy coloridas y algunos iban con grandes ofrendas para entregar. Al poco comenzaron los bailes que fueron similares a los que vimos en Ubud pero claro, estos lo hacían gente amateur y se notaba la diferencia. Estas danzas sin embargo, por el entorno y los espectadores, daban la sensación de ser más auténticas. Era realmente exótico. Fuera del templo, muchos hombres y niños preferían, en vez de ver los bailes, dedicarse a las apuestas. Jugaban a acertar qué salía en una especie de dado de grandes dimensiones con dibujos de animales en cada cara. La gente tiraba el dinero en un tapete en el suelo donde estaban dibujadas las figuras de las caras y ganaban o perdían según lo que salía en el dado.

    De regreso al hotel pasamos un poco de miedo. En una calle oscura y solitaria, las ratas de gran tamaño campaban a sus anchas por los lados. Era asqueroso. A buen paso, casi corriendo, llegamos al hostal y allí, dormimos tranquilamente pese a que la ventana daba a un cementerio medio abandonado.

    Al día siguiente, regresamos en ferry a Lombok. Cuando ya creíamos que estábamos cerca de regresar a nuestro Piropo, aún nos quedó hacer una pequeña odisea por Lombok. En el puerto sólo había taxis cuando nosotros queríamos un bemo que era más barato. Si preguntábamos por ellos, decían muy serios que allí no habían aunque de reojo miraban a los taxistas que estaban cerca y que debían ser amigos. Finalmente, caminando, conseguimos encontrar un bemo. Este se estropeaba cada dos por tres porque se le desconectaba la batería. A mitad camino nos dejó y nos quiso cobrar por todo el trayecto. Tras discutir fuertemente, negoció con otro bemo repartirse el dinero y que nos llevara este segundo bemo a Mataram. Desde esta ciudad, con un taxi, llegamos a la marina.

    Al llegar el barco nos sorprendimos porque estaba todo el barco lleno de polvo. El cielo estaba muy gris y a lo lejos vimos el motivo de todo ello: una montaña echando humo. ¡Había erupcionado un volcán!

    Hasta la próxima.

3 comentarios a “INDONESIA IV. BALI. Del 26 al 30 de octubre de 2015.”

  • Espectaculares los paisajes, los viajes y las cronicas, una lastima lo de la contaminacion y la basura me ha dejado desolado. Bueno supongo que ahora estareis muy liados, pero espero ansioso vuestras nuevas cronicas. Saludos, Daniel.

  • Me encantan vuestras crónicas! He sigo desde hace mucho tiempo y me encanta. Vuestro viaje en un barco muy parecido al mío, me llena de esperanza. Supongo que los que os leemos, viajamos también un poco en el Piropo con vosotros. Maravilloso como lo contáis.
    Feliz Navidad, Besos y abrazos…. Sois Grandes!!

  • Cada vez se me hace más larga la espera a vuestra siguiente publicación, poco a poco vamos conociendo más mundo gracias a vosotros.
    Espero que todo os esté saliendo bien, un abrazo.

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