Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TAHITÍ (I). Travesía de Toau a Bahía Phaeton (Taravao) y estancia en Taravao. Del 16 de octubre al 14 de noviembre de 2014.

   

   12.000 millas. A mitad travesía de Toau a Tahití, esas eran las millas que llevábamos recorridas desde que partimos de Barcelona en agosto de 2011. Era una cifra que nos parecía muy abultada para recorrerla nosotros con nuestro Piropo pero aún así, esperábamos hacer muchas más en adelante si, con suerte, todos seguíamos funcionando bien, tanto tripulantes como velero.

 

   La travesía a Tahití eran unas 230 millas y la hicimos en su mayor parte con poco viento. Al principio nos acompañó un viento de unos 16-18 nudos de aparente de popa y con él, navegamos alegremente con únicamente la génova abierta. Más adelante, sin embargo, el viento disminuyó a alrededor de 9 nudos también de popa que nos obligó a atangonar la génova para que no gualdrapease por el meneo que provocaban las olas. En este momento también subimos la mayor para ver si corríamos algo más, pero la maniobra no sirvió de nada y continuamos a no demasiada velocidad. Finalmente, durante el último día, tuvimos incluso que poner motor para acelerar un poco la marcha y conseguir llegar a nuestro destino antes de que oscureciera.

   

   Durante la travesía, recibimos varias noticias alegres a través del teléfono satélite. Por un lado, que nuestros padres ya tenían los billetes de avión y en breve nos visitarían. Los padres de Dani vendrían primero y después nos visitaría la madre de Sandra. Por otro lado, nos enteramos también de que en unos meses Dani sería de nuevo tío. Estábamos muy contentos por todo.

 

   Los dos días y pico que duró la travesía, fueron muy tranquilos y agradables, con poca ola y sin ninguna prisa. Acercándonos a Tahití el cielo se encapotó y toda esa nubosidad nos impidió ver Tahití hasta que no estuvimos bastante cerca. De repente apareció así, de golpe, sorprendiéndonos de no haberla visto antes. Este fenómeno, de todas formas, era muy habitual en el mar y ya lo habíamos vivido otras veces. Tahití era alta, muy verde y abrupta. En la distancia parecía que desde el mismo nivel del mar se alzaban las montañas sin dejar casi espacio a nada más. Nos acercamos a ella por la única zona que según los mapas no la bordeaba una carretera y por ello la isla se veía además totalmente virgen, como si nadie habitase en ella. Pensamos entonces que, efectivamente, estábamos llegando a Tahití, ese lugar que desde pequeños nos recordaba a algo lejanísimo y muy exótico. Habíamos leído que era decepcionante para la mayoría de los visitantes que tenían depositadas en ella muchas expectativas, ya que el desarrollo, al parecer, no le había sentado demasiado bien, pero aún así, teníamos muchas ganas de conocerla.

 

   Nos aproximábamos poco a poco a las costas tahitianas cuando oímos un fuerte fffffsssssh lejano. Aunque sólo habíamos escuchado ese sonido una vez anteriormente, partiendo de Panamá, era un sonido muy característico. Empezamos a mirar por todos lados, y en breve, nuestras sospechas se confirmaron. Un chorro de agua salía del mar y un gran lomo negro se sumergía en el agua. ¡Una ballena! ¡Qué alegría! Lamentablemente, el espectáculo no duró mucho y el animal desapareció inmediatamente sin dejarnos contemplarlo otra vez. Seguimos navegando y doblamos la punta más al sureste de Tahití, y allí el espectáculo se repitió durante más tiempo. Al principio sólo vimos los lomos de varias ballenas, pero al poco, también pudimos ver sus enormes y características colas totalmente emergidas. Era una imagen preciosa. Pero no se acabó ahí. Vimos también como una de ellas asomaba la cola, la mantenía emergida y la agitaba durante un buen rato de lado a lado haciendo saltar grandes cantidades de agua. Pero lo que más nos impresionó fue una gran ballena que emergió totalmente, como si fuera un pececillo, y sacó verticalmente todo su imponente cuerpo fuera del agua, como si quisiera tocar el cielo. Después se dejó caer de lado levantando al aire cientos de litros de agua. Repitió su acrobacia varias veces. Estábamos atónitos observando a estos grandes mamíferos. Qué animales tan inmensos y tan maravillosos. Entonces no sabíamos qué tipo de ballenas eran pero después averiguamos que las llamaban en francés “baleines à bosse” –ballenas jorobadas en castellano-. Las vimos de lejos pero aún así el espectáculo fue increíble. Podíamos habernos acercado poco a poco pero el sol se estaba poniendo y no queríamos llegar de noche a un lugar desconocido.

 

   Durante nuestro avance, otra ballena se puso a nadar en paralelo a nosotros a unos cincuenta metros. Iba tranquila aparentemente, pero aún así, nadaba a la misma velocidad que nosotros, a unos cinco nudos. Pudimos contemplarle su lomo cuando salía a respirar y veíamos igualmente el chorro de agua que producía la mezcla de agua y aire. Acercándonos a nuestro destino, nuestra compañera desapareció.

 

   Las ballenas no fueron la única maravilla que contemplamos en ese tramo y es que observar la propia Tahití era muy entretenido, con sus escarpadas montañas verdes plagadas de cascadas, que solamente se separaban en ocasiones por valles muy estrechos y densamente ocupados por vegetación.

 

   Llegábamos ya a lo que sería nuestra primera recalada en Tahití, la bahía Phaeton, enfrente del pueblo de Taravao. Tahití era una isla con una forma peculiar, dos grandes círculos estaban unidos por un relativamente estrecho istmo. Uno de los círculos, el más grande, se llama en polinesio Tahiti Nui y el otro círculo, el pequeño, se llama Tahiti Iti. A este pequeño círculo le llamaban también en francés Presqu’île de Taiarapu. Pues bien, justo entre esos dos grandes círculos de tierra se situaba el pueblo de Taravao, el segundo más grande de Tahití después de Papeete, su capital. Al sur de Taravao estaba la bahía Phaeton, a donde íbamos, y al norte, estaba la bahía de Taravao.

 

   Tahití, como el resto de islas del archipiélago de las Sociedad, es una isla alta, como las islas de las Marquesas, pero a diferencia de éstas, está rodeada en su mayor parte por un anillo de coral. Son islas a medio camino entre las Marquesas y las Tuamotú. Este anillo de coral de las Islas de La Sociedad está abierto en determinados puntos y por alguna de esas aperturas podía recalar un barco en las islas. Para llegar a bahía Phaeton, el pase más próximo era el Teputa, pero parecía ser que con muy mal tiempo no era utilizable. Cercano a ese pase, estaba el pase Tapuaeraha, que al parecer sí era “todo tiempo”. El día era bueno por lo que podíamos haber ido por donde quisiéramos, pero como el segundo pase nos venía más de paso nos encaminamos por él. Estaba perfectamente indicado con su marca verde a estribor y roja a babor, pero además, tenía otra señal en la ladera de la montaña, enfrente mismo del pase. Habían allí, elevadas, dos marcas blancas una encima de otra. Si las veías de esa forma, alineadas una arriba de la otra, significaba que llevabas el ángulo correcto para entrar por el pase. Con las marcas blancas bien alineadas, nos encaminamos para el interior del arrecife. El día, como comentábamos, era muy tranquilo, pero las olas eran grandes, o cuanto menos así lo parecieron cuanto más nos acercábamos al pase. Era inquietante ver como las enormes olas, de varios metros, se desmoronaban en grandes espumas blancas a nuestros dos costados. Eran unas olas peculiares sin duda. En esos mismos arrecifes, un poco más allá, estaba el arrecife enfrentado al pueblo de Teahupoo, que era conocido por ser uno de los mejores sitios de surf del mundo. De allí extraían, entre otros lugares, esas imágenes increíbles que se ven en ocasiones de surfistas metidos en el interior de olas gigantescas.

 

   Ya estábamos en el interior de la laguna. Allí, de repente, el mar cambió a un agua tranquila y plana. Navegamos entonces como si fuéramos por un lago con la costa a estribor y el arrecife a babor por un canal interior bien señalizado. En este canal y como era habitual dentro de las lagunas, las marcas eran verdes cerca de tierra, y que por el contrario era rojas las cercanas al arrecife que bordeaba la isla.

 

   Seguimos pues por el canal, muy de cerca la costa. Tan cerca pasábamos en alguna ocasión, que la gente local que estaba por allí nos saludaba con la habitual sonrisa encantadora polinesia. En poco tiempo llegamos a la Bahía Phaeton y nos adentramos en ella. Tenía un entorno totalmente verde, una carretera que transitaba a su alrededor con bastante tráfico y casas bajas que se veían por toda la línea de la costa. De vez en cuando, se nos cruzaba algún polinesio remando en su tradicional canoa a las que tanto están aficionados. Ya no la usaban ahora como medio de transporte y su uso había quedado relegado a lo deportivo. El lugar de fondeo estaba situado frente a una marina pequeña y algo destartalada llamada Marina Phaeton. Y allí echamos el ancla por fin.

 

   En el Pacífico hay muy pocos lugares que se consideren un refugio de ciclones, un lugar donde, ante el paso de estos brutales fenómenos meteorológicos puedas dejar el barco más o menos resguardado. La bahía Phaeton era el mejor de ellos según lo que habíamos leído y para algunos, el único posible. Nosotros íbamos con la idea de pasar la temporada de ciclones en esa bahía, que abarcaba de diciembre a abril inclusive, pero los planes cambiarían más adelante.

 

   Lo primero que hicimos durante nuestra estancia en Taravao fue hacer las preceptivas pruebas médicas a Sandra para ver si su antiguo cáncer de mama no se había reproducido. Justo hacía un año que le habían hecho la operación tras la quimioterapia y, aunque después aún estuvo varios meses recibiendo radioterapia, era ahora el momento adecuado para hacer las revisiones según nos dijeron en su día los médicos. Taravao tenía un hospital y bastantes profesionales médicos alrededor, por lo que con relativa facilidad pudimos hacer la mamografía, ecografía y análisis necesarios. Por todo ello tuvimos que pagar sin alternativa de nada público y nos sorprendió que Panamá y Ecuador, países en teoría más pobres económicamente que Francia, nos habían ofrecido asistencia sanitaria casi gratuita en el primer caso y totalmente gratuita en el segundo, mientras que en la Polinesia, una parte de Francia como era, había que pagarlo todo sin alternativa. Nos preguntábamos cómo se atendería a un polinesio con pasaporte francés en la sanidad pública española.

 

   Aunque hasta la fecha habíamos estado más o menos despreocupados respecto a la antigua enfermedad, mientras buscábamos a los profesionales necesarios y esperábamos los resultados se nos levantó una pequeña inquietud.

 

   -Y sii…- Nos preguntábamos a nosotros mismos con algo de nerviosismo.

 

   Afortunadamente, los resultados salieron inmejorables y nos confirmaron que Sandra estaba en plena forma. El alivio que sentimos fue muy grande.

 

   Casi inmediatamente después de llegar a Taravao, nos informamos sobre una publicidad que vimos en un centro de buceo que estaba ubicada en la propia marina y que ofrecía la posibilidad de nadar con ballenas. Nuestra experiencia con esos inmensos mamíferos de hacía unos días nos había impactado mucho y no podíamos imaginarnos como debía de ser poder estar en el agua con ellos al lado. En el centro de buceo, honestos, no nos prometieron mucha cosa, sólo que avistaríamos ballenas y que si no, nos devolverían el dinero. Lo que no podían asegurar, y lo entendimos perfectamente, era que pudiéramos meternos en el agua con ellas porque dependería del estado de ánimo de los animales. Habría que intentarlo aunque el intento costaría 8.000 CFP por persona (67€).

 

   El día convenido nos subimos a la potente lancha inflable del centro de buceo, integrados en un grupo de 8 buceadores. Dos parejas locales, una pareja mayor de turistas alemanes y dos profesoras francesas muy simpáticas que vivían en Tahití provisionalmente dando clases y que, muy aficionadas a la fotografía subacuática, portaban unas cámaras fotográficas gigantes. Mientras el capitán nos dirigía a toda velocidad hacia donde las ballenas solían nadar, la instructora nos contó cosas muy sorprendentes de los animales con los que nos íbamos a encontrar. Nos contó que las ballenas jorobadas medían entre 14 y 18 metros de longitud y que pesaban entre 35 y 45 toneladas. Venían a procrear a las aguas calientes de Tahití desde las frías aguas de la Antártida. Parían sólo a una cría cada vez y se pasaban cuatro meses amamantándola hasta que ésta tuviera suficientes fuerzas para emprender el viaje de regreso. Lo increíble era que durante todo este tiempo, los pobres animales adultos apenas podían alimentarse, ya que su principal alimento -esas diminutas gambas llamadas krill- las encuentran sólo en las aguas polares. Cuando este alimento abundaba, en el verano austral, ¡comían hasta 2 toneladas diarias! La instructora decía que llegaban a perder 10 toneladas de peso por esta obligada dieta y, lógicamente, se debilitaban mucho. Ella misma a simple vista, podía observar las diferencias de tamaño de cuando llegaban a cuando partían. También impresionaba conocer que las crías tomaban al día unos 200 litros de leche. En fin, que todos los números eran sorprendentes con estos animales.

 

   Avistamos en la distancia la húmeda respiración de una ballena y subidos todavía en la barca, nos acercamos muy poco a poco a ella. Pudimos ver muy de cerca su increíble y enorme lomo sumergiéndose, y entonces, nos tiramos todos muy poco a poco en el agua para ver si emergía de nuevo. El animal había desaparecido. Volvimos a subirnos a la lancha y navegamos un poco más. La operación la volvimos a repetir más allá con otro ejemplar con igual mal resultado. A la tercera, aunque muy fugazmente, pudimos ver nadando una ballena de mediano tamaño que rápidamente se fue. Sólo duró unos pocos segundos, pero la experiencia ya fue increíble para nosotros. La actividad no estaba resultando relajada pese a que llevábamos aletas, porque había que tirarse al agua y nadar a buena velocidad intentando acercarse al lugar donde la instructora creía que aparecería una ballena. La pobre pareja de alemanes mayores estaban ya algo exhaustos, pero el esfuerzo les iba a valer la pena enseguida. Una vez más, nos tiramos al agua todos los buceadores cuando nos acercamos a la zona donde habíamos visto una nueva respiración. Esta vez ya lo hicimos algo desorganizados, bastante desperdigados y con bastante ruido de chapoteo, pero aún así, al poco, pasaron por delante del espaciado grupo, a algo de distancia, tres ejemplares de ballenas jorobadas, dos adultos y una cría, tranquilas, enormes e impresionantes. Pero lo mejor estaba por llegar ya que los animales, aunque desaparecieron, dieron media vuelta y se dirigieron casi directamente hacia Dani, que estaba en un extremo del ya alargadísimo grupo de buceadores. Al principio las ballenas se dirigieron hacia él y para no chocar se desviaron levemente y le pasaron cerquísima, a un escaso par de metros. Dani podría haber tocado la aleta pectoral de la cría si hubiera extendido el brazo pero no lo estimó conveniente. Sandra no estaba lejos y ambos pudimos contemplar como esos enormes animales nos pasaron tranquilos, amigables y muy cerca. Tan cerca pasaron, que pudimos observar perfectamente la protuberancias de la piel y su textura, y como sus ojos, especialmente los de la cría que era la más cercana, nos observaban fijamente y se movían en nuestra dirección según nos iban dejando atrás, mirándonos con mucha curiosidad pero sin inquietarse. Fue sin duda una experiencia increíble, muy especial, para recordar toda la vida.

 

   De regreso en la barca, todavía excitados con la vivencia, estuvimos con las profesoras francesas mostrándonos las fotos obtenidas. Las nuestras al ser muy próximas tenían su gracia pero las suyas, hechas por grandes aficionadas a la fotografía y con cámaras parecidas a naves espaciales eran una maravilla. Muy amable una de ellas nos envió una foto de las que salen más abajo.

 

   El resto de días en Taravao fueron repetitivos por lo que no aburriremos con su detalle. Principalmente nos dedicamos a reparar los pequeños desajustes que se habían producido en el barco después de los varios meses de navegación. De esta forma, además, si había que comprar algo de material, lo podríamos encargar en España y que nos lo trajeran nuestros padres, ya que en Tahití era bastante caro todo, como un 30 o 40% más. En Taravao había una tienda náutica pero a pesar de que tenían ciertas cosas, apenas había de lo que nos interesaba. Lo mismo pasaba en las tiendas de Papeete. Aparentemente eran tiendas grandes con muchas cosas, pero de lo poco que habitualmente queríamos encontrar, no había nada.

 

   El arreglo más urgente fue cambiar la banda solar de la génova. Aunque en las últimas travesías la habíamos mantenido como podíamos a base de parches, en la travesía a Tahití se destrozó casi del todo comida por el sol tropical. Al final, decidimos repararlo en el velero que había en la propia marina y que en nuestra opinión, hizo un muy buen trabajo ya que nos dejó la vela como si fuese nueva cuidando además de no dejar sin reparar ni el más mínimo descosido. El precio (65.000 CFP- 544,70 €) no nos pareció nada barato pero desconocíamos los precios habituales de ese trabajo y por lo que habíamos preguntado en otros lugares de la polinesia, tampoco eran nada económicos. Otro de los arreglos fue sustituir la bomba eléctrica de agua dulce que se había agrietado hacía mucho tiempo y que pese a nuestros intentos chapuceros aplicándole fibra, no pudimos reparar. La presión del agua acababa reventándolo todo. Y ya de paso que nos poníamos en el circuito de agua, pusimos nuevas llaves en los conductos de agua de forma que ahora, por la bomba de pie, además de agua salada podíamos extraer agua dulce si nos interesaba.

 

   Intentamos arreglar nuestro viejo fueraborda Honda que se había estropeado en las Marquesas y ante nuestra incapacidad, lo llevamos a un mecánico que también había en la marina. El hombre lo desmontó del todo y finalmente comprobó que era un problema en las válvulas. Nos comentó que sería una reparación difícil y cara porque había muchas horas de mano de obra y porque las piezas de recambio que se necesitarían de por sí ya lo eran. Además, habría que pedirlas fuera porque no había en Tahití, así que nos recomendó que, dado lo que costaba un motor nuevo de las mismas características, salía más a cuenta que lo diéramos por muerto y adquiriéramos uno en algún lado. Así lo hicimos con mucha pena pero antes de tirarlo, le extrajimos todo lo que de él pudiera aprovecharse: tornillos, arandelas, tapón, hélice, etc. También nos dedicamos a colocar un nuevo reflector de radar ya que el anterior se había roto y colocamos el estay volante de forma que podíamos llevarlo recogido sin que molestara en la cubierta de tal forma que, en pocos segundos, pudiera montarse de nuevo. Hasta la fecha, siempre lo habíamos llevado montado pero resultaba incómodo porque te tocaba recoger la génova para cambiar de banda. También arreglamos el techo del baño que, desde que montamos el piloto automático en Panamá –por allí pasaban los cables,- había quedado un pelín descolgado.

 

   Uno de los días fuimos a Papeete en autobús para hacer algo de turismo y de paso –eran 60 kilómetros- ver un poco la isla. En la parada de autobuses nos pasó algo peculiar que evidencia las curiosidades que aún pueden advertirse en la cultura polinesia. Estas peculiaridades se van mitigando a medida que pasa el tiempo por las influencias externas pero aún así, pueden observarse de vez en cuando. La más clara y agradable es la sonrisa de todo el mundo. Aunque lógicamente tengan sus problemas cotidianos y puedan ir enfurruñados, en cuanto saludan o se dirigen a ti siempre exhiben su amplia sonrisa. Esta sonrisa también la exhiben los chicos jóvenes aunque vayan vestidos de malos y pongan poses de esa condición. También apreciamos una educación exquisita. La gente siempre saluda al entrar y salir de los sitios aunque en él haya mucha gente y, además, casi todo el mundo responde. Se dejan pasar unos a otros si hay posibilidad de chocarse y si dejas pasar a una señora o una persona mayor ésta te lo agradece claramente y no te ignora ni pone caras de extrañeza o incluso de desconfianza como increíblemente pasa en otros lugares. Esa educación se manifiesta también en el autobús, los hombres dejaban sentar a Sandra o incluso se apartaban a otros asientos para que fuéramos juntos y eso no sólo lo hacían con nosotros porque nos vieran extranjeros, sino que también lo hacían entre ellos. Por supuesto, siempre dejaban sentarse a las personas mayores. Pero a lo que íbamos, la anécdota de la parada de autobús. Estábamos esperando ese día al autobús y Sandra le mostró a Dani un bolígrafo de plástico que acababa de encontrar en el suelo y que aún funcionaba. Dani vio que detrás de Sandra, una señora al ver el bolígrafo le cambió la expresión y miró en el interior de su bolso pero no dijo nada. Dani le advirtió a Sandra que quizá el bolígrafo era de la señora y Sandra fue a preguntárselo, a lo que la señora respondió que sí y lo cogió muy sonriente. Nos pareció sorprendente que la señora no le fuese a decir nada a Sandra sobre que el bolígrafo era suyo, pero lo más sorprendente estaba por llegar. Al cabo de un rato, sin haber hablado más con la señora, que parecía muy humilde, ésta le dio a Sandra cuatro perlas. Una parecía de plástico pero las otras tres nos creaban dudas. Semanas más tarde, en una joyería preguntamos por curiosidad y nos dijeron que efectivamente, las tres perlas sobre las que teníamos dudas eran auténticas.

 

   El servicio de autobús en Tahití sólo puede calificarse de desorganizado. No había horarios de ningún tipo y a veces pasaban muchos vehículos de golpe y otras veces no pasaba ninguno. En varias ocasiones estuvimos más de una hora y media esperando y ya montados en uno, veíamos otros autobuses parados en medio de la nada con el conductor dentro. En una ocasión incluso, tuvimos que regresar al barco porque después de la larguísima espera, nos cansamos y preferimos dejarlo para otro día. La verdad era que no entendíamos como la gente podía ir a trabajar con ese sistema y por eso comprendíamos con cierto pesar el abundantísimo tráfico que tenían las carreteras de Tahití. Las paradas tampoco eran nada cómodas, en la mayoría de los casos no tenían ni un banquito, ni nada para tapar el sol, pero eso sí, con la pequeña población que tenía la Polinesia, Papeete tenía muchísimos y ultramodernos edificios para parlamento, ministerios, ayuntamiento, comisionado de la República Francesa y demás. Que lo importante no faltara, claro. En eso, era como si no hubiéramos salido de casa.

 

   Papeete era efectivamente horrible. Lo que habíamos leído se confirmaba. Los edificios eran de cemento sin ninguna gracia. De todas formas, dejamos la visita turística en más profundidad para cuando vinieran nuestros padres. Tiempo íbamos a tener.

 

   Durante nuestra estancia en Taravao, también nos dedicamos a poner la página web un poco al día y obtener información de futuras travesías. Para conectarnos a internet, la marina de Taravao, pese a que era rudimentaria, o precisamente por eso, era muy cómoda porque había allí unos bancos a cubierto con conexión eléctrica donde la señal de wifi era muy buena. Además, podías ducharte sin problemas y cargar agua para lavar, aunque no era potable. Esto último quizá fuera el problema fundamental del lugar. El agua de la bahía no era muy limpia, especialmente cuando llovía mucho, y el agua potable tenías que comprarla y cargarla en el supermercado. La alternativa era poner el recolluvias, ya que en Taravao llovía mucho. Una de las tardes en las que estábamos en tierra a cubierto consultando internet, llovió tan fuerte y durante tanto tiempo que cuando al final, cansados de esperar a que parara la lluvia, nos encaminamos bajo el agua hacia el auxiliar, nos lo encontramos totalmente lleno de agua hasta el borde. Nuestra sensación era que en Taravao llovía muchísimo más que por ejemplo en Papeete, porque por la dirección de los vientos en aquella época, la nube que generaba la isla tapaba especialmente esa zona. Pero así como teníamos una semana de no parar de llover, teníamos una semana de sol inmaculado. De todas formas, cuando llovía, el recogelluvias era un chollo, ya que en unos minutos llenábamos bidones de cinco litros con una facilidad pasmosa. No teníamos pues que cargarla ni pagarla en el Carrefour que no estaba lejos.

 

   El lugar de fondeo estaba un poco apartado del pueblo para ir andando pero yendo con el auxiliar hacia el interior de la bahía, se podía amarrar en un pequeño pantalán de madera que quedaba muy cerca tanto del propio pueblo -que era muy desperdigado al estilo francés- como del Carrefour que había allí. Después de tantos meses, se agradecía un gran supermercado donde poder encontrar productos a los cuales estábamos acostumbrados en España. Los precios sin embargo eran bastante elevados y algunos, realmente absurdos y prohibitivos.

 

   La bahía Phaeton estaba muy animada los fines de semana. Una pequeña escuela de vela estaba allí, y los niños y adultos navegaban alrededor de los barcos fondeados en pequeños veleros. Pero no sólo los artefactos exclusivamente marinos campaban por allí. Dos hidroaviones minúsculos, que parecían hechos artesanalmente, aprovechaban la tranquila bahía para despegar y aterrizar. No obstante la animación del lugar, consideramos que para nuestros padres, que en breve nos iban a visitar, sería más cómoda la estancia en las inmediaciones de Marina Taina, cerca de Papeete, que era el lugar más popular para los veleros locales y de paso. Allí podrían bañarse en aguas trasparentes y del arrecife cercano, que alberga una abundante variedad de fauna marina. Así pues, trasladaríamos al Piropo hacía allí al día siguiente, el 15 de noviembre de 2014.

 

   En cuanto nos sea posible, relataremos más vivencias en esta bonita isla del Pacífico.

 

   Hasta la próxima. 

 

 

 

 

4 comentarios a “TAHITÍ (I). Travesía de Toau a Bahía Phaeton (Taravao) y estancia en Taravao. Del 16 de octubre al 14 de noviembre de 2014.”

  • Hola Chicos… qué alegría leerlos!!
    Nos acordamos esta noche de ustedes y pasamos a saludar, y nos encontramos con puras buenas noticias… felicidades por todas las buenas nuevas que han recibido.
    Nos encantaron sus fotos y también compartimos con ustedes algo de las críticas a los países que mantienen colonias fuera, la verdad es que la desigualdad que vimos en Guyana Francesa y en Guadalupe es evidente… todos los franceses en auto y los originarios en transporte público.
    En fin, les dejamos un abrazo apretado y les deseamos toda la suerte en su aventura.
    Cariños!!!

  • Holaa!!! Quiero saludarlos y agradeserles por compartir su gran aventura con grandes y lindas redacciones y fotos. Están a la altura de Colon, Bernard Moitessier, Julio Villar, Eduardo Rejduch y Vito Dumas ustedes ya están entre los grandes navegantes.
    Soy Mario un Uruguayo con muchas ganas de salir a navegar como ustedes.
    Muy interesantes sus publicaciones como los arreglos del barco, las idas al dique seco con las pintadas de los fondos y todo lo que describen muy detalladamente del mantenimiento del Piropo, data muy importante para el que no sabe nada de veleros. También es interesantísimo leer las maniobras del velero en alta mar y en los fondeos con seguridad, y el cuidado con pillos que solo quieren sacar dinero desde repuestos, taxistas, bares y asta la aduana.
    Lindo es leer la fauna marina que describen, la pesca que realizan, y bucear arlado de ballenas… Espectacular, me hacen recordar a los documentales de Jacques Cousteau con las lindas fotos. Que gracia me da saber que hay carne uruguaya en islas paradisiacas jaja.
    Un saludo grande desde Uruguay mucha salud y buenos vientos.

  • Me alegro mucho por vosotros, que buena noticia lo de Sandra.
    Bucear con ballenas… casi nada, quien pudiera. Ya espero con ganas el siguiente relato en ese lejano mar.
    Buen viento y un saludo. 

  • Un relato espléndido y aunque pasado por agua en ciertos momentos deja entrever que las sociedades son muy diferentes según su situación sea continental o insular. Es típico de estos, no sólo de los remotos, sonreír si no aquellos que por escasas poblaciones lo hacen; por supuesto los que viven en islas mucho más. Robinsones y náufragos incluidos. Qué universal es la sonrisa y cuánto facilita, además de otras tantas cosas. 
    Debe jorobar mucho estar tan cerca de ese tipo de ballena y no poder nadar a su lado que por otro lado debe ser alucinante.
    Una vez subí a una hidro y preferí su amerizaje a que lo hiciese en tierra, el sonido y los golpes al tomar agua son muy diferentes.
    Una gran noticia la de Sandra, eso es fantástico y seguramente vuestras singladuras y periplos sean la tónica general; combinadas o con hielo si alguna vez rodeáis los polos…
    Y finalmente, a mí el nombre del barco me parece guay, pues no sólo es lo que es, a primera  vista u ojeo. Tiene carácter universal, pues es fácil de pronunciar en cualquier lengua y, además, coincide con términos marinos pues también significa abordaje abrupto. Aunque eso no significa que no sea delicado por lo repentino. El lenguaje marino es especialmente inhabitual por estos lares pero aquellos que nos criamos a la misma orilla del agua sabemos que dan mucho de sí y son altamente desconocidos; tanto como más de cien salidas y puestas tiene la luna.
    http://deicalogoamicus.blogspot.com.es/2012/12/dixome-andaba-facendo-unha-especie-de.html
    SaladoSaludoS

Post comment on Mario López