Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

TRAVESÍA A GALÁPAGOS. Del 12 al 21 de abril de 2014.

El plan estaba claro. Al principio, ir unas 300 millas rumbo 200 hasta la Isla de Malpelo aprovechando las corrientes dirección sur de la Bahía de Panamá y luego, unas 600 millas rumbo directo a las Galápagos, bregando como se pudiera con las calmas ecuatoriales y apoyándose en los últimos días de travesía, en la corriente ecuatorial que transcurre, en aproximadamente esa latitud, en dirección oeste. Sin embrago, viendo la meteorología que habíamos descargado el día anterior, el plan no parecía tan sencillo ya que el viento no parecía tan favorable a partir de Malpelo. Aún así, decidimos partir porque lo que estaba claro es que al menos, los dos primeros días el viento iba a soplar a nuestro favor.

Tras las estibas de última hora, salimos de nuestro fondeo bien pronto con viento totalmente de popa empujados por la vela mayor con un rizo y con la contra de la mayor totalmente abierta. El viento, de 17 nudos de norte con alguna rachita de hasta 19 nudos, nos era muy favorable para el rumbo 200 que debíamos tomar.

 

La ola no era grande pero al ser muy corta, el vaivén típico de los vientos de popa lo sentimos bien pronto. Intentamos entonces abrir la génova para que nos empujara también pero desistimos porque se desventaba por la mayor y no nos molestamos en atangonarla porque como navegamos a unos cinco nudos y pico de velocidad, ya nos parecía suficiente.

 

La travesía comenzó peligrosa ya que había muchísimos troncos flotando. Algunos de pequeño tamaño pero otros, eran de considerables dimensiones. El primero de ellos lo detectamos cuando chocamos con él. En concreto, el golpe lo recibió la pala del timón pero el dolor lo sentimos nosotros al escucharlo. Afortunadamente, el tronco, que pudimos ver después del golpe, era muy pequeño, más bien era una rama, y el timón, parecía que no había sufrido ningún daño. A partir de entonces, nos quedamos vigilando muy atentamente esquivando los troncos y ramas que se cruzaron con nosotros. Sólo nos pudimos relajar al cabo de un buen rato cuando por fin, desaparecieron los obstáculos.

 

Sobre las 11:30 de la mañana, Sandra que estaba escribiendo nuestro diario de viaje, levantó la mirada y vio como del mar, saltaba una enorme mantarraya muy cerca del barco. Le vio la parte inferior blanca y la espuma posterior cuando cayó al agua. Dani, advertido por ella, sólo le dio tiempo a ver la espuma en el agua.

 

Al mediodía, el viento bajó un pelín, de 10 a 12 nudos. La ola estaba muy molesta y aunque no estábamos mareados, decidimos hacer una comida ligera de sándwiches de jamón y queso para que Sandra no tuviera que cocinar demasiado en el interior. Lo acompañamos con un zumo de naranja recién exprimido. Teníamos todavía por consumir, gran parte de un saco de 15 kilos de naranjas que compramos en Ciudad de Panamá por 5 dólares.

 

Por la tarde, nos entretuvimos un buen rato observando a un grupo de cuatro pequeñas aves (creemos que eran petreles) que tenían un extraño juego. Las tres últimas perseguían incansablemente a la primera. Al principio, creíamos que era una pelea pero cuando la primera, cansada, se estrellaba en el agua, vimos que las otras tres, aterrizaban a su lado sin hacerle nada. Cuando ésta primera volvía a echar a volar, las otras tres también lo hacían y el juego volvía a empezar. El ave perseguida, en ocasiones, intentaba despegarse de las otras acercándose al Piropo y haciendo un quiebro en el último instante y entonces, las perseguidoras, o conseguían a duras penas seguirla o, en ocasiones, tenían que dar un rodeo al barco. De todas formas, la persecución continuaba un poco más allá. Era increíble. Ni se inmutaban cuando nos pasaban a menos de medio metro de nuestras caras e incluso en alguna ocasión, llegaban a tocar el guardamancebo del barco. Al final, los pájaros llegaron a estar varias horas repitiendo el mismo juego.

 

Ese día estábamos yendo muy rápido, a más de 6 nudos de media, pero sobre las 18 horas, el viento bajó y no llegaba ni a los 10 nudos por lo que la media empezó a ir a peor. El vaivén de las olas entonces se notó aún más e hizo que la mayor diera algún bandazo por lo que le pusimos una retenida para evitarlo. El mareo, si bien era superficial, hizo aparición en nosotros. A Sandra se le agravó un poco cuando bajó a la cabina a preparar la cena.

 

Con la noche, el viento volvió a subir y el barco navegó más alegre. La luna estaba llena y eso hizo que la noche fuera más agradable para hacer la guardia. Decidimos hacerla porque sabíamos que en estas aguas habían muchos mercantes rumbo al Canal de Panamá y también porque no nos fiábamos demasiado de que el detector-radar funcionase correctamente. Sin embargo, esa noche, comprobaríamos que el aparato funcionaba perfectamente y es que detectó, con muchísima antelación, los radares de cada uno de los cinco mercantes con los que nos cruzamos esa noche.

 

Por la noche, tumbados en la bañera, solíamos ver estrellas fugaces pero Dani, esa noche, vio una especialmente espectacular. Paralela a la línea del horizonte, brilló con una fuerza increíble y además, el brillo tenía diferentes colores viéndose entre otros el verde. Cuando el brillo desapareció, sólo quedó un rastro de humo en el cielo. Debió ser un diminuto asteroide que se desintegró al entrar en la atmósfera.

 

Durante la noche, fuimos todo el tiempo a vela excepto un período de una hora exacta, aproximadamente de 5 a 6 de la mañana, en el que el viento estaba tan parado, que no nos quedó otra que poner el motor para no estar flotando en medio del vaivén que nos provocaban las olas.

 

Por la mañana, el viento sopló con suficiencia, de 12 a 15 nudos, hasta las 13 horas. A partir de entonces, volvió a disminuir y de nuevo también, volvieron a aparecer los vaivenes. Atangonamos entonces la génova para ir más cómodos y para evitar que la misma gualdrapease. Pero el vaivén era imparable y el mareo se hizo más intenso, hasta que llegó la comida y con el estomago lleno, nos sentimos bastante mejor.

 

La tarde transcurrió con algo más de viento y tras la cena, nos fuimos a dormir en la cabina ya que la presencia de mercantes había desaparecido durante todo el día. No obstante y por supuesto, tuvimos el detector radar encendido para que nos avisase si había alguno por la zona.

 

Sobre las 23 horas notamos que el viento había cambiado y que ahora venía un poco de través. Quitamos el tangón de la génova y la abrimos normalmente por estribor. No obstante, la velocidad no fue tan buena como la que llevábamos antes. Quizá la corriente ya no nos era tan favorable. A pesar de la poca velocidad, a partir de entonces, pasamos una buena noche porque ya no quedó rastro de mercantes y el viento suave, ya no variaría.

 

En el tercer día de travesía, nos levantamos casi a las 8 de la mañana. Habíamos dormido tantas horas que parecíamos bellas durmientes pero la verdad, es que tampoco habíamos dormido tanto ya que nos habíamos levantado tan asiduamente durante la noche para controlar que todo fuera bien, que las horas reales de sueño debían haber sido bastante pocas. El viento seguía igual, aunque ahora de aleta más que través, con unos comodísimos 10 a 13 nudos de intensidad. La velocidad del Piropo de todas formas, seguía siendo baja no llegando a los cinco nudos. A partir del mediodía, el viento aún se redujo más, a unos 6-8 nudos, con lo que sólo conseguimos arrastrarnos a dos nudos de velocidad.

 

En principio, al final de ese día debíamos llegar a la Isla de Malpelo, pero parecía que la cosa iba a ir para largo. Malpelo es una isla colombiana deshabitada, que es un espacio natural protegido y que es conocido por la abundancia de tiburones martillo en sus aguas. Teníamos ganas de verla pero si seguíamos al ritmo que íbamos, nos encontraríamos con ella durante la noche y no tendríamos oportunidad de observarla. Una pena.

 

Nos topamos entonces de repente con un grupo enorme de calderones que venían en nuestra dirección. A la poca velocidad que íbamos no era nada peligroso porque los calderones nos esquivarían pero cambiamos el rumbo 90 grados para no molestarlos. Les pasamos por el lado y luego, nos volvimos a poner a rumbo.

 

Por la tarde el viento bajó a 4 o 5 nudos y el vaivén hizo que se moviera tanto el trapo de la mayor, que decidimos bajarla un rato para cuidarla un poco. Fuimos entonces sólo con la génova que la habíamos vuelto a atangonar. Parecíamos en ese momento, un corcho flotando en medio del mar de tan lentos que íbamos. Pensamos en poner el spinaker pero lo descartamos porque no quedaba mucho tiempo para que oscureciera y normalmente, a esas horas los días anteriores, el viento solía subir. Hacía calor todavía y aprovechamos para bañarnos en la bañera a base de cubos. Era muy agradable porque tras la primera mojada que hicimos poco a poco, nos dedicamos a echarnos los 20 litros del cubo encima y de golpe, y así, varias veces. Al final, no quedó rastro ninguno del calor. El agua, estaba templadita y había subido varios grados de la temperatura que tenía en Panamá.

 

Tras el baño, nos hizo una visita un avión militar con un radar enorme encima del fuselaje. Era de la Fuerza Aérea Colombiana y seguramente venía a controlar quiénes éramos nosotros ya que voló a muy baja altura hasta nuestra vertical, nos rodeó, y volvió por donde había venido. Debía creerse que nos pasaba algo de tan lentos que íbamos o algo así.

 

Antes de cenar, nos hicieron otra visita. Esta vez era un pajarillo, de esos negros y pequeños que parecen desvalidos en medio del mar y que aparentan necesitar inevitablemente un descanso. Se posó primero en el guardamancebo pero poco a poco, más confiado, se fue a poner entre los bidones de combustible que llevamos colgados del balcón de popa. Sin duda, se había buscado un lugar muy hogareño ya que estaba muy resguardado del viento. Y debía estar muy confortable porque allí se pasaría toda la noche sin asustarse de nuestras evoluciones por la bañera a escasos centímetros de él.

 

Justo antes de cenar, pusimos de nuevo el motor un rato porque el viento había caído totalmente y de esta forma, nos fuimos a dormir. Al poco rato, nos levantamos de nuevo y vimos que el viento había subido de nuevo pero venía totalmente de proa. Así pues, subimos la mayor, abrimos la génova, apagamos el motor, y comenzamos a navegar a vela haciendo bordos porque lógicamente, no podíamos ir a rumbo.

 

En uno de los tantos despertares nocturnos que hicimos por la noche para controlar que todo fuera bien, vimos el cielo totalmente oscuro. Nos extrañó muchísimo porque el cielo no se veía tapado de nubes y la luna estaba llena esos días. Enseguida descubrimos el porqué cuando encontramos en el cielo a la luna. Tenía un color rojizo tirando a marrón pero era perfectamente visible y no la tapaba ninguna nube. ¡Era un eclipse! Y así estuvo muchísimo tiempo hasta que muy poco a poco, primero con un punto brillante, después con un pequeño arco y así, aumentando, la luna volvió a brillar con su forma habitual e iluminando todo el mar.

 

Por la mañana se levantó un día horrible. Oscuro y lleno de nubes. Hacía incluso algo de frío (desde un punto de vista tropical). El viento soplaba a unos 20 nudos y seguíamos ciñendo contra el viento. Durante la noche, habíamos hecho dos larguísimos bordos y durante esa mañana, haríamos un tercero que nos aproximaría un poco más a Malpelo.

 

Desayunando, Dani vio una bolita negra pegada a su cuerpo a la altura de su rodilla. Se extrañó y se la intentó quitar instintivamente. Entonces, se dio cuenta que estaba algo enganchada. Tiró de ella con algo más de fuerza y observó, una vez separada, que la bolita tenía unas pequeñas patitas. ¡Qué asco! ¡Se le había pegado una garrapata! Y la lanzó inmediatamente al mar. Afortunadamente la asquerosa no debía estar mucho rato enganchada porque no estaba muy inflada de sangre y la marca que le dejó en la pierna a Dani, era de pequeño tamaño pero aún así, menudo asco. Tras eliminar al bicho, empezamos a preocuparnos de cómo había llegado eso al barco y entonces se nos ocurrió la causa. La zona donde estaba sentado Dani estaba muy cerca donde había pasado la noche el pajarillo por lo que la explicación parecía clara. Revisamos la zona con detenimiento y afortunadamente, no encontramos ningún otro insecto indeseable. Tomamos entonces una decisión. A partir de entonces ya no permitiríamos subirse a ningún pájaro. Por muy cansados que los viéramos y por mucha pena que nos dieran. No podíamos permitir que se nos subieran garrapatas u otros asquerosos insectos. Además, la visita del pajarillo tuvo otros efectos indeseables ya que el animal, muy respetuoso con sus anfitriones, dejó las fundas de los bidones de combustible con manchas de excrementos. Sin duda, un huésped desagradable.

 

Sobre las 11:30 de ese día, intuimos que ya debíamos estar cerca de la isla de Malpelo y que no deberíamos tardar mucho en verla. De golpe, la vimos ahí, enorme. No entendíamos como no la habíamos visto antes aunque ese efecto solía sucedernos bastante a menudo en el mar, no veías algo en el horizonte y de golpe, lo veías muy cerca y de forma muy nítida.

 

Malpelo nos impresionó. Era lo que se dice un mazacote. En medio de la nada, se elevaba considerablemente sobre el nivel del mar. Ni siquiera nos imaginábamos que fuera tan alta pese a que habíamos visto fotos de ella. Sus altos acantilados, que la rodeaban casi por completo, caían verticales hasta el mar y no acababan ahí, sino que continuaban aún mucho más, ya que el gradiente del fondo era pronunciadísimo. Además de la altura, nos impresionó que estaba totalmente pelada de vegetación, no había rastro de matojos, hierbas ni mucho menos de árboles y en ella, sólo se podían ver rocas y piedras.

 

Hicimos otro bordo con la intención de bordear la isla a una distancia bastante próxima pero el viento estaba tan parado, que avanzábamos muy lentamente. Entonces decidimos poner el motor ya que preferíamos bordearla de día y observarla mejor. En el fondo además, nos apetecía fondear allí pero el lugar parecía totalmente hostil para los barcos. Además de un fondo con un gradiente pronunciadísimo, la isla, que era alargada, estaba alineada al viento y a las olas dominantes por lo que no ofrecía ningún refugio aparente. Sin embargo, la esperanza de fondear subsistía porque en una guía de navegación de Colombia que teníamos, decía que había una pequeña bahía donde se podía hacer un intento de fondeo. De todas formas, si alguna duda teníamos de fondear o no, el propio estado del mar nos confirmó que habría que seguir de largo porque el viento no era favorable para esa bahía y las olas eran de considerable tamaño dado el viento que había estado soplando. Y las dudas aún se esfumaron más todavía cuando por radio, los guardacostas se pusieron en contacto con nosotros y nos preguntaron si teníamos permiso para navegar por esas aguas. Al parecer, estaba prohibido navegar a menos de 25 millas a la redonda por lo que fondear, pensamos, aún lo debería estar más. Esta prohibición nos extrañó mucho porque la guía náutica que llevábamos, hecha por un organismo oficial colombiano, no hacía referencia alguna a esa prohibición, y además, esa misma publicación adjuntaba las cartas oficiales de navegación y si bien se mencionaba en ellas que estaba prohibido pescar, no se decía nada en cuanto a la navegación. Pero como nuestra intención no era parar, no comentamos nada a los guardacostas. Estos se despidieron amablemente ofreciéndose a ayudar en lo que fuera necesario si teníamos alguna emergencia. Con los prismáticos pudimos ver la caseta diminuta en la que permanecían los guardacostas y era el único vestigio humano que se veía en toda la isla aparte del pequeño faro. La verdad era que nos encantó poder observar la isla de día ya que desde que preparábamos la travesía, nos imaginábamos como sería, tan abrupta y tan aislada en medio del mar.

 

Tras bordear Malpelo, nos alejamos poco a poco de ella. Estaba oscureciendo y no paraban de pasar cientos de pájaros bobo de un color blanco inmaculado que volvían a la isla para descansar y pasar la noche. Abrimos la vela para intentar avanzar con ella pero el viento no era lo suficientemente fuerte para las olas que había por lo que navegamos un poco más a motor hasta que el viento sí sopló con suficiente intensidad. Desde Malpelo, el rumbo que debíamos tomar para llegar a Galápagos cambió de aproximadamente un 200, a un rumbo 240. Con este nuevo rumbo, el viento no nos venía tan de proa pero aún así, no podíamos ir a rumbo directo por lo que comenzó una navegación bastante incómoda en la que teníamos que ceñir para acercarnos, en lo posible, a la línea de rumbo que teníamos trazada en Fresita. Según como variaba ligeramente la dirección del viento, podíamos acercarnos a esa línea o por el contrario, debíamos abrirnos. Era bastante incómodo navegar así, aunque claro, si lo pensábamos, era todavía mucho más incómodo estar haciendo bordos contra el viento como tuvimos que hacerlo yendo a Malpelo. Afortunadamente, las olas y el viento no eran fuertes pero aún así, algún pantocazo sí se hizo sentir de vez en cuando.

 

A mitad noche, el viento giró un poquitín y por fin, pudimos navegar paralelos a la línea de rumbo que teóricamente debíamos seguir. El viento soplaba de unos 23 nudos de aparente y las olas cubrían la proa casi continuamente.

 

Los pájaros, al igual que el resto de noches, nos seguirían volando muy cerca de la proa esperando la aparición de algún pez. Las luces de posición y la agitación que hacía el barco del agua, debía ponerles la comida en bandeja.

 

Al día siguiente, quinto de travesía, el viento se relajó. Tenía una intensidad que variaba de 10 a 17 nudos y las olas habían bajado bastante de tamaño. La dirección del viento continuaba igual y aunque no nos permitía ponernos sobre la línea de rumbo inicialmente trazada, sí nos dejaba ir al mismo rumbo, creando a una derrota totalmente paralela a esa línea.

 

Por la tarde, tras la visita fugaz de unos delfines, nos bajamos la meteo con el teléfono satélite. Afortunadamente, la meteorología que estaba prevista, si bien no nos era totalmente favorable, tampoco nos era desfavorable. Parecía ser que tendríamos que seguir de ceñida o a un descuartelar hasta Galápagos pero al menos, no tendríamos viento de cara.

 

El sexto día de travesía, 17 de abril, nos levantamos con el mismo panorama. Viento de ceñida pero aumentando en intensidad ya que soplaba sobre unos 20 nudos. Algo escorados y dando ocasionalmente algún pantocazo, íbamos a buen ritmo, en ocasiones, 6 nudos y pico y no bajamos nunca de 5,5 nudos. Poco a poco, íbamos ganando sur y la línea del Ecuador, cada vez estaba más cerca.

 

Nos visitó un ave parecido a un bobo con el pico azul y las patas rojas (que creemos podía ser un piquero patas rojas de Galápagos) que se puso en el balcón de proa. Nos resultó graciosísimo ver cómo se mantenía en equilibrio sobre el delgado tubo con el vaivén que había. Se iba para adelante y para atrás pero acababa siempre poniéndose vertical y muy raramente, necesitaba abrir las alas para colocarse. Así estábamos, observándole, cuando vimos que el ave, ya más relajada en su precaria posición, comenzó a acicalarse. En cuanto vimos que se rascaba, sintiéndolo mucho y tras la experiencia “garrapatil” del otro pájaro, decidimos que su descanso ya había llegado a su fin y lo espantamos. El pobre, sorprendido de ver a unos humanos tan agresivos, tardó en despegar y aún intentó posarse otra vez, pero cuando vio a Dani de nuevo, se alejó definitivamente.

 

A mitad mañana nos cruzamos con un barco pesquero de pequeñas dimensiones. Tenía unas barcas auxiliares y estaban echando redes. Nos sorprendió que a 300 millas de la tierra más cercana en línea recta (y suponemos que no serían justó de allí), estuvieran pescando con un barco tan relativamente pequeño. Sin duda el oficio de pescador era bastante duro.

 

A lo largo de la mañana, notamos que nos había entrado agua en el camarote de proa qué más que camarote, era ahora un almacén. Nos pusimos a rebuscar y rápidamente detectamos el lugar por donde entraba agua. El sikaflex que aislaba los agujeros que se hicieron en cubierta para que pasaran los gruesos tornillo que sujetaban el estay volante, se habían debido secar o mover y ahora, dejaban entrar bastante agua. Había que arreglarlo en cuanto estuviéramos en Galápagos. Mientras tanto, pondríamos un recipiente para recoger toda el agua que fuera entrando. Lo malo era que ya había entrado bastante agua y que se había mojando un cajón que contenía bastantes conservas. En cuanto pudiéramos también, tendríamos que vaciarlo entero y limpiarlo todo al objeto de que el agua salada, no estropeara demasiado las latas.

 

Nos sorprendió mucho en esa travesía los efectos que en el mar, se producía en ocasiones en ciertas zonas. De repente, el mar se ponía como efervescente, con una ola muy corta y muy picada y todo se llenaba de borreguitos. El Piropo entonces, se ralentizaba bastante en su navegar. El efecto se producía en un espacio de agua que no tendría demasiados metros de ancho pero en cambio, sí era muy largo ya que no podía verse en sus extremos. Ignorábamos el motivo de esa agitación de las aguas pero se lo achacábamos a algún efecto producido por un choque de corrientes.

 

Por la tarde, la navegación fue muy cómoda. El viento quizá había aumentado algo pero la ola era de menor tamaño y el sol brillaba con fuerza por lo que pasamos una agradable tarde. Por la noche sin embargo, la lluvia hizo acto de presencia aunque muy fugazmente.

 

El séptimo día de navegación se levantó soleadísimo y con viento muy agradable. Sólo salir de la cabina, Dani vio a dos gaviotas que se habían posado sobre la placa solar. Intentó entonces espantarlas agitando la mano pero las gaviotas ni se inmutaron. Entonces, se asomó por encima del bimini para acercarse a los pájaros un poco más y asustarlos y entonces vio que las gaviotas no habían perdido el tiempo, habían cagado en abundancia toda la parte superior del bimini y lo peor, también lo habían hecho sobre las placas solares. Esto ya era más grave. No creíamos que fuera bueno para la conservación de las placas y lo que sí estábamos seguros, era que perjudicaba la recarga de las baterías. Así pues, como las gaviotas no parecían inmutarse a sus agitaciones de mano y estaban fuera de su alcance, corrió adentro y cogió dos naranjas que estaban ya bastante pochas. Se las lanzó y a la primera, le dio de lleno a una de ellas que del golpetazo, se giró totalmente y se quedó con las patas al aire y apoyada en la placa sobre su espalda. La pobre ponía cara de no saber qué le había pasado y tan atontada estaba que se quedó así, tumbada boca arriba. Aún parecía que estuviera cómoda y todo. La compañera, permanecía a su lado sin inmutarse. Dani lanzó entonces la segunda naranja buscándole a ella pero esta vez falló por muy poco. La gaviota tumbada recuperó su posición pero se mantuvo en la placa. Entonces Dani volvió a entrar a la cabina y salió con un bichero en la mano. Lo agitó cerca de las gaviotas a escasos centímetros pero estas seguían sin inmutarse. Era alucinante lo confiadas que eran. Al final, Dani tuvo que asomarse por el lateral del barco y con el bichero, pudo golpear un poco a los animales que ahora sí, sorprendidos, se fueron. Pero no por mucho tiempo, cada dos por tres volvían a intentar posarse en la placa y tuvimos que estar pendientes un buen rato para espantarlas en cuanto se acercaban o se posaban en las placas.

 

Por lo demás, el día transcurrió tranquilísimo, con sol y un viento de 15 nudos bastante estable lo que nos dejó leer tranquilamente. Estábamos muy enfrascados leyendo cosas que precisamente tenían alguna relación con nuestros destinos y que aumentaban, aún más si cabe, nuestras ganas de descubrirlos. Dani se había leído “El último paraíso” –regalo de Ángel, del Bahia las Islas- que le pareció interesantísimo porque estaba escrito por un etnólogo especialista en la Polinesia, y ahora estaba leyendo “Kon tiki”, que narraba el viaje en balsa de Thor Heyerdahl desde el Perú hasta un atolón de las Tuamotú. Sandra por su parte se leyó el libro “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo” de Darwin que, si bien en ocasiones era muy denso cuando se recreaba en ciertos animales desconocidos, en general, era muy interesante.

 

Al anochecer el viento aumentó hasta los 20 nudos y así permanecimos toda la noche. También cambió un poco de dirección y ya nos vino más de través, por lo que fuimos más cómodos en ese sentido. Poco a poco, podíamos ganarle al viento y situarnos sobre la línea de rumbo que teníamos prevista.

 

Al día siguiente por la mañana, vimos un nuevo barco de pesca de pequeñas dimensiones que nos cruzó en la distancia. Debía provenir de Galápagos. Más tarde, vimos una lancha de madera de pescadores de las que debían ser auxiliares del barco anterior, que venía a no demasiada velocidad, directo hacia nosotros. Hacía incluso alguna corrección en su rumbo para alcanzarnos de lleno. Llevaba a dos tipos a bordo. No sabíamos que pretendían y nos preocupamos un poco. Miramos por delante por si había redes echadas y nos quisieran avisar pero por allí, no había nada. Y la barca, que seguía en nuestra dirección. ¿Qué querrían? La verdad es que en estas situaciones estás un poco vendido si el que viene tiene malas intenciones. La barca se nos puso cerca, a unos diez metros, y entonces nos saludaron sonrientes y nos dijeron algo que no conseguíamos entender por el viento. Lo único que entendimos de la frase era “Mickey” pero no entendíamos a que se podían referir. Les hicimos gestos de no entender y entonces, sonriendo, se despidieron con la mano, giraron su barca, y se largaron, esta vez sí, a toda velocidad. No entendimos nada de nada. Entonces nos percatamos que Sandra llevaba una camiseta con el dibujo de la mujer de Mickey Mouse pero aún así, no entendimos bien la extraña visita. Sin duda los pobres, estaban aburridos como unas ostras y pasaron a cotillear y a saludar. Lo que seguramente los pescadores no podían imaginar era que a nosotros nos dieron un pequeño susto cuando vimos que, en medio de la nada, una lancha venía directamente y bastante rápido hacia nosotros.

 

Lo que estaba claro es que acercándonos a Galápagos, volvían a verse pescadores y lo peor, estos no llevaban radar por lo que nuestro detector radar no nos avisaría de su presencia. Así pues, decidimos que las dos noches que nos quedaban, nos tocaría hacer guardias.

 

Ese día, Sandra hizo pan. ¡Qué rico estaba! Nos comimos unos bocadillos de Frankfurt cochinos, de esos con abundantes salsas rebosantes y cebolla frita. Era la primea vez que Sandra hacía pan navegando y le salió igual de bien que siempre.

 

El viento ese día continuó como el anterior. La verdad era que los últimos días el viento se había mantenido muy estable en dirección e intensidad y como el sol acompañaba, la navegación estaba siendo muy agradable.

 

El domingo 20 de abril fue nuestro noveno día de travesía y si todo continuaba igual, llegaríamos a las Galápagos al amanecer del siguiente. Sólo quedaban 120 millas. Nuestro destino en concreto era Baquerio Moreno, en la Isla de San Cristobal. La isla más al este del archipiélago.

 

A primera hora de la mañana, ¡cruzamos por primera vez el Ecuador! Siempre dicen que era un momento muy especial para todos los navegantes y habíamos leído que para la ocasión, algunos se ponían un pendiente –aunque también habíamos leído lo mismo para el Cabo de Hornos-, otros, se cortaban el pelo, otros brindaban con algo… nosotros, en cambio, muy cansados por la noche de guardia y porque eran las primeras horas de la mañana, no hicimos nada excepto algún comentario: “Ya estamos en el otro lado”. La característica Cruz del Sur, la constelación que guiaba a los navegantes en el hemisferio sur y que siempre gira señalando al sur, la habíamos estado observado precisamente esa noche pasada.

 

Esa mañana apareció en el horizonte, paralelo a nosotros, un velero que llevaba nuestro mismo camino. Era un velero francés con el que habíamos coincidido el último día en San José, en Las Perlas. Había salido un día después que nosotros y ya nos había alcanzado. Menuda tortuga estábamos hechos pero según nos comentó después en Galápagos uno de la tripulación, formada por dos amigos mayores, habían puesto muchísimo motor y se habían gastado todo el gasoil que llevaban y eso que al parecer, llevaban muchísima cantidad. Nosotros en cambio, como mucho, gastaríamos en toda la travesía 30 litros.

 

Por la tarde, en el momento que estuvimos los dos veleros más cerca, ambos barcos nos estábamos arrastrando del poco viento que había. Ellos quitaron vela y pusieron motor un rato. Nosotros aún pudimos tirar un poquitín más a vela. Era la ventaja de ir con un barco ligero. Ellos entonces intentaron inflar el spinaker pero no había viento ni siquiera para eso y tan pronto como lo pusieron, lo quitaron. Finalmente, los dos barcos tuvimos que poner motor porque el viento desapareció por completo y aunque quedaban muchas millas para San Cristóbal, teníamos ganas de llegar y sobretodo, teníamos que ir a una velocidad suficiente si queríamos no llegar de noche al día siguiente.

 

Por la tarde, en uno de nuestros baños a base de cubos, notamos que el agua sí estaba ya más fresca. La corriente ecuatorial estaba ya totalmente presente trayendo el agua de la corriente de Humboldt, que pasa por el sur de Chile.

 

El viento ya no volvió a subir por primera vez en toda la travesía, ni siquiera ligeramente, y tuvimos que ir toda la noche a motor excepto media hora en la que intentamos, sin éxito, ir a vela. Del velero francés ya no quedaba rastro porque él había optado por bordear la isla por el sur mientras que nosotros, la íbamos a bordear por el norte.

La noche transcurrió muy tranquila, haciendo guardias y con el mar como un plato e iluminado por la luna, que estaba ya empezando a menguar.

 

A las 6 de la mañana, con las primeras luces del día, ya se podía ver perfectamente la costa de San Cristóbal que estuvimos rodeando por la noche. De repente, vimos nuestro primer lobo marino. Asomó su cabeza en la proa y luego evolucionó bajo las trasparentes aguas por debajo del Piropo. Que ilusión. Teníamos muchas ganar de ver estos sorprendentes animales que dada la temperatura especial de las aguas que rodean las Galápagos, pueden vivir a una altura tan cercana al Ecuador.

 

Pero no es el único animal que nos sorprendió. El agua estaba totalmente llana por la falta de viento y se veía, a simple vista, unos animales muy extraños de muy diversas formas y del mismo color. Unos en forma de lágrima, otras de sepia, otras de gusano larguísimo. Dani creía que era zooplacton y Sandra, creía que eran criaturas abisales que habían salido más a superficie durante la noche y, dado lo pronto que era, aún no habían regresado hacia las profundidades, también motivado tal vez por la temperatura más fría del agua. No sabíamos.

 

Como ya nos estábamos acercando a tierra, pusimos bajo la cruceta de estribor, la bandera de cortesía ecuatoriana y bajo ella, la bandera Q, la totalmente amarilla manifestando que el barco estaba bien y que se solicitaba libre práctica, o sea, informando que todavía no habíamos cumplimentado los papeles legales de entrada en Ecuador.

 

Los lobos marinos se veían ya por todas partes. Era increíble la gran cantidad que había.

 

El fondo era muy profundo. A pocas millas de la costa, tenía varios centenares de metros. El profundímetro, dada la profundidad, no detectaba el fondo pero aún así, sospechábamos que no debía ir muy bien porque llevaba varios días sin marcar nada lo que no era normal, ya que normalmente, en algún momento señalaba como fondo, algún pez de cierta dimensión que pasaba por el camino. Finalmente llegamos a un punto en el que la profundidad tenía menos de 100 metros y eso nos confirmó que el profundímetro, efectivamente, no funcionaba. A esa profundidad debería señalar algo. Nos tocaría entrar en la bahía de Baquerizo Moreno, que tenía por cierto varios arrecifes, sin profundímetro. Afortunadamente, el camino no era demasiado complicado pero aún así, Dani se fue a proa con el GPS Garmin en la mano para ver si había algún obstáculo mientras Sandra permaneció al timón. Al poco, comprobamos que la carta Garmin estaba totalmente desviada y no coincidía con la realidad por lo que sólo nos fiamos entonces de nuestra vista –Fresita, con las cartas CMAP y las imágenes extraídas de Google Earth, sí que señalaba con precisión nuestra posición pero claro, estaba dentro de la cabina-. Con mucho cuidado fuimos avanzando y en cuanto vimos que nos poníamos paralelo al último velero fondeado de la bahía, echamos el ancla. Allí además, estaríamos tranquilitos, tal y como nos gustaba estar en los fondeos.

 

¡Ya habíamos llegado a Galápagos! Según el ordenador, habíamos hecho, incluidos los bordos contra el viento, 900,62 millas, habíamos tardado 9 días y 1 hora y habíamos navegado a una media de 4,15 nudos. Nada espectacular ni mucho menos pero habíamos llegado que era lo importante. Y sin apenas hacer uso del motor, exceptuando las últimas horas de aproximación a la isla.

En la siguiente entrada, os contaremos como ha sido nuestra estancia en la primera isla de Las Galápagos en las que hemos estado, San Cristóbal.

Un abrazo

 

 

 

 

3 comentarios a “TRAVESÍA A GALÁPAGOS. Del 12 al 21 de abril de 2014.”

  • En Marquesas están navegando una familia de catalanes ( pareja y cuatro hijos) en un catamarafn, son una gente estupenda. El barco se llama Lumbaz. Espero que os encontreís y lo disfruteís. Mucha suerte y buena proa.

  • Habéis superado con éxito la primera travesía larga después de mas de un año, sin duda sois unos navegantes de primera jejeje, y veo que no pasáis hambre….. lo de la garrapata un poco asquerosillo.     Seguir así surcando los mares,besos.

  • ¡¡ Que no pare la máquina !! Ya estáis casi al otro lado del mundo, fantástico pareja.
    Muchas felicidades y seguir bien.

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