Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

MARTINICA (2ª Parte): Travesía de Fort de France (Martinica) a Le Marin (Martinica) y días de estancia en Martinica. Del 5 de marzo al 1 de abril de 2012.

 

El 5 de marzo decidimos por fin a irnos de Fort de France. Había que irse a Le Marin para, durante unos días, centrarnos en las reparaciones del barco que eran ya bastante variadas y entre las que se encontraban reparar la pérdida de aceite del motor, arreglar el movimiento lateral del timón, arreglar la pequeña entrada de agua que se producía por el piloto de viento, arreglar el pinchazo de La Poderosa, arreglar los desgastes de la génova… Y mientras levantábamos el fondeo se sumó una nueva reparación a la ya larga lista. El molinete, a media subida, se paró totalmente.

 

Tras levantar el fondeo a mano, pusimos rumbo sur cruzando toda la bahía de Fort de France. Pese a que al principio el viento nos pareció que soplaba con menos intensidad que los días anteriores, nos percatamos enseguida que aún soplaba con ciertas ganas porque soplaban 25 nudos por la aleta e incluso alcanzó los 30 nudos justo en medio de la propia bahía. Ya nos dábamos cuenta que no sería un día tranquilo de navegación porque encima, una vez bordeáramos el Cap Salomón, el viento se pondría justo de proa y tendríamos que avanzar de ceñida.

 

Tras atravesar la bahía de Fort de France navegamos un rato muy próximos a la costa. Debido a la orografía del terreno el viento o casi se detenía, o venía encauzado. Lo único positivo es que delante nuestro teníamos un velero mucho más grande que a diferencia de nosotros, llevaba todo el trapo arriba y en la distancia, ya nos avisaba con claridad donde eran las zonas donde se encauzaba el viento porque le veíamos escorar hasta casi meter las velas en el agua.

 

Bordeamos el Cap Salomón y comenzó nuestra remontada al viento por el canal que separaba Martinica de Santa Lucía. El viento soplaba fuerte, 30 nudos de proa con alguna racha de 32. Bordeamos a cierta distancia la Rocher du Diamant y continuamos avanzando hacia Le Marin pero abriéndonos inexorablemente hacia Santa Lucía porque el viento venía exactamente de nuestro destino. Cuando habíamos avanzado bastante, hicimos un bordo y nos percatamos aún más si cabe que el avance sería mucho más lento de lo inicialmente previsto. La génova, enrollada como iba, portaba muy mal y era difícil ceñir suficientemente. De repente, vimos a un catamarán que iba a motor a relativo buen ritmo rumbo directo a Le Marin y la mala influencia nos afectó, en especial porque haciendo bordos veíamos que seguro llegaríamos de noche y eso no nos apetecía nada. Y así, con el motor encendido y un fuerte viento por la proa, poco a poco fuimos avanzando.

 

Con muchísima paciencia llegamos a Ste-Anne pero ya con las últimas luces del día. Dada la hora, decidimos posponer la llegada a Le Marin para el día siguiente para no navegar de noche por la bahía denominada Cul de Sac du Marin.

 

En el fondeo de Ste-Anne el viento era fuerte pero había disminuido a 20 nudos y la ola era nula. El lugar estaba abarrotado de barcos pero el fondeo era tan amplio, que había espacio de sobra para todos. Ya con la noche más entrada, el viento se calmó casi del todo.

 

Al día siguiente nos levantamos muy descansados después de haber dormido mucho tras el intenso día anterior. Después de desayunar levamos ancla y nos encaminamos hacia Le Marin. El trayecto era muy corto, de aproximadamente una hora pero había que hacerlo exclusivamente a motor ya que el canal era estrecho. La Bahía era muy grande pero aún así se veían barcos fondeados por todos lados. Debía haber cientos de barcos. Nunca habíamos visto antes tantos y tantos barcos juntos.

 

Llegamos sin problema a Le Marin y fondeamos muy cerca de la enorme marina un poco metidos en el canal ya que no vimos demasiado espacio libre y habían otros barcos fondeados en ese mismo lugar. Dedicamos el resto de la mañana a diferentes ocupaciones para poder empezar a tachar tareas pendientes de la lista que habíamos confeccionado. Así pues, Dani reparó el pinchazo de La Poderosa y de paso la limpió a conciencia. Mientras, Sandra acabó por fin la inacabable tarea de reparar la rotura del bimini.

 

A mitad tarde descubrimos que con cierta intensidad, recibíamos la señal wifi de la marina y que pagando con tarjeta de crédito, podíamos conectarnos a Internet. Así que aprovechamos para escribir correos, revisar las cuentas bancarias y a hablar con la familia a través de Internet. Y por la noche, después de mucho tiempo sin hacerla, hicimos en el Piropo sesión de cine y palomitas.

 

El 7 de marzo, tras intentar bañarnos en el mar, decidimos, por primera vez en el viaje, que en ese lugar nos ducharíamos con agua dulce. El agua en Le Marin estaba francamente repugnante y a muy poca distancia no se veía nada de nada. A diferencia de lo que pudiera imaginarse, el agua estaba mucho más limpia en Fort de France, la capital de Martinica, que en la propia Le Marin.

 

Tras los baños, nos pusimos a la faena para poner el barco a punto cuanto antes respecto a las reparaciones importantes. Así pues, cogimos La Poderosa y desembarcamos en el muelle gratuito que estaba abarrotado de dinguis pese a su gran tamaño y nos dirigimos a un taller llamado Mecanic Plaisance que según el de la náutica de Fort de France, era el único que existía en Le Marin. Luego descubriríamos que no era así aunque estos eran muy serios y los más conocidos aunque también bastante caros. La mujer que nos atendió, que nos habló en inglés y que días más tarde descubriríamos que hablaba muy bien español porque había vivido en Gran Canaria, nos comentó que ese lugar era la oficina y nos indicó donde estaba realmente el taller mecánico. Estaba a unos 15 minutos andando, en el Carénage, una zona en la bahía donde había un gran varadero repleto de barcos.

 

Antes de ir al Carénage, pasamos por aduanas a cumplimentar los trámites correspondientes que hasta la fecha no habíamos realizado y no los habíamos cumplimentado hasta la fecha primero por ignorancia y luego un poco por dejadez. Al principio, en Fort de France, como era la primera vez que navegábamos en un país europeo distinto a España, ignorábamos si debíamos cumplimentar algún trámite burocrático pero con el paso de los días, vimos que los barcos europeos mostraban bandera amarilla cuando recalaban por primera vez en la isla por lo que supusimos que algo habría que hacerse. Pero los días fueron pasando y hasta ese día, no nos decidimos a hacerlos. Los trámites a realizar eran sólo los de aduanas y ninguno de inmigración y los pudimos cumplimentar nosotros mismos rápidamente en unos ordenadores que habían habilitados para ello.

 

De aduanas fuimos caminando hasta el Carénage donde nos costó bastante encontrar el taller mecánico que nos habían indicado porque lo buscábamos por el exterior del recinto del varadero. Ya localizado en el interior, hablamos con el mecánico jefe que el era más seco que la mojama aunque se le veía muy serio y efectivo y quedamos con él para que el día siguiente viniera al barco a echarle un vistazo al motor e intentar encontrar el problema de la abundante pérdida de aceite cuando el motor funcionaba. Después comimos rápido por ahí y pasamos por un gran supermercado para comprar sobretodo fruta y verdura. De allí volvimos al barco y nos pasamos la tarde escribiendo entradas para la página web y leyendo un poco.

 

El 8 de marzo habíamos quedado con nuestro amigo Bruno que como siempre tan amable, se nos había ofrecido para venir a Le Marin y hablar personalmente con la persona del que nos habían dado referencias en la náutica de Fort de France y que al parecer, podría ayudarnos en la reparación del timón. A nosotros nos sabía muy mal que viniera porque vivía en Fort de France y venir a Le Marin le suponía una molestia importante, pero él insistió en ayudarnos y a nosotros nos facilitaba las cosas su ayuda. Antes de nada, fuimos con Bruno a comer que lo primero era lo primero y después, nos acercamos al Carénage a encontrarnos con el mecánico que tenía que detectar el problema del motor. Mientras Sandra y Bruno se quedaron tomando un café, Dani y el mecánico se fueron juntos con La Poderosa al barco y una vez allí, después de mirar detenidamente el motor y no encontrarle nada raro de forma evidente, el mecánico predijo que seguramente la pérdida de aceite se produciría a través de un poro en uno de los tubos de presión de aceite. Según el mecánico, el problema no era grave y presuponía a priori que no sería caro aunque dijo que tendría que realizar primero un presupuesto detallado antes de dar un precio definitivo. Quedamos en que esa misma tarde llamaría a Dani y que le daría un presupuesto.

 

Tras la visita del mecánico, nos fuimos con Bruno de nuevo al Carénage a buscar al tipo recomendado por la náutica de Fort de France para reparar el timón. Nos costó encontrarlo y resultó ser un chico bastante joven, menudo y con pinta de borrachín que no se encargaba de ese tipo de tareas ya que su especialidad eran las jarcias. No obstante, nos recomendó a Pascal para que mirara el problema. Pascal era un hombre delgado, muy alto y también con pinta de borrachín que sin embargo era muy amable e inmediatamente se ofreció a ir al Piropo a echarle un vistazo al timón. Esta vez Bruno se añadió a la excursión y Sandra se quedó sola tomando el segundo café de la tarde.

 

Ya en el barco, Pascal, que era especialista en arreglos de fibra, confirmó lo que ya nos había avanzado telefónicamente nuestro amigo Albert de Barcelona. El problema del movimiento lateral del timón era un pequeño desgaste en la pieza que existe justo debajo de la caña y en la parte superior de la mecha del timón. La holgura que existía en esos momentos no era un problema pero sí si lo dejábamos sin arreglar ya que la holgura iría creciendo y podría convertirse en un problema estructural del barco. Pascal nos comentó que el problema lo podría arreglar Dani simplemente desmontando la pieza y sustituyéndola por una igual que podrían hacerle en un establecimiento que estaba en el propio Carénage. La única precaución que debía tomar Dani era sujetar firmemente la pala del timón para que no se desprendiera y acabara en el fondo del mar. Nos ofrecimos a pagarle a Pascal por su ayuda pero él no aceptó a cobrar nada por el viaje aunque sí que nos aceptó una cerveza así que fuimos con él al Mango Bay, que era el bar donde estaba Sandra y era el lugar de reunión de todos los navegantes en Le Marin. Estando en el bar, llamaron a Dani para darle el presupuesto del arreglo del motor: 376 euros con el IVA. Nos pareció un precio elevado pero el arreglo nos parecía imprescindible y lo aceptamos. Al día siguiente vendrían a arreglarlo. Nos despedimos de Pascal, que se quedó en el bar con otros amigos y de Bruno, que tenía que volverse a Fort de France y pasamos por el taller mecánico a pagar el 50% del presupuesto.

 

Del “alegre” desembolso, volvimos al barco ya de noche satisfechos porque ya íbamos poco a poco, encontrando soluciones a los problemas del Piropo.

 

El 9 de marzo muy temprano, Dani se fue con La Poderosa a buscar al mecánico del motor. Éste se pasó 2 horas arreglando el tubo del aceite del motor y una vez arreglado, mostró a Dani que el problema era efectivamente el tubo del aceite ya que allí había un poro donde se podía apreciar claramente el escape. Nos alegró mucho el saber que el arreglo sería definitivo. Mientras el mecánico trabajaba, Sandra limpió las algas que periódicamente se creaban sobre la línea de flotación y Dani, por su parte, comenzó a preparar una gran tela con cabos en sus extremos para sujetar la pala del timón cuando desmontase la caña y la pieza que debía sustituirse.

 

Cuando el mecánico finalizó su tarea, Dani lo llevó a tierra y pasó por el taller a abonar la segunda mitad del presupuesto. A la vuelta, limpió bien el compartimento del motor de todo resto de aceite. Preveíamos que por fin, ya no tendríamos que limpiarlo más.

 

Tras la comida, nos fuimos sobre las 15:30 a la parada de taxis collectives para buscar uno que nos llevara al aeropuerto ya que allí, nos recogería Bruno que nos iba a llevar a ver un partido de fútbol que él arbitraba.

 

Los taxis collectives son un modo de transporte curioso en Martinica que son una mezcla de taxis y autobuses. Son pequeñas furgonetas que tienen trayectos definidos pero que sólo parten a su destino cuando están llenas. Así pues, tenían la ventaja de que eran baratos ya que por ejemplo el trayecto de Le Marin a Fort de France nos costó menos de 5 euros, pero por el contrario tenían el inconveniente que no se conocía con precisión a que hora se partiría por lo que debía cogerse uno con mucho tiempo de antelación. No entendíamos como la gente podía llegar a tiempo al trabajo con ellos.

 

El trayecto fue muy emocionante porque el conductor conducía realmente mal. Parecía como que se dormía ya que el coche se desviaba inexorablemente y bruscamente, corregía la trayectoria. También, en un cambió de carril, casi se tragó a un coche que no vio y encima, cuando el otro le chilló, el se volvió como un loco. Por fin, muy aliviados, llegamos al aeropuerto con bastante antelación a la hora prevista. Para pasar el rato compramos un periódico francés “Le Monde” y nos sorprendió mucho la diferencia de calidad con los periódicos de España ya que el que habíamos comprado tenía muy poco que leer y no sólo de noticias internacionales, sino incluso de nacionales y deportivas. Parecía un folletín en vez de un periódico.

 

En el aeropuerto Bruno nos recogió y nos llevó al campo de fútbol. Ya en el pequeño estadio, él se metió en los vestuarios y una persona del equipo local nos guió hacia el lugar de la grada donde podríamos sentarnos. Allí había unas chicas que él conocía y nos presentó para que estuviéramos entretenidos hablando con ellas. Poco a poco, el estadio se fue llenando. Era impresionante la afición al fútbol en Martinica porque la liga local no debería de tener demasiado nivel y en cambio, allí había casi mil personas que al parecer, habían pagado 8 euros cada una. Bueno, casi todos porque nosotros, que éramos invitados de Bruno, no pagamos.

 

El partido comenzó. Jugaban el primero de la clasificación con el último en casa del primero por lo que se preveía un paseo triunfal pero los últimos se contentaban con un empate e hicieron un partido muy marrullero, jugaban duro y en cambio, se tiraban cada dos por tres cuando recibían una falta. Un partido muy difícil de arbitrar. Era la primera vez que veíamos un partido de fútbol desde ese punto de vista. Como en España, la gente gritaba al árbitro por costumbre como si fuera parte de la fiesta y analizaban el partido con una absoluta falta de objetividad y veían cosas donde evidentemente no había sucedido nada. Muchos hacían eso medio en broma porque después de gritar nos miraban y se reían. El motivo de mirarnos era que absolutamente todos sabían que estábamos allí por el árbitro porque se conocían todos y sobretodo, porque en el estadio sólo había tres blancos, el árbitro y nosotros dos. Otros espectadores en cambio, chillaban como si les fuera en ello la vida, con un odio desmesurado. Y si el partido ya era difícil para el árbitro, una entrada desproporcionada de un jugador local hizo que Bruno se decidiera a expulsarlo. La gente explotó y si ya no paraban de decirle cosas, ahí se volvieron locos. Nosotros no estuvimos en ningún momento inquietos porque sólo se dirigían a nosotros las personas que trataban el asunto con un poco de humor.

 

El partido finalizó y pese a que acabó cero a cero, fue muy entretenido. El público fue saliendo del estadio y nosotros nos dirigimos a las puertas de los vestuarios para esperar la salida de Bruno. Allí había un grupo de personas que también esperaban la salida de Bruno para finalizar la fiesta chillándole un poco. Nos pareció que la labor del árbitro era muy poco agradecida. Aunque se arbitrara bien, la gente siempre iba a protestar. Ya en el coche, Bruno se disculpó y nos comentó que no solían haber tantos follones y que nos había tocado un mal día. Volviendo hacia el barco, comentamos el partido que en nuestra humilde opinión, lo había arbitrado muy bien y ese debía ser también la opinión de los jugadores porque ninguno de ellos le protestó durante el partido, ni siquiera el expulsado. También comentamos el nivel de arbitraje que tenía Bruno y la diferencia de ingresos que tendría si regresara a vivir a la metrópoli y pudiera arbitrar partidos de más nivel.

 

Ya en Le Marin, nos despedimos de Bruno y le agradecimos su invitación pero no le dijimos nada de tomar algo porque a él se le veía cansadísimo y encima, le tocaba conducir de vuelta a Fort de France.

 

El día siguiente lo empleamos para realizar pequeñas tareas en el barco y por la tarde, nos fuimos a internet con la idea de buscar a conciencia, un billete de avión muy barato para que Sandra pudiera visitar a su familia en España en el mes de junio, cuando ya estuviéramos en Venezuela pasando la temporada de huracanes. Buscamos y buscamos pero finalmente no pudimos encontrar nada más barato de 850 euros. Una barbaridad. Compramos el billete con mucha antelación porque pensamos que sería más barato y tuvimos un poco de mala suerte, porque sólo dos días más tarde no enteraríamos que si hubiéramos comprado el mismo billete directamente en Venezuela, nos hubiera costado aproximadamente la mitad del precio. El motivo de esto es que Venezuela tiene una moneda artificialmente inflada pero el cambio real en la calle es mucho más beneficioso. Así pues, si adquirías bolivares fuertes (que es como se llama la moneda de Venezuela) en el propio país, o si comprabas el billete a través de una agencia local que te cambiara tus euros a un cambio beneficioso, la diferencia de precio en el billete era abismal. Curiosa situación que no podíamos haber previsto y cuyo desconocimiento nos hizo perder 400 euros. Días más tarde intentamos anular el billete pero no pudimos ya que sólo nos dejaban cambiarlo de día y además, te imponían una fuerte penalización de 150 euros más 30 euros de gastos de gestión. Una pena.

 

Al día siguiente, desde muy temprano, nos dedicamos a arreglar la génova. Amollamos las escotas y la bajamos rápidamente. La génova en sí estaba en buen estado aunque la banda solar estaba descosida y en algunos tramos, rasgada. Así pues, Dani se pasó toda la mañana cosiéndola. Una vez lista, tocó subirla. La operación era un poco complicada porque aunque amolláramos las escotas, la vela portaba algo y ese movimiento incontrolado del barco parecía un poco peligroso porque durante la noche, se habían colocado dos barcos bastante cerca del Piropo. Nos pusimos a la faena y la operación fue peor de lo que nos imaginábamos a priori porque el barco fue avanzando lentamente hacia un lado hasta que la cadena quedó tirante y entonces se dirigió hacia el otro lado y allí, la vela se engancho con el estay volante e hizo una pequeña bolsa que acentuaba el movimiento del barco en ese sentido. Subimos la vela lo más rápido que pudimos y finalmente no pasó nada. Durante ese día, nos fijamos en un par de barcos más que casualmente también hicieron la misma maniobra y nos tranquilizó el ver que a ellos también la operación les creaba ciertas dificultades porque sus barcos hacían los mismos movimientos que el nuestro y se les veía corriendo nerviosos de un lado a otro de cubierta apresuradamente.

 

Mientras Dani cosía la vela, se nos acercó un barco de salvamento marítimo que nos pidió, en castellano, muy educadamente, con todo tipo de explicaciones y sin ninguna altivez, que apartáramos el barco del canal antes de las 7:00 horas del días siguiente porque a partir de esa hora iban a salir muchos megayates hacia el gran carguero que recientemente había fondeado en la boca de la bahía y necesitaban que todos los barcos que estábamos un poco metidos en el canal y que éramos unos cuantos, dejáramos despejada la zona para evitar accidentes.

 

El carguero que había en la entrada, era la competencia de los capitanes de yates que se dedicaban a transportar barcos. El barco, que era enorme, tenía la capacidad de hundirse y los barcos podían entrar en él navegando. Una vez estibados, ya emergía de nuevo. En él cabía una gran cantidad de barcos aunque el transporte no debía ser excesivamente económico porque parecía que sólo usaban ese servicios los megayates y los barcos de regatas aunque algún pequeño velero sí se veía.

 

Sobre las 2 de la tarde, quedamos con Bruno y Karine para pasar juntos la tarde. Fuimos a la playa de Les Salines y allí pasamos una agradable tarde charlando sobre la arena. Tras la playa y ya de noche, fuimos juntos a Sante Anne donde cenamos en un puestito callejero unos accras, esa especie de buñuelos de pescado o de gambas que eran una de las especialidades locales.

 

Una vez en el Piropo, decidimos mover el barco a un sitio que no molestara. No tuvimos que irnos muy lejos porque en el otro lado del canal, vimos un amplio espacio donde dejarlo.

 

El día 12 de marzo comenzamos el arreglo del timón. Para ello, Dani se zambulló en las sucias aguas de Le Marin para sujetar bien la pala del timón con cabos para que no se cayera al fondo cuando desmontáramos la parte superior. Luego, desmontamos la caña y la pieza que había cambiar. Era curioso porque la pieza estaba tan casi perfecta que no parecía que el problema pudiera generarse ahí. Tomamos las medidas de la mecha y nos fuimos con La Poderosa al Carénage a encargar la nueva pieza. Allí nos encontramos con Pascal que muy amable, nos acompañó al taller y habló con el dueño para pedirle exactamente lo que necesitábamos. Además y de paso, pedimos que nos hicieran una pieza que desde el Estrecho de Gibraltar, nos había dado problemas. La pieza en cuestión era una que evitaba que salieran los garruchos de la vela mayor. Habíamos intentado comprarla pero Jeanneau había dejado de fabricarla y las sustituciones artesanales que habíamos fabricado nosotros, aunque funcionaban algo, no eran infalibles ya que la mayoría de los garruchos subían bien pero en ocasiones, alguno se escapaba y había que interrumpir la subida de la vela, volverla a bajar e ir al palo a meter el garrucho. Era muy incómodo, sobretodo cuando hacía algo de mal tiempo. Viendo la oportunidad, encargamos una pieza exacta a la que había antes para que nunca más nos diera más problemas. El presupuesto de las dos piezas fue de 80 euros, una cifra bastante razonable para lo preocupados que estábamos sobretodo con el tema del timón.

 

Por la tarde, fuimos al supermercado a comprar provisiones y ya en el barco, Dani estuvo mirando el molinete para ver que era lo que fallaba. Tras el breve análisis, fuimos a una náutica para comprar un relé por si ese era el problema y ya de paso, compramos una caja estanca para el mismo porque el nuestro, aunque era un relé estanco y estaba dentro del cofre de anclas, tenía óxido por todas partes y pensamos que sería mejor que estuviera más a resguardo.

 

También utilizamos la tarde para visitar a un velero y encargarle una bolsa en la que guardar la trinqueta en cubierta preparada para su uso. La bolsa que habíamos llevado hasta entonces, por el sol y la sal, pese a que apenas tenía 8 meses, se deshacía sólo con tocarla. Podríamos haber optado por guardar la vela en el interior porque montarla en el estay volante no costaba demasiado pero en el interior ocupaba bastante sitio y era más cómoda llevarla fuera. Así pues, la encargamos pese a que nos presupuestó la barbaridad de 100 euros tras regatearle 10 eurillos. Esperábamos que la nueva bolsa, con una tela especialmente preparada para el exterior, nos aguantara el resto del viaje.

 

Ya en el barco, Dani desmontó el relé e instaló el nuevo y comprobó que ese no era el problema. Tendría que seguir indagando al día siguiente porque el día ya no dio para más.

 

El día 13 de marzo volvimos a tierra a comprar cables nuevos para el molinete porque los antiguos estaban algo corroídos y pensábamos que quizá era ese el problema, pero tras volver al barco y cambiarlos, el molinete seguía sin funcionar. Dani estaba en un callejón sin salida pero volvió a tierra y al menos, devolvió el relé que valía 80 euros.

 

En uno de los trayectos a la náutica, pasamos a saludar a un barco de Barcelona que había fondeado justo delante nuestro hacía unos días y que extrañamente, pese a que nosotros habíamos estado en cubierta bastante tiempo arreglando cosas, ni siquiera nos habían saludado en la distancia. Cuando pasamos por su barco a saludarlos entendimos su extraña actitud previa. Eran más raros que un perro verde o tenían un complejo de ciudadanos del mundo. Sólo se asomó a saludar una chica que sí que era simpática pero los otros dos chicos, pese a que estaban en la bañera, ni siquiera se asomaron ni dijeron nada. Y eso que no desembarcamos del auxiliar y sólo estuvimos dos minutos porque íbamos de pasada. Quizá la mejor explicación a su actitud es que eran unos maleducados porque no saludar a gente que te viene a saludar no tiene otra explicación.

 

El día 14 de marzo, miércoles, fuimos al Carénage a recoger la pieza del timón que ya la tenían preparada. Nos quedamos francamente satisfechos con el trabajo que habían hecho porque la pieza era exactamente igual a la que teníamos pero nueva. De allí, fuimos a la velería para recoger la nueva bolsa de la trinqueta y a continuación, regresamos rápidamente al barco para montar cuanto antes la nueva pieza del timón porque daba mucha grima ver al Piropo de esa forma, fondeado, sin gobierno y con la pala del timón enganchado con multitud de cabos. Una vez montado todo comprobamos que la pieza encajaba perfectamente y observamos que la caña ya no hacía el pequeño movimiento lateral. ¡Había quedado perfecto! Para finalizar la tarea, Dani tuvo que darse un nuevo baño en las casi opacas aguas de Le Marin para retirar todos los cabos que sujetaban la pala del timón.

 

Por la tarde fuimos a Internet a colgar la entrada de Granada y a contestar a algún correo electrónico y de vuelta al Piropo, pese a la mala experiencia que habíamos tenido el día anterior con los maleducados del barco de Barcelona, pasamos a saludar a otro barco que también era de Barcelona y que acabábamos de ver en la marina. Se llamaba Gota de Rocío y en él conocimos a su capitán, Sergio, un simpático mallorquín de la edad de Dani. Él nos agradeció mucho la visita porque nos comentó que allí era difícil ver españoles. El Gota de Rocío era un barco que se alquilaba con capitán y justamente, en ese momento llegaron Jesús y Gloria, unos catalanes que eran los nuevos tripulantes para esa semana y que resultaron también ser muy simpáticos. Estuvimos un rato charlando juntos y de allí, ya nos fuimos para el Piropo.

 

Al día siguiente, vino un electricista al barco al que Dani había llamado cuando comprobó que él sólo no podía arreglar el molinete. El electricista le confirmó que el problema venía del interior del motor del molinete pero se vio incapaz de desmontarlo de lo agarrotado que estaban todas las tuercas. Para solucionar el problema pidió a Dani que lo llevara a un mecánico para que lo desmontara y luego él, ya se encargaría de reparar el problema eléctrico. Era imposible desmontar el molinete sin grandes herramientas. Cogimos el molinete y nos fuimos al Carénage a buscar al mecánico que nos había recomendado el electricista. Este no se encontraba allí y no contestaba al teléfono por lo que como no conocíamos a nadie más, pasamos por el mecánico que nos había arreglado el motor unos días antes. Este mecánico, con buena voluntad, intentó desmontarlo pero al rato, sin ningún resultado positivo nos comentó que no se dedicaba a eso pero que de todas formas, veía que estaba muy agarrotado y que no creía que se pudiera desmontar. Nos recomendó que nos pasáramos por una tienda que había cerca de material de segunda mano para ver si había un molinete usado para sustituir al viejo. Le hicimos caso y pasamos por esa tienda. Efectivamente tenían dos en venta aunque eran exageradamente voluminosos y ambos funcionaban a 24 voltios. Tras la infructuosa búsqueda, encontramos por fin al mecánico que nos había recomendado el electricista y le dejamos el motor para que intentara desmontarlo aunque ya nos advirtió que lo veía complicado.

 

Esa tarde la pasamos en el barco escribiendo la entrada de Martinica que con el tiempo que estábamos pasando el la isla, iba a ser interminable e infumable. Al menos nos serviría para explicarnos a nosotros con el tiempo, en qué habíamos empleado tanto tiempo en la isla.

 

El día 16 de marzo, pasamos unas horas en el barco escribiendo y más tarde, nos fuimos de nuevo al Carénage. Pasamos primero a recoger la pieza de la mayor que de nuevo la habían hecho perfectamente y luego, buscamos al mecánico para ver si había podido desmontar el molinete. Cuando le vimos la cara ya intuimos que poco había podido hacer. Nos comentó que había utilizado una prensa de nosecuantas toneladas pero el molinete, antes de moverse lo que se tenía que mover, ser deformó todo. En conclusión, el molinete había muerto. Era un gran contratiempo porque un molinete nuevo era caro pero la opción de subir el ancla siempre a mano no era segura. Así pues, no había alternativa. Habría que comprar uno.

 

Volviendo del Carénage, encontramos un nuevo barco con bandera española. La situación era bastante sorprendente ya que hasta la fecha casi no habíamos visto ninguno y en Le Marin, habíamos visto un montón. Este nuevo barco era el Moskito Valiente, con Jose y Lourdes. Eran de nuestra edad y era su segunda temporada ya que ellos inicialmente habían navegado a Brasil y de allí, habían ido a la Guyana Francesa a trabajar unos meses. Luego, habían pasado la temporada de huracanes en Venezuela antes de navegar hasta Granada y Martinica. Estuvimos allí unos minutos antes de dejarlos porque según nos comentaron con cierta cara de intranquilidad, tenían toda la sentina inundada de agua hasta el plan. Así pues, no era el momento de demasiadas presentaciones porque aunque no se les veía demasiado intranquilos, sí que debían de estarlo. Nos ofrecimos por si necesitaban ayuda de algún tipo y nos despedimos quedando que ya nos veríamos en un momento en que hubieran solucionado el problema.

 

Por la tarde fuimos de nuevo a internet y allí nos encontramos a Valerio y Pilar, los italianos con los que habíamos coincidido en Barbados y especialmente en Bequia y que nos contaron lo que habían hecho este tiempo y cuales eran sus planes. Por ahora seguían viajando haciendo barcostop y durmiendo donde podían. En ese momento estaban durmiendo en un barco que no estaba habitado y que se vendía por ¡1000 euros! Habría que echarle un vistazo.

 

El día 17, que era sábado, nos embarcamos en La Poderosa con la intención de ir a tierra a buscar molinetes. Previamente, como vimos a los del Moskito Valiente en la bañera pasamos a preguntarles si habían podido solucionar el problema de la entrada de agua y nos dijeron que sí, que se habían dejado unos grifos de fondo abiertos y con la fuerte escora de la navegación les había entrado mucha agua. Tras conversar un rato, quedamos esa noche para ir a cenar juntos por ahí.

 

Ya en tierra, fuimos a buscar molinetes pero sólo pudimos ver en dos tiendas y en ambas comprobamos que sería especialmente caro adquirir uno y no porque estuviéramos en Martinica en la que los precios del material náutico era sólo ligeramente más caros que en Europa, sino porque los molinete ya eran caros de por sí, especialmente los verticales que era el tipo que necesitábamos en el Piropo si no queríamos hacer demasiadas adaptaciones.

 

Saliendo de la náutica se nos presentó un chico que era de Mallorca. Era Jobi que estaba pasando unas vacaciones en el velero Wild Woman. Estaba con Judy, una caymanesa que pasaba largas temporadas en Mallorca y que era la propietaria del velero. Nos invitaron a tomar algo y estuvimos un buen rato con ellos. Judy había dado la vuelta al mundo con su velero en una regata y nos estuvo contando sus experiencias. También conocimos a Adela, otra española que desde Granada, había sido la capitán del Wild Woman pero que por incompatibilidades de carácter con Judy, se volvía al día siguiente para España. A la tertulia se sumaron los italianos que pasaban por allí. Al final nos despedimos todos.

 

De vuelta al barco, nos ofrecimos a llevar a los italianos al suyo porque ellos no tenían auxiliar. Cuando llegamos al Aragon, que era como se llamaba el velero, entendimos un poco el porqué se vendía por tan sólo 1000 euros. El barco era de hierro y parecía oxidadísimo. Había recibido un golpe tan fuerte en el costado, que ahora el barco estaba fuertemente ladeado. El barco no tenía velas y en su interior no había casi nada aprovechable. Quizá para algún manitas con tiempo libre y muchas ganas sería una buena oportunidad pero para los demás, parecía un muerto más que una oportunidad. Lo más curioso del barco es que su interior estaba infestado de cucarachas. Se veían continuamente. Nos ofrecieron una bebida y de detrás del vaso salió corriendo uno de esos “simpáticos” animales. Echándole un vistazo al barco, Dani se interesó por ver que motor tenía y al abrir la caja del motor allí vimos el infierno, estaba repleto de cucarachas. Hicimos algunas bromas aunque salimos del barco rápidamente. Nosotros éramos mucho más sensibles que ellos y no entendíamos como podían dormir allí. Sin duda, eran más duros que nosotros.

 

Ya en el Piropo nos arreglamos y al poco, nos pasaron a buscar Jose y Lourdes con su potentísimo auxiliar. El nuestro era de 2 caballos y 4 tiempos mientras que el suyo era de 15 y de 2 tiempos, es decir, mucho más potentes que los de 4 tiempos. Llegamos a tierra en un segundo y juntos fuimos a una pizzería donde pasamos una muy agradable noche charlando de nuestras experiencias y planes. Nos cayeron muy bien.

 

Al día siguiente, domingo, no podíamos avanzar en la búsqueda del molinete por lo que nos quedamos en El Piropo escribiendo el diario y ordenando fotos. Por la tarde nos visitaron Jose y Lourdes y merendamos todos creppes de chocolate y limón que prepararó Sandra.

 

El 19 de marzo nos pateamos todas las náuticas de la zona buscando el molinete más adecuado y el más barato. Así nos pasamos toda la mañana. Al final optamos por un Lofrans horizontal de 1000 watios que era el modelo actualizado del que se nos había estropeado y que por sus dimensiones, debía encajar en el Piropo. Cuando por fin íbamos a comprarlo en una de las náuticas, les faltaba una de las piezas por lo que tendríamos que esperar a que abrieran las tiendas por la tarde para comprarlo en otra náutica.

 

Ya por la tarde, desembarcamos en tierra y mientras Dani fue a la náutica a comprar el molinete que le costó 1380 euros, Sandra fue a internet donde conoció a Ricardo, un argentino muy simpático que navegaba desde hacía varios años por el Caribe. Ricardo era arquitecto y había tenido una empresa constructora en Argentina pero la multitud de problemas le agotaron y escogió vivir en un velero ganándose la vida haciendo pequeños trabajos de reparaciones en los barcos. Solía pasar las temporadas de huracanes en Venezuela y cuando Sandra le preguntó por la famosa inseguridad que contaban de allí, él se ofreció a quedar otro día con nosotros para hablar sobre el tema pausadamente.

 

Por la noche nos fuimos al Moskito porque nos habían invitado a cenar Lourdes y Jose. Llegando a su barco con La Poderosa, ya se sentía el buen olor que desprendían las brochetas de pollo, pimiento y cebolla, los pimientos rellenos de queso y la ensalada que nos habían preparado. También habían invitado a Xavier, un francés que navegaba en solitario y que conocían de su estancia en Brasil. Xavier acababa de vender su barco porque por diversos motivos, tenía que volver a Francia. La noche transcurrió muy agradable e incluso se alargó hasta las ¡4:30 de la mañana!

 

Al día siguiente, nos levantamos tarde y enseguida vinieron Jose y Lourdes. Jose se había ofrecido a traer su generador eléctrico a gasolina que proporcionaba una corriente de 220V y ayudar a Dani con el taladro a hacer los agujeros necesarios para instalar el nuevo molinete. La tarea al principio parecía sencilla pero finalmente les entretuvo mucho tiempo por dos circunstancias. Una era la fortaleza de la aleación de aluminio en que estaba construido el soporte del molinete del Piropo. Jose, que tenía bastante experiencia de arreglos en su barco, comentó que esa aleación era muchísimo más dura que el acero inoxidable. No parábamos de destrozar brocas de hierro aunque trabajáramos muy poco a poco. Al final, conseguimos perforarlo enfriando permanentemente la broca con un spray de agua. La segunda circunstancia que alargó la tarea fue que el día resultó extrañamente lluvioso y en vez de llover de golpe y rápidamente, estuvo todo el día chispeando impidiendo mientras tanto trabajar en cubierta. Como la tarea se alargó irremediablemente, Jose y Lourdes se quedaron a comer en el Piropo y ya de noche, conseguimos por fin finalizar los agujeros que debían de hacerse. Mientras, Sandra y Lourdes se pasaron el día charlando y pasándose de una a otra las películas que cada una tenía.

 

Por la tarde también se sumó al Piropo Xavier, que ya había abandonado definitivamente su barco que acababa de vender y vivirá en el Moskito unos días hasta que se volviera a Francia.

 

El día 21 Dani acabó de montar el molinete. El día anterior sólo se habían podido hacer los agujeros y quedaba fijarlo y conectar todos los cables eléctricos correctamente, tanto al relé, como a los mandos. Tras la tarea lo probó e iba perfecto. Que bien sonaba. Daba gusto después de toda la faena que había dado.

 

A mediodía pasaron Jose Lourdes y Xavier que se iban a comer por ahí y nos invitaron a ir con ellos. Aceptamos y fuimos a comer a un chino bueno y baratito. Tras la comida, cada uno volvió a su barco.

 

Por la tarde, quedamos con Ricardo, el argentino que quería contarnos su experiencia en Venezuela. Charlamos con él de su vida, de la nuestra, de cómo estaba Venezuela, de familias con hijos en los barcos… Era muy simpático y muy gracioso. Muy coqueto, no nos quería confesar su edad pero debería rondar la cincuentena. De Venezuela nos comentó que estaba peor que otros años y aunque seguían siendo escasos los ataques, solían ser frecuentes en islas como Margarita, los Testigos y en el continente. Para navegar por allí nos recomendó navegar en conserva con otros barcos y apagar las luces de navegación por la noche.

 

Respecto a las familias en los barcos, quiso que quedáramos al día siguiente con una pareja de amigos suyos, Jay y Natasha, porque según él, eran una pareja peculiar como nosotros también pudimos comprobar días más tarde. Él era californiano y ella costarricense aunque de padres norteamericanos. Ambos eran muy rubios y vivían con tres hijas en el velero. La última de ellas había nacido hacía una semana en Le Marin, por voluntad propia en el velero sin ninguna ayuda de terceras personas.

 

Jay era tan apasionado de la navegación a vela que ni su velero ni su dingy tenían motor. Daba gusto verlo por las mañanas pasando cerca del Piropo rumbo al trabajo con su auxiliar, en la quietud de las aguas matutinas y navegando exclusivamente a vela. Si no hacía viento, le costaba el trayecto un poco más porque de pié, iba moviendo la vela para delante y para atrás para que, el viento creado, empujara el pequeño bote a su destino. No obstante, el navegar con hijos les había hecho cambiar algunas costumbres en su forma de navegar y ahora se ayudaba del GPS. Antes sólo usaba el sextante. Eso sí, seguía sin piloto automático navegando largas horas a la caña.

 

Tras nuestra agradable quedada con Ricardo pasamos por el Moskito a devolverles a Jose y a Lourdes  las memorias que nos habían dejado. Estuvimos charlando un rato con ellos y Xavier nos mostró fotos de cuando era un niño y viajó tres años con el velero de sus padres. Era gracioso ver Canarias o Martinica, los mismos sitios que habíamos estado nosotros, hacían 25 años. También nos contó como veía él que había cambiado este mundillo durante todo este tiempo. Ahora habían muchos más barcos navegando, había mucha menos relación entre ellos y el trato con la gente de tierra era también diferente. Tras la interesante charla, de allí ya nos fuimos al barco porque a pesar que nos invitaron, no quisimos quedarnos a cenar porque no queríamos abusar.

 

El 22 de marzo Dani se pasó parte de la mañana cargando agua y gasolina. Primero de los bidones a los tanques y luego, haciendo viajes a la gasolinera para cargarlo todo. Tubo suerte porque sin saberlo, unas horas más tarde, una huelga de carburantes dejaría sin combustible la gasolinera y a buena parte de la isla.

 

Después de comer, fuimos a comprar a un centro comercial. El centro comercial estaba especialmente preparado para los veleros ya que tenía su propio pantalán donde se podían amarrar los auxiliares y hasta él, se podía llegar con los carros de la compra.

 

Tras descargar toda la compra en el barco, nos fuimos a la marina donde habíamos quedado con Ricardo para que nos presentara a Jay y Natasha, los recientes padres. Fuimos con nuestros respectivos auxiliares al barco de la pareja y como no estaban, estuvimos charlando un rato, flotando alrededor del barco. Al final apareció Jay, que nos dijo que le había visitado su madre y que su mujer estaba con ella en el parque de la marina con sus hijos. Nos invitó a que fuéramos con él y nos despedimos de Ricardo que se tenía que ir. En la plaza, conocimos también a otros españoles, Álvaro, Elena y su hija Nala. Estaban en Martinica desde hacía bastante tiempo en espera de adquirir un catamarán enorme de 48 pies con el que tenían previsto vivir y trabajar haciendo charter. Quedamos con todos al día siguiente para vernos en el mismo lugar en un momento mejor ya que la madre de Jay se volvía a Estados Unidos ese día y se iban a cenar en ese mismo momento.

 

De regreso al Piropo pasamos por el Moskito a comentarles la cita del día siguiente al que también les habían invitado. Como nos quedamos charlando nos volvieron a invitar a cenar y Lourdes nos dio un pequeño concierto cantando con su guitarra. La verdad es que cantaba muy bien porque tenía un timbre en la voz muy agradable. Daba gusto escucharla. También enseñó a Sandra algunas notas con la guitarra y la animó a que aprendiera.

 

El 23 de marzo Dani siguió con las tareas del barco que quedaban pendientes. Esta vez le tocaba poner sika a todo lo que le hacía falta. Así pues, pegó el fregadero del lavabo que se estaba despegando y que estaba cogido con sika, pegó al casco la caja estanca en la que meteríamos a partir de entonces el relé del molinete e intentó, esta vez con menos éxito, bloquear la pequeñísima entrada de agua por los agujeros del piloto de viento. Este arreglo no quedó demasiado bien porque para hacerlo perfectamente habría que haber quitado por entero el piloto pero fondeado, no era el mejor momento para hacerlo. Mientras Dani hacía esas reparaciones, Sandra fue con La Poderosa a comprar al supermercado porque queríamos invitar a comer a Jose, Lourdes y Xavier. La comida estuvo muy buena con huevos rellenos para picar y pollo frito con hierbas y limón y patatas cocidas. De postre, macedonia de frutas.

 

Por la tarde fuimos todos a la plaza que estaba delante de la marina pues habíamos quedado con Álvaro y Elena y Jay y Natasha. Estuvimos charlando de muchas cosas y durante un rato, se unieron a la conversación los simpáticos integrantes del Gota del Rocío que acababan de volver de su travesía. Finalmente sólo quedamos Jose, Lourdes y nosotros y de paso, cenamos unas pizzas. Tras la cena, nos fuimos a un bar donde nos reencontramos con los del Gota del Rocío y pasamos una agradable noche hasta la 1 de la madrugada en que cerraron el bar.

 

El día siguiente, 24 de marzo, fue día de reclusión y tranquilidad en el barco. Escribiendo, leyendo y viendo películas que nos habían pasado los del Moskito. Un buen plan. Ya habíamos acabado con las tareas del barco y el Piropo estaba listo para zarpar pero los mosquitos, cual demoniejos, nos habían tentado con varios buenos planes para los siguientes días por lo que decidimos posponer nuestra partida de Martinica aún un tiempo más.

 

El 25 de marzo nos fuimos a pasar el día a Sainte Anne en el Moskito Valiente con Jose, Lourdes y Xavier dejando al Piropo sólo fondeado en Le Marin hasta el día siguiente. El motivo de la excursión era bucear un poco y apreciar las dotes de pesca de langostas que decían los mosquitos que tenía Xavier. Según ellos, si había una langosta, Xavier la veía.

 

Fondeamos con el Moskito en el mismo lugar que nosotros habíamos fondeado con el Piropo la noche antes de llegar a Le Marin. El lugar seguía abarrotado de barcos y el fondo estaba aradísimo por las continuas anclas depositadas allí. Xavier se tiró al agua para ver cómo había quedado el ancla y salió al segundo con una langosta. Era increíble. En un lugar abarrotadísimo de gente y con un fondo casi exclusivo de arena, había encontrado una langosta. Y lo mejor de todo es que decía que no era la única y que había visto más. Dani se tiró inmediatamente con él para ver como lo hacía y vio lo fácil que Xavier evolucionaba en el agua. Bajaba con una facilidad pasmosa y permanecía mucho rato bajo el agua. Otras veces al parecer, había llegado hasta veintipico metros a pulmón pero ahora y con mucha facilidad superaba la decena de metros. Esa capacidad de sumergirse le facilitaban las capturas pero también su capacidad de aguantar bajo el agua y sobretodo, su intuición y experiencia sobre los lugares donde buscar las langostas. En unos minutos, ya teníamos cuatro para comer, casi una por cabeza para comer. Xavier había cumplido de sobra con la fama que le precedía.

 

Luego, cogimos el auxiliar del Moskito y nos fuimos a bucear a una arrecife donde le habían comentado a Xavier que habían langostas. Allí no había nada. Estaba relativamente pelado de vida aunque hasta allí iban las agencias de buceo de Le Marin con sus clientes buceadores. Menudo timo pensamos porque el lugar era horrible. Sólo pudimos ver un tipo de corales que no habíamos visto hasta la fecha y bastantes pepinos de mar que eran unos animales muy curiosos, iguales que un pepino aunque con un ligero movimiento que les identifica como animales en vez de vegetales. También vimos una sepia que cambiaba continuamente de color. Sandra y Lourdes la siguieron pacientemente mientras Jose fue al auxiliar a por su arpón y ya con él, la pescó para completar la comida del día con una fresca sepia a la plancha.

 

Del buceo en el arrecife volvimos al Moskito y Xavier, Lourdes y Dani, aún siguieron buceando un poco más en sus alrededores en busca de la quinta langosta que nos permitiera comer a cada uno, una por cabeza. Xavier la encontró rápidamente y podían haber sido muchas más pero dejó una roca con más de diez langostas porque las vio demasiado pequeñas. También, buscando y buscando, se topó con una morena muy cerca. Dani le preguntó si le habían mordido alguna vez y él comentó que no aunque sí a su madre y el mordisco le arrancó un pedacito de carne de la mano que tuvo que cuidarse luego mucho para evitar infecciones.

 

Al llegar al Moskito, Xavier enseñó a Sandra a hacer pan. En Francia él tenía una pastelería con ocho trabajadores que vendió antes de iniciar el viaje. Se notaba la facilidad con la que manejaba la masa. Al final, el resultado fue buenísimo. Luego, también hizo la mayonesa. Al pobre lo teníamos explotado.

 

La comida fue muy rica y nos pasamos bastante tiempo de sobremesa. Poco antes de que oscureciera desembarcamos en la agradable playa de Sainte Anne y estuvimos jugando un rato con la bola de volley y bañándonos. Ya de noche volvimos al Moskito y cenamos una riquísima carne empanada que nos preparó Lourdes y que había estado toda la tarde a remojo en leche para darle una textura muy especial.

 

Tras dormir toda la noche muy cómodos en el Moskito, al día siguiente, tras estar un rato charlando en la bañera, regresamos navegando a Le Marin. El Piropo seguía en su sitio y fondeamos justo en su popa. Era gracioso ver ese punto de vista de nuestro propio barco, subidos en otro velero.

 

Regresamos al Piropo para comer y por la tarde, nos fuimos a un cibercafé y volvimos a coincidir con Lourdes, Jose y Xavier que estaban por allí. Juntos fuimos al Carénage paseando para que de paso, Jose pudiera poner allí un anuncio de búsqueda de empleo. Lourdes iba a trabajar en Martinica dos semanas como mínimo como fisioterapeuta y Jose quería aprovechar también el tiempo para trabajar un poco en cualquier cosa relacionada con los barcos. Del Carénage y ya tarde, cada uno se fue a su barco para pasar la noche.

 

El día 27 nos fuimos todos con el coche que había alquilado Xavier para aprovechar sus últimos días en Martinica. Queríamos ir a Pointe Faula, en el pueblo de Le Vauclin a buscar una playa donde le habían comentado a Xavier que podríamos disfrutar de un deporte que practicábamos todos a diferentes niveles, el kitesurf. El que mejor lo practicaba era Xavier seguido de Jose. Nosotros aún teníamos un nivel bastante básico.

 

Nos subimos todos al pequeño coche con todo el material. El pobre Jose que iba delante iba como en una lata de sardinas con las tres tablas encima. El día fue bastante desafortunado respecto al viento. Curiosamente, siempre soplaba demasiado y ese día, incluso en la costa de barlovento en la que estábamos, no soplaba apenas viento. La temporada de alisios estaba tocando a su fin. Sólo pudimos elevar las cometas y practicar un poco en parado para, cuando el viento sopló un poco más, intentar navegar un poco sin ninguna continuidad. No obstante, pasamos un agradable y divertido día que finalizamos cenando en el Moskito unas hamburguesas con todos sus ingredientes esenciales que entre todos compramos previamente en el supermercado.

 

Al día siguiente nos fuimos de nuevo con el coche de alquiler de Xavier. Esta vez a hacer una caminata por algún lado. Las circunstancias hicieron que nos dirigiéramos a hacer exactamente el mismo sendero que, hacia la cascada Coulebre, ya habíamos hecho en la visita de Elena. El descenso radical en la lluvia desde que estábamos en Martinica hizo que esta vez el suelo estuviera más seco y no acabáramos con los zapatos embarrados. La cascada también tenía menos agua pero seguía siendo bonita y nos entretuvimos, como habíamos hecho la anterior vez, balanceándonos en las lianas de los árboles.

 

De vuelta del sendero, paramos en Fort de France por la clínica en la que trabajaría Lourdes a partir de ese lunes porque tenía que recoger unas llaves y de allí, ya regresamos a Le Marin muy cansados.

 

El día 29 fue la despedida de Xavier. Le acompañamos todos a la parada de los taxis collectives y estuvimos esperando con él hasta que se llenase de gente y partiera. La despedida fue bastante triste porque no sabíamos si lo volveríamos a ver y en los pocos días que habíamos coincidido con él, le habíamos cogido mucha estima porque nos pareció una magnífica persona. Tras la despedida, Jose y Lourdes se fueron a internet y nosotros regresamos al Piropo a comer. Tras la comida, volvimos a tierra a comprar productos especiales de limpieza para el casco del Piropo, un blanqueador y un quita óxido. Luego fuimos a una tienda de material de pesca donde encontramos una tabla japonesa que tan buenos resultados nos había dado en nuestras travesías hasta Canarias y que no habíamos encontrado hasta ahora.

 

De vuelta a la marina que era donde teníamos a La Poderosa nos encontramos a Jose y Lourdes que seguían en internet. Lourdes invitó a Sandra a que fuera al Moskito más tarde y de paso le enseñaría a tocar un poco la guitarra. Sandra se pasó toda la tarde en el Moskito practicando con la guitarra de Jose mientras Lourdes le enseñaba y ensayaba una nueva canción. Dani mientras tanto, se quedó en el Piropo escribiendo una entrada. Cuando Sandra se despidió de ellos Jose, muy amable, le dejó su guitarra para que practicara en los días en que estuviera en Le Marin.

 

El día 30 quedamos con Bruno y su mujer para comer y despedirnos pero finalmente sólo pudo venir Bruno porque su mujer estaba enferma. Fuimos con él a un restaurante que gestionaba un conocido suyo de nacionalidad portuguesa que había nacido en Angola cuando todavía era portuguesa, luego había vivido varios años en España y llevaba más de 20 años en Martinica. Nos recomendó la especialidad de la casa: chuletón de vaca. Aquello era una salvajada en cuanto a cantidad. 500 gramos de carne acompañada de un montón de patatas fritas y de un cuenco enorme de salsa de queso roquefort muy buena. Había tanta cantidad que lo que nos sobró, nos lo pusieron en un recipiente para llevar que ya tenían preparado y así comeríamos dos días. Bruno no lo necesitó porque él al contrario de nosotros se portó bien y se lo comió todo. De postre, tomamos unos ricos “flan blanc cocó”. Lo peor sin embargo, la cuenta, que lógicamente, fue una barbaridad. Casi 100 euros por los tres. Tras la comida, nos llevó a un lugar donde él solía ir los viernes por la tarde. Allí había unos amigos tomando la bebida que casi en cualquier momento tomaban en Martinica: champagne.

 

Después, Bruno nos llevó a Le Marin porque habíamos quedado de nuevo con Jay y Natasha y Jose y Lourdes en el barco de los primeros. La despedida de Bruno fue bastante emotiva. Sandra y Bruno echaron alguna lagrimilla. No obstante, esperábamos de verdad que en el futuro nos pudiéramos volver a ver. Nos dimos cuenta que, viajando con el barco, acababas siempre despidiéndote de la gente. Era como una continua despedida.

 

Ya en La Poderosa, antes de llegar al Piropo pasamos por el Moskito para que nos dijeran exactamente a qué hora le habían comentado Jay y Natasha que fuéramos a su barco. Ellos nos dijeron que a las 19:30 y nos informaron de paso que también irían, porque acababan de llegar a Le Marin, los del Trotamar III: Joan, Ana y su hija Laia, que estaban viajando una temporada por el Caribe. Nos hacía especial ilusión conocerlos y conocer su barco porque Joan era el hijo de Avelino Bassols, un navegante catalán que había escrito varios libros y que Dani había leído en su juventud y que en parte, le despertó la idea de hacer el viaje que estábamos haciendo. El barco en el que viajaban, el Trotamar III, era el mismo en el que viajaba Avelino Bassols. El libro en cuestión que leyó Dani era “Andorra entre alisios y tifones” aunque también tenía otro libro del Sr. Bassols y que precisamente llevábamos en el Piropo para consultar ciertas cosas: “Astucias y placeres del transmundista”.

 

A la hora convenida, los mosquitos pasaron a buscarnos con su auxiliar y pasamos luego a por los del Trotamar III. Su auxiliar podía con todos. Tras las presentaciones, nos fuimos al barco de Jay y Natasha. Allí también estaban Álvaro, Elena y su hija y una pareja de navegantes franceses que ya conocíamos de vista. Pasamos una agradable noche, cenando, charlando y escuchando las canciones que Lourdes y Ana, muy aficionadas ambas a la guitarra, nos cantaron.

 

Cuando se hizo tarde y ya nos volvíamos hacia el barco, unas barcoestopistas nos pidieron si las podíamos llevar a su barco que al parecer, estaba muy cerca. La verdad es que íbamos bastante cargados pero las dos también cupieron. Lo malo es que enseguida se puso a llover y que el barco que decían que estaba al lado, estaba al otro lado de la bahía. Un poco mentirosillas.

 

El 31 de marzo, sábado, nos pasamos parte de la mañana en el barco haciendo distintas tareas y entre ellas, con el antioxidante, limpiamos todas las marcas de óxido que había salido por el barco. Era sorprendente lo bien que funcionaba el producto y nosotros sin conocerlo hasta la fecha. Después nos fuimos al supermercado con La Poderosa a hacer las últimas compras antes de nuestra partida.

 

Por la tarde, fuimos de nuevo a internet y consultando las cuentas bancarias comprobamos una serie de “simpáticas” sorpresas. Por un lado, nos habían cobrado dos veces 24 euros y una vez 27 euros por sacar tres veces dinero de un cajero. Un atraco. Por otro lado, el “maravilloso” servicio de bicing de Barcelona nos había cobrado a ambos la cuota anual pese a que habíamos hecho todo lo que nos habían pedido en su momento para no renovar la cuota y no sólo eso ya que además, les habíamos enviado dos emails al servicio de atención al cliente cuando un mensaje automático nos avisó que nos cobrarían de nuevo la cuota. Unos ladrones. Y para más inri, el seguro del coche, pese a que también en su momento les habíamos llamado y enviado el fax que nos habían pedido, también nos habían cobrado la cuota. Si hubiéramos estado en Barcelona, quizá los dos segundos robos se hubieran solucionado con varios días de duro trabajo llamando a teléfonos automáticos y quejándose una y otra vez a robots y quizá con mucha suerte, a impertinentes telefonistas. Pero estando aquí, era imposible. Y así el mundo seguía girando. Todos tan contentos.

 

Por la tarde volvimos a la plaza que se encontraba delante de la marina. Esta vez, habíamos quedado con los del Moskito, los del Trotamar III y la pareja de vascos del velero Luzula que tenía bandera francesa y a los que visitaban una pareja también de Bilbao. Estuvimos charlando un rato y cuando se despidieron, los vascos nos dijeron que estábamos invitados. No nos habíamos dado ni cuenta. Ellos, alegres, nos dijeron que en el norte las cosas se hacían así, sin que te enteraras.

 

- Otro día ya invitáis vosotros.-Nos dijeron.

 

¿Pero cuando? Seguramente no los volveríamos a ver. Estos del norte.

 

Luego fuimos los que quedábamos a recoger a la hermana de Joan y su sobrina que les venían a visitar. Entonces los del Trotamar III nos invitaron a cenar en un ratito en su barco, a una cena “de traje”. Nosotros no sabíamos que significaba y consistía en que cada uno, llevase algo. Ya en el barco y antes de cenar, Joan nos enseñó el barco. Era muy bonito y lo mejor era su historia. Estaba decorado con todos los recuerdos que su padre, Avelino Bassols, había ido recopilando en su viaje alrededor del mundo. Una preciosidad.

 

Al día siguiente por la mañana, fuimos al mercadillo que se celebraba una vez al mes en la plaza de enfrente de la marina. En él, la gente podía poner tenderetes y vender lo que les sobraba en el barco. Allí tenían un puesto Jay y Natasha y también Ricardo, el simpático argentino. También vimos a Álvaro y Elena. Estuvimos dando una vuelta por allí viendo el ambiente y vimos que los tenderetes eran sobretodo de ropa usada y de libros en francés. No había apenas material náutico. Tras un rato, nos despedimos de todos definitivamente porque al día siguiente, ya nos íbamos.

 

Por la tarde, Dani limpió los bajos de La Poderosa que estaban llenos de algas y ya oscureciendo, pasamos por el Moskito a devolverles la guitarra que nos habían prestado y ellos nos devolvieron la memoria con las películas y el libro que les habíamos dejado. Estuvimos charlando un rato con ellos y al poco aparecieron en su auxiliar los del Trotamar III que volvían de pasar un día visitando la isla. Estuvimos charlando un rato y finalmente nos despedimos de todos. A Jose y a Lourdes esperábamos verlos pronto en Venezuela porque ellos también iban a pasar la temporada de huracanes en la misma marina en la que íbamos a ir nosotros, y a los del Trotamar esperábamos verlos aún por alguna isla del norte del Caribe. Aún así nos dio tristeza dejarlos.

 

Ese día fue nuestro último día en Martinica. Después de más de un mes, ya teníamos muchas ganas de navegar de nuevo hacia otras islas y seguir descubriendo cosas. Nuestro siguiente destino sería Santa Lucía.

 

Un abrazo.

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

5 comentarios a “MARTINICA (2ª Parte): Travesía de Fort de France (Martinica) a Le Marin (Martinica) y días de estancia en Martinica. Del 5 de marzo al 1 de abril de 2012.”

  • ¡Otras estrofa para la habanera!
    En el Caribe se entretuvieron/ con las iguanas y el carnaval/ y repararon las averías/ y los destrozos del temporal.

  • Buenas tardes:
    Un placer leer de nuevo vuestros relatos. Me alegra ver lo bien que os lo estáis pasando.
    Un abrazo.

  • Me encanta que esteis conociendo a tanta gente , hay te das cuenta que no sois los unicos locos aventureros que hay mas, las fotos chulisimas , un besote.

  • Yo que me muevo por la Ría de Pontevedra y que cuando llego a la bocana y siento el ruido del mar abierto y veo las olas, me entra congoja, solo pensar que vosotros habéis cruzado el oceano con un barquito de 9'40 metros………¡Menuda PROEZA!

  • Me alegro que lo estéis pasando tan bien. Después de la PROEZA que habéis hecho de llegar hasta ahí desde Barcelona, bien lo merecéis. Papá.

Post comment on Ramón Acuña González