Sigue el viaje del velero Piropo, con sus tripulantes Dani y Sandra, en su pretendido deseo de dar la vuelta al mundo por los trópicos.

BEQUIA: Travesía de San Vicente a Bequia (Granadinas) y días de estancia en esta isla. Del 10 al 17 de enero de 2012.

 

El 10 de enero queríamos realizar nuestra primera travesía puramente caribeña. De San Vicente a la primera isla de las Granadinas, Bequia.

 

Las Granadinas es un archipiélago de pequeñas islas que dependen de las dos islas mayores que tienen en sus extremos. San Vicente al norte y Granada al sur. De Granada sólo dependen dos de las islas, Petit Martinique y Carriacou y de San Vicente dependen todas las demás: Bequia, Mustique, Canouan, Mayreau, Union Island, Palm Island y Petit Sant Vincent, por nombrar sólo las que están habitadas.

 

Con la ilusión de comenzar a visitar las islas que, al parecer, se conservan más originales dentro de lo que cabe del Caribe, preparamos todo para iniciar la corta travesía que había de llevarnos a Bequia. Así pues, y entre otras pequeñas tareas, Dani recogió la auxiliar ya que preferíamos no llevarla arrastrando para conservarla lo máximo posible. Total, inflarla y desinflarla tampoco nos suponía tanta faena. Y tras estibarlo todo bien, mientras Sandra permanecía al timón, Dani desató al Piropo de la boya que nos retenía en San Vicente. Una vez sueltos, bordeamos a los otros veleros que estaban igualmente atados a boyas y salimos despacio del lugar de fondeo bordeando Young Island por el norte. Casi inmediatamente, y sólo salir del resguardo de la diminuta isla, abrimos la génova y pusimos rumbo a Bequia. Hacía un muy buen día para navegar, casi sin nubes y con viento suave, unos 13 a 15 nudos de aparente de través.

 

Al poco, coincidimos con un pequeño mercante que navegaba perpendicular a nosotros y aunque pasábamos muy lejos de él por su proa, desvió su derrota.

 

Ya bordeando la isla de Bequia en dirección a Admiralty Bay, el principal lugar de fondeo de la isla, nos sorprendimos de que hasta ahí, la isla parecía absolutamente deshabitada ya que no se veía ninguna casa, sólo vegetación hasta el borde de los pequeños acantilados.

 

En menos de dos horas ya estábamos entrando en Admiralty Bay donde está situado el pequeño y principal pueblo de la isla, Port Elizabeth. La verdad es que ese día al menos, entendimos porque hay gente que considera al Caribe un paraíso de la navegación. Buen viento, buen sol, travesías cortas e islas preciosas. Esperábamos que siempre fuera así.

 

Admiralty Bay estaba bastante abarrotado de barcos. Muchos eran transmundistas, pero también habían muchos barcos de alquiler o charter o algunos privados que provenían de Estados Unidos o de las Islas Vírgenes Americanas o británicas. Algunos de estos barcos eran veleros inmensos o mega yates. Estábamos mirando con los prismáticos donde era el mejor lugar para fondear el barco y enseguida se nos acercó una barquita que nos preguntó si queríamos una boya. Le dijimos que no y entonces, muy amables, nos señalaron los lugares donde se podía fondear. Escogimos la parte derecha de la bahía ya que vimos que existía un hueco bastante grande entre los barcos y hacía allí nos dirigimos. Por una vez, no fondearíamos detrás de todos. Mientras nos dirigíamos hacia el hueco elegido, nos fijamos que un barco que había allí tenía una gran bandera española y como había una chica en la bañera, le saludamos. Nos respondió el saludo y llamó a un chico que estaba en el interior que salió y también nos saludó en la distancia. Aún avanzamos un poquito más con el barco y en el lugar elegido, echamos el ancla sobre diez metros sin ningún problema.

 

Comenzamos a recogerlo todo y mientras tanto, los del barco español que acabábamos de ver, como tenían que ir al pueblo, pasaron con su auxiliar y nos saludaron. El chico, llamado también Dani, era de Madrid. Las dos chicas eran suizas y el chico madrileño las había embarcado como tripulantes. Una de ellas, parecía que hablaba bien español. Al parecer, Dani hizo también la travesía del Atlántico con otros tripulantes pero éstos ya se habían vuelto para España. La conversación fue corta porque quedamos que nos veríamos más tarde porque se iban a quedar aún algunos días.

 

Comimos un poco y también buceamos a ver si veíamos dos tortugas enormes que habíamos visto nadar cerca. No las encontramos. En la bahía las veríamos muy a menudo pero en la superficie estaban lo justo para dar unas bocanadas y luego, ya se sumergían.

 

También nos visitó Juan Miguel. Un mallorquín que estaba sólo en un barco alemán trabajando como capitán. No habíamos visto en este lado del Atlántico a nadie español hasta la fecha y de golpe, vemos a dos. Juanmi también pasó fugazmente porque tenía unas tareas pendientes pero quedamos que nos veríamos más adelante para tomar algo.

 

Más tarde fuimos a la ciudad. Existían varios pequeños muelles de madera donde se podían dejar los auxiliares sin pagar nada. El pequeño pueblo era un lugar que sabía perfectamente que los navegantes eran sus principales visitantes y con lo pequeño que era, tenía dos pequeñas náuticas. Además, tenía varios bares y restaurantes cuyos propietarios, al parecer, eran exnavegantes a los que les gustó la isla y se quedaron. Incluso las tienditas callejeras vendían camisetas con lemas para navegantes tipo “Navega rápido. Vive despacio.”.

 

Paseando por la ciudad nos encontramos con Valerio y Pilar, los dos jóvenes italianos que conocimos en Barbados. Estuvimos charlando con ellos un momento y nos comentaron que tenían pensado subir al fuerte que había en lo alto de la ciudad así que como nosotros también teníamos previsto subir en algún día de nuestra estancia, aprovechamos y dimos el paseo con ellos. El fuerte eran sólo un par de cañones en una pequeña explanada de hierba pero desde allí, habían unas preciosas vistas de toda la bahía con sus aguas cristalinas y los barcos fondeados. Nos hizo gracia ver que el Piropo era de los barcos más pequeño.

 

Durante el paseo y el descanso que hicimos en el fuerte, Valerio y Pilar nos contaron un poco más de su forma de viajar. Al parecer, viajan sin plan alguno, sin destino previsto y sin duración limitada, y cada día, van viendo dónde pueden dormir. Si no encuentran nada se van al campo, a algún lugar apartado y duermen allí con un saco. Pero su plan ideal era que alguien les invitara a su casa y de esta forma vivían un poco la vida local. Intentaban gastar lo mínimo posible y trataban de vivir de vender alguna manualidad aunque por el momento, según comentaban sonriendo, habían regalado todo lo que habían fabricado. Ellos también buscaban la forma de conseguir cosas gratuitas que después intercambiaban por otras. Por ejemplo, en Canarias fueron a una cooperativa donde al parecer, diariamente tiraban muchísimos plátanos y cogieron allí muchos. En Bequia nos contaban que estaban viviendo en una casa de una persona local que vivía de las manualidades y que les había invitado. La casa de éste, según nos explicaron, no estaba muy cuidada pero en contrapartida, se encontraba aislada en medio de Hope Bay, una bahía casi virgen situada en el este de la isla repleta de una exuberante y salvaje vegetación con gran abundancia de cocoteros. Era tal el número de cocoteros que los cocos se podían coger sin límite alguno. Así pues, ellos habían recogido unos cuantos y los habían cambiado en el mercado local por otros frutos. La verdad es que nos impresionó un poco esa forma de viajar ya que existía una incertidumbre casi total por el lugar donde se dormiría cada noche. Pero esa incertidumbre no parecía pesar en ellos porque se les veía muy felices.

 

Del fuerte bajamos hacia el pueblo cuando ya estaba oscureciendo. Ellos, que tenían la mochila llena de ocho cocos, intentaron repetir la operación de trueque en el mercado que ya habían hecho el día anterior aunque esta vez tuvieron menos suerte. En el mercado les comentaron que ya tenían muchos cocos pero les sugirieron que a lo mejor tenían suerte si iban a un minúsculo establecimiento vegetariano que había al lado del mercado que al parecer usaba mucho coco y quizá podían conseguir intercambiar los cocos por comida. El establecimiento era una pequeña casita de madera blanca y vendía comida sobretodo para gente local. No existía ningún sitio para sentarse por lo que los clientes comían por ahí. El dueño era un negro rastafari muy fuerte que daba un poco de miedo. Valerio se acercó a él y negocio el trueque. En mitad negociación nos preguntó si queríamos cenar con ellos y como asentimos, consiguió por ocho cocos, cuatro cenas. No estuvo mal el negocio. La cena de cada uno consistía en la cáscara de un fruto enorme que no recordamos su nombre, relleno de arroz y verduras. Muy sabroso y sobretodo, muy abundante. Lo comimos en unos bancos que habían detrás del mercado donde algunos lugareños, se sentaban a tomar el fresco durante la noche.

 

Tras la cena, nos supo mal que nos invitaran e intentamos compensarlos invitándolos a una cerveza. Fuimos a un bar de los bastantes que había que tenía unos bancos en el borde del mar y allí estuvimos charlando todavía un poco más. En seguida se nos acercó un rastafari que charló con nosotros y nos comentó su filosofía de la vida. No paraba de repetir “Peace and Love”. Valerio y Pilar son los típicos rastas y atraían a todos los rastafaris de la zona y que en el Caribe, son muchísimos. Por eso además, tienen más facilidades para encontrar casa e intercambiar cosas. Por lo que nos contaron, los rastafaris respetan la naturaleza y tratan de no dañarla, por eso son pacíficos y vegetarianos y muchos viven de cultivar la tierra y vender sus productos en el mercado. También se dedican muchos a fabricar pequeñas manualidades y a venderlas.

 

La charla en la terraza se alargó y nos supo mal que a esas horas y de noche, caminaran todo el camino de vuelta hasta Hope Bay porque al parecer, según nos habían comentado, estaba bastante lejos. Así pues, les invitamos a que durmieran en el velero aunque fuera con unas sábanas encima de los sofás. Esa noche, aunque teníamos dudas, La Poderosa aguantó bien la travesía hasta el Piropo con cuatro personas a bordo.

 

Al día siguiente, Valerio preparó un desayuno con el gofio que aún teníamos de Canarias. El lo preparó con plátano y cacao por lo que era mucho más agradable comerlo porque precisamente, no sabía tanto a gofio. Nos dijeron que en Canarias un canario le dijo que el truco de preparar el gofio es que no sepa a gofio. Mientras desayunábamos, pasó por el barco Dani, el del barco español. Nos comentó que como una de las tripulantes se tenía que ir en breve a su país, habían cambiado de planes y no se quedaban más en la isla y se iban hacia Tobago Cays. Nos deseamos vernos más adelante.

 

Tras la visita y acabar de desayunar, nos fuimos con los italianos Valerio y Pilar ya que querían enseñarnos el lugar donde habían estado la última semana, Hope Bay. Tras salir del pueblo, subimos por una pronunciada pendiente bordeando pequeñas viviendas. Ellos iban parándose a menudo para observar distintas plantas y árboles frutales. Tras la pendiente, el camino era ya con una suave pendiente de bajada y seguía asfaltado. En un momento, nos desviamos hacia la derecha por un antiguo camino que se había asfaltado hacía muchos años y del que penas quedaba nada y que se dirigía, con una fuerte pendiente hacia abajo y totalmente rodeado de vegetación, hacia Hope Bay y su playa. Al final, el paseo no nos pareció tan largo y el camino lo hicimos en menos de una hora.

 

La playa y la bahía eran sencillamente un paraíso. Era muy recogida y había vegetación por todos lados compuesta en gran parte por cocoteros. No se veían casas excepto un par y no estaban en la playa, sino muy arriba, en el borde superior. La arena era muy fina y llegaba hasta donde empezaba la vegetación. Si había algún pero al lugar era que, como la bahía daba al Atlántico, el mar llegaba allí bastante movido por las olas y las corrientes, no permitiendo comprobar la trasparencia del agua.

 

Sólo llegar empezamos a recolectar del suelo cocos. Los cocos que están en el suelo son los que se pueden comer. Valerio y Pilar nos explicaron cuales eran los adecuados, los que al agitarlos se oye agua y cuyo color preferiblemente sea gris claro. Si no se oye nada al agitarlos con toda seguridad estaban podridos. Debajo de la corteza de estos cocos, se encuentra la cáscara y la pulpa blanca que todos conocemos en los cocos en venta en Europa. Aparte de los cocos para comer, están los verdes, que todavía no han caído de las palmeras. Estos son adecuados para beber porque la cáscara y la pulpa todavía no se han formado. En este tipo de cocos, dentro de la corteza, que es más blanda y se puede abrir fácilmente con un cuchillo, hay bastante líquido, llamada agua de coco. La leche de coco es otra cosa ya que se extrae de exprimir la pulpa de los cocos para comer tras sumergirla en agua.

 

A Dani le hacía ilusión trepar a un cocotero para coger un coco. Había leído que era complicado y quería comprobar cuánto. En algún cocotero, los lugareños habían dibujado unas muescas con sus machetes a fin de que les sirvieran para trepar y Dani utilizó dichas muescas para practicar. Luego, trepó a un pequeño cocotero que no tenía muescas y cogió dos cocos verdes. Podía haber cogido más porque en ese cocotero aún habían varios, pero ya tenían suficientes para beber todos. La verdad es que subir a un cocotero sólo con las manos y los pies no era extremadamente complicado pero requería bastante esfuerzo físico. Nos imaginamos que si se tenía una técnica más depurada para subir, el ascenso debía ser menos fatigoso. De todas formas, por la isla parecía ser que la poca gente que iba a recolectar cocos verdes utilizaba cuerdas y una especie de pinchos que se colocaban en los pies. Por la tarde, Dani treparía a un cocotero más alto, de unos diez metros y cogería un coco de un tono anaranjado. Estos son cocos que están en un punto de maduración intermedio y son muy apreciados porque además de tener un líquido más sabroso que el agua de coco de los cocos verdes, tienen la llamada gelatina de coco, que son los comienzos de la formación de la pulpa del coco. Una película blanda y blanca, más o menos gorda, de un sabor y una textura muy agradables.

 

Dani también aprendió de Valerio a pelar con machetes los cocos para comer. Inicialmente parece sencillo pero la copra está muy enganchada a la cáscara y fue muy entretenido aprender cómo utilizar el largo machete y dónde hacer los cortes para que la corteza saliera lo más rápido posible y con el mínimo esfuerzo. Aún así, aún nos quedaba mucho para aprender bien la técnica cuando nos comparábamos con un lugareño que vimos en Port Elizabeth que lo hacía a toda velocidad.

 

Mientras Sandra, se había quedado con Pilar y ésta le enseñaba una forma de hacer pulseras con hilos encerados. Sandra cogió rápido la técnica y completó una pulsera en un rato consiguiendo hacerla con los nudos bastante iguales. Pilar le regaló unos trozos de hilos para que siguiera practicando en el barco y también una pulsera muy bonita que había hecho ella.

 

El resto del día lo pasamos en la bahía. Observamos, bastante escondida en la maleza, una antigua construcción que servía para recoger el agua de la abundante lluvia y así vencer la escasez de agua subterránea existente. La construcción era una simple pendiente de cemento en cuya parte más baja existía un agujero donde se acumulaba el agua. Ellos, en los días que estuvieron en Hope Bay, estuvieron bebiendo agua de allí sin ningún problema. Ese día, la probamos todos.

 

Nosotros, sin Valerio y Pilar, caminamos hacia un extremo de la bahía para ver los restos de una pequeña ballena que al parecer, había quedado varada hacía unos días. Al acercarnos el olor se hizo muy difícil de soportar. Es más, incluso en puntos alejados de la bahía, en ocasiones se olía el olor a podredumbre. Cuando llegamos allí nos decepcionamos mucho. No quedaba nada de nada. Apenas unos pocos huesos y una piel estirada al sol. Los lugareños parece ser que habían ido cogiendo huesos soportando el fuerte olor.

 

Nos acercamos luego a la casa donde los italianos habían estado viviendo esos días. La casa se caía a trozos, sin ventanas, sin puertas y sin techo en alguna de las habitaciones. Al parecer, su anfitrión llevaba viviendo en ella hacía 17 años y casi no le había hecho ningún arreglo. El poseedor de la casa no estaba pero pudimos observar las manualidades que tenía empezadas en las que empleaba materiales naturales. Por ejemplo, vimos que trabajaba unas algas enormes y duras y las convertía en lámparas o cestos y también vimos que doblaba corales para hacer pulseras.

 

La casa estaba eso sí, estaba en un entorno privilegiado. Totalmente aislada en medio de un vergel de bosques y cocoteros. Justo alrededor de la casa, el propietario había plantado hacia muchos años calabazas y al parecer, éstas eran uno de sus principales sustentos.

 

Nos fuimos al bosque para ver si un árbol de mangos que tenían localizado, tenía ya maduros algún mango. Ellos cogieron uno que ya estaba casi maduro y nosotros cogimos otro más verde, pero que días más tarde maduraría en el barco y estaría buenísimo. De camino allí escuchamos como relativamente cerca, caía un coco. Menudo peligro. Dicen que es la principal causa de muerte en las islas. No sabemos si es cierto o es una especie de leyenda urbana. También vimos, entre las calabazas, una tortuga de tierra bastante grande que la pobre, al vernos, estaba aterrorizada.

 

También pasamos parte del día en una minúscula cabañita hecha por el anfitrión de los italianos en el borde de la playa justo frente al mar. Muy fresca y agradable. Y por supuesto y como no, también nos dimos un baño en la playa.

 

La tarde iba pasando y nosotros decidimos volver. Ellos inicialmente querían volver al pueblo pero como su anfitrión no había vuelto, querían despedirse de él antes de irse del lugar, así que nos despedimos de ellos e iniciamos el camino de vuelta.

 

El paseo de vuelta fue muy agradable y corto y al llegar a la ciudad, entramos en un estadio que vimos para cotillear como unos locales jugaban a fútbol mientras otros, en un lateral, entrenaban a cricket. Después, pasamos por el supermercado para comprar algo para cenar y de allí nos fuimos a descansar después del ajetreado día.

 

Al día siguiente, día 12 de enero, permanecimos descansando en el barco. No obstante, mucho no descansamos. Sandra se pasó el día limpiando las algas que crecen encima de la línea de flotación, limpiando la bañera y cosiendo el bimini. Dani por su parte, estuvo escribiendo la entrada de San Vicente para la página web.

 

Al día siguiente, teníamos pensado visitar el sur de la isla. Antes de ir al pueblo pasamos por el catamarán de Juan Miguel para decirle que nosotros nos íbamos de excursión y si quería venirse. Le pillamos limpiando toda la cubierta con un producto y no podía venir pero quedamos para visitar juntos el norte al día siguiente. Al bajar con La Poderosa a la orilla, nos encontramos de nuevo con Valerio y Pilar. Al parecer, habían estado mirando los muelles de las auxiliares y como no nos habían visto, se habían quedado por allí a ver si nos veían. Pensamos que si llegan a venir el día anterior hubieran estado todo el día esperando. Ellos tenían previsto también visitar el sur por lo que decidimos ir juntos. Antes no obstante, Sandra tenía que llamar a su familia y hablando con su madre, se lleva un gran disgusto ya que se enteró que el día anterior un coche había atropellado a su abuelo y éste tenía las dos piernas rotas. Sandra se sintió disgustada porque al estar lejos, no podía estar junto a su abuelo para darle ánimos. No obstante, dos días más tarde podría hablar con él por teléfono y al notarle muy animado su disgusto remitió aunque no la preocupación.

 

Más tarde, cogimos un bus hasta el minúsculo aeropuerto, que es el punto más al sur donde pueden llegar. El funcionamiento de los pequeños buses eran iguales que en San Vicente y nos costó el trayecto sólo dos dólares EC por cabeza, menos de un euro. De camino, vimos Friendship Bay, una bonita bahía con una playa de arena blanca. Nuestro objetivo ese día era hacernos una idea de cómo era el sur de la isla y de paso, ver el denominado Moon Hole que al parecer, es un túnel que el mapa turístico señala como un punto de interés, el único de la isla junto con el llamado santuario de tortugas. Una vez llegados al aeropuerto, caminamos un rato y llegamos a Athneal Ollivierre Beach y allí nos bañamos, comimos e intentamos bucear para intentar ver algo de la fauna submarina pero no había mucha cosa que ver excepto unos erizos de mar blancos bastante curiosos. También en la playa vimos enormes caracolas de color rosa que los pescadores desechaban tras extraer el animal que hay en su interior. En todas estas islas veríamos muchas conchas de este tipo con su correspondiente agujero para extraer el contenido. En ocasiones, incluso vimos verdaderos montones de estas conchas. Al parecer, es el marisco más apreciado aunque suponemos que cada vez lo será más porque nos extrañaba mucho que el mar produjera estos animales al mismo ritmo al que se extraían.

 

Más tarde, continuamos la caminata hacia Moon Hole y como no teníamos claro por dónde se iba, preguntamos a unos obreros que estaban construyendo una inmensa y extraña casa de piedra. Nos comentaron que ya no se podía llegar allí ya que ahora era propiedad privada aunque muy amables, nos dejaron pasar a través de la propiedad que estaban construyendo y que estaba lindando con el enorme terreno propietario del Moon Hole. Desde el otro lado de esa propiedad, podía verse el túnel que buscábamos. El terreno era tan grande que tenía acceso al mar tanto por delante como por detrás y era por este lado por donde se accedía a una pequeña bahía desde donde se podía ver desde lejos el túnel buscado. El Moon Hole era simplemente un pequeño agujero en la roca y no tenía demasiado interés. De todas formas, nos dolió ver cómo se estaba estropeando la isla con las construcciones que poco a poco aparecían en todos lados. En el sur, se estaban construyendo algunas casas en el borde del mar y una carretera donde hasta hacía poco, debía ser una zona totalmente virgen. Nos enteramos que en consecuencia, el precio de las viviendas había subido mucho últimamente en la isla.

 

Después de la visita, iniciamos el camino de regreso al lugar donde podía cogerse un bus de vuelta y nos entretuvimos un poco en unos árboles de mangos salvajes comiendo alguno de sus frutos.

 

Ya de regreso a Port Elizabeth, un local nos invitó a cenar en su casa. Era Seal, un artista local que vivía pintando y haciendo manualidades. Como los italianos eran vegetarianos, quedamos con nuestro anfitrión que iríamos todos juntos al supermercado a comprar los ingredientes y él se encargaría de preparar la cena. De esta forma también, al pobre no le costaba tanto invitarnos.

 

Después del supermercado cogimos todos un bus para hacer el pequeño recorrido que nos llevaría a la casa de Seal que estaba situada encima de la pequeña colina que separa Port Elizabeth y Friendship Bay. En casa de Seal, mientras Sandra y Pilar pelaban los ingredientes, patatas, patatas dulces, plátanos, olivas, Seal iba haciendo el caldo de calabaza y una especie de pequeños panecillos alargados de harina y coco. Su casa era muy pequeñita pero acogedora, con una mesita en una esquina del salón donde hacía sus cuadros y manualidades, como pinturas en cocos y maderas. La casa no tenía inodoro en su interior y en el exterior, entre cuatro paredes de madera, había un váter seco que consistía en un agujero donde se iban acumulando los excrementos.

 

Comimos el caldo de verduras con lentejas, soja, calabazas, patatas y plátanos, y los panecillos de coco, le daban al caldo un sabor y consistencia especiales. Muy, muy bueno la verdad. De aperitivo nos ofreció también unas palomitas de maíz.

 

Después de la cena estuvimos charlando, escuchando música y fumando ellos cumpliendo con la extendida costumbre que estábamos viendo en San Vicente y aquí. Seal nos enseñó los cuadros que hacía. Eran muy bonitos y estaban muy bien hechos. Muy realistas. Nos ofreció que nos quedáramos el que quisiéramos pero nos pareció abusivo quedarnos con algo así y rechazamos su ofrecimiento. Esperamos que él entendiera que no nos lo quedábamos porque nos pareció excesivo y no porque eran feos. Y como rechazamos el cuadro, nos sacó un bote lleno de pequeñas maderas planas de diferentes formas pintadas por él. Principalmente habían loros de diferentes colores y chanclas cuyo fondo era una playa y como tiras de las chanclas, había dibujado unas palmeras entrelazadas. Todas tenían un pequeño agujero ya que servían como llaveros. Nosotros escogimos una de las chanclas y como era tan bonita, con una cinta adhesiva de doble cara, la pegamos más tarde en la cabina del Piropo como recuerdo de la bonita isla de Bequia y de la generosidad de Seal.

 

Se estaba haciendo tarde y al tener la casa de Seal todas las ventanas y puertas abiertas para que entrara el fresco, notábamos el fuerte aire existente en la zona. Sandra y yo, cada uno por su lado y sin decirnos nada, sufríamos por cómo estaría el Piropo que no lo habíamos visto en todo el día. En un momento nos lo comentamos y decidimos despedirnos. Los italianos se quedaron allí porque recibieron la invitación de Seal para dormir esa noche ahí. ¡Que capacidad para recibir invitaciones! Nos despedimos y quedamos para el día siguiente. Les habíamos dicho que habíamos quedado con Juanmi para ir por el norte y ellos decidieron apuntarse ya que también tenían previsto ir porque tenían que recoger unas mochilas que habían dejado escondidas por allí para no tener que ir cargando con ellas y que tenían libros y otros enseres que no utilizaban habitualmente. Seal también decidió apuntarse a la excursión por lo que lo veríamos al día siguiente también.

 

El camino de vuelta lo hicimos andando porque aunque vimos algún bus pasar, no estaba lejos y era todo bajada. Sólo descansamos cuando ya subidos en La Poderosa vimos al Piropo en su sitio flotando tranquilamente pese al moderado viento reinante.

 

El día 14 pasamos por el catamarán de Juanmi para irnos luego a hacer la excursión. Él muy amable, nos ofreció de todo, a enseñarnos el barco, a usar internet, a cargar agua usando su potabilizadora… Como habíamos quedado con los italianos, sólo miramos el salón pero ya nos imaginamos el resto del impresionante barco. El salón era exactamente igual al de una casa y tenía una gran visibilidad del exterior. La electrónica era completísima y tenía cubiertas cualquier necesidad: generadores, potabilizadora, winches eléctricos, teléfono e internet vía satélite… El dueño del barco era un alemán que le hacía ilusión hacer la travesía del Atlántico pero no tenía tiempo luego de permanecer en el Caribe ni traer de nuevo el barco para Europa por lo que contrataba a Juan Miguel que llegó a Barbados en avión, para que cuidara el barco mientras permaneciera en el Caribe, que lo capitaneara cuando recibiera la visita del hermano y de unos amigos del propietario, y que luego lo llevara de vuelta a España. A priori sonaba un buen plan pero se notaba que Juanmi estaba trabajando y dedicaba mucho tiempo a mantener el barco impecable, lo limpiaba, lo pulía, revisaba motores, hacía pequeñas reparaciones que iban surgiendo… se le notaba muy profesional. Fue muy interesante conocerle porque su vida la había dedicado a los veleros y se notaba que sabía mucho.

 

Tras recoger a Juanmi, nos dirigimos al pueblo para encontrarnos con los italianos pero no vimos ni rastro de ellos. Entonces fuimos a hacer unas tareas pendientes como tirar la basura y comprar algo al supermercado y al mercado. Este mercado no nos gustó nada porque los vendedores competían entre ellos a ver quien se llevaba el cliente agobiándote mientras tanto. Luego, pedían precios desorbitados aunque no tenían mucha práctica porque sólo con que te pararas a pensar un poco que lo que pedían era mucho, enseguida reducían el precio a la mitad, justo un precio más adecuado y que era similar a lo que pedían en San Vicente. Pero si no conocías los precios o no te fijabas, te daban unos buenos palos. Era la primera vez que lo veíamos en esta zona ya que ni en San Vicente ni en Barbados nos pasó. Una pena.

 

Tras salir del mercado vimos a los italianos en una paradita y como éramos muchos, decidimos aproximarnos al lugar que teníamos previsto caminar en un taxi. Valerio negoció con varios y consiguió que uno nos llevara ida y vuelta por 40 dólares EC que repartidos entre todos era una cantidad razonable.

 

Nos subimos a la parte trasera del todoterreno y al poco, dada las reducidas dimensiones de la isla, ya estábamos bordeando las espectaculares playas de Spring Bay, Industry Bay, Crescent Beach y llegando al Turtle Sanctuary que era donde finalizaba la carretera y donde empezaba nuestra caminata.

 

Subimos un poco por un sendero y llegamos a una zona donde Valerio y Pilar habían escondido sus mochilas. Allí, tras comer un poco y charlar un rato, caminamos un rato por la virgen península norte. Esta zona no estaba nada construida y su vegetación aún se mantenía bastante intacta. Apreciamos la diferencia entre la exuberante vegetación de San Vicente y la mas modesta de Bequia y ello debía ser porque esta isla, al ser mucho más plana, retenía mucha menos agua de las nubes que la isla norteña que era más alta. Mientras caminábamos por el sendero, se nos cruzó a toda velocidad escondiéndose luego en la espesura de la vegetación, una enorme iguana. También vimos unos altos acantilados que tenían bonitas vistas de la costa y de las islas de enfrente, Battowia y Beliceaux. Caminamos hasta el punto más al norte de la isla donde podíamos ver enfrente, entre los árboles, la isla de San Vicente, y desde allí, decidimos regresar porque habíamos quedado con el taxi a las 17 horas.

 

Llegamos puntuales a nuestra cita con el taxista y en pocos minutos ya estábamos de vuelta a Port Elizabeth. Al irle a pagar surgió la sorpresa. Según él nos había dicho 40 dólares de EEUU y nosotros entendimos 40 dólares EC. Valerio estaba seguro que siempre hablaron de dólares y al no especificar de dónde, entendió lógicamente que eran de aquí. La diferencia de precio era abismal ya que era casi tres veces más. Nos negamos a pagarle lo que nos pedía y él ofendido, aunque nada agresivo, se acercó a unos policías que habían al otro lado de la calle que le debieron decir que se apañara porque al volver, rechazó nuestro dinero y se subió al coche para irse. Le dejamos el dinero en la ventanilla del copiloto y él lo cogió y lo arrojó al suelo. Estábamos bastante enfadados porque estábamos seguros que el taxista había querido jugar con la ambigüedad sin decir las cosas claras y que ahora su ofensa era ficticia. Y además, el precio que nos pedía era una barbaridad para el cortísimo trayecto. Jamás lo hubiéramos pagado de haberlo sabido.

 

Después del desagradable incidente, Juanmi volvió al barco porque había quedado para hablar con su novia y quedamos con el resto para que vinieran al barco a ver una película y cenar. De esta forma, devolvíamos la invitación a Seal que el pobre el día anterior nos había tratado muy bien. Al ser cinco personas, Dani tuvo que hacer dos viajes y en el segundo encima, se puso a llover a mares y como soplaba el fuerte viento habitual, el trayecto, siendo ya de noche, no fue nada agradable.

 

Sandra preparó dos tortillas de patatas, arroz con leche y un dulce preparado con gofio, plátano, agua de coco, cacao y miel que estaba bastante bueno. Luego pusimos una película que vimos en inglés subtitulada en español para que Seal la pudiera seguir. La película duró una barbaridad y como se hizo tan tarde, invitamos a quedarse a dormir a todos en el Piropo.

 

Al día siguiente, los italianos tenían previsto coger un ferry a San Vicente pero dejamos pasar el de las 7 para evitarnos el madrugón y porque sabíamos que había uno más tarde. Al llegar al puerto, nos enteramos que el siguiente y único ferry salía a las 4 de la tarde por lo que decidimos ir a una playa a pasar el día hasta la hora de la salida. Seal se despidió de todos al empezar la tarde. Más tarde, Valerio y Pilar casi pierden el ferry porque no sabíamos que ellos no llevaban reloj y fue Dani el que se percató que la hora de salida se acercaba cuando sólo quedaba media hora. Fuimos apresuradamente y llegamos al ferry cinco minutos antes de que partiera. Tras despedirnos de ellos con cierta pena, regresamos al Piropo a descansar el resto de tarde.

 

Al día siguiente Sandra se quedó en el barco limpiando todo: sábanas, baño, cabina y ropa. Mientras Dani, llenó bien los depósitos de agua del barco con los bidones que teníamos llenos y se fue con La Poderosa y tres bidones de agua de 25 litros al catamarán de Juanmi para cargar agua y llenar a tope las posibilidades de agua del Piropo. Juanmi fue el que nos ofreció esta posibilidad y nos dijo que a él, con la potabilizadora, no le suponía ninguna molestia, excepto la energía consumida claro. Como nos supo mal que pareciéramos unos gorrones y teníamos pendiente ir a tomar algo con él, le invitamos esa noche a cenar a un sitio de la playa que siempre que pasábamos por delante, olía muy bien a pizza.

 

Por la tarde fuimos a comprar comida y a comprar dos bombonas de gas. Allí vimos que se podían comprar las normales que usamos en España en los barcos. Lo malo es que las tiendas cerraban a las cinco y creíamos que lo hacían a las seis por lo que no pudimos comprar el gas.  Tras dejar la compra de comida en el Piropo, fuimos a por Juanmi y juntos, en La Poderosa, fuimos a comer la pizza. La tarde-noche fue muy agradable hablando del tipo de vida de Juanmi y degustando la buenísima pizza. La cena no resultó muy cara y costó 6 euros por persona repartirnos una pizza enorme y tomarnos una cocacola de medio litro por persona.

 

Tras la cena, fuimos a dejar a Juanmi en su barco y él muy amable, nos lo enseñó. Era impresionante pero pensábamos que si te acostumbrabas a viajar de esa forma, luego debía ser muy difícil viajar en barcos más normales. Al parecer, él en verano era capitán en un catamarán de charter más grande todavía en Mallorca y que costaba alquilarlo una semana 10.000 euros. Menudas barbaridades.

 

El 17 de enero queríamos partir hacia Mustique. Juanmi aprovechando que nosotros nos íbamos también tenía pensado irse, pero él, hacia el norte, con destino a San Vicente y más tarde a Martinica. Habíamos quedado con él para hacer las últimas compras juntos pero al pasar por su barco dijo que él había cambiado de opinión y que pensaba que lo tenía todo listo. No obstante, nos ofrecimos a comprarle algo y él nos pidió que le compráramos pan ya que había visto a gente que paseaba con baguettes por la calle. En el Caribe no habíamos visto todavía que se vendiera el pan que se hace en España y sólo vendían pan de molde que podía tener diferentes formas pero siempre la misma textura. Al llegar al pueblo fuimos preguntando y encontramos unas baguettes en una tienda de delicatessen a un precio bastante elevado, al cambio un euro y pico el pan que era del tamaño de media barra de España. Le compramos a Juanmi dos y de paso, compramos también para nosotros. Luego hicimos el resto de compras. La verdura y la fruta la compramos a un vendedor de verduras que daba precios justos ya que siempre que pensábamos a priori el precio que estábamos dispuestos a pagar, él pedía justo lo mismo.

 

Volvimos al barco tras despedirnos de Juanmi y darnos los correos electrónicos pero como era tarde y no nos apeteció mucho partir a esas horas, decidimos quedarnos hasta el día siguiente para así poder llegar a nuestro destino, Mustique, pronto y amortizar al máximo el precio desorbitado que sabíamos tenían las boyas obligatorias.

 

Ya os contaremos en nuestra siguiente entrada como nos fue por Mustique.

 

Un saludo a todos.

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

2 comentarios a “BEQUIA: Travesía de San Vicente a Bequia (Granadinas) y días de estancia en esta isla. Del 10 al 17 de enero de 2012.”

  • Hola Sandra. Acabo de leer lo de tu abuelo, me sabe muy mal pero seguro que se recupera muy pronto por que si es como tu, será muy fuerte y aventurero. Lo dicho, no te preocupes y dale muchos ánimos cuando hables con él por teléfono. De parte de las compis de la guarde, muchos recuerdos, y le pasé el  recado a Sandra Reina, me dijo que es una despistada y que aunque muchas veces se acuerda de ti, se ha de poner al ordenador con calma para contestar unos cuantos mails, pero tu serás el principal. Dicho queda. Muchos besos.

  • Sandra: Siento lo de tu abuelo. Espero que se reponga lo mas rapidamente.

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